Literatura Sórdida: El Apóstol número 13

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3.9
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Me llego a mi escritorio en medio de la soledad de una oscura y tormentosa noche. Mis manos temblorosas sujetan la frágil pluma que -¡Ay de mí!- debe escribir estas líneas bañadas por la melancolía de las lágrimas. Mis ojos acuosos descienden  hasta el pergamino y se clavan en él como puñales de incertidumbre. Finalmente, un suspiro recorre mi columna vertebral para escapar de mis labios hacia la tormenta, y lanzo la -¡Oh, Señor!- ominosa pregunta, cegada por el relámpago de la tempestad que se desata en mi interior.

¿Alguna vez os han regalado un libro de mierda?
No en plan, “Uf, este mismo, que no tengo ganas de pensar”; o “Así me quito el muerto de encima y se lo endilgo a esta, que seguro que se lo lee”. Me refiero a que alguien, con toda su buena intención, queriendo buscar una obra que os llegue al alma y os haga pasar un buen rato, haya metido la pata y os haya regalado un truño soberano digno de acabar en una entrada de este blog.

Si la respuesta es sí, podéis avanzar un par de párrafos para comenzar la aventura. Si la respuesta es no, leed esos párrafos para ir ambientando vuestro personaje. ¡Y no olvideis pasar por el armero, que el Alfanje de Cornwall está muy cotizao!

Hace ya unos cuantos años, un ser de los abismos decidió que sería buena idea regalarme un libro por San Valentín. Yo, que además no suelo celebrar dicha festividad, me sentí halagada. Hasta que abrí el paquete.
 Sí hamijos, el refrán dice que quien bien te quiere, te hará llorar. Pero ese mismo refrán no especifica si de risa o de pena. En este caso, yo no podía parar de descojonarme, así que pensé que la experiencia de leer el petardo que vamos a comentar hoy sería ya para partirse la caja a dos aguas y escupir flemas de la risión. Y lo fue, aunque llegar a ese estado costó lo suyo. ¡Vamos allá!
La castaña obra que presentamos esta vez está escrita por Michel Benoît, un autor, como poco, peculiar. Resulta que el buen señor es doctor en teología, especialista en orígenes del cristianismo y ex benedictino. En un momento dado, cansado de diversas corruptelas y otras cosas que –por lo que sea- no le debieron gustar cuando vivió en el Vaticano, decidió colgar los hábitos para hacer algo más provechoso con su vida.
Ente onvre
Primero, expuso sus ideas teológicas en un ensayo llamado “Dios a pesar de Sí mismo”, y como debe ser que -por lo que sea AGAIN-la obra no fue muy leída, decidió que lo mejor que podía hacer era convertir ese tostónverbenereo en un best-seller miérder donde relata verdades súper novedosas basadas en la HISTORIA con mayúsculas, porque él es un onvre leído y curto y se ha enterado de toda la historia del cristianismo de una forma que ni Antonio Piñeiro en sus mejores años de Cuarto Milenio.
La novela comienza con un ser humano que viaja hasta los Abruzos para ver a un tal Nil, quien vive como un ermitaño en medio de la naturaleza comiendo pizzas de Casa Tarradellas en un horno de piedra, y que, no sabemos para qué ni (sobre todo) por qué, se dispone a contar su historia al desconocido.
¿Y cuál es la historia? Un lío bastante grande que vamos a tratar de desentrañar, porque vaya tela. En primer lugar, es necesario aclarar que la novela, que ya hemos dicho que es original y novedosa, sigue la original y novedosa estructura de que cada capítulo oscila entre el presente y el pasado. De esta original y novedosa manera, la acción se distribuye en lo que Benoît debe calificar de “estructura cinematográfica”, los demás llamamos “otra vez la misma mierda con la que no me entero de nada”, y los más listos denominan “cierro el libro y me voy a dormir al coche con un trapito en el tubo de escape”.
