Me parece muy incorrecto meter a Arturo Pérez Reverte en el parque habitual de Cuñados del que tanto gusta echar mano Twitter o El Jueves. Es un tipo culto, inteligente y con el que se puede dialogar. Razona sus ideas y además escribe con una claridad y ritmo envidiables. No soy #TeamReverte como Ángel Codón o Alfonso Sánchez, pero, joder, ¡ya está bien de meterle en el mismo saco que cualquier Tomás Roncero de la vida!
A propósito: ¿Os he contado que el otro día Pérez Reverte escribió de cine como un cuñado profesional?

Y es que nadie está libre de soltar una chorrada de vez en cuando. Yo mismo tiendo a menudo en entrar en bucles dialécticos en los que me creo la encarnación angélica de la lógica y el mayor regalo a la humanidad que ha dado Algeciras que no sepa tocar la guitarra o interpretar a El Profesor (Para los despistados, hablo de Paco de Lucía y de Álvaro Morte, y, ¿veis?: ya me estoy haciendo el listillo). Mis compañeros de trabajo y algunos amigos suelen llamar esos trances verborreicos en los que me sumerjo de vez en cuando de una manera bonita y que me llena de vergüenza y ganas de estrangularme con mi propio intestino delgado:
El Pacoxplaining.
Sacarlo a colación es la mejor forma de callarme y avergonzarme cuando me estoy pasando de listo. Esto es, la mitad de las veces que hablo con alguien.
Pero esto es un blog y aquí no hay nadie que pueda pararme. Así que toca hacer un poco de Pacoxplaining. El artículo de Reverte me recordó que hay un episodio de la historia del cine apañó del que muchos hablan, pero que está muy poco documentado en la red. Así que hoy toca artículo de servicio público. Espero que los neoliberales no me censuren por ello en su cruzada por convertir ‘Público’ en una palabrota y ‘Servicio’ sólo en lo que les hacen cada vez que van de putas.
En su artículo, Reverte decía un par de cosas ciertas de manera superficial . Por ejemplo, que los actores españoles a menudo tienen problemas para vocalizar (se nota que no ha visto mucho cine en otros idiomas que no sea doblado, que el otro día me vi una australiana que me hizo sugerir a los distribuidores internacionales que le pusieran subtítulos o me pagaran una visita al otorrino). Pero casi todo eran cosas directamente erróneas. Una parte importante fue cagarla en la crítica del sistema de subvenciones y ligarlo a la producción de películas de ideología de izquierdas, algo muy tonto por dos motivos:
- La mayoría de las películas que se producen y ganan pasta son comedias más bien rancias o basadas en cintas extranjeras. Por no hablar de que muchísimos productores, como comenté hace tiempo, son de hecho de derechas. Curiosamente, publicó el artículo poco antes de que una película social progresista, ‘Adu’, hiciera un dineral en taquilla, echando por tierra su razonamiento de que esas no son las cintas que la gente quiere ver. A ver, Reverte: lea usted a William Goldman. En el cine nadie…. NADIE… sabe nada.
- La película más subvencionada de la historia de nuestro cine fue ‘Sangre de Mayo’, pagada enteramente con 15 millonazos de euros por parte del gobierno de Esperanza Aguirre.

Dicho esto (y ya estoy otra vez con introducciones más largas que los posts en sí), lo que me llamó la atención del artículo fue cómo pillaba la solución Pepe Gotera de “esto me arremango yo y lo soluciono en dos patás a carallo sacado” al problema de las subvenciones. Para El Sr. D. Exclmo Arturo, la cosa era fácil:
“(Se hacen) doscientas al año, algunas de las cuales no se estrenan o logran recaudaciones ínfimas. Mientras que, por ejemplo, si se destinase la mitad a ayudar con criterio a nuevos directores y gente prometedora, que eso sí es invertir bien, con el resto aún podrían hacerse 25 películas grandes al año, con presupuesto de 4 millones cada una.”
