A veces pasa.
Estás sacando los vasos del lavavajillas y se te rompe uno. Vas a hablar en una reunión y se te escapa un melodioso eructo. Das un gatillazo con la persona que te gusta desde hace años. Te tiras un pedo de esos que no sólo no se van, sino que empiezas a pensar en cobrarle el alquiler. Incluso puede que estés una vez de acuerdo con una crítica de la revista Caimán.
Todo eso me ha pasado menos, por supuesto, lo del gatillazo.

Pues lo que me ha pasado es que he entrado en bloqueo creativo. Es algo habitual, sobre todo tras 15 años de escribir aquí. Hace una semana por fin empecé a escribir un artículo sobre el heredero espiritual del modelo de negocio de la Cannon e incluso llegué a escucharme dos horas de podcasts en el que lo entrevistaba un señor aplastantemente gay sobre su mujer, protagonista de un reality americano que me importa lo mismo que el el PIB de Polonia. Naturalmente, tras 120 minutos de cotilleos en los que sólo se habló muy de pasada de la carrera profesional del señor, decidí que así no iba a salir del bloqueo creativo, aunque sí que es posible que tanta frivolidad me desatascara un bloqueo intestinal.
Así que me dije: “Paco: escribe simplemente de algo que te haga ilusión, sin forzarte a hacer chistes ni a contar datos interesantes. Escribe para ti como ahora mismo, que estás hablando contigo. Deja de hacerlo, que ya sabes que estás a un paso a la locura definitiva. No, en serio: calla”.
Por lo tanto, decidí dejar de volverme loco y ponerme a escribir sobre el veinte aniversario del estreno de «Los Anillos del Señor: La Comunidad del Anillo de la Gente que Lleva un Anillo en esta película sobre Anillos». Porque hoy en día puede que se haya olvidado un poco lo que supuso dicho evento en 2001. Es posible que fuera la primera piedra sobre la que se construyó el posterior triunfo del frikismo en la sociedad occidental. Yo estuve allí, el día en el que la voluntad de los culturetas fracasó. Y os lo voy a contar por un motivo claro:
Es sábado por la tarde de cuarta ola, quiero escucharme un disco nuevo que me ha llegado, hace una tarde mala y estoy sin ganas de ver porno.
Flashback a un tiempo en el que yo tenía que meterme en internet en cibercafés porque no tenía conexión en casa. Mi afición era mirar datos y descargar todo sobre el grupo musical que me estaba fascinando en ese tiempo (The Strawbs, de quienes soy el único fan fatal español) y recuerdo estar en Algeciras en el único bar con conexión que había y leer que el tío de «Agárrame Esos Fantasmas» iba a rodar en las antípodas «El Señor de los Anillos» con el equipo de efectos especiales de las series de «Hércules» y «Teta, la Princesa Guerrera». Imaginaos el momento fancista hoy si se hubiera producido la noticia en la era twat-ter. “Se avecina truño” habría sido lo más bonito que hubieran dicho. #notmylordoftherings, #Jacksonarruinarámiinfancia.
Yo era suspicaz, pero hay que tener en cuenta que fui muy fan del fracaso de ‘The Frighteners’ (el día 15 de mayo en MK2 Palacio de Hielo con debate posterior con Ángel Codón y yo mismo) y que me encantó ‘Braindead’ cuando la vi en el cine. Eso revelaba tres cosas de mí: que sabía que Jackson podía completar un recorrido similar al paso de Sam Raimi hacia el cine convencional (no olvidemos que era el productor precisamente de “Kevin Chorbo y el Jon Anderson de Baratillo por el bosque” y “Me llamo Lucy Sin Ley”), que era muy probable que el proyecto estuviera en manos de un verdadero fan de Tolkien y que soy tan viejo como para haber vivido eso no como un chaval flipado sino como un analista incipiente del negocio en Hollywood.
