Enta Munhé: Eva Carriere, La Totomedium

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Una de las mejores cosas de tener una vida relativamente pública en internet es la de que te hagan regalos. La otra es conocer a gente interesante que te descubren nuevos horizontes como grupos musicales que no habría escuchado en la vida, conceptos de historia medieval o vídeos en los que los monos se la machacan con un sapo. ¿Quién dijo que el conocimiento tenía que ser útil? Ah, sí: los anarcocapitalistas estos que pululan ahora por las redes sociales y por ayuntamientos empeñados en eliminar toda subvención a cultura que no implique el maltrato animal.

Perdón, que en estos tiempos interesantes se me va la flapa. Lo que quería decir es que una de las mejores y más extraordinarias personas que he conocido gracias a la fama de serie z de la que disfruto es Lemurovitch, la cual empezó haciéndome algunos regalos para agradecer mi trabajo online y luego continuó enseñándome sordidez mundial como buena seguidora de lo extraño que es. ¿Significa eso que YO soy extraño? Sí, y vivo en el multiverso de la locura existencial.

El caso es que, durante un programa de la serie comandada por Mariva Vicart en el canal de Juan Pérez, “Los Irregulares de Secuencia 11”, Lemu (como la conocemos las personas que hemos compartido con ella chucherías orientales, que es algo que une más que consumir drogas como el Irn Bru) nos reveló la majestuosa existencia de Eva Carrière. Enta munhé puede que tuviera nombre de crítica de cine cultureta, pero en realidad vivió a eso de principios del siglo XX haciendo lo que quería: follar con una ayudante 25 años más joven y conseguir que muchos hombres le tocaran el toto mientras les estafaba dinero. Una visionaria, que no vidente, en esto de hacer lo que le sale del coño. Y lo que le salía, según ella, era ectoplasma. Sí: esa cosa que dejó moqueado a Bill Murray. Sólo que este caso no sólo era también mentira: es que, sin el beneficio de ILM, era mentira hilarante:

Un Progresa Adecuadamente en Plástica.

Porque, si bien los antiguos eran antiguos pero no gilipollas, también es verdad que la falta de estímulos audiovisuales y científicos hacían que fueran tirando a más crédulos que la gente del siglo XXI. Ahora la situación es distinta y nadie se puede tragar tontadas como que los aviones nos fumigan o que la tierra sea pla…

“Perdona, Paco, pero lamento discrepar”

Eva Carrière, nacida después de los dolores como Marthe Béraud, fue una médium que utilizó el conocido como Método Mariano Ozores para ganarse la vida: tetas y totos. Aprovecharse de la calentura de la época para tener una vida independiente. Hay que tener en cuenta de que aunque la señora tuviera habilidades de prestidigitadora, en el 1900 no podía ir al equivalente de viajes de Imserso de entonces haciendo trucos de cartas, por aquello de que mujeres y magia se equiparaba a brujería. Recordemos que hasta en la Biblia, eso que muchos creen que es un documento histórico, había brujas (concretamente, La Bruja de ENDOR, dato que os dejo para que sepáis que no todas las palabras inventadas por Lucas suenan a que estaba teniendo un ictus mientras escribía). Así que Marta, como muchas otras, se tuvo que inventar esto de hablar con los espíritus. Concretamente con un señor con sábana, gorro brillante y barba diciendo que era el fantasma de un hindú de hace 300 años.

¿Es aquí la representación de La Adoración de los Reyes de los alumnos de primaria?

Tampoco es que esa gente no hubiera visto un hindú en la vida, hulio (que en parte también), sino que la señora era lista y hacía las sesiones con iluminación mínima y a menudo roja para dar un ambiente erótico de puticlú. Según ella, porque, al igual que las fotos, los ectoplasmas son muy sensibles a la luz. Hay que reconocer que la mujer era inteligente metiendo pseudociencia en medio del show. Como los que usan la palabra ‘cuántico’ hasta para vender crecepelos. Hoy en día, Carrière habría trabajado la mar de bien en Goop con la anormal de Gwyneth Paltrow, de la que iba a escribir pero que no me da el cariño que sí me provoca Martha. Su espectáculo era más de ganarse la vida y no se trataba tanto de adivinar cosas, sino de sacarse cosas. De orificios. De partes de su cuerpo curiosas. Del coño, vamos.

