Aquí Paco Fox: Os presento uno de esos textos que tanto me gustan por incluir historia y bigotones. El autor es Hugo Mier Calleja, paleoilustrador, un flipado de los dinosaurios y seguidor del blog desde hace años. Espero que os guste:
Cualquiera que me conozca mínimamente sabe que soy un obseso de los dinosaurios. Creo que sinteticé perfectamente esta obsesión y mi actividad habitual de dibujante en mi presentación de twitter: “Me gustan los dinosaurios y otras cosas. Dibujo dinosaurios y a veces otras cosas” El caso es que cuando uno se flipa con determinados temas, acaba leyendo sobre un montón de cosas. Estudiar a los dinosaurios es estudiar la historia de su descubrimiento y os aseguro que ahí hay buena mandanga sórdida y vicisitúdica.

Bueno, puede que esté exagerando un poco. Los primeros tiempos del descubrimiento de los dinosaurios tienen momentos bonitos e incluso heroicos, pero se compensa con otros que son realmente chungos. Sin duda, el episodio más sórdido de la historia de la paleontología es la famosa Guerra de los huesos: dos paleontólogos millonarios en la época de la conquista del Oeste, Othniel Marsh y Drinker Cope (en serio, se llamaba así) compitiendo por ver quién la tenía más larga en una carrera por descubrir más dinosaurios que el rival y dilapidando sus fortunas por el camino. Acabaron, oh sorpresa, arruinados y con sus reputaciones enterradas en el fango. Sólo me detendré a comentar cómo empezó la cosa: ambos eran amigos hasta que Cope le enseñó a Marsh el esqueleto de elasmosaurio que había montado , un reptil marino de de cuello largo. Marsh, que debía ser un Sheldon de la vida, le hizo notar de malas maneras a Cope que había puesto la cabeza en el extremo de la cola, y a partir de ahí se montó el berenjenal. No sintáis lástima por ellos, al menos aportaron algunos de los dinosaurios más icónicos que conocemos: diplodocus, brontosaurus, stegosaurus, allosaurus…
Aún estoy esperando que hagan una película o una serie sobre la guerra de los huesos. En la que salga Kenneth Brannagh pilotando una araña de hierro gigante, porque todos sabemos que las arañas son las criaturas más peligrosas de la naturaleza.

Pero aquí no he venido a hablar de este par de sórdidos, si no de alguien que aspiró a alcanzar la más absoluta JRANDESA… y se quedó por el camino. Estoy hablando del barón Franz Nopsca von Felső-Szilvás, Nopsca para los amigos y para nosotros a partir de ahora y no tener que volver a repetir este nombre tan largo y con acentos que no sé cómo poner.

Nopsca (pronunciado nopcha) era un noble rumano de origen Húnagaro que nació en 1877 en la región de Transilvania., concretamente en la zona de Hateg, conocida como “las puertas de hierro de Transilvania”, donde vivió el mismísimo Vlad el Empalador, y si esto no es un comienzo prometedor, no sé qué puede serlo. Creció en una mansión muy cuqui que su familia perdió cuando la región pasó a ser parte de Rumanía tras la I Guerra Mundial. Y no, no se exilió a otro país en un ataúd con tierra de su lugar natal ni se le ocurrió fundar un partido fascista basado en el victimismo del privilegiado, pero vamos por partes…

Nopsca era lo que se dice un culo inquieto. Aprendió varios idiomas y se interesó desde pequeñito por la historia natural. Siendo un adolescente, su hermana pequeña descubrió un cráneo de dinosaurio en las tierras familiares, él lo estudió y catalogó y, muy animado y motivado con el tema de los animales prehistóricos, se fue a estudiar los procesos de fosilización a la universidad de Viena. Era tan máquina que a los 22 años ya impartía él mismo clases. Allí fue donde le enseñó el cráneo a un profesor y este le dijo que buscara más donde lo había encontrado. Nopsca lo hizo y encontró no sólo más fósiles, si no un ecosistema entero de dinosaurios extrañamente pequeños y otros animales que convivieron con ellos. Tras estudiarlos, llegó a la conclusión de que esos dinosaurios sufrieron enanismo insular, un mecanismo evolutivo que hace que las especies que viven en islas se hagan más pequeñas al disponer de menos recursos, aunque también puede producirse el fenómeno contrario y aumentar el tamaño al haber menos competencia. Esto fue algo revolucionario en su época, porque los paleontólogos se centraban en el estudio de los fósiles y de los animales individualmente. Pensar en ecosistemas complejos era algo que simplemente no se les había ocurrido. También fue el primero en estudiar los huesos de los dinosaurios al microscopio para observar cómo crecían y comprobó que el rito de crecimiento era muy parecido al de las aves, pero fue algo que la comunidad científica de su época no se tomó muy en serio porque patatas. Los dinosaurios eran reptiles y punto.
También por esa época conoció a otro barón transilvano mucho mayor que él y que le hizo conocer el amor entre hombres. Como por aquel entonces no había bares de ambiente en los que arrimar la cebolleta al ritmo de Village People, el señor se dedicaba contarle historias de una tierra montañosa situada al sur, habitada por elegantes hombres que blandían enormes espadas (interpretadlo como queráis) y a la que llamaba Shqipëria, que en realidad no era otra cosa que Albania. Tales historias encendieron la imaginación de nuestro protagonista, que empezó a pensar en conocer a esos espadachines a los que yo imagino como una versión zíngara de Locomía.

