Lo que Pablo Iglesias debería realmente aprender de las series de televisión

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Aquí Paco Fox: Sí. Es cierto: un nuevo artículo de Vicisitud. Porque sólo él podía tocar inapropiadamente un tema tan polémico. Ahí va:

Que el procés ha tenido momentos de comedia maravillosa es algo que, a estas alturas, no debería tener discusión. Y dentro de esa parte “maravillosa” hay que contar el hecho de que la independencia catalana es algo que, desde ya,  puede y debe dar placer a todos los campos de la experiencia humana. Los musicólogos pasarán décadas estudiando como ‘L’estaca’ se convirtió en la banda sonora de la represión y cómo Manolo Escobar pasó a ser canción protesta. Los expertos en derecho – a día de hoy, la mitad de la población esppppañola que no es crítica de cine o seleccionadora nacional, cuando no es las tres cosas a la vez – podrán estudiar la papiroflexia verbal de las sentencias de la Audiencia Nacional hasta el fin de los días. Los técnicos de IT tendrán algo que decir sobre la impresora Samsung de Rufián. Iker Jiménez – que ya ha salido en tertulias sobre el tema – podrá analizar todos los demás aspectos de Rufián que no incluyan su impresora, porque el “Error preparar nueva unidad de imagen Samsung” es un misterio que, a diferencia de las caras de Bélmez, no podrá desvelarse jamás.

Aquí tenemos a un señor que piensa que la gente aún usa impresoras.

En este contexto, nos apetece participar en el tema sin caer en el cuñadismo de sentirnos expertos politólogos o juristas. O, prácticamente, de creernos cualquier cosa. Así que, siguiendo el consejo de Paco, me he aplicado un “Si he sido montador de series y votante de Unidos Pokémons ¿Podría hablar de eso?”. Después de reflexionar unas cuantas horas, Barbijaputa me ha negado el derecho a la palabra, porque solo opresión heteropatriarcal puede salir por mi boca. Pero he pasado de ella.

Y, después de los habituales dos párrafos de ente su vlog para introducir cualquier chorrada, vamos al tema del título (que vuelvo a leer porque ya no recuerdo cuál era).

Desde que Pokémons arrancó su andadura, Pablo Iglesias decidió que hacer símiles de series de televisión era una buena forma de hacer llegar su mensaje a la gente. Y es algo que, oye, me parece bien: quien no sepa explicar las cosas con claridad y de forma amena es que bien no sabe lo que tiene que explicar, bien tiene un carencias léxico-ortográficas del quince, o las dos cosas (caso este último en el que se obtiene de forma inmediata el carnet de Ciudadanos; o peor aún, se le hace miembro permanente del staff de Vicisitud y Sordidez).

El problema es que Pablo Iglesias eligió como que con el culo sus dos series de bandera: ‘The Wire’ y ‘Juego de tronos’.

CineBasura: La peli hizo mejor lo del sofá

Si ‘The Wire’ nos presentaba una sociedad ficticia en la que los trapicheros reflexionaban alambicadamente sobre la vida con una profundidad que solo te dan tres carreras universitarias y el haberte memorizado todos los premios Booker con una pastillita de ‘The Matrix’, la cosa tampoco mejoraba con ‘Juego de trónidos’. Bueno, sí mejoraba porque había dragones y tetas (el plano corto de una minga y su escroto tardó varias temporadas en aparecer, pero fue bienvenido). Sin olvidar tampoco al chaval que descubrió el sujetapuertas de Ikea marca Hödør. Pero, en todo lo demás, había que tolerar una serie que pretendía ser la Biblia de los entresijos del poder pero que, sin embargo, no se molestaba en explicar cómo cojones hace una sociedad agraria para comer en un sitio con inviernos del recopón de más de 20 años. Por mucho menos se ha despoblado la provincia de Soria (recordad: si alguien os dice que es de allí, es que es un agente del CESID, Soria – y también Teruel – son solo una tapadera).