Yo había leído a esas alturas ya dos veces “El Becario de Melkor que hacía Sortijas”, una de ellas en inglés en la edición de lo 60 que se caía a cachos (seriously). De hecho, fue el primer libro que leí en su versión original. Desde entonces, me he tragado muchísimos más en inglés y alguno que otro en francés y en italiano. Con la gracia de que ni sé francés ni italiano. Pero le echo imaginación. Vamos, que era muy fan. Mi vida freak giraba entorno a leer clones de Tolkien o lo que viene a llamarse ‘Alta fantasía’. Incluso me zampé la primera trilogía de ‘Las Crónicas de Thomas Covenant’, saga sobre un señor que tiene un anillo mágico y al que persiguen unos espectros enviados por un gran malo incorpóreo. Ahí, con dos cojones. Se ve que los abogados de la familia Tolkien, bien estaban vagos, bien no querían ni tocar de cerca una saga en la que lo primero que hace el prota al viajar a la Tierra Media de Hacendado es violar a una señora. Alta literatura.
El caso es que pasé la adolescencia entre leer fantasía, onanismo, copiar dibujos de Larry Elmore (sobre todo elfas de nariz respingona por aquello de que los nerdos solemos estar muy salidos), escuchar música medieval, más onanismo, leer la Dragonlance hasta que mi cerebro me dijo que por qué era tan cruel conmigo mismo y, por supuesto, onanismo compulsivo. Vamos, que tenía mucho amor por un género que apenas me había dado un clon un poco fallido de La Guerra de las Galaxias llamado ‘Willow’, que hoy en día todos queremos mucho, pero que no dejaba de quedarse corto para los que esperábamos una gran épica.
Así que, en abril de 2000 salió un primer tráiler con imágenes de rodaje. Estaba ya de becario en Canal Cinemanía y andábamos todos desesperados porque el internet de esa época funcionara. Tened en cuenta que lo más parecido a evento freak que habíamos tenido hasta entonces de esa magnitud fue «La Manaza Fantasma» y todos sabemos cómo salió aquello.
Salió medianamente bien. Que mira que sois exagerados. Es una peliculita que a veces da vergüenza pero entretenida y con bastantes aciertos visuales.
Nos reunimos en el despacho de, sí, Jordi Costa y lo vimos. Esto:
Dos datos curiosos:
En este breve teaser se pueden ver imágenes de orcos fuera de Moria persiguiendo a La Comunidad dentro de Lothlorien que no han acabado ni siquiera en las versiones extendidas.
Cuando se abre la pantalla a panorámico y se ve tanto el primer ejemplo del programa para mover ejércitos masivos en cgi como la aparición de los Espectros del Anillo amenazando a los hobbits, tuve lo que seguro que es lo más cercano a una experiencia extracorpórea. Los vellos se me pusieron tan de punta que podría haberlos lanzado como arma en plan el erizo ese de X-Men. No tuve una erección porque tampoco hay que exagerar, pero creo que el nivel de serotonina y emoción fue similar a la primera vez que fui a un proctólogo y resultó ser una mujer muy guapa la que me examinó.
Recuerdo especialmente ese plano porque, como podéis ver en el vídeo de arriba, no estaba con corrección de color y era muy brillante y vívido. Año y medio después me acuerdo bien hablar con Costa tras ver la peli mientras meábamos (muchos sabréis lo que es estar meándose vivo tras dos horas cuarenta de peli y que justo pongan las cataratas de Rauros, pero pocos sentisteis el horror de subir tres pisos al único servicio abierto en los Capitol) y comentarme que prefería el aspecto menos apagado de ese teaser. Aunque creo que más bien era rememorar la profunda impresión que causó. Ese enamoramiento inesperado. Una infatuación: era exactamente como debía ser.
Esto, en la época que hasta The Falcon y Bruja Escarlata ya llevan su traje de los comics parece una tontería. Pero recordad que veníamos de unos 90 que fueron un erial en lo que se refiere a la fantasía. Todavía en los poco esperanzadores tráilers de “X-Men” se optaba por no ser fiel a los tebeos para que no hubiera descojone general. El caso era ir de cuero, como Neo o como la fiesta esa a la que te invitó un señor raro de la que recuerdas poco después de una bebida muy fuerte excepto cierto dolor en el orto al día siguiente.
