“Pa’loca tú, calva”: Las bajezas de la realeza

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Aquí Paco Fox: Vuelve a V&S Isa Pastrana, a la que conoceréis por su anterior artículo sobre máquinas vending, por estar a menudo en los programas de ‘Elige tu propia aventura’ en los que suelo aparecer y por ser buena persona así en general. Hoy nos habla de HISTORIA:

Que aquí todos tenemos nuestras manías y excentricidades es algo que se da por hecho. Puede que no todos los que nos rodeen sepan cuántas escondemos con exactitud y puede que incluso ni nosotros seamos conscientes de que tenemos tantas porque en realidad no las tomamos como “manías”, sino por “cosas lógicas con sentido”. Pero bueno, que nosotros las padecemos y seguramente los demás las sufren. Eso es asín.

¿Pero qué pasa cuando tú no sólo no eres alguien anónimo con sus cosas sino alguien conocido? Es más… ¿Y si además de ser conocido tienes poder? ¿Y si además de tener poder tienes súbditos? Uyyy Ahí la cosa ya toma otro cariz. Ahí ya no tienes manías, sino excentricidades u órdenes y deseos que HAN de ser cumplidos sí o sí. Porque, a ver… si llevan toda la vida educándote y diciéndote que eres mega guay y que la gente estará deseando cumplir tus órdenes porque es para lo que están, pues lo lógico es que se te vaya la pinza antes o después.

Este será un breve recorrido por la historia, bueno: más bien por personajes de la historia que tuvieron sus extravagancias. Las anecdotillas de la historia y sus protagonistas son algo que me ha atraído desde que recuerdo y no descarto que sea una especie de medicina mía propia mental del tipo “mal de muchos, consuelo de tontos” (aunque yo prefiero más la versión que decíamos en mi residencia de estudiantes que era “mal de muchos, epidemia”, cosa que en estos tiempos pues… en fin).

Felipe V (1683-1746), el gabacho, tiene el honor de haber sido rey porque el anterior que hubo en España fue Carlos II y no se le conoce como El hechizado porque se asemejara a un brujo sino porque parecía que le habían lanzado una maldición de abobamiento nivel 89. La consanguinidad durante generaciones, que no suele traer nada bueno y, si encima le añades que era de salud débil y que tenían martirizado y torturado en palacio con tratamientos para sus males, pues ya tienes el pastel hecho. Carlos II no tuvo hijos y nombró como sucesor a su sobrino nieto: el francés Felipe de Anjou. Parecía que todo estaba hecho, pero en realidad se montó un follón que derivó en la llamada Guerra de Sucesión Española y culminó con Felipe como rey, sí, pero España perdió gran parte de las posesiones Europeas. Pues empezamos bien.

Total, que Felipe de Anjou se convirtió en el primer Borbón y llegó a España sin saber ni papa de español y, además, padecía una enfermedad que le provocaba períodos de demencia y de eterna melancolía… Vamos: depresión y locura. Lo que viene siendo una joya.
Lo de no saber español le tuvo un poco alejado de la vida social de palacio. Él se esforzó en aprender el idioma, pero nunca lo habló bien del todo y eso hizo que muchos nobles le rechazaran.

Total que le presentan ya como rey muy elegante, vestido de negro y ya todo fue de mal en peor porque a él eso de que el color negro fuese símbolo de elegancia en España no le gustaba ni un pelo. Que a ver: si yo vengo de Versalles, mi abuelo es el Rey Sol (el de los mosqueteros), visto con colores a troche y moche y un pelucón empolvado enorme… pues es de entender que el negro me parezca un horror. Pero bueno… si eso fuese lo único.

Bufones, enanos y locos de la corte, fuera. Así, como casi primera medida. Nada de gente con retraso ni deforme, que además los consideraba sanguijuelas de palacio.

Pgepaga cenas de picoteo

Pero, ¿y qué pasaba con la comida? Ayy la comida. La comida española, un asco para él. Que vamos… entre una ensaimada y un croissant hay diferencia, pero tampoco es para odiar una cosa y adorar la otra. Chovinista. A los cocineros de palacio les traía por el camino de la amargura: que si nada de cordero a la brasa, mejor magret de pato… que cambiaran la carta al completo, vamos. ¿Y qué hicieron los cocineros? Pues ponerse en huelga. Que también digo: olé sus narices porque ponerse en huelga en pelo siglo XVIII ante un rey de estirpe absolutista pues es de tenerlos bien puestos.