A pesar de que el prólogo nos indique que es el padre Nil quien va a contar su historia, esta comienza con un pasaje protagonizado por otro personaje: el padre Andrei, un monje bibliotecario de una abadía francesa y estudioso de los Evangelios, que se encuentra en un tren viajando hacia Roma. En su vagón sólo tiene la compañía de un hombre rubio con una cicatriz que, de forma original y sorprendente, es un asesino que mata al padre Andrei cubriéndole el cuerpo con una chaqueta y tirándolo por la ventanilla del vagón. El dinero que le dieron para armas acabó gastado en carajillos y caramelos de Vampiro.
Aquí se introduce la idea original y sorprendente de que el padre Andrei era el mejor amigo del padre Nil, de ahí la conexión. Y, cómo no, de forma original y, más que nada, sorprendente, en difunto Andrei le ha dejado una serie de pistas al joven monje para que continúe con sus arriesgadas investigaciones.
Lo que pasa es que Andrei debía de ser un cachondo, porque las pistas que le deja a Nil (que tampoco es que tenga muchas luces, ya os lo adelanto) son una foto sacada en plena noche con una cámara cutronga de esas desechables que te las revelan en menos de veinticuatro horas y unos papeles con signos e iniciales. Así que, como en la foto no se ve un carajo, a Nil le toca volver al lugar donde fue tomada y hacer otra, para enterarse aunque sea un poco de qué va todo esto.
La foto en cuestión es de una tumba ubicada en una especie de iglesia o abadía en ruinas. En ella, aparece una inscripción con un acróstico digno del más complejo ejercicio de las Vacaciones Santillana, que Nil tarda lo suyo en resolver. Para no liarnos, el caso es que al parecer existió un apóstol de más, el número trece, que, por algún motivo, no debe ser conocido, y cuya existencia e historia revela una versión diferente de los Evangelios tal y como se conocen. Por otro lado, los papeles con signos son signaturas de la biblioteca de la abadía, que llevan a nuestro protagonista a otras signaturas y documentos que, en esencia, hablan de lo mismo.

Como Nil aún no ha descubierto ni la mitad de la tostada que se está liando, a sus espaldas y sin que él se entere (lo que tampoco es muy difícil) el abad le está espiando y alerta a las altas esferas  vaticanas sobre que el joven monje está siguiendo los pasos de Andrei. Sorprendentemente, a Nil le llega una carta invitándole a ir al Vaticano ¡Qué casualidad, como al padre Andrei! ¡Y qué bien, en tren, como él! Por lo que vemos, los malos de esta historia también son muy originales. Por supuesto, como ya hemos aclarado que a Nil a ratos le faltan un par de patatas p’al kilo, acepta y se monta en el tren camino de Roma. Total,  ¿qué puede pasar?

En un sorprendente y original giro de los acontecimientos, el vagón de tren de Nil está vacío. ¿Vacío? ¡No! Un par de asientos más allá del suyo, un hombre rubio con una extraña cicatriz se sienta, mirándole fijamente. En un momento dado en que Nil se queda traspuesto con el chaca-chá del tren, el hombre se levanta con la original excusa de ir a buscar algo en el portamaletas. Agarra la chaqueta y… entran unas monjitas que tenían reserva por conveniencia narrativa y Nil se queda un poco sorprendido, pero como es de la escuela de Jon Nieve, no se termina de enterar de nada y se queda frito. ¡Qué peculiar es la gente en los trenes, hoygan!
Mientras tanto, en el Vaticano, se está fraguando un plan tramado por dos malvados personajes que deben detener al padre Nil cueste lo que cueste.
