Es la gran pelea de nuestro tiempo. ¿Rusia contra Europa? ¿Empleados contra contratos de falsos autónomos? ¿C’s contra UPyD a ver quién desaparece primero? No. Se trata de lo que realmente le preocupa a la sociedad:
Ver las pelis en cine frente a tragártelas en casa.
Creo que pronto veremos la solución a este gran debate de nuestro tiempo que en parte ha avivado Martin Scorsese en un ataque de pollaviejismo que ha hecho que Juan Manuel de Prada y Carlos Herrera se retiren a sus cuevas a lamerse las heridas. O a que se las laman sus indudablemente más jóvenes y atractivas parejas. Sí: tengo envidia.
La solución es que coexistirán, con las salas cada vez perdiendo más relevancia y siendo territorio de Disney y de operaciones de prestigio. Algo así como el futuro que no espera en el que compartirán espacio Cruzcampo y Mahou, con los fans de la primera demostrando un gusto terrible y los fans de la segunda demostrando un gusto espantoso. La piña seguirá en la pizza, Murcia seguirá un tiempo siendo objeto de chiste hasta que ya se quede como remanente del pasado de chiste común y la tortilla siempre será sin cebolla cuando yo conquiste el mundo e imponga mi cosmovisión consistente básicamente en eso y en la subvención a las más importantes especies en extinción, dado que también tengo mi corazoncito ecologista: me refiero a las pelirrojas. Si para ello tenemos también que proteger a los pelirrojos, es un precio que estoy dispuesto a pagar por el bien de la humanidad. Menos Pablo Motos. Ninguna causa, por justa que sea, requiere que se mantenga a Pablo Motos.
Y, con esto, ya he cumplido la cuota de una página de artículo de introducción que no tiene nada que ver con el post.
Pero hoy estoy con ganas de innovar. Hoy voy a hacer, atención, una segunda introducción. Porque tengo tres discos nuevos que escuchar (gracias otra vez a Rafael Electo por esa edición especial de Black de mi lista de Amazon) y una mañana libre:
Tras el artículo-vídeo anterior estuve pensando en lo que me frustra leer posts viejos de esta web, cuando yo luchaba por mantener una extensión corta y Vicisitud por ser Vicisitud y aplicar su misma esencia gallega al bloj: su discurso es como una comida en el norte. Empieza y vaya usted a saber cuándo acaba (aunque sí cómo: con licor café. Y caca. Mucha caca). Así que, tras esa especie de ‘Ator y su pandilla’ en versión audiovisual, me acordé de otro artículo del primer año (2006 para el que lleve la cuenta, esto es, para la parte de mí acojonada por el inexorable paso del tiempo y el aumento alarmante de número de canas en mi pubis y de imágenes mentales poco agradables que os ofrezco en esta frase).
Tal post era ‘Mis mejores momentos en el cine’, y en él glosé los tres que hasta esa época más me habían satisfecho, obviando un momento en el que hubo tocamientos ante el aburrimiento de mi novia y mío en una proyección de ‘Tierras de Penumbra’ y ver la cara de desesperación de mi padre viendo ‘Los Tres Mosqueteros’ de Martes y 13 porque el pequeño Paco era un pequeño sádico que a veces disfrutaba con el dolor ajeno.

Por supuesto, en ésta era en la que la asistencia a salas es ya una opción secundaria dentro de todas las alternativas de ocio y sólo se acude a ver ‘el evento de la semana’, sea el remake de Disney de turno, sea la nueva entrega de franquicia de Disney de turno o sea una boñiga siendo pisada durante dos horas y veinte (duración estándar del cine-evento) de Disney. Y, dentro de áreas metropolitanas, la gente hace colas de una hora para ver una película de Scorsese de casi cuatro que podrían reproducir tranquilamente en su casa sin que les reventara las vejigas porque es lo que toca hacer esa semana para poder contarlo en redes sociales. Esa es la situación.