Lo de la huelga llegó ya a la cumbre cuando tocó servir el banquete nupcial. Felipe V había contraído nupcias con María Luisa de Saboya (que contaba con 14 años de edad –a mí estas cosas me dan repelusito-) y estaban ahí todos sentados en las mesas esperando el desfile de platos. Para que no hubiese jaleos, la mitad de los platos serían franceses y la otra mitad, españoles. Bueno, solución salomónica. ¿O no? Cuando llegó la hora de servir, las camareras decidieron que en esa mesa no se comía nada francés. Y se pasaron la comida dejando caer los platos antes de llegar a la mesa, tirando el contenido al suelo… Los reyes estuvieron muy estoicos, pero cuando se retiraron a sus aposentos todo estalló. La pobre niña echaba de menos a sus damas italianas y se sentía perdida y sola; el rey estaba ya desnudo esperando a su mujer para consumar el matrimonio y María Luisa que no: que lo que había pasado no le había gustado nada, que quería volver a Italia y todo esto a moco tendido la pobre niña. Felipe V se tomó la pataleta como algo infantil y un ultraje a su persona… Tres días duró el enfado de María Luisa, que al final consumó matrimonio y, encima, los platos franceses se hicieron los amos de la cocina española en el siglo XVIII.

Pero que esta anécdota no nos desvíe de lo que os conté al principio: que Felipe V sufría de locura y depresión. Pues esto era que una tarde como cualquier otra mientras el rey iba a caballo, creyó que el sol le estaba atacando y que le perseguía la muerte. Y con esa persecución ya comenzó todo un declive: nada de que le cortasen uñas de manos y pies porque eso le iba a hacer ponerse peor. Tan largas llegó a tener las uñas de los pies que no podía apenas andar. Se tocaba y les decía a los lacayos que no tenía ni brazos ni piernas. Y, para rematarlo, le dio un ataque a lo black metal de decir que por qué no le enterraban ya, que estaba muerto… Todo sea dicho que visto que no estaba en condiciones decidió abdicar en su hijo Luis I, pero su hijo sólo pudo reinar 8 meses antes de fallecer y Felipe V tuvo que volver al trono.

Un poco grillado estaba, pero la verdad es decidió que la administración pública estuviera en manos de profesionales y que el nombramiento de los funcionarios tendría en cuenta únicamente su preparación y competencia, dándoles un buen salario para evitar la corrupcjajajjajajajajajajajaja. También creó la Real Academia de la Lengua Española y la Real Academia de la Historia. Además de que muy mal no lo hizo para tratar de devolver algo de lustre al país que le había tocado reinar. Claro, que tal y como se lo encontró a poco que se hiciera ya iba a ser una mejora notable.

Fernando VI (1716-1759), el coprófobo coprófilo, fue rey de España allá por el siglo XVIII. Era hijo de Felipe V (justo del que hablé antes). Fue rey un poco por casualidad y porque sus dos hermanos mayores acabaron falleciendo y él escaló puestos (aunque su madrastra, Isabel de Farnesio no estaba muy a favor porque prefería a sus hijos y había dejado en una especia de arresto domiciliario a Fernando y a su mujer durante unos 15 años. Eso también te tiene que dejar algo tocado). Total, que terminó siendo rey y en su matrimonio con Bárbara de Braganza (rechoncha, feúcha y portuguesa pero muy culta, agradable y amante del arte) surgió el amor entre ambos a poco de casarse (pues mejor, porque estar encerrado 15 años con alguien que odias…). Por cierto, Bárbara soñaba con un megamuseo para Madrid, lo que más tarde y con otro rey se haría realidad con el Museo del Prado. Hasta aquí una introducción para situarnos muy esquemáticamente.

El caso es que Fernando VI tuvo un reinado próspero y estable gracias en gran parte a que se rodeó de gente que sabía gestionar tareas de Estado, como el Marqués de Ensenada, porque él, el rey, lo que se dice él… era un poco pusilánime, se agobiaba con los papeles y, encima, acabó un poco sin los patitos en fila. Para empezar, resulta que le tenía terror a hacer caca. Al parecer es frecuente en niños de 2 a 4 años, lo que viene siendo la edad mental de no pocos reyes de la historia a lo largo de su vida. Esta cacafobia le trajo problemas. A ver… son cosas que mejor fuera que dentro, sobre todo si es en el váter de tu casa: porque estar cómodo en un váter es lo que indica que ese lugar, esa casa, es tu hogar. Lo que ocurre es que por más que te esfuerces, eso es algo que acaba por tener tendencia a salir, así que Fernandito 6 se sentaba sobre los pomos picudos de las sillas para que hicieran de tapón. Muy sano. Todo fetén.

Es mi caca y se queda conmigo

Ojalá todo se quedase ahí, pero es que como al hombre, cada vez que veía un papel o había trabajo que hacer le daba un paraplís, los consejeros (el marqués de Ensenada, ya mencionado anteriormente) le evitaban todo marrón y, encima, ni malas noticias podían darle: preparados tenían que ir ya con la solución en la mano porque así el rey estaba más traquilín y podía ir a hacer cosas de rey como cazar, bailar y jugar.