El primero en discordia es monseñor Calfo, un sacerdote rechoncho, con bigotillo (signo inequívoco de maldad), que dirige una sociedad secreta que tiene que proteger un súper secreto que no sabemos cuál es; pero que, de nuevo, puede destruir los cimientos de la Iglesia y de todo lo bueno y bello que existe en el mundo (o sea, LAS CROQUETAS). Además, como buen sacerdote malvado marca ACME, Calfo es  amante de los lujos, la buena comida y bebida y, por supuesto, las munheres. Lo que pasa es que el monseñor este tiene una teoría según la cual el sexo es la mejor manera de llegar al éxtasis espiritual por medio de la carne, y le gusta contratar a prostitutas y vestirlas de monjas, vírgenes y cosas así, mientras se las folla colgadas en curces o arrodilladas en reclinatorios delante de iconos gigantes. O sea, que es un sacerdote malvado, pero con parafernalia 50 sombras
de cristianismo
para hacerlo más original y… sorprendente.
El segundo sacerdote tiene un poder ilimitado dentro de la Iglesia. ¿El Papa? No. En esta novela el Papa es un señor polaco que está muy enfermito y no se entera de nada.
«¡Ah, vaya! Qué original y sorprendente. Pues no me suena de nada. ¿No será el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, remarcando de forma muy original que antes era la Inquisición?»
Pozí.
«¿Y no será alemán?»
Sipi.
«¿Quizás se dice en algún momento de la novela que tiene un pasado relacionado con el nazismo?»
Sep.
«¡Oh mai gach! Pues ahora sí que no caigo en quién puede ser. Tal vez el nombre me ayude un poco…»
¡Claro que sí, wapi! Nuestro siniestro personaje es…
EL CARDENAL CATZINGER
Cualquier parecido con la realidad es pura ficción
Después de esta clase magistral de sutileza, vemos que el siniestro cardenal utiliza a Rembert Leeland, un viejo amigo de Nil experto en música sacra, para sacarle toda la información que pueda. Obviamente, el pérfido cardenal tiene documentos que pueden presionar a este pobre sacerdote de la manera más cruel imaginable, porque…
¡El sacerdote es gaylor!
Bien, puede que tantas sorpresas originales y novedosas os estén confundiendo. Repasemos lo que tenemos hasta ahora:
1. El Vaticano tiene líderes corruptos en las altas esferas, y algunos sacerdotes son puteros u homosexuales reprimidos, y otros son radicales inmisercordes que ven la Iglesia como una gran empresa que debe perdurar para dar beneficios.
2. Hay obispos que lideran sociedades secretas dentro del propio Vaticano y, salvo ellos y sus cuatro compinches, nadie se cosca de que esas sociedades existen.
3. El Papa no se entera de nada de lo que pasa y los cardenales y obispos hacen y deshacen a su antojo trapicheando con secretos históricos que NADIE ha descubierto jamás a partir de 1900 más o menos.
¿Veis como la novela es original y sorprendente? Repasad la cantidad de obras en las que hayáis visto un alarde de originalidad tan enorme como este.
A mí en este ratito ya me han salido veinticinco.
Bueno, pues agarrarse los machos, que nos vamos de paseo. Resulta que Calfo y…
Catzinger
…trabajan juntos pero son rivales. Calfo desea los conocimientos de Nil para utilizarlos en su sociedad secreta (La Sociedad San pío V), y…
Catzinger
…piensa que lo más importante es acabar con el joven monje y enterrar todo vestigio de sus descubrimientos para siempre. De ahí las distintas formas de trabajar.
Catzinger
 más directo y ladino, tiene chantajeado al amigo de Nil; pero Calfo, más práctico y gradilocuente, no se lo piensa dos veces y, como en esta novela había pocas instituciones sórdidas mezcladas, decide llamar a un agente de Hamas.
Sí, hamijos, como cualquier danbrawnista de pro sabe, todos los servicios secretos se ayudan entre sí para sus cositas secretas, así que, ¿por qué no colaborar, aunque uno sea católico y el otro musulmán? ¡Dicho y hecho! Muktar, el agente de Hamas, se lía a poner micrófonos en el piso de Rembert Leeland como pa’ una boda. Nil y Leeland, como son unos aguilillas, deciden que el mejor lugar para contarse sus descubrimientos y coincidencias es… ¡Claro que sí! ¡El piso! ¡Cómo me gustan a mí los personajes inteligentes, leche!