Para ello, se situaba, tras erótico striptis, detrás de unas cortinas a modo de gabinete médico victoriano (de esos para que no hubiera demasiado contacto con las mujeres, porque tampoco había tanta diferencia entre hace un siglo en occidente y el Irán actual en esto de la misoginia). Luego invitaba al escéptico de turno a que le examinara la vagina a ver si estaba vacía. Algo así como la versión ginecológica del “nada por aquí, nada por allá”. Entiendo que alguna vez diría “Trois doigts maximum, pas de poings”, que la gente es muy de venirse arriba con esto de las situaciones sexuales. Que yo tengo una amiga que una vez hizo spitball.

Luego llegaba su amante Juliette a revisar otra vez. Que en el método científico hay que ser concienzudo. En vez de “doble ciego” era el “Eva se pone ciega de gustirrinín”, pero también vale: todos se quedaban tranquilos de que no hubiera nada, tenían una tontísima erección y la médium se lo pasaba bien para liberar tensión antes del experimento. No lo veo como práctica de laboratorio habitual, pero de vez en cuando tampoco vendría mal para mejorar los estudios clínicos. Y, una vez hechas las comprobaciones, la protagonista del show empezaba a echar cosas por allí. Ectoplasma. O, en caso de haberse sentado en un retrete muy sucio, papilla de bacalao. Espero que esos días no tuvieran show, también os digo.

La factoría en plena producción.

Lo que sacaba era papeles, a menudo recortes de revistas. Y los levantaba por el aire con hilos para el asombro de los presentes. ¡Y sin CGI de Wire Removal! Esos ectoplasmas hechos realidad a veces tomaban la forma del brahmán hindú, fuera el señor con el disfraz de caramelos Paco entrando por una trampilla, fuera un recortable de alta calidad:

Art Attack of the Living Dead

Otras veces, saliendo de otros orificios, sacaba a el presidente de EEUU, una actriz famosa o un señor que debe de ser Groucho Marx:

Es que tampoco había tantas revistas en los kioscos de la época. A menudo eran formas más abstractas, como bolas, hilillosh casi de plastilina que diría Rajoy o directamente micropenes:

Según ella, dedos. SEGURO.

Esos productos eran convenientemente fotografiados por su amante Juliette. Si era simulando salir de sus pezones casi que mejor, dado que por algún motivo ese tipo de material era buena promoción para aumentar la fama. Feck: el sorprendentemente anormal de Arthur Conan Doyle se comió con patatas la patraña cuando fue a verlas. Pero, claro, Doyle también se tragó lo de las hadas en medio del bosque hechas por niñas. Se ve que su punto débil, más que las tetas, eran los recortables. Por su parte, Houdini, que se podría considerar como el primer escéptico dedicado a desmontar a charlatanes de lo parasubnormal, fue también a una de las sesiones. He encontrado sus declaraciones, pero creo que es mejor parafrasear para mantener la longitud de este artículo a niveles de la generación tiktok. Dijo algo así como: ANDA A CAGAR.

Aunque anda que no hubiera molado un combate Houdini-Carrière con sables de luz

Más o menos lo mismo que otros investigadores parasubnormales de la época, que concluyeron que mejor era callarse y que la peña se creyera a la timadora porque eso podría desprestigiar esto de los ectoplasma de cara a los que sí que se lo tomaban en serio y sin la medicación adecuada. Así que ya sabéis: la próxima vez que descuidéis la higiene genital, gritad “ES UN ECTOPLASMA” e igual si estáis con un seguidor de Íker Jiménez le convencéis para que además os de dinero. Personalmente, creo que el único ectoplasma que me interesa es el de la próxima peli de Cazafantasmas. Sí: estoy hablando de Paul Rudd. Está en estas pelis porque es un ser sobrenatural eterno que nunca envejecerá.

Durante la rectificación del Vuldronaii, el Viajero tomó la forma de un gigantesco Torb. Luego, en la tercera reconciliación del último suplicante de los Meketrex, cogieron otra forma para él, la de un PaulRudd imortal, muchos Shubs y Zuuls supieron lo que era asarse en el fondo del Sloar aquel día y lo aseguro.

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