La cosa se complicó cuando murió su mujer. Recordemos que aunque fue un matrimonio acordado, resulta que se amaron de verdad. Y cuando Bárbara de Braganza falleció, a Fermando le vino la demencia absoluta: decía que ya estaba muerto y se ponía sábanas por encima para fingir ser un fantasma, no quería cortarse el pelo, ni la barba, ni lavarse… No iba al baño, claro, cómo iba a ir… Pero cuando al final defecaba y orinaba, lo hacía en la cama. Por supuestísimo que se negaba a que le cambiaran las sábanas. No quería comer. Pero claro, al final tenía que comer… Así que comía en su cama. Cama llena de heces, recordemos, que se comía también para acompañar el menú… Pero bueno, que también te la lanzaba si te acercabas mucho a él. Era generoso y compartía.

Murió de una apoplejía un año después de que lo hiciera su amada su esposa. Ese año de demencia exponencial Real se conoce como “el año sin rey”. Ahora se sabe que podría haber sufrido trastorno bipolar unido a una fuerte depresión por la muerte de su mujer; o a un trastorno neurológico degenerativo.

Luisa Isabel de Orleans (1709-1742), la sin nombre. No salgo yo de esta familia porque es que dieron mucho de sí. Recordemos que Felipe V cuando se dio cuenta de que ya no estaba para gobernar, abdicó en su primogénito Luis I, que sólo estuvo en el trono 8 meses de nada hasta que la viruela acabó con él. Sólo tenía 17 años. Su mujer , la protagonista de este apartado, estuvo a su lado. Tenía 14 años cuando se quedó viuda.

El joven príncipe había contraído nupcias a los 15 años con la princesa francesa Luisa Isabel de Orleans, de 12 (que visto ahora pues es que tampoco está nada bien). Pero volvamos con la reina: sus padres deseaban que fuese un niño pues eso aseguraría la corona y ya tenían varias hijas, así que imaginad la “alegría” que supuso el ver que nada de niño, que era otra niña. El disgusto fue tan enorme que ni le pusieron nombre a la recién nacida, que se pasó toda su infancia siendo conocida como Mademoiselle de Montpensier. Así, sin más. Ojalá se hubiese quedado ahí la cosa, pero no. Sus padres dejaron de lado un poco su educación y la enviaron a un convento. El caso es que fue expulsada del mismo por mal comportamiento y creció un poco descontrolada. Y he aquí, la parte triste: la reina (ahora se sabe) sufría de trastorno límite de personalidad. Cuando se decidió su matrimonio con el joven príncipe de Asturias, se descubrió que la muchacha no tenía ni nombre ni estaba bautizada ni había hecho la Primera Comunión, así que la corte francesa realizó los trámites en un pis pas. Siendo Reyes es fácil tener enchufes y lograr tener los trámites hechos en un tris.

Que cómo me llamo… Ehhh, sí… Mi nombre…

En los primeros tiempos de su matrimonio, las extravagancias de Luisa Isabel eran reídas por su esposo y por los miembros de la corte. Al principio. Rápidamente, todas esas risas se convirtieron en exclamaciones de asombro y escándalo. ¿El motivo? Pues que su educación descontrolada y el trastorno que sufría hacían que se paseara desnuda por los jardines de palacio, se ponía vestidos roñosos sin ropa interior (sabían que no llevaba ropa interior porque se levantaba las faldas para enseñar la enjundia sin ningún recato), eructaba, se peía en público sin importarle quien tuviera delante, no quería comer en la mesa pero escondía comida para darse después atracones de dulces (seguramente sufriría también de bulimia), no se lavaba, de vez en cuando le daban ataques de limpieza y usaba sus propios vestidos como trapos para dejar el palacio como los chorros del oro, bebía con mucha alegría… Vamos que trajo a todos de cabeza. Esto ya era una cuestión de Estado y el rey debía poner límites. Así que el joven Luis I, muy horrorizado por el comportamiento de su mujer, decidió encerrarla como castigo y medida correctiva. Sobre si esta medida surtió efecto o no, he encontrado artículos contradictorios.

Que al final el rey la liberó sí. Lo que ocurrió es que poco después, Luis I enfermó de viruela y Luisa Isabel se transformó por completo: como si se sintiese culpable o le viniera un repentino sentido del deber, no se separó de su marido en el tiempo que se mantuvo con vida y, cuando éste falleció y ella fue enviada de vuelta a París trató de llevar una vida tranquila y recogida sin escándalos en Vincennes (Francia).

Y, así, Felipe V tuvo que volver a reinar…

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