El fandom explotó llenando el techo de los dormitorios juveniles del gotelé del amor. Recuerdo irme a la página de un grupo americano de prog llamado Glass Hammer que había editado ya un disco basado en El Señor de los Anillos (sí: colecciono discos sobre el tema, aunque eso es para algún vídeo de mi canal de YouTube) y que en portada no tenían promoción de su último CD, sino una foto de Ian McKellen y la simple frase “McKellen IS Gandalf”. No sé: esa demostración de frikismo exacerbado y felicidad sin ironía se me quedó clavada y me retrotrae a una época mejor de internet antes de las redes sociales.
Recordad también que no sólo Jackson generaba dudas: la tecnología generaba dudas, el reparto generaba dudas (McKellen sustituyó a Sean Connery cuando éste rechazó el papel ante la indignación del fandom y ya se sabía que habían cambiado al Aragorn original por ese rubio raro de “La Pistola de Mi Hermano”) y la productora generaba dudas (¡No era un proyecto de una Major!). Pero pocas veces he visto las expectativas subir tan vertiginosamente si quitamos aquella vez que me dijeron que “Ir a casa a ver una película” era código secreto para “Ir a casa a enrollarnos”.
(*Nota: Al final vi una película, pero ese es otro tema. Otro tema comprensible: soy fan de Tolkien desde que estaba en el colegio. Creo que ser raro y parado en lo amoroso se te transmite mágicamente al ADN con la primera tirada de un dado de 20 caras o, alternativamente, de tanto jugar al “War on Middle Earth” para Spectrum).
El frikismo se empezó a organizar. Ahora había una cosa, internet, que por aquellos entonces servía para que te dieras cuenta de que no estabas solo en tus frikismos. Podías conocer a otros fanáticos de la fantasía tras ser el único de tu pueblo. Podías quedar con turbios escoceses fans de Camel (hola, Marlow). Ya sabías que no eras el único en el mundo con tu obsesión pop de elección e incluso de erección en ciertos lugares extraños del IRC. Todo al final ha evolucionado en los últimos años a que sabes que existen por ahí otros racistas y retrógrados y que podéis organizaros para hablar en contra de las vacunas y votar a tarados. Pero bueno… otras cosas buenas nos ha dado internet. Por ejemplo, los artículos de Marlow o los tutoriales de latinos en YouTube para usar el Premiere o el Cakewalk. Y poco más, la verdad.
En foro de Yahoo Groups, no tan llorado como Yahoo Answers porque ahí te reías mucho menos, nos empezamos a organizar, no recuerdo muy bien cómo, un grupo de tarados madrileños para ir juntos a ver el estreno de «La Comunidad del Cockring». Alrededor de otoño de 2000 hicimos la primera quedada. Creo que cerca de 8 o 9 personas en Plaza de España. Teníamos un Legolas (actualmente colaborador ocasional del blog y marido de Cava Baja), un Boromir (con su barba y su pinta de vikingo), un Thorin (alto, pero con barriga y actitud de enano), un Frodo (yo), alguna elfa de las de la primera época del frikismo (esto es, con la misma pinta de elfa que una alcachofa), un Tanis (porque el crossover con la Dragonlance siempre está ahí amenazando en las sombras como el herpes labial) e incluso un chaval bajito y rechoncho que se presentó como “El elfo Haldir”.
A día de hoy le sigo llamando Sam, claro. Aparece en CineBasura montado en una bicicleta maquillado de zombi y con una camiseta de naranjito. Los lazos de esa tarde, con algunas excepciones, no se han roto fácilmente.
Nos llamamos la “Beleg Aderthad” (La Gran Reunión), siguiendo los pasos de otras iniciativas similares por España impulsadas en la web “El Fenómeno” (atención a lo que sale si buscas eso en Google). Una comunidad con un objetivo común: ir juntos disfrazados al estreno y quedar a menudo a lo largo de 2001 para beber mucha, demasiada, absurdas cantidades de cerveza. Y, a veces, planificar actividades. Se abría así un periodo de cuatro años que me formó como persona en más de un sentido. No sólo porque perdí la poca vergüenza que tenía al hacer cosas como leer un relato propio descalzo a las 2 de la mañana en Cortilandia delante de unas treinta personas, sino también porque más o menos me convertí un poco en el centro del grupo. Realmente, una de las chicas era más o menos la jefa, pero al final quien negoció las entradas y más o menos estaba en el ojete del huracán era yo por un motivo:
Ya entonces era el más viejo. Las canas juveniles son un valor y, encima, había estudiado Producción. Además, en un momento determinado, me convertí en El Envidiado. El que HABÍA ECHADO UN VISTAZO A LA LUZ. En Cannes de 2001 se presentaron unos 30 minutos aproximadamente de imágenes de la trilogía. La por aquellos entonces distribuidora Aurum hizo un pase en Madrid y yo amablemente me ofrecí a ir mientras mi jefe cortesmente me daba permiso a cambio de que dejara de amenazarle con un cuchillo jamonero.