Rembert y Nil tienen que ir todos los días a las bibliotecas vaticanas para, supuestamente, traducir unos textos musicales, pero no. Recordemos que son muy listos, por lo que esa excusa tan buena encubre que, en realidad, ambos están buscando pistas sobre el misterioso apóstol número trece. Allí conocen a un viejo bibliotecario polaco que tenía órdenes del cardenal…
Catzinger
…para ocultar toda la información que pudiera al bueno de Nil.
¡Otro escollo! ¡Otro obstáculo! ¡Otra nueva dificultad! ¿Cómo podrán sortearlo esta vez nuestros intrépidos amigos, siendo tantos los peligros que les acechan? Muy fácil, el genio de la conveniencia narrativa hace que el bibliotecario sea polaco y que odie al cardenal por unos asuntillos relacionados con cierto pasado que, por lo que fuera, tiene que ver con el nazismo. Así que ya está. De pronto, Nil no solo descubre el secreto que fue a buscar, sino que, sin haber hecho absolutamente NADA ni haber pasado por la mitad de los peligros que cualquier protagonista random de cualquier novelucha conspiranoica de los últimos veinte años, se encuentra con una buhardilla abandonada donde se guardan TODOS los archivos clasificados del Vaticano desde los tiempos de Mari Castaña. ¡Que al menos Robert Lagdon corría de museo en iglesia, hombre ya!
¿Nunca habéis oído eso de “tienes más suerte que los tontos”? ¿A que ahora sí que os habéis sorprendido? Pues así me quedé yo, con cara de padre Nil para una semana.
Llegados a este punto, lo más normal es pensar que debería haber algo de tensión. No puede ser todo tan fácil. Bueno, no, lo más normal sería coger el libro y arrojarlo al río con un ladrillo para que haga peso; pero hay que terminar.
La tensión del relato aumenta cuando Leeland recibe una invitación de su amigo Lev, un músico realmente talentoso que va a dar un concierto en Roma. Y como lo mejor en mitad de un fascinante descubrimiento que puede acabar con una sociedad llena de gatos y perros cohabitando es tomarse un respiro en un lugar público donde cualquier espía o asesino puede verte, pues se van.
Al acabar el concierto, Nil descubre con sorpresa que el músico Lev es…
EL ASESINO DEL TREN
Bueno, para Nil Nieve es “El hombre del tren”, porque estamos a poco de acabar la novela y recordemos que NO SE HA ENTERADO de que casi lo matan allí. ¡Madre mía, qué tensión! ¡Y es amigo de su amigo! ¡Y se van los tres a cenar juntos! ¡Y Lev se pone a tirarle pullas estilo Gila sobre “alguien esconde un secretito”, “que yo sé que alguien sabe algo muy importante”! ¡Cómo acabará semejante cúmulo de tensiones!
No hace falta que vayais al fisio a que os quite la tensión del metacarpo, ya os lo cuento yo.
No pasa nada.
Nada.
NADA.
Rellenar páginas porque sí. El truco de todo buen escritor.
Resulta que Lev era en realidad un agente secreto de Mossad (Hay que meter muchas páginas y muchos servicios secretos, es lo que hay) que, además, es amigo de Muktar, el de Hamas. El caso es que ni a los judíos ni a los islámicos les beneficia el conocimiento del secreto que Nil ha descubierto. Lo que pasa es que Muktar debe acatar la orden de asesinar al monje, y Lev está un poquillo confuso. ¿Por qué? Bien, ha llegado la hora de conocer el secreto más secretísimo del cristianismo. Por favor, sentaos donde podáis, agarraos los pelos de las orejas y que San Dunguero os de valor. Aquí llega el SECRETASO.