La gracia de la afirmación es que me recordó enormemente al modelo de la mítica Ley Miró. Nada de incentivos fiscales a todos, nada de la muy problemática subvención sobre taquilla que se afianzó en los 90 (sí, sí: esa que acaba dando como resultado la compra de entradas), nada de cuotas, grabar la promoción de pelis de majors y nada de fomentar las ventas internacionales (que viene a ser, así a lo bruto, lo que hacen los franceses). Ayudar con criterio.
Claro que… ¿el criterio de quién exactamente?
Y ahí es donde estuvo el problema. Porque de lo que va esto, además del temido pacoxplaining, es de hacer un poco de historia. Una historia por la que muchos me han preguntado ya: Entre mis actividades en redes sociales, echo a veces un rato en contestar cuestiones que me plantean en CuriousCat, una oscura red en la que a veces me preguntan de cine, a veces de mis hábitos masturbatorios y muy a menudo sobre por qué soy vago como el resto de andaluces (sí: tengo un hater racista que es la mar de entrañable porque parece no darse cuenta que tengo todo el tiempo del mundo para pensar la respuesta que lo ponga en ridículo). En más de tres ocasiones me han pedido que explique qué puñetas era eso de la Ley Miró de la que tanto se habla.
Como vivo en mi burbuja freak, siempre pensé que era algo más conocido. Feck: que convertimos las bragas de Pilar Miró en el macguffin del guión de ‘CineBasura: La peli’ (crédito a quien se debe: aquello fue idea de José Viruete). Pero se ve que no lo sabe tanto cinéfilo. Y tengo una hipótesis para explicar por qué yo sí la tengo presente. Os la presento gráficamente:

Si bien cuando estudié cine lo que se me explicó fue el sistema de subvenciones vigente en los 90 (con las maravillosas jugadas de cierto poderoso presidentQUIZIR productor que usaba CREATIVAMENTE una subvención para fomentar películas de nuevos directores con el fin de hacer pelis ya amortizadas antes del estreno), lógicamente también me comentaron en clase lo que había antes y cómo afectó a la imagen local del cine español.
Porque en otros tiempos, el cine local, altamente protegido con cuotas por la dictadura, era muy popular y se centraba sobre todo en comedias (como le está pasando a toda Europa ahora mismo), pero también tenía mucha película de género. Sin embargo, ya entrados los 80, la cuota de pantalla había caído en picado. En parte por efecto de la Ley Miró. Que no lo digo yo ni Hans Magnus Enzensberger: lo reconocía Fernando Méndez Leches, el hombre con el bigote más guarro de la historia (en serio: no fuméis puros), que sustituyó a Pilar Miró y que explicaba en El País en el 86 que la cosa estaba muy marl. Aunque él lo achacaba al auge del vídeo y no a la repetición de temáticas. Sí: ya en ese año estaba presente ese tópico de ‘Todas las pelis españolas van sobre la Guerra Civil”. Lo cual es tonto, claro. Sobre todo decirlo hoy en día, en el que la que iba de eso ha sido la de Amenagüer y, encima, lo ha petado en taquilla.
Así que flash back dentro de flash back a 1983, en el que aparece el Real Decreto 3304 que pasaría a la historia como Ley Miró. Con la llegada de los socialistas, como ya explicó el gran Mariano Ozores…

… la directora Pilar Miró se puso al frente de la tarea de cambiar la ley del cine, que apenas se había abordado por la UCD y que todavía tenía aspectos de las primeras reformas del franquismo en los 60 por parte de José María García Escudero, probablemente la figura más importante y olvidada de nuestro cine junto al camello de Andrés Pajares. Escudero implementó un sistema lógico de ayudas y fomentó la Escuela Nacional de Cinematografía, sin la cual no tendríamos a Mario Camus, sin el cual no tendríamos ‘Los Santos Inocentes’ y sin la cual la cultura española sería sensiblemente peor.
A todo esto, que ‘Los Santos Inocentes’ es la típica película que se pudo hacer gracias a la Ley Miró. Que si esperáis que esto sea un ataque frontal al cine patrio de los 80 estáis en el bloj equivocado. Que aquí, no lo olvidemos, celebramos la Semana de Garci. Y volveríamos a hacerlo. Sobre todo si la Comunidad de Madrid nos da una buena subvención.