Al final, el haber apostado por estas dos series no dejaba de suponer uno de los peores vicios de la izquierda de siempre: el postureo. Porque dejadme que os explique los simplicísimos mecanismos narrativos de esas dos series. En el caso de ‘The Wire’ tenemos un argumentario que David Simon escribió a la prensa – y que repitieron como papagayos – sobre cuántos capítulos había que esperar para no abrirse las venas porque aquello era “La versión televisiva moderna de ‘Moby Dick’”. ¿Y por qué lo repitieron? Porque la incapacidad expositiva de la serie – salvo cuando quiere darte los mensajes IMPORTANTES, que ahí sí que se pone solemne y tosca como ella sola – es la forma en la que te venden el “enhorabuena chaval, ahora que has logrado entrar en este club exclusivo ya conoces LA VERDAD”. No sé a usarcedes, pero esa estrategia narrativa… ¿Podría ser definida como “la casta”? No la veo tan lejos de la explicación de Letizia Ortiz sobre por qué había dejado de ser republicana “Si te lo explicase Felipe, lo entenderías”. Pues eso, la verdad revelada de David Simon, a quien debes apreciar si quieres ser apreciado.

Y con ‘Juego de trónidos’, lo mismo: estamos ante “la fantasía realista y de gran complejidad política”. Y a olvidarnos que si toleramos el sopor es para ver cómo escupen y llenan de mierda a Lena Headey mientras experimentamos una culpable excitación.

«Pues podría ser peor: podría llover»

Pues no, Pablo: has errado el tiro big time. Las series de televisión son maravillosas para comunicarse con la gente, pero deberías ver otras – sí, las que ve ese vulgo con una sanidad pública de mierda y con derechos recortados –  y aprender de sus sabidurías. Y por ese motivo, y porque no me hace feliz la lamentable deriva actual de Unidos Pokémons, me gustaría compartir mi experiencia de montador de series contigo. Si te parece, camarada.

Decía nuestro querido lector Carlos Hidalgo que la política no se parece a ‘The West Wing’ sino a Mortadelo y Filemón. Le doy la razón y lo llevo al campo de las series al decir que LA VERDAD™ no está en ‘The Wire’ sino en ‘UPA Dance’ (o, en su defecto, en ‘Física o química’). El ser humano está únicamente compuesto por culebrón. Y en culebrón vivimos y nos comunicamos: nadie quiere que un periolisto como David Simon te explique LA VERDAD™ (más que nada, porque es mentira y otro periolisto igual de chachi dirá otra cosa). Lo que la gente quiere es saber quién folla con quién (no lo duden, un polvazo entre Trapero y Arrimadas excitaría de tal manera la iconografía erótica de la ciudadanía que ya no quedarían neuronas que dedicar a la chorrada del procés).

Así, Pablo, en culebrón has de hablar y comunicarte. Pero, ojo, culebrón BUENO. Sí, olvídate de elitismos gilipolléticos y sin cuento: el culebrón puede ser – y suele ser – LA HOSTIA (categoría infinitamente superior a LA VERDAD ™) si se hace bien. Que se lo pregunten a nuestro bienamado Russell T. Davies. Y, lamentablemente, Pablo, en la opción que has escogido, estás desterrando lo esencial del culebrón, o de cualquier serie que se precie de serlo:

El conflicto.

Y no, “conflicto” no es montar caceroladas, o llamar corrupto a Rajoy. Ni aunque lo hagas copiando coreografías a las Femen. El conflicto nunca ha sido montar un pollo posturero que sea totalmente coherente con tus ideas. El conflicto es una decisión nada fácil que tiene que tomar un personaje y que lo define de una forma apoteósica a los ojos del espectador. En el caso de los culebrones, hay un conflicto típico que es el de la protagonista femenina que se queda inconvenientemente embarazada. Sí, uno de esos churumbeles que te joden viva la vida, marca “todos sabemos que mejor tirarlo al váter y solucionado, pero no se puede decir en alto”. ¿Cómo resuelve eso un culebrón de mierda (un porcentaje muy alto, no voy a negarlo)? Muy fácil: la chiquilla en cuestión cae un día por las escaleras y pierde al niño contra su voluntad. Desaparece el problema y el personaje no se hunde a los ojos del espectador. Las series buenas, sin embargo, tienen la decencia de sumergir a sus protagonistas en la mierda: ahí tienes a Carrie Mathison intentando ahogar en la bañera a su bebé en uno de los momentos más recordados de ‘Homeland’, o a Lynette en ‘Mujeres desesperadas’ mostrando con toda su crudeza su nivel de alienación cuando el mierda del marido la carga con un nuevo churumbel (terminan divorciándose, como tenía que ser). Y un caso todavía mejor, porque los tiempos avanzan: TRES comedias como ‘You’re the Worst’, ‘Crazy Exgirlfriend’ y ‘Brockmire’ decidieron ¡casi la misma semana! que varias de sus actrices iban a abortar sin mayor trauma para salir del tremendo embolado en el que les había sumergido.