A lo largo de toda la novela, como ya dijimos, los capítulos de las aburridas andanzas de Nil y sus amigos se han ido intercalando con otros que nos van revelando todo el secreto que los pardillos personajes descubren porque sí. Estos hechos son la VERDAD que, por supuesto, es ORIGINAL y NOVEDOSA, nunca tocada en ninguna otra novela de este tipo. Nada que hayais visto o leído en cualquier parte os habrá preparado para toda la trama histórica de este novelón.
Lo primero que nos llama la atención es que estos capítulos están introducidos por un título, que indica que son textos sacados de los Evangelios de Mateo y Juan, a veces incluso un mismo capítulo es de ambos Evangelios a la vez. ¡Por Peich! ¡Pero si el de Juan no era de los Sinópticos! No importa,  porque lo mejor que nos decubre Michel Benoît es que un texto del siglo I puede estar escrito en el mismo estilo y con la misma estructra y vocabulario que cualquier texto de la actualidad. Incluso, de pronto nos aparece un narrador omnisciente que introduce pensamientos de los personajes en estilo directo.
¡Es un milagro literario!
 «Vale, pero antes de arrancarte las gafas, ¿nos dices el secreto, cohoneh?» Voy.
Los apóstoles eran todos una panda de gañanes que no sabían ni leer ni escribir, que contaban con los dedos y además estaban convencidos de que debían formar una religión para acabar con los romanos. Esta idea no era compartida por el decimotercer discípulo, llamado el Bienamado, que era el único que sabía leer, escribir e incluso contar mentalmente. Por ese motivo, este misterioso discípulo comprende a Jesús y los demás no. ¿Qué comprende? Básicamente, que Jesús predica un modo de vida, no una religión, y que lo que quiere es ser un buen judío y poco más. Los demás Apóstoles, iletrados, burdos, estúpidos, etc. utilizan la figura de Jesús para sus propios planes y odian al discípulo Bienhamado.
Total, que si tomamos en consideración esta teoría, tenemos a un Jesús que tuvo un plan bastante cutre para evangelizar a la gente: elige a trece discípulos, de los cuales solo le entiende uno; y los otros, no solo es que no le entiendan, sino que quieren utilizarlo, tapar su mensaje y vender su muerte y resurrección para montarse un chiringo de tres pares de narices. No es por nada, pero como idea a largo plazo de unos dos mil años, más o menos, me parece un pelín flojo para haber sido pensado por el Hijo de Dios. ¡Ah, claro, que según Benoît, Jesús no es Hijo de Dios! Pues ya está. Todo cuadra.
Por eso tiene todo el sentido que Pedro asesine a Judas porque sí; que, una vez muerto Jesús, los Apóstoles se dividan en facciones y se destruyan sin ningún tapujo mientras los judíos los persiguen; y que el supuesto Bienhamado les encargue a los esenios que entierren el cuerpo de Jesús en un lugar secreto en mitad del desierto. De esta forma, se crean dos iglesias: la del judeo Bienhamado, llamada el grupo de los nazareos; y la de Pedro, que sería la Iglesia Católica que conocemos hoy en día.
¿Qué pasa? ¿No sabeis que la coherencia interna es para débiles?
Pues no acaba ahí la cosa. Siglos después, unos caballeros templarios que andaban de puente de la Constitución por Jerusalén se encuentran unas vasijas un poco pochas en Qumrán. Como lo de la arqueología no se estilaba mucho en aquella época, se ponen a hurgar con las manos sucias de matar sarracenos y encuentran un papelito. Ese papelito es la última voluntad del judeo Bienhamado, que cuenta LA VERDAD e indica el lugar exacto donde fue enterrado el cuerpo de Jesús.