Creo que es la experiencia cinematográfica más brutal que he vivido. La proyección empezaba con un montaje de los inicios de la película. Era todo perfecto. Joder: aparecían planos del arranque y recuerdo pensar que cada puto fotograma era una pintura de Alan Lee o John Howe que había cobrado vida, especialmente la fila de elfos moviendo como un dominó sus armas ante el ataque de los orcos. Tenéis que entender una cosa: repito que lo más cercano a esa escala que se había visto hasta el momento fue “Star Wars: Jar Jar Origins”. Y lo más que nos habíamos acercado a un cuadro de fantasía en movimiento eran algunos planos sueltos de ‘Fire And Ice” de Frazetta. Si ‘Parque Jurásico’ fue una revolución de los efectos especiales, esto era la revolución definitiva de la representación de la fantasía épica en la pantalla. Nada se la había acercado. Es difícil entender hoy el salto que suponía sólo la primera secuencia, pero fue el primer paso que nos llevó a la era de cosas como Endgame.
Y solo era el arranque. Luego nos pusieron toda la huída de Moria terminada desde la tumba de Balin hasta el “No puedes pasar”. Imaginad ver al Balrog cuando lo más cercano a eso había sido… no sé: los bichos subacuáticos de Lucas. Pero es que luego pusieron un montaje del resto de la trilogía terminando con Elijah Wood volviéndose a cámara y diciendo “El Anillo es mío”, tres años antes de que pudiera volver a verlo. Corte a negro, luces, boca abierta y calzoncillos tan mojados que podría haberse hecho papiroflexia con ellos.
No lo negaré: vacilar frente al resto fue una experiencia egocéntrica tremenda. Pero también quería transmitir la pasión por lo que había visto. Fue como la primera teta a menos de un metro o el primer mundial de Esppppaña. Épico. Tras años acostumbrados a las decepciones con el género o, al menos, películas que cumplían en entretenimiento pero no en epicidad, esto estaba bien. Iba a ser lo más grande de la historia nerda.
Y perdió el Oscar frente a Una Mente Maravillosa. Anda que manda cojones. La imposible adaptación de Tolkien (hice un artículo de un puñado de páginas para una revista de literatura analizando como todos y cada uno de los cambios habían sido acertados) perdió frente a un guión de Akiva ‘Batman y Robin’ Goldsman.
Pero eso fue después. La fecha se acercó y el grupo de la Beleg fue ampliándose. Ese año me fui a Kinépolis y compré un buen puñado de entradas. No recuerdo cuántas, pero viendo las fotos serían alrededor de 25 para nosotros y otras tantas para los smials de la Sociedad Tolkien de España, que por aquella época estaba dividida en dos facciones enfrentadas. Fue mi primer encontronazo con la realidad descrita en «La Vida de Brian» de que cualquier grupo, por muy comunes que sean los intereses, siempre se va a escindir en dos. No comprendía lo de pelearse por algo tan bonito como el frikismo, pero realmente lo entendí sólo unos días antes del estreno, cuando quedé con una representante de la STE para darle sus entradas. Yo ya había visto la peli en el pase de prensa.
– «¿Y qué tal está?», me preguntó
– «Pues, ¿te gustan las ilustraciones de Alan Lee y John Howe?», respondí a su vez con una pregunta cargada, dado que pensaba que era evidente que se trataba de lo que llevábamos años esperando ver en cine.
– «No – contestó muy seria – A mí me gusta imaginármelo como yo creo que es».
Quitando que, niña, tú no tienes ni de lejos la misma imaginación visual que estos dos o el propio Peter Jackson, con esa respuesta, ¿PARA QUÉ COJONES QUIERES VER LA PELI? ¿PARA CRITICARLA LUEGO?
Así conocí el internet de Twitter y Filmaffinity años antes de su existencia.
Y sí: sé que esta anécdota la he contado mucho en podcasts e incluso aquí mismo. Pero os jodéis: éste es un post para superar un vacío creativo, para transmitir mi nostalgia por unos años maravillosos en los que no tenía ansiedad y casi no me hacía caca por lo nervios y para poner en orden algunas ideas para una breve entrevista que me hacen el miércoles para el programa de cine de Movistar+.
Llegado el estreno, nos juntamos el grupillo. La mayoría vestidos de Espectros del Anillo por aquello de la facilidad. Nos reímos, lo pasamos genial y nos fuimos a celebrar bebiendo cerveza en, cómo no, un pub irlandés, quedando todos después de comer en el Cortylandia temático de La Comarca para leer relatos intensos. Y digo intensos, porque éramos nerdos intensos. Si un joven cool quiere molar escuchando a los Smiths, nosotros lo hacíamos con émulos torpes de Byron. Hicimos un concurso y ganó el más intensito de todos.
O sea, yo.
(Os puedo decir que el relato, que NUNCA leeréis, acababa con la muerte de un caballero y la dama dándose cuenta de ello porque el río lleva su sangre, muriendo de pena en ese momento y convirtiéndose en las ramas de un árbol nevado… Sí: Young Fox adelantándose a la idiotez de Padme palmando de pena en «Star Wars: Los Sith Se Vengan»… qué vergoña).

Se puede decir que fue un éxito. No por la risa, que también, sino porque dos años después, para cuando llegó «El Retorno del Rey», pasé a comprar unas 375 o 400 entradas, incluyendo algunas para gente que venía de fuera de Madrid y, por lo que recuerdo, incluso mi ahora amiga Leyre Valiente años antes de conocernos ‘oficialmente’ (sigo buscando la foto en la que estamos juntos). Como soy un vago, yo seguí yendo disfrazado de Frodo, pero ya el último año me quité las falsas piernas peludas, los zapatos y directamente fui descalzo por todo el cine sin pillar hongos ni nada. La fiebre por ver el gran final era tal que la precaución se mandaba al carajo. Al nivel de que dos de lo que llamábamos “La rama dura” (¿Boromir y Tanis?) acabaron siendo expulsados de la sala por ponerse a luchar a espadazos delante de la pantalla antes de la proyección. Joder, el frenesí era tal que habría pensado que éramos adolescentes antes del primer concierto en España de las Spice Girls si no fuera porque había dos locos vestidos de Epi y Blas porque ¿por qué no?.

Y aquí lo dejo. ¿Qué supuso para el cine ‘El Señor de los Anillos’?
Fue la apuesta más loca de la historia del cine. Que funcionó, aunque New Line acabara siendo absorbida por Warner. Pero sobre todo fue el cambio de paradigma. La confirmación de que TODO se podría llevar a la pantalla con el talento y la pasta adecuada.
¿Y qué supuso para los nerdos?
El inicio de la conquista del mundo. Sólo un año antes lo más cercano al frikismo que había triunfado era Matrix y eso estaba más cerca del chulito del instituto que del bajito tímido que garabatea poemas medievales y escucha música celta mientras juega al rol.
¿Y qué supuso para Paco Fox?
Pues si tras cinco hojas habéis llegado a una conclusión, contádmela. Que esto ha sido más un vómito de memorias que un artículo de verdad de Vicisitud y Sordidez. Pero ya lo sabéis. Estas cosas a veces pasan. Lo que no suele ocurrir es que una compañía independiente invierta en un director conocido por sus pelis gore una millonada para hacer del tirón tres películas fieles a una trilogía de libros clásicos.
Qué cojones tuviste, Bob Shaye. Sólo por eso te perdono tanto ‘Pesadilla en Elm Street 6” como que te parezcas a Neil Breen.