Dejando aparcado temporalmente el tema de los fósiles (aunque siguió con ello el resto de su vida) se fue entonces para Albania, gracias al gobierno austrohúngaro (como llena la boca esta palabra) con la idea de que se infiltrara como espía, ya que en ese momento ese país luchaba por su independencia del imperio Otomano La bienvenida que recibió nada más cruzar la frontera fue un disparo que le rozó la cabeza y le atravesó el sombrero. Nopsca, que era un tipo carismático y con mucha labia, se ganó la confianza de los albaneses, introdujo armas de contrabando y acabó liderando la revuelta contra los otomanos al más puro estilo Lawrence de Arabia, vestido como los lugareños y dando discursos en plan Braveheart.

Lo de espiar si eso ya tal. Después se postuló como rey de Albania ¿y cuáles eran sus planes? Él mismo los confesó en su diario:
«Una vez en el trono de un reino europeo, no tendría dificultad para encontrar toda la financiación adicional necesaria al casarme con una rica heredera estadounidense con aspiraciones a la realeza, una medida que en otras circunstancias habría sido reacio a tomar«.
Vamos, que quería montarse un Downtown Abbey versión balcánica.

Pero ocurrió que su candidatura fue rechazada y sus planes se vinieron abajo y aquí podría discutir con Marlow si se merece el título de “el hombre que pudo reinar” más que Sean Connery. Más tarde participó en la I Guerra Mundial al mando de un grupo de voluntarios albaneses. Fue entonces cuando se convirtió en la primera persona que secuestró un avión (probablemente un biplano, no uno de pasajeros) con la intención de hundir a la recién nacida República Soviética de Hungría, de corta duración. Sin embargo, como ya he comentado antes, el Imperio Austrohúngaro (sí, lo nombraré siempre que pueda) se fragmentó, Transilvania pasó a ser parte de Rumanía y Nopsca se quedó compuesto, sin trono y sin herencia familiar.
Como lo de ser rey de Albania le salió rana, y se había quedado con una mano delante y otra detrás, decidió dedicarse a otra cosas. Tomó a Doda, un joven pastor de las montañas albanesas que a Nopsca le puso muy tonto y lo contrató como “secretario” y se dedicaron a recorrer Italia en una moto con sidecar al más puro estilo Antonio Resines y Luis Ciges, y como bien dijo aquel “en la cama, un hombre siempre es un hombre” así que el varón no respetó a Doda, pero al chaval le gustaba más la carne que el pescado, así que todos contentos. Lo cierto es que siguieron juntos durante casi treinta años, por lo que la cosa fue en serio. En esto, Nopsca también fue bastante rompedor: no ocultaba su homosexualidad y reconocía abiertamente su orientación y su relación con otro hombre. Es posible que el hecho de ser noble en una época mucho más clasista que la actual tuviera algo que ver, pero no deja de ser llamativo que alardeara de ello cuando casi todos lo ocultaban.

Por supuesto, el tema de los idiomas no supuso ningún problema a nuestro héroe en sus viajes, puesto que dominaba varias lenguas, tanto de la zona de los Balcanes así como el francés, el inglés y el italiano. Tras estas y otras aventuras, Nopsca quedó en la ruina; cosa lógica si tenemos en cuenta que llevaba el tren de vida de un noble con el sueldo de un funcionario. Para sacar dinero, vendió su colección de fósiles al Museo de Historia Natural de Londres y acabó malviviendo en un apartamento de Viena con su querido Doda. Deprimido y desesperado por esta situación, acabó por suicidarse pegándose un tiro, no sin antes hacer lo propio con el pobre Doda tras sedarlo con un somnífero. Un final de diva decadente que dejo a vuestra elección si fue o no lo merecidamente sórdido.
Y hasta aquí llega la historia del barón Nopsca. Nunca he entendido por qué alguien tan jodidamente fascinante no es más conocido. Si alguien así hubiera vivido, como mínimo, en occidente, hubiéramos tenido al menos una película contando su vida. Este ha sido mi granito de arena para tal propósito. Salid fuera y difundid la palabra.