Cuando volvieron del puente, que les salió más largo de lo normal entre pedir moscosos y días de asuntos propios junto con una baja por dolor en el mejillón del pulgar del pie derecho, presentaron el texto a sus superiores, que a partir de aquel momento se convirtieron en una sociedad súper secreta llamada LOS CABALLEROS TEMPLARIOS. Que ya se llamaba así de antes, pero deberíais haberlo dicho con voz de JL de Mundo Desconocido para notar la diferencia.
Así que todo el mundo pensaba que los templarios ocultaban el Grial. ¡Qué ingenuos! Ya hemos dicho que esta novela era original y sorprendente, por favor. Lo que guardaban era un tubo de oro donde se encontraba el manuscrito, aparte de hacerse una copia por si la original se perdía o destruía. Pero claro, ese gran tesoro debe ser protegido, guardado, custodiado en algún lugar donde nadie pueda encontrarlo. ¿Qué hacer? ¿Volver al desierto? ¿Esconderlo en alguna cámara subterránea? ¿Meterlo en el fondo del cajón del escritorio con una llave guardada en una cajita, como el diario secreto de la Jessy? No, hamijos. La solución del Gran Maestre de la Orden del Temple fue mucho mejor.
Hizo lo que todos querríamos que Benoît hiciera con su novela: metérsela por el culo.
El supositorio sagrado. Mejor que la santa granada de Antioquía
 Sí, hijos, sí. El Gran Maestre tenía el gran honor de practicar el secretismo religioso con su ano. Y semejante guarrerida debía ser expulsada del culete de uno cuando moría y se le ponía al siguiente como un supositorio. Por eso los templarios (OJO, dato histórico real ofrecido por Benoît) juraban lealtad al Maestre besándole en el ojete. Y solo por haber creado esta solución para un hecho histórico irrelevante, Michel Benoît se merece todo mi respeto.
Chiste real de la novela: «¡Oh, Templar queers!»
En 1314, los Templarios fueron sentenciados a morir en la hoguera. ¿Qué fue, entonces, del documento de judeo Bienhamado? ¡Que se quemó, obviamente! De aquel sagrado supositorio solo quedó una lagrimita brillante entre las brasas. Los templarios y el secreto de Jesús habían desaparecido para siempre.
¿Para siempre? ¡Norl! El párroco de Notre Dâme recogió la lagrimita y se la llevó a Roma, donde se fundó una nueva sociedad secreta que velara por que el secreto siguiera siéndolo y lo conocieran cuatro gatos o algo así. Y esa sociedad secreta es…
LA SOCIEDAD SAN PÍO V
Monseñor Calfo es el que tiene la lagrimita guardada, y todos sus compinches se reúnen de cuando en cuando para dos cosas: tramar y besar la reliquia anal.
¿Y el documento? Solo queda una copia, y está en la buhardilla donde lo encontró el padre Nil. O sea, que dos servicios secretos y tres religiones buscan un legajo que estaba tirado guarramente en una buhardilla abandonada, cuando alguien podía haber subido y mirado un poquito por los alrededores. Pero claro, empezarían con lo de siempre: “No me lo toques, que lo tengo desordenado pero sé dónde está todo”, y claro, luego buscas en la carpeta “Documentos que pueden cambiar el destino de la Humanidad” y resulta que ahí no estaba. Te toca montar una conspiración asesinando y espiando gente para que te encuentren las cosas por no poner un poquito más de cuidado. ¡Con los temas del Nuevo Orden Mundial no se juega, hombre!
Pues ese era el secreto secretísimo. ¿Y por qué preocupa tanto al los judíos y a los musulmanes? Muy fácil. El judeo y sus pocos seguidores conocieron a Mahoma y a este le encantó su religión. Lo que pasa es que luego huyó a Medina, una cosa llevó a la otra, y decidió montar un culto distinto, pero no importa. El secreto del judeo haría que los cristianos y los musulmanes se dieran cuenta de que ambas religiones niegan la divinidad de Jesús, y la Yihad contra Occidente terminaría porque las dos facciones olvidarían todas las guerras, petróleo, atentados y cabezas nucleares que han tenido durante siglos y vivirían en el país de los unicornios tomando el té con
el dragón rosa bajo el arcoíris.