Crazy Ex Girlfried: una cumbre la sordidez, exhibit A

Hoy en día, Pablo, tienes una preñez no deseada con el pifostio del procés. ¿Y cuál es tu salida? Muy sencillo: mantenerse en la comodidad del postureo sin definir en qué consiste “otro modelo de país” ¿Es desarrollar más la autonomía? (hay margen en la Constitución para ello) ¿Es una estructura federal del estado, una confederación o, directamente, Independencia?. Coñe, que no es tan complicado. Eso sí, es incómodo si quieres que, cual Carrie Mathieson, no te miren mal. ¿La apuesta de momento por parte de Unidos Pokémons? Muy sencillo: el “caer por la escalera y perder al niño”. Y esa escalera es caracterizar a Rajoy como el Anticristo: una forma cómoda de echar balones fuera sin entrar en temas más espinosos. Y con argumentos dignos de Barbijaputa como “Un corrupto no puede hablar de la legalidad” para, así, no entrar tampoco tú – aunque pudieras – a hablar de la legalidad del 6 de septiembre. Y no digo yo que Rajoy no pueda ser el mal supremo: eso significaría que Chtulu era gallego, y eso siempre es una idea que seduce. Más que nada porque es verdad.

El problema de esa solución cutroga es… que se nota su cutrez. Si todo el problema es la existencia de Rajoy, queda la abierta la temporada en la que todos los cuñados de Esppppaña dirán “¡Pues no pactaste con Pedro en su día!”. Y, claro, para salir de este embolado se comienza a tirar de falacias lógicas que podrían ilustrar todos y cada uno de los casos que Paco tan didácticamente expuso en sus posts ÉPICOS. Desde luego, me quedo con la falacia ‘Post hoc, ergo propter hoc’ en la que, ladinamente, se confunden las causas y efectos: en el caso de la DUI y el 155 es meridianamente claro que el 155 es el efecto y la DUI la causa, pero su juega a un embarramiento que los convierta en ¡conceptos circulares que se exigen el uno al otro! Y, así, se puede hacer esa oda a la falta de inteligencia que es el “ni 155 ni DUI” poniendo incluso el 155 en primer lugar para redondear la jugada. Y, así, volvemos a “perder el niño cayendo por la escalera” para condenar una burrada como la DUI (lo siento, pero lo del 6 y 7 de septiembre es indefendible por nadie con dos dedos de frente) sin condenarla. Vamos, sin quedar mal por ir a abortar.

Durante los tres años que monté ‘Sin tetas no hay paraíso’, aparte de pasármelo, obviamente, teta con los actores y actrices que se acercaban a la sala de montaje (Peich santo, qué época de agresión a los sentidos era aquella…) aprendí muchísimo de la tensión moral de contar historias con personajes tan deplorables. Cuando llevamos tanto tiempo escuchando “lo osado que es el cable americano” (no he visto nada moralmente rompedor en HBO en mucho tiempo), yo recuerdo el día que, en abierto y en la conservadora televisión española, se estrenó el primer capítulo de las tetas. En la primera secuencia, el Duque – llamado a ser el sex symbol esPPPPPPPPañol de la época – calza una hostia a su novia de ese momento y, acto seguido, sus esbirros la llevan a un descampado a pegarle un tiro. Menos mal que, entonces, Twitter no era lo que ahora. Desde ese momento, manejar al Duque como galán romántico y como narcotraficante chunguer fue una epopeya con mil cristos en foros que intranquilizaban sobremanera a Telecinco. Y, aún así, se consiguió llegar al final sin convertir al Duque en el amigo de los unicornios. No small feat.

¿Cómo se logró? Teniendo muy claro que estábamos contando un culebronazo de poner muy burra a la ciudadanía y cuyo “núcleo irradiador” (Errejón, tío, búscate otras palabras para comunicarte con el proletariado que no les den ganas de partirte la cara o colgar un póster de Rajoy en bolas en su garaje) era una historia de amor en la que el impedimento amoroso era que el Duque tenía una vida… complicada. Y, si eres fiel a eso, el éxito está garantizado. Incluso en los momentos más chunguer del Duque.

Ahora bien, si quieres traducir TODO lo que ocurre en la realidad en términos de, por ejemplo, Franquismo (¡qué entrañables y épicos tiempos de lucha, más sencillo que lo de ahora!), lo que va a ocurrir es que vas a hacer un ridículo clamoroso sin necesidad de impresora Samsung. Y las audiencias te van a abandonar porque verán que estás escurriendo el bulto. (Y, sí, medios como eldiario.es – soy socio – deberían preguntarse qué pasa cuando usan tantas veces la palabra “Franco” como La Razón utiliza “Venezuela”).

Así pues, Pablo, no tengas miedo a la impopularidad: sé algo más que un posturero y sigue aprendiendo de muchas más series. Como, por ejemplo, Los Simpson. ¿Sabes por qué esa serie pasó a convertirse en una puta mierda a partir de la temporada 11? Muy fácil: porque Homer pasó de ser un zoquete con buen fondo a – citando la peli ‘Tropic Thunder’ – ser “Full retarded”. “You don’t go full retarded!”. Y eso fue lo que hizo el procés cuando cambiaron a Artur Mas por Punchinbol. Si Artur era un corrupto hábil, follable y, sobre todo un mierda con una maldad que le redimía de ser un Hamilton para convertirse en el tío que hizo comulgar a los anormales “puros” de las CUP con las ruedas del neoliberalismo ultracatólico CiU (no small feat), Punchinbol apostó por ser la versión full retarded. Y, oye, Homer siguió teniendo chistes buenos puntuales a partir de la temporada 11, de la misma forma que Punchinbol ha protagonizado momentos para el recuerdo, como aquellos 8 segundos de República Catalana. Pero, de nuevo, “You don’t go full retarded”. Y esa es otra lección de las series que Pablo no termina de asimilar, preso como está de no parecer “franquista” o no darle la razón a Rajoy ni cuando dice que el agua es incolora, inodora e insípida, no sea que le vean como una “zorra abortista y una madre desnaturalizada”.

Ojalá este puñado de series – y muchas más que hay – puedan servirte. Porque incluso en otro tipo de series – léanse las franquicias de cine actuales – como la lamentable ‘Juegos del hambre’ podemos ver un rayo de esperanza. En la primera entrega Jennifer Lawrence tenía que matar a una chiquilla para salvar su culo y, claro está, la película jugó la carta cutronga de que otra persona se la cepillase para que la JenLaw no tuviese que mancharse las manos. Sin embargo, en la conclusión de la saga, más adulta y cínica (no era difícil), la Lawrence sí que tiene que revolcarse en el fango para un final no excesivamente épico.

Si una peli tan nefasta pudo enderezarse, cualquiera puede. Claro que también podría pasar lo contrario y que llegásemos a ’24: Legacy’. Dónde la serie original era el prodigio del conflicto, con Jack Bauer teniendo que elegir si hacerle una bajadita al pilón a Rajoy o a Junqueras, la actual ha renunciado al conflicto plenamente. ¡Hasta la serie te dice si alguien era malo o no antes de torturarle! Por eso decía yo que el problema de ’24: Legacy’ no era tanto la imposibilidad de que un ser humano pudiese conseguir tres cosas imposibles de hacer a la vez – ser heterosexual, tener las cejas depiladas y ser el sustituto de Jack Bauer – sino que faltaba algo más importante que Jack: el conflicto.

Pablo, hay quien dice que el procés es como ‘The Walking Dead’: un coñazo soberano sin personajes memorables, chicha o limoná que se comenzó a ver por la acción zombi y que ahora se soporta por inercia para ver cómo cojones termina. No seas tú uno de esos personajes deplorables: todavía estamos a tiempo de resucitar una serie que pierde su rumbo. ‘Doctor Who’ tuvo un glorioso reboot, ‘Parks and Recreation’ se creció en su segunda temporada, ‘Friends’ resucitó en la octava…

Tenemos algo de tiempo antes de la cancelación.

Nos despedimos con un afectuoso viaje a tu cachete izquierdo. Y déjate hacer un poco, que no nos pongamos como Frank Underwood.

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