Vicisitudes onanísticas 2: The Guille Stardust Chronicles

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Aquí Paco Fox: un nuevo post de Guille Stardust (claramente no os descubro nada si habéis leído el título) que va sobre algo de lo que ya… un momento: todo esto lo explica él en el primer párrafo. Me callo. Os dejo con Guille:

Hace casi 10 años Paco nos deleitaba con sus vicisitudes masturbatorias, para agrado de algunos y horror de muchos. Cientos. Millones. Como están de moda las secuelas, soft reboots y lo que en definitiva se conoce como estirar el chicle, he decidido explicar lo difícil que era masturbase en los albores de internet. Vamos a hacer un recorrido desde donde Paco lo dejo, esas revistas con las hojas pegadas, hasta el mañana fantaseando con el futuro de la masturbación, algo que se ha mantenido inalterable desde que el hombre es hombre.

Adolescentes aprenden el don de menearse la sardina.

El ser humano tiende al placer y tiende la ropa cuando está mojada (venid a por mí si os atrevéis, hijos de puta) y el onanismo es el placer más barato que alguien puede obtener porque incluso para defecar hay que pagar; diez céntimos en los baños de Atocha, con miradas lascivas de soslayo incluidas. Pero los adolescentes de hoy en día con sus iPhones y su fibra óptica no saben el desierto que nuestras generaciones han tenido que cruzar para que ellos disfruten de la tierra prometida.

Steve Wozniak abriendo camino a los pajilleros.

Cuando descubrí el amor propio fue en un periodo histórico a medio camino entre las revistas e internet; conocíamos la existencia de imágenes en movimiento pero eran inaccesibles. Éramos demasiado jóvenes para comprar o alquilar películas pero tan fogosos que solo la crucifixión podría haber mantenido nuestras manos alejadas de nuestras impúdicas braguetas. Así que teníamos que buscar el alivio en los rincones más recónditos de la imaginación de un adolescente. Hoy vamos a repasar los instrumentos con los que una generación se dio al placer de la carne en solitario, bajó a los infiernos y subió a los cielos sólo con la palma de su mano y un bote azul de amarillenta Nivea.

Una fuente inagotable de contenido erótico era el teletexto, ese gran olvidado de la era digital, unas letras pixeladas y pezones dibujados en 8bits. Era lo más cercano que ha estado la humanidad del porno de robots. Entre resultados de quiniela, horóscopos escritos por becarios  y noticias con más faltas de ortografía que el programa electoral de VOX, podías encontrar publicidad de líneas eróticas. Allí describían con una sutileza propia de Vargas Llosa las bondades de unas ninfas que libaban de tu falo como colibríes en primavera con tarificación especial. Las llamadas estaban controladas porque tu padre siempre revisaba la factura pero la imaginación no tenía límites y esa amazona de voz sedosa estilo Minecraft de tonos magentas te cabalgaba en tu imaginación hasta que caías extenuado.

Para hacerte bien el amor hay que venir a Canal Sur.

Una de las pioneras en abastecer del séxtimo arte a los prepuberales y adultos fue la cadena autonómica andaluza. Juan y Medio ya empezaba con sus niños viejos, los talent shows de copla aún no habían sido soñados pero otros sueños mucho más húmedos que una mujer con patillas entonando “La bien pagá” se hacían realidad cada viernes cuando el reloj marcaba las 12; el cine erótico. Parafraseando a un amigo del instituto en el funeral del padre de un compañero de clase “Hoy es viernes, ¡toca porno!”. Así era, por encima de lo divino y lo humano estaba el placer carnal, donde todos nos igualábamos en nuestras bajezas. Pero aquello a lo que llamábamos porno es lo que hoy los millennial llaman soft porn o porno para mujeres. Recuerdo que la primera que vi fue ‘Emmanuelle reina de la galaxia’.

Con una temática Star Trek, un grupo de alienígenas eligen a Emmanuelle para descubrir los placeres de la sexualidad humana y con planos de sexo en los que a ellos se les ve por detrás y a ellas por arriba teníamos material suficiente. Sin embargo, en aquella época tener una televisión en tu cuarto era un lujo solo al alcance de los semidioses, el resto teníamos que conformarnos con aquellas teles de tubo con un culo de proporciones más generosas que el de Jennifer López. Cuando tus padres te mandaban a dormir solo podías confiar en que tú, un seminativo digital, estabas por delante de ellos en cuestiones tecnológicas: por dios, eras casi un ciborg, el tamagochi era una prolongación de tu brazo y el VHS de tu pene. Con sigilo felino te desplazabas hasta el salón, insertabas la cinta que en otro tiempo fue virgen (lo más cerca de una que habías estado hasta entonces) en el video y lo programabas. Programar el video era como programar una bomba, un paso en falso y caías con todo el equipo, si no habías sido precavido te tocaba rebobinar con el infernal ruido de los cabezales destrozando la ya tan pasada película.

Si las cintas tuviesen un ‘yo’ freudiano la tuya habría acabado en el psiquiatra.

Esa cinta iba guardada a un recóndito cajón para solo salir cuando tus padres te dejaban solo para practicar tus aclamados solos de zambomba. Los años pasaron y vino Canal+.

Oír ese arpegiado de guitarra hacía que se te pusieran los pelos de punta con la anticipación de lo que venía: el porno del plus. Lo que toda tu vida llevabas esperando, primeros planos de genitales, caras desencajadas por el placer, eyaculación sin orgasmo y orgasmo sin eyaculación. Los títulos traducidos por Carlos Aured hicieron historia en el audiovisual patrio, ¿quién no se iba a excitar con ‘Ensalada de pepino en colegio femenino’ o ‘Semental, querido Watson’? Los que no teníamos el decodificador teníamos que fantasear con una imagen codificada y probar cualquier método casero de decodificación, por el patio del instituto corrían los rumores como la pólvora “hay uno de 3º de la ESO C que dice que si pones un colador encima de la tele se decodifica el porno”, “mi primo de Sevilla me ha dicho que si pones una servilleta de papel delante de la pantalla se ve más claro” y allí que íbamos todos. No teníamos nada que perder, éramos jóvenes, estábamos efervesciendo y estábamos dispuestos a ahogar a nuestros posibles hijos en una montaña de clínex. Quién me iba a decir que años más tarde acabaría siendo uno de los que escribían esas delirantes sinopsis…

Esta ha sido la imagen de la confusión sexual durante décadas

Y entonces llegaron las cadenas locales subiéndose al carro de la programación subida de tono los viernes de porno. Sin embargo, era una paja triste, había paja porque siempre la había, pero los sentimientos se agolpaban en tu interior. Era lo más barato que te podrías imaginar, un colchón sin sábanas en el suelo, una cámara fija en picado y uno o varios señores con una o varias señoras, de edad y nacionalidad indeterminada. Ellas tenían pinta de prostitutas y ellos de señores que pagan prostitutas y para hacerlo más lamentable, para mantener su intimidad iban con caretas, que no máscaras, del Pato Donald o Mickey Mouse de los chinos. Así que con pena y asco acababas el que quizá fuese el trabajo más sucio al que tu mano se ha enfrentado nunca. Jamás olvidaré la anécdota más hilarante sobre una masturbación.

Retrato robot de mi amigo del instituto

Aquel tipo que en el funeral pensaba en un fiambre diferente, el que tenía en su peluda y calenturienta entrepierna, era un adolescente de 120kilos con muchas hormonas y pocas luces, a quien llamaremos Don Pimpón por su parecido con el mutante de Barrio Sésamo ,un cocktail (palabra redundante en inglés) perfecto para la comedia o la tragedia. Andaba con sus padres de vacaciones en la casa de su abuela en Torrevieja (José Luis Morenismo ilustrado) cuando sus padres salieron a cenar dando órdenes estrictas de que debía acostarse antes de las 12. La hora en la que la carroza se convierte en calabaza y la televisión local en un estercolero de porno barato. Pero él no iba a dejar que un par de señoras con sobrepeso le arruinasen una paja, porque no se masturbaba, se mataba a pajas, abrir su bragueta era abrir el Necronomicon, la caja de Pandora y la caja de los truenos. Con el sable desenfundando se marcaba en solo un bolero de Ravel ante aquellos rechonchos y sudorosos cuerpos retransmitidos en analógico. Cuando de repente, la cerradura empezó a girar. Un mar de lorzas adolescentes se tambalearon hacia la puerta mientras la eterna cerradura no paraba de crujir, a oscuras, para no despertar sospechas avanzaba por el pasillo contando los pasos, cinco, seis, siete y giro brusco a la derecha. Con la mala fortuna de que con los nervios, no recordaba que en esta casa, fruto de la especulación inmobiliaria y testigo de las perversiones más siniestras, su habitación quedaba a la izquierda. El enorme leviatán se estrella de golpe contra un espejo que cuelga en la pared y que cae al suelo haciéndose añicos y trayéndole siete años de mala suerte (algo que se materializó tiempo después cuando sufrió mononucleosis al día siguiente de conocer a su primera novia). Pero no era el momento de pensar en el futuro, el ahora era aterrador, sus padres entrando, él sudoroso y empalmado, tenía que pensar rápido, hacer un salto de fe en el sentido más estricto de la palabra. Como Willy en el clásico infantil, saltó, con toda la fuerza que sus obesas piernas le proporcionaban, se elevó por los aires en el momento en que la puerta se abría. Mientras flotaba en el aire, su sonrisa triunfal se dibujaba cada vez más amplia. Pero la gravedad es una ramera ingrata y por su fuerza y efecto aquellos 120 kilos de hormonas adolescentes se precipitaron sobre la cama. Su energía potencial se convirtió en cinética y el somier no resistió el impacto, las lamas se partieron y él aterrizó sobre el suelo. Desde el marco de la puerta su madre vio la desgracia a la que llamaba hijo, ese ser gordo, peludo, sudado y jadeante que intentaba inútilmente ocultar su erección bajo el pijama. No dijo nada, suspiró y se fue a dormir, mañan jadeante que intentaba inútilmente ocultar su erección bajo el pijama.
No dijo nada, suspiró y se fue a dormir, mañana sería otro día.a sería otro día.

The future is now.

Por suerte para Don Pimpón y para todos, llegó la explosión tecnológica real, el ordenador. Esto abría un mundo de posibilidades.

Un soporte digital que te permitía almacenar cientos de fotos, videos completos y sin ocupar espacio físico: el CD había llegado. Con salves eyaculatorias el mundo recibió al compac disc y la carrera hacía la masturbación siguió irrefrenable su curso. Los discos pasaban de mano en mano, parecíamos ‘dealers’ de Baltimore traficando con la mierda que todos querían conseguir. Eran las revistas del ahora pero sin páginas pegajosas. Que estuvieran dentro del ordenador te garantizaba que no iba a haber salpicaduras, flujos ni restos de “pasta de dientes”. Y entonces llegó, Internet, con mayúsculas.

El triunfo de la voluntad. El hombre podía acceder a más penes, vaginas y senos de los que todos sus antepasados jamás habían visto. El futuro estaba aquí y era más duro y húmedo que nunca. El porno se democratizó, diversificó y especializó. Y el resto… el resto es historia.
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