¿Y los judíos? Pues resulta que el secreto no les viene bien porque si se niega la divinidad de Jesucristo, eso querría decir que era judío, y ya no habría diferencia entre judíos y cristianos. Por lo tanto, el judaísmo sería una especie de rama del cristianismo y perdería su independencia, y los judíos no tienen ganas de que exista una Biblia Católica Naranja, que luego las Bene Gesserit empezarían a concertar matrimonios y sería un rollo.
Y recordad que esto era la base de un ensayo teórico. Atención a las sabias palabra del padre Nil a Rembert, que todo investigador de la VERDAD debería aplicar a su vida:
“- […] ¡Lo mezclas todo!
– No. Solo relaciono elementos dispares”.
La coherencia interna no para débiles. Es para gentuza.
Lo que pasa es que Lev, por arte del hada mágica de  la conveniencia narrativa, es
apartado de su misión y ya no tiene que matar a Nil ni nada. ¡Uf, qué alivio! ¡A ver si para lo poco que nos quedaba de novela iba a pasar algo interesante y se jodía el ambiente!
Lamento deciros que sí que se jode, sí. ¡Y menos mal! ¿Recordáis que a Calfo le gustaba practicar el acto de la prespitación mística? Pues se da el caso de que la señorita prespituta con la que hace sus cositas del diodeno sexuarrrrllll es una muchacha rumana que no soporta semejante trato hacia su persona ni hacia Dios. Por este motivo, acosada por la culpa, entra en una iglesia a confesarse una mañana. Y como las casualidades son maravillosas cuando las provoca el autor de la novela, el sacerdote que confiesa a la bella y atribulada joven es…
¡CATZINGER!
Por fin, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene lo que necesitaba. Le dice a la chiquilla que no se preocupe, que no vaya a más citas con Calfo, que no le va a pasar nada. Acto seguido, le pide a un tal Antonio, sacerdote del Opus Dei (tardaba ya en salir, un poquito en el último minuto, pero bueno) que vaya al apartamento donde Calfo realiza sus interpretaciones libres de la poesía de Santa Teresa de Jesús y se lo cargue tranquilamente. El joven Antonio así lo hace, y al día siguiente los medios de comunicación dicen que ha sido un paro cardiaco, y Catzinger se erige como nuevo líder de la Sociedad San Pío V.
¡Y AHORA TIENE TODO EL PODER!
 Por su parte, Lev decide algo productivo y avisa a Nil y Rembert de que el agente de Hamas quiere matarlos. Leeland no se lo piensa dos veces y, acosado por sus traumas personales, se deja asesinar por el secuaz de Calfo. Este último solo tiene una misión más que cumplir: acabar de una vez por todas con el padre Nil.
A todo esto, ¿dónde narices ha terminado Nil? Pues donde empezó toda la historia. Resulta que el buen hombre ha huido a una ermita de los Abruzos a vivir con un vejete muy majo que comparte sus conocimientos. ¡Estructura circular! ¡Qué original! ¡Qué sorprendente! ¡Que se acabe ya este coñazo, por favor!
Bueno, se supone que Nil se queda a vivir con el viejecillo y se convierte en un ermitaño él también, hasta que un día llega un onvre que se conoce que ha
descubierto el asunto del judeo Bienhamado y Nil le cuenta todo lo que sabe para que el legado del apóstol número trece siga vivo por algún lado. Lo que no termino de entender es cómo, siendo un personaje que no se enteraba de una castaña, tuvo tiempo de saber todo lo que había pasado e incluso aspectos de la historia que no le afectaban en absoluto. Creo que es el poder de las pizzas de Casa Tarradellas, pero tampoco me hagáis mucho caso.
No olvidéis ser originales, novedosos y sorprendentes.
O no.
Taluegorrrrrrrrr

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