Pero, aunque no lo parezca por la última frase, yo seguiré, pollavieja morena y no muy larga al viento, defendiendo a capa, espada y estrella de cinco garras la asistencia a salas como el mejor medio en el que ver una película. Allí es donde ocurren cosas. En tu casa lo máximo que puede pasar es que tu perro se tire un pedo que haga que tengáis que desalojar el salón o que entre una banda de albanokosovares a robar. En los cines, como actos de experiencia masiva, siempre puede suceder la magia y la experiencia y el recuerdo se engrandecen. Por no hablar de que es el ámbito correcto para ver comedias y cine cultureta. Las primeras porque sabemos que la risa se contagia y las segundas porque sabemos que si no estás preso y a oscuras, te pones a ver en móvil la última foto que ha subido esa persona que vive a trescientos kilómetros pero que albergas un efímero sueño de alguna vez catar.
Así que aquí están las películas que disfruté muchísimo más como experiencia cinematográfica festiva por haber sido vistas en cines y no en la comodidad del sofá de mi casa.
Parte 1: Las del artículo viejo
Sí. Voy a repetir lo que escribí en 2006. Porque, al fin y al cabo fueron las tres mejores hasta ese momento y tampoco quedan tantos lectores de esa época.
Película: Brácula, Condemor 2.
Cine: Gran Sur en La Línea de la Concepción.
La idea era la siguiente: antes de ir a un concierto en San Roque (Cádiz) de Alan Parsons Project, queríamos hacer tiempo con algo igualmente excéntrico. Así que nos metimos en el cine de la cercana y muy sórdida localidad de La Línea a ver esta gran obra de, como diría Carlos Aguilar, el inefable Álvaro Sáenz de Heredia. Estábamos en plena efervescencia chiquitista y, por lo tanto, en nuestro punto culminante como país.
Lo que siguió fue un festival de ‘¡Jarls!’, ‘¡Comorls!’ y, sobre todo, ‘¡No puedorls!’ por parte de un público totalmente desesperado debido a la calidad de la película. Pero la cosa mejoró a eso de la mitad del metraje, cuando la gente, por turnos, comenzó a levantarse y a recorrer el pasillo en plan Chiquito. Todo improvisado. Y muy español. No como esos que se dedican a hacer el ‘Time Warp’ del importado ‘Rocky Horror Picture Show’ para sentirse que molan formando parte de un fenómeno por el que tienen que pasar para ganar su carnet de frikardos. Huelga decir que yo me levanté un par de veces, claro. Una vez mi cerebro se sobrepuso al shock del número musical a ritmo de ‘Carmen’ de Bizet: ‘Soy el vampiro más famoso / más malo y tenebroso / que llega de ultramaaaarllll’.
Película: Spice World.
Cine: Palacio de la música en Madrid.
Tras una noche de juerga intensiva, varios amigos de la Escuela de Cine decidimos que la mejor forma de pasar un 23 de Diciembre era ir a la primera sesión de ‘Spice World’. Con esa lógica aplastante y un poquitín de resaca, nos plantamos en el cine dispuestos a interaccionar con la pantalla como nunca. El viaje al absurdo empezó en lo más alto: nos pusimos en la última fila y unas señoras de la tercera edad, cuyas cabezas eran un atentado de laca a la capa de ozono, nos mandaron callar ya en los trailers. Qué hacían unas respetables damas viendo la primera sesión de esta película es un misterio más grande que aquel de por qué hay gente que se traga por propia iniciativa ‘Hawk the Slayer‘ (¡Zapristi! ¡Si fui yo!)
Nos mudamos a la segunda fila. Cantamos todas las canciones que pudimos. Y, por supuesto, bailamos el ‘People of the World, Spice up your life’ con coreografía y todo. A todo esto, la peli tenía su valor. O era la resaca. ¡No! ¡Amamos a las Espinchigerls por ser sórdidas y animar los 90!¡Un respeto!

But hip hop is harder
Película: El señor de los anillos.: El retorno del rey.
Cine: Kinépolis Madrid.
Ciertamente, ‘La comunidad del anillo’ fue un gran momento en el cine: disfrazado de Frodo y rodeado de un buen puñado de amigos, la mayoría vestidos de Espectros del Anillo por aquello de ser el traje más sencillo. Incluso salimos en Telemadrid. Pero la tercera fue excepcional. No sólo negocié la compra de cerca de 400 entradas, sino que el ambiente era ya de locura. Los disfraces, absolutamente increíbles. Yo hasta me dediqué a ir descalzo como buen hobbit sin miedo a coger un atajo hacia los hogos. Gritos histéricos de ‘¡Por Gondor!’ antes de la película por parte de los 1066 freaks allí reunidos. Aplausos atronadores cada vez que Eowyn o Legolas la armaban en la pantalla. Pero lo mejor fueron dos de mis amigos peleando con espadas al poco de entrar, y siendo retirados por los guardias de seguridad. ¡Eso sí que es una experiencia de cine!

Parte 2: Mis nuevos mejores momentos en el cine
Película: El Hobbit: La Desolación de Smaug.
Cine: Proyecciones, Madrid
La secuela continúa donde la anterior parte terminó: con Peter Jackson. Pero con el Jackson menos parecido a un hobbit (mal), más preocupado (mal) y más haciéndole caso a los ejecutivos de Warner para que no se lleven la peli de Nueva Zelanda (peor). Sin embargo, por muy discutibles que fueran los muylargometrajes de El Hobbit, yo era feliz viéndolas. Lo suficiente como para que los pocos que quedábamos del grupo de amigos que habíamos ido en aquella masa de 400 personas años antes quedáramos para ver la segunda parte disfrazados otra vez. Pero calculamos mal dónde iba a ir la gente a hacer el idiota, por lo que acabamos en una sala del centro siendo los únicos disfrazados… de señores en barriles.

La gente nos miraba como locos. Con razón. Pero nosotros éramos felices paseándonos por pasillos y sala antes de que se apagaran las luces conmigo haciendo mi mejor imitación de Martin Freeman consistente en el difícil truco de tener mi cara. A veces sólo hace falta el grupo de amigos adecuado para que un momento en una sala de cine sea memorable. Memorable y aterrador para las familias que se pasaron por Fuencarral ese día pensando que estarían a salvo del frikismo extremo.
Película: Brutal Box.
Cines: Acteón, Madrid.
No todos los grandes momentos en el cine provienen de una experiencia común de felicidad. A veces bastan dos personas en la situación adecuada con la película adecuada. Y por ‘adecuada’ quiero decir ‘incorrecta’ y por ‘película’, ‘cosa tan chunga que piensas que un yutubeiro te está gastando una broma’.
El caso es que fui con la gente que compraba cine español del por entonces Canal+ y la por entonces jefa mía al pase de prensa al que acudía el equipo de esta cosa tan ignota que ni salió en DVD. Al entrar, me encontré a Miguel Ángel Tejero, MAT, amigo conocido por los podcasts Campamento Krypton y Scanners. Nos saludamos y cruzamos miradas como dos perroflautas en el barrio de Salamanca. No sabíamos muy bien qué hacíamos allí ni qué nos esperaba. La peli iba de hacer vídeos para internet, por lo que en principio deberíamos haber sido público objetivo. Pero nuestro sentido arácnido y nuestro ojo del culo forjado en mil batallas de cine cutre nos avisaba de que algo no iba bien.
A los veinte minutos descubrí algo curioso: que, con el estímulo necesario, uno puede llegar a meterse la propia cabeza entre las piernas sin acabar como el señor ese de ‘Clerks’. Pero no por vicio. Es que MAT y yo estábamos a punto de morir de risa. Con director, equipo y, en mi caso, mi jefa al lado, había que COMPORTARSE. Mi comportamiento de elección habría sido ponerme la mano en la frente durante 90 minutos, pero el descojone agudo en situaciones inconvenientes es más difícil de reprimir que un pedo tras una primera cita en un hindú.
Yo pensé que reventaba. De verdad que creí que no lo contaba.
Mi, por la gracia de dios, ex jefa me empezó a dar codazos. Creo que se me puso la cara tan roja que iluminaba toda la fila del cine como esos que consultan su móvil con la pantalla en nivel brillo-explosión nuclear durante las proyecciones.
Muerte a esa gente, a propósito.
¿Dolió? Sí. ¿Casi muero de un ictus? También. ¿Olvidaré ese momento en el cine? Nunca. ¿Queréis ver ‘Brutal Vox’? Nos ha jodido que sí.
Película: Drácula 3d.
Cines: Meliá, Sitges.
Para los que me sigáis en el podcast Tiempo de Culto, esta anécdota os resultará familiar. Para el resto, sólo os tengo que decir que os perdéis un programa de radio muy largo durante el cual digo más veces de lo aconsejable la palabra ‘subnormal’.
Andaba yo por trabajo en el Festival de Sitges y tenía una invitación para entrar en el estreno de la última película de Dario Argento, ese señor que provocó con su ‘Giallo’ otro gran momento de hermandad en una sala de cine cuando, a eso de la mitad de la peli, alguien (sabía quién, pero lo he olvidado) gritó en el único pase de cine que tuvo en España en el marco de la Musestra SyFyLys: “¡PERO QUE NO OS RIÁIS, QUE ESTO NO ES UNA COMEDIA!”. Ante lo cual, todo el mundo se descojonó durante tres minutos.
Se avecinaba tormenta, pero ahí estaban Argento, su hija Asiarfssss, Claudio Simonetti, Unax Ugalde y Miriam Giovanelarfffsss. Así que había que comportarse. Comienza la primera hescena de halsión y la Giovanelli saca sus absolutamente perfectos pechos. Parte del público aplaude moderadamente con las palmas entre los muslos, tanto para no quedar mal por tener allí al equipo como para hacer roce en la entrepierna.
Aseguro que a partir de ahí la cosa se podría haber medido en la escala Richter de vibraciones progresivas. Un constante aumento de risas y aplausos que estalló en un sincero DIOS MÍO NO PUEDO MÁS cuando salió la langosta gigante. Los que hayáis visto la peli sabréis de lo que hablo. Los que no hace tiempo que dejaron de leer el artículo y se fueron a buscar “Miriam Giovanelli Desnuda Dracula” en Google.

Pero la magia de este momento en el cine, que es algo muy común al ambiente de los festivales de fantástico, no fue esa. Aconteció una vez acabó la peli. Sí: sé que es un poco trampa, pero la experiencia cinematográfica, como un buen polvo, incluye el antes y el después. Y mi ‘después’ fue como si después de orgasmar apareciera la madre de tu pareja a preguntarte que qué tal el polvo y que si le podías comentar ya si ibas a volver a follar con su retoño.
Así que iba yo a entrar en el propio Meliá, donde estaba durmiendo, a la vuelta de la salida de la sala, cuando escucho una voz a mi espalda: “¡Hola, Paco! ¿Qué tal la peli?”. Me giro y le veo.
A Enrique Cerezo. Enrique ‘tengo todo el cine español en mi poder’ Cerezo. Enrique ‘Presidente’ Cerezo. Enrique ‘tengo más contactos que Scarlett Johansson en Tinder’ Cerezo. Enrique ‘He producido y firmado como co guionista la película y soy una de las personas más poderosas de España’ Cerezo.
Juro que al buen señor sólo lo había visto una vez, en una reunión en la que tuvo el detalle de regalarme un libro tras identificarle correctamente una película de su catálogo que él no sabía que tenía y hablar de ‘Cocaína’ de Jimmy Jiménez Arnau. Porque será un empresario aterrador, pero Cerezo se conoce su historia del cine patrio. Cómo es posible que se acordara de mí tras media hora de reunión cinco años antes es algo que todavía no puedo llegar a comprender.
– Pues… bueno… creo que no… vamos… que no… como que yo soy fan de Argento, pero… bueno… yo es que algo tan clásico de él no… que a mí me gusta el giallo.
– Pero el 3D en bueno, ¿verdad? ¡Os valdrá para el canal 3D de Canal+!
– Sssssssí, sí, claro. Muy bueno el tresdé.
– Pues nada, ya lo hablaremos. Que descanses.
– Encantado. Que yo ya… ya me voy (a ver si subo a morirme un poco, pensé).
Película: Holmes y Watson: Madrid Days.
Cine: Palafox, Madrid.
La aventura que nos llevó a un grupo de locos a ver la magnum opus de Garci ya fue loada en ente bloj cuando se produjo el maggggno evento, al que acudimos un grupo de tarados disfrazados con barbas imitando el cameo de Gallardón en la peli y hasta algunos vestidos como Fernando Fernán Gómez en ‘El Abuelo’. La gracia del asunto no fue el tumulto que creamos en una película que:
– No viene siendo el cine que se presta a tener a gente disfrazada en el estreno
– Se proyectaba en la zona de Luchana-Fuencarral, lugar de peregrinación de señoras de 60 años que van a ver su película después de la merienda en Viena Capellanes.

Comenzamos riéndonos cada vez que Gary Motherfucking Piquer decía algo en perfecto inglés. Obviamente, el público que fue a ver la peli por otros motivos empezó a enfadarse. Pero poco a poco se metieron en el tono del evento. Tanto que algunos, a la salida, nos dieron las gracias por hacer la experiencia de esta oda a la desvergüenza y al cocido madrileño algo mucho más memorable. Aunque mi anécdota favorita fue cuando una amiga entró una vez empezada la película. La acomodadora la miró de arriba abajo, pausó un segundo y procedió a espetarle:
“Los tuyos están en las zona de delante”
Película: Action Jackson.
Cine: Palacio de la Prensa, Madrid
Cualquier sesión de la CutreCon podría haber formado parte de este artículo (Promoción: CutreCon 9, 29 de enero a 2 de febrero en Madrid, abonos VIPS agotados, vayan comprando las entradas). Como ese instante a los 20 minutos de ‘Las Aventuras de Zipi y Zape’ en el que me giré y le dije muy serio a Carlos ‘Oso’ Palencia:
“Los 125 euros mejor gastados de mi puta vida”.
Pero el momento que creo que ha quedado como más mítico de estos 8 años de festival fue la proyección en sesión golfa de ESTO. Que no es la de acción homónima con Apollo Creed, sino una gigantesca desvergüenza de alto presupuesto y tres horas de bigotones, sudor y molonidad producida en India:
Lo de siempre: risas, comentarios, chistes… pero lo que hizo especial a este momento en el cine fue un espectador. Esa persona mágica que gritó a la hora y media de peli:
“¡NO ENTIENDO NADA, PERO ME ENCANTA!”
Resumiendo así el sentir de todo el público y ganando un aplauso que ya le gustaría a Ricky Gervais en sus espectáculos. A veces una persona anónima puede marcar la diferencia en tu vida. O al menos en un día de cine.
Película: Mamma Mía: Here We Go Again.
Cine: Kinépolis Madrid
También conocida como ‘Mamma Mia: Richard Curtis También Quiere Pagarse a Veces un Coche Nuevo’, la absurda secuela no es de esas cintas que pasen a la historia. Ni siquiera de las que se presten a armarla en el cine. No sólo porque ya no estoy en el momento vital de ponerme a bailar en primera fila como hice en ‘Spiceworld’ (básicamente porque ya casi no bebo alcohol), sino porque, para hacer coreografías ya estaba la mucho peor rodada primera parte, que era la que llevaba las canciones verdaderamente gordas. Para que nos entendamos, esto es como hacer una secuela de ‘Bohemian Rhapsody’ en la que los temas cumbres sean ‘Liar’, ‘Seven Seas of Rhye’ (¡qué buena!) y ‘Headlong’.
Eso sí: una canción mítica se tenía que repetir. Y ahí es donde entra la magia.
Delante de mi grupo (que incluía a Cava Baja DISFRAZADA para la ocasión porque el equipo de escritores de ente bloj es COHERENTE), estaba sentada una niña de unos seis años. Nosotros notábamos que estaba inusualmente feliz, pero la madre la calmaba cada vez que llegaba una nueva canción. Pero, claro: hay un momento en el que la película no sabía qué puñetas hacer para mantener el interés del público y tiró mano de ‘Dancing Queen’.
Ahí ya la niña no pudo más. Se escapó de la madre y se puso en el pasillo a cantar y bailar.
Es la expresión mayor de alegría que he visto en mi vida.
Nosotros la animamos y aplaudimos y, de hecho, vimos el resto de la película más felices. Y el resto de nuestras vidas también.
Película: It, Capítulo 1.
Cine: Kinépolis Madrid
Pero no todos los momentos de este artículo van a ser memorables por risas y jolgorios. Que esto se llama ‘Vicisitud y Sordidez’ y hace falta al menos un apartado de pasarlo mal. En este caso, no por vergüenza ajena. Sino por vergüenza propia. Propia y TURBIA.
Yo no tenía con quién ir a ver la peli, porque llevaba un par de semanas estrenada. Pero mi amigo Legolás Tú Tendrás, colaborador esporádico del blog y marido de Cava Baja, se ofreció a repetir. Le había gustado, sí. Pero el malandrín tenía otro malvado plan en la cabeza. Siendo uno de mis amigos más antiguos (estuvo en uno de los barriles de El Hobbit y vestido de la Dragonlance en El Señor de los Anillos porque POR QUÉ NO), me conoce como si me hubiera parido y sabe de mi afición al pelirrojismo pecoso.
Así que empieza la peli compruebo que Legolas me mira a mí y no a la pantalla. En esto que aparece la protagonista, Sophia Lillis. Quince años en esa época. MUY menor de edad.
Y Paco Fox frunce el ceño y, a la vez, abre mucho los ojos. Y pone un gesto muy turbado. Legolas se descojona.
“¡Cabrón!”, le espeté. “¿Cómo sabías que me iba a sentir… SUCIO? Ay: nunca me he avergonzado tanto de mí mismo».
“Espera, espera”, contestó.
Así que sigue su segunda escena en la que la chica entra en la farmacia… y el señor mayor dependiente le flirtea de una manera sucia y repugnante. Legolas me sigue mirando y me susurra:
“AHORA es cuando te sientes mal de verdad”
Digo que me sentí mal. No es que yo le vaya a decir nada feo a una adolescente (ni siquiera cuando YO era adolescente). Pero ver al señor grimoso fijarse en la joven hizo que me avergonzara sólo por pensar que la chica fuera guapa. Y así, incómodo, me preparé para disfrutar de una película igualmente incómoda. El plan de Legolás funcionó: así sí se ve una peli de terror.
Película: CineBasura: La peli.
Cine: Palacio de la Prensa, Madrid
Evidentemente, ver tu propia película de la que no estás del todo contento no iba a ser nunca la mejor experiencia cinematográfica. Pero es algo que pasa una vez en la vida y tenía que ser memorable.
Ver cómo algunos chistes iban entrando no estuvo mal, pero hubo un momento que elevó la experiencia a una realmente placentera y no sólo memorable (en el mismo sentido de que siempre tendrás en tu memoria aquella vez te hincaste el glande contra el pico de una ventana, pero no calificarías el hecho necesariamente como ‘gustoso’). Fue cuando, concluida la escena en la que me tenía que poner dramático y HASTOR de HINTENSIDÁ, se formó un momento de silencio tras mi parlamento y, después de dos segundos, alguien gritó al fondo del cine:
“¡ESE PACO!”
Todo el mundo se rió y yo pasé el resto de la proyección relajado sabiendo que había dado vida a una cosa no muy buena pero que al menos había hecho que se creara en una sala de cine una ambiente divertido y agradable. Que de eso se trata mi vida: hacer que la gente esté a gusto, con la posible excepción de cuando les pongo algo de la música que compongo, momento en el que mi vida entra de lleno en la comedia de la incomodidad, la vergüenza ajena y las miradas de ‘que alguien le quite el teclado de las manos, por favor’.
Así que éstas son mis anécdotas favoritas acontecidas en una sala de cine. ¿Quiere decir eso que no se pueden reproducir momentos similares en un piso? Claro que no. Recuerdo con cariño el espectáculo que montamos viendo ‘Hardcore Henry’ o la noche memorable de ‘Can’t Stop the Music’ que culminó conmigo dando la nota alta final de la canción ‘Xanadú’ a eso de las 1:30 de la madrugada para el deleite de mi comunidad de vecinos. Pero es innegable que, como acto social cinematográfico, la sala de cine sigue ganando. Y espero que dure unos cuantos años más.