El plan de Miró consistía en básicamente lo que decía Reverte: abogar por subvenciones sobre proyectos que se consideraran de calidad, subiendo sus presupuestos para evitar que se hicieran demasiadas películas como ‘El Fascista, La Beata y su Hija Desvirgada’ o, más importante, su secuela ‘El Fascista, Doña Pura y el Follón de la Escultura’.
Ya no se ponen títulos como antes.
Gracias a dios.
El plan, resumido, proponía subvención anticipada de hasta el 50% del coste de las películas según una evaluación de un comité. El resto de películas podría optar a una subvención del 15% de taquilla. Aparte de ese meollo de la pasta, que de lo que se trata esto, también se establecieron cuotas de pantalla de un día de cine español por cada tres películas extranjeras dobladas (algo muy francés), creación del ICAA, la desaparición de la censura y, por supuesto, la apertura de las salas X. Ello nos dio moquetas incómodamente pegajosas, pero también la desaparición del cine S, esa plaga de señores hirsutos canijos simulando follar que sólo ofreció al mundo una cosa buena:
El título “Sueca bisexual busca semental”.
Bueno: dos cosas buenas. Que ‘El Fontanero, Su Mujer y Otras Cosas del Meter” también tenía su gracia. El título, claro. No veáis la película, por el amor de peich.
El objetivo de la ley, aparte de poner un poco de orden en tanto dry humping y penes flácidos, era «facilitar la producción de películas de calidad, las proyectadas por nuevos realizadores, las dirigidas a un público infantil o las que tengan carácter experimental». Con las tres últimas partes de la enumeración poco se avanzó. De hecho, fue la ley posterior la que permitió una revolución en ese sentido. Pero como dijo Hamilton a Bottas, no nos adelantemos.
La clave era lo de ‘películas de calidad’. Para determinar tan laxo término, se estableció un comité que seleccionaría los proyectos. Películas, como reclamaba Don Arturo en su artículo, de mayor envergadura. Eso fue un duro golpe para las cintas de presupuesto bajo o medio ya que favorecía a los grandes dramas de época de prestigio. Claro que, en teoría, eso podría haber ayudado también a crear cine de género caro. Pero de ahí sólo salió ‘El Caballero del Dragón’, y todos sabemos como acabó eso.

-Mundo: Señor, no me grite.
Porque lo que consideraba ese comité como ‘calidad’ generalmente se traducía en dramas, especialmente de origen literario. Películas hechas para participar en festivales internacionales y ganar premios. Que a veces conectaban con el público, pero más bien a menudo no. Porque todos podemos imaginar que ‘Luces de Bohemia’ pueda ser interesante, pero si en el cine de al lado daban ‘Rambo’ y ‘Regreso al Futuro’, pues como que lo tenía difícil para atraer al público. Además, el resultado de las decisiones del comité se tradujo sobre todo en favorecer muchas películas abotargadas y con poco interés de trasgresión.
Pero lo que más dolió y sigue doliendo fue el desmantelamiento casi total del cine de género. Gente como Paul Naschy vio casi imposible financiar sus pelis.
Lo cual, si me preguntáis a mí, no es una desgracia. Mucho peor fue la caída en picado de la carrera de Mariano Ozores. Pero soy firme defensor de que haya pelis para todos y si la gente quería ver a Jacinto Molina con felpa en la cara, pues me alegro por ellos. El caso es que la práctica imposibilidad de financiar casi todo lo que no fuera drama o comedia madrileña se tradujo en un descenso con la aplicación de la ley de casi el 60% del número de películas. Lo que había, como también reclama Reverte, era más caro, pero también destruyó mucha productora que no solo daba trabajo a mucha gente, sino también caspa a muchos otros y, lo que es más importante, la posibilidad de hacer cine de género, algo en lo que reinaron los italianos en esa misma época como bien saben los seguidores acérrimos de Vicisitud y Sordidez o han pasado por la CutreCon.
Por supuesto, otra consecuencia paralela de la creación de un comité de expertos para repartir pasta fue la proliferación de acusaciones de amiguismo. Cosa que, para qué engañarnos, también se comenta hoy en día sobre todo tipo de ayudas a la producción y a la distribución. Porque esto es un país pequeño y todo el mundo mira por su propio culo. Bueno, por el culo de otros, que mirarse el de uno es complicado. Y el de otros es un poco embarazoso. PACO DEJA LAS ANALOGÍAS TRASERALES, QUE TE PIERDES.
El experimento, si bien nos dio un buen puñado de películas cojonudas, sí que dejó marcada la imagen del cine español de cara al público justo cuando la industria internacional se acababa de dar cuenta de que quienes eran el futuro del cine no eran las parejas mayores con poder adquisitivo, sino la chavalería. Hasta los 70, Hollywood creía que, como los adolescentes no tenían pasta, no valía la pena hacer pelis para ellos. Pero luego llegó ‘La Guerra de las Galaxias’ y todo el mundo comprendió que el futuro estaba en mucho cine de género. La bienintencionada irrupción justo en plena eclosión de la era Amblin de la Ley Miró hizo que España diera un paso adelante en cuanto a grandes películas, pero un paso atrás en cuanto éxito de público. Los que fuimos jóvenes en esa época salíamos corriendo ante la mención de algo como ‘Dragon Rapide’. Que vi en el cine en su estreno. Pero, claro, dale a un niño tres dramas seguidos de la Guerra Civil y te dirá que todo el cine español es sobre eso. Es como si a alguien que ve poco porno le das tres pelis alemanas guarras seguidas. Se pensará que todo son meadas y gorrinadas y ya nunca volverá a ver la producción de ese país. Lo cual está mal: ver porno alemán es mucho más divertido que ver comedias alemanas.
En serio: lo de ese país con el humor es para hacérselo mirar y luego prohibirles la exportación de sus comedias por el bien de la humanidad. Estoy redactando una petición a la ONU tras dos años de ver las más importantes. No quiero ni pensar cómo serán las de serie B…
La Ley Miró fue ajustada un poco en 1986, pero por parte de otro director de cine que decía que el problema no era la repetición de temáticas mientras que reconocía estar preparando una peli de la guerra civil (que, para ser justos, nunca llegó a rodar). Con el cambio de década también llegaron nuevas leyes. Se impuso una visión más de subvención a posteriori, lo cual, por supuesto, provocó sus propios problemas. Eso sí: se creó una provisión específica para arreglar algo que la Ley Miró intentó pero no consiguió: animar a la producción de óperas primas o segundas películas. Con una subvención del 33% a un máximo de presupuesto de 100 millones de pesetillas (que, para los que no recuerden eso, era muy poco para hacer una peli en los tiempos del celuloide) pudo debutar una generación de directores, bien llamados Alejandro (Amenauer y de la Iglesia) y empeñados en un resurgir del cine de género, bien gente interesante como Mariano Barro-So o Fernández Armero o bien plagas para la humanidad como Daniel Caspa-solo.

Y, por supuesto, compras masivas de entradas de la sala 9 del Acteón, presupuestos hinchados, ayudantes de dirección firmando películas de señores mayores y cosas así. Pero ese es otro tema. Aquí estábamos para pacoxplainear eso tan comentado de la Ley Miró. Un ejemplo de cómo las buenas intenciones a menudo arrojan… resultados encontrados. ¿Sacrificaríamos ‘Los Santos Inocentes’ o ‘El Bosque Animado’, películas que tenéis que ver YA por una cierta realidad paralela en la que Jess Franco acabara dirigiendo un ‘Ator el Poderoso’ hispano? ¿Nos quedaríamos sin los medios con los que contó Berlanga para ‘La Vaquilla’ por la posibilidad de una última gran película de Ozores o la irrupción una década antes de un director como Álex de la Iglesia capaz de crear cine de género con personalidad, satánico y de Carabanchel?
Y yo qué sé. Sólo quería explicar que lo que contaba el amigo Arturo no es tan fácil como él cree. Desde el respeto y el amol, que el año pasado vi una peli junto a él y se reía con las mismas cosas que yo. A ver si alguien habla con él para que venda los derechos y asesore un nuevo Alatriste que no mezcle seis novelas en dos horas con un prota con el mismo acento que Rajoy.