Aquí Paco Fox: El equipo del blog está de vacaciones. Pero, mientras tanto os dejo con un colaborador: Legolás Tú Tendrás, amorcito de Cava Baja, a la que conoció en una proyección de cine cutre (esas cosas pueden pasar, por lo que siempre tendréis esperanzas), y señor que una vez fue a ver ‘Las Dos Torres’ disfrazado de Raistlin de la Dragonlance porque a tomar por culo el raccord:
Hay algo bello en el hecho de ser joven. Es decir, no sólo en el asunto de no comerse un rosco y alardear de ello con falsa dignidad, que también. La juventud suele ser la edad en la que uno carece de filtro, sobre todo con el consumo de ocio. Rara vez a un adulto consciente y cabal le oirás decir “pues me falta una novela de Thomas Covenant para terminar la saga”, o le verás volver a casa de fiesta a las cuatro de la mañana un sábado y exclamar: “joder, El Manantial de la Doncella, me quedo viéndola mientras se me baja el pedo”. Pero a los jófenes y las jofénas de bien, sí. Es esta particularidad del pensamiento juvenil la que prefigura muchas de las vicisitudes que luego definirán el carácter en la vida adulta. Porque ¿a quién no le ha ocurrido algo parecido en su adolescencia?
No hacía falta que levantaseis todos la mano, pillo la indirecta.
El caso es que los veranos en el pueblo cuando era pequeño siempre estuvieron marcados por la lectura. Bueno, por eso, y por las adolescentes que iban a la piscina en bañador, pero eso es materia de otro post mucho más turbador (SEE WHAT I DID THERE?). La temporada estival era el momento en el que podías quedarte toda una tarde enganchado a un libro con la misma interacción social que camaleón disecado. En esos años cayeron obras magnas del género de terror: esa copia de El Exorcista de Blatty en edición de Plaza y Janés del 74, rústica en cuatro colores, impresa sobre papel de lija sepia, tipografía Courier New tamaño 9. O esa maravillosa novela gótica llamada It, de nuevo perpetrada por P&J, 1215 páginas de libro “de bolsillo, pero sólo para el culo de Ser Gregor Clegane”, pergeñada por el único señor famoso que vive en Maine. Ah, los buenos tiempos.
Pero como dice el refrán, “una de cal y diecisiete de arena”. Como no puede ser de otro modo, algún finstro te comías. Si no, que le pregunten a Cava Baja. En mi caso, las experiencias literarias sórdidas son, como mucho, carne de cañón para el olvido. Pero no todas, queridos parroquianos… no todas estas obras están llamadas a desaparecer en la noche de los tiempos.
Hará como diez años, echando un ojo al juego de rol Trail of Cthulhu en su sección de lecturas recomendadas como ambientación porque por aquellos entonces tenía el dulce abandono del Héroe de No Follarás en la Vida ™, me encontré con el párrafo siguiente:
«Las novelas de «Magia Negra» que Dennis Wheatley hizo como churros en los años 30 y 40 son, si cabe, más escabrosas (y casi tan racistas como las de Sax Rohmer), pero presentan un fuerte contexto dramático sobre la idea de que la maldad política (el nazismo en Strange Conflict y en Fuerzas Oscuras, el comunismo en El Talismán de Set y en Magia Negra) recurre a la maldad sobrenatural (el satanismo)».
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Dennis Wheatley de Borbón Dos Austrias Inbred Upperclass Twit of the Year |
Otra vez en la encrucijada. Como aquella vez con Lodoss War, descubría el testimonio de un onvre de jrande sabiduría, un iluminado… o un John Waters de la vida, que sabe que trolear en el fondo son dos días. Y aquí un servidor ¿cómo podía reconocer ese diamante en bruto de la novela grande, la que sirve para entretener y envolver pescado a la vez? Pues porque conocía ya la obra del afamado sr. Wheatley. ¿Queréis que os cuente cómo la descubrí?
Veréis ¿recordáis esa escena en The Ring, cuando Nanako Matsushima se registra en el hotel de montaña donde han muerto los chavales que abren la trama de la película? De repente, ve en un estante una cinta de vídeo sin rotular, y súbitamente la imagen se emborrona y suena un acorde ominoso de violín.
Pues más o menos así encontré Magia Negra de Dennis Wheatley en la estantería de la casa de mi pueblo.
Pensadlo bien. Verano. Una novela de terror. La madurez mental de un cacahuete tostado. Las horas pasaron ligeras en la compañía de esta joyita. Hasta que llegó el momento de la Revelación, pero… me estoy adelantando. Vayamos poco a poco.
Mis primeras palabras de agradecimiento cuando hablamos de Magia Negra van dirigidas, si no al emérito traductor don Alfredo Castillo Dibildox, sí a la editorial Novaro, que tuvo un ataque de genio editorial y comercial al reconocer que el título original de la novela (The Haunting of Toby Jugg, algo así como Las Apariciones de Toby Jugg) daba tufillo de naftalina a novela del siglo XIX, y decidió renombrarla como Magia Negra, segmentando mejor su nicho de mercado y cambiando así un spoiler menor por un spoiler mayor, pensando que si hacía el mismo truco que con Rosemary’s Baby de Ira Levin, quizás la novela obtuviera así el favor del público.
Pero entremos en materia. El emérito Toby Jugg es, en esencia, un WASP de la Segunda Guerra Mundial. Veintiún añitos, guapetón, un futuro prometedor como continuador del legado industrial de su familia; como Batman, pero con sus padres vivos. Y al niño no se le ocurre otra idea brillante que irse a la guerra, porque él es un británico comprometido con su país. Además, se va de piloto, que es lo que mola, que se ha visto Dunquerke y ha sido su fandefurius. En un completamente inesperado giro de trama, su avión es golpeado por fuego enemigo durante la Batalla de Inglaterra y él queda inválido y con un síndrome de estrés post traumático king size. El chaval se ha ganado su medallita de veterano de guerra, no siente las piernas, y es llevado a casa a curar sus heridas. Su familia, para más inri, toma una decisión de guion todavía más inesperada y completamente desesperanzadora que habla del profundo contexto social de la novela: lo envía a descansar en una vieja mansión ¡en Llanferdrack, en GALES! Ahí es donde sentimos la primera simpatía por el joven Jugg y la primera señal de que su destino está marcado por la chunguez.
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Dentro de la mansión, reciben al joven Jugg con los brazos abiertos, en especial el doctor Helmuth Lisicky, que era uno de sus profesores cuando pasó su juventud estudiando en Weylands Abbey. El colegio tenía este pegadizo eslogan Crowleyano: “Haz lo que quieras será toda la ley”. Guiño, guiño. No vaya a ser que sospeches qué hace un alemán en el Reino Unido en periodo de entre guerras. Bajo la batuta de Lisicky, el niño salió ateo, amoral, y del Betis.
Como el joven Jugg se siente súper solo durante su convalecencia, decide redactar un diario personal para echar los ratos muertos entre colonoscopias y pajas. En él, recoge las experiencias paranormales que le acontecen: durante las noches de luna llena, a través de las ventanas, atisba apenas la sombra de una araña gigante que ronda el exterior de su estancia. Jugg, que aunque era de cole privado tiene estudios, comienza a sospechar que quizás el que la mansión se haya reconstruido sobre parte del antiguo castillo en ruinas a orillas de un lago puede tener relación con esa presencia ominosa que le visita.
Más tarde, Jugg descubre, con mayúscula sorpresa, que el doctor Lisicky odia profundamente a su familia desde hace años y que su objetivo es convertirse en albacea de Toby para desplumarle. El maléfico doctor tiene controlados a través de “ciertos poderes” al resto del servicio de la mansión, convirtiendo a Toby en prisionero en Llewelyndavies. El joven, que es espabilado, encuentra en la biblioteca de la mansión un libro del “curso CCC de hipnotismo”, se lo estudia y trata de anular el control mental que Helmuth mantiene sobre las enfermeras, pero no se lo aprueban porque no ha hecho el curso puente en la universidad y porque no se llama Felipe Juan Froilán de todos los Santos. Total, que no le sale la tirada de control mental, y no consigue beneficiarse a una sola enfermera, que era de lo que se trataba al fin y al cabo. La araña, cada diez páginas, sigue apareciendo y dando mal rollo, que es para lo que la han contratado, e intenta hacer un cásting para otros papeles de más registro, pero al final se encasilla y la cogen para Stranger Things 2.
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Aquí viene el enema… quizir, la trama |
Por esas calendas, entra al servicio Sally Cardew, una enfermera cubriendo una baja por satanidad, de la cual Toby se enamora. Cuando consigue confiar plenamente en ella, algo así como dos páginas más tarde, él termina confesándole sus miedos sobre Lisicky y la valiente Sally promete protegerle. En una escena de gran corte dramático, Sally le ayuda a defenderse de Julia, una de las enfermeras más mayores, que le quiere echar droja en el colacao al enfermo. Súbitamente, Julia fallece de un ataque al corazón y el pérfido doctor Lisicky aparece en escena para aprovecharse de la situación y desvelar sus cartas: él pertenece a un grupo satanista. Pero ahí no termina la cosa, queridos míos, porque ese giro en el año 48 ya estaba muy visto. Hay que apuntar más alto.
La cosa es que Helmuth, en un tono un poquito lastimero, explica que lo del satanismo ya no da de comer como antes, que la vida está muy cara, y que con tanto capillitas europeos, creacionistas norteamericanos y ateos fans de Richard Dawkins, no hay satanista que se pueda ganar el pan con dignidad para dar de comer a sus pobrecitos sectarios. Pero Lucifer, que tiene olfato para el negocio y el azufre, ha encontrado una manera de subsistir: mantener el perfil bajo, disimular mientras silba…
E inventarse EL PARTIDO COMUNISTA, donde pueden seguir como siempre sin miedo a que nadie les reconozca.
Sí.
Eso es.
En realidad, la novela iba de eso. Que en condiciones normales, podríamos dejarlo aquí. El niño con la conciencia política de un caracol de campo que yo solía ser pudo haberlo dejado. Abrir una botella de Bitter Kas, arreglar el mundo desde el bar o sofá casero más cercano, pontificar y olvidarnos. Pero es que la cosa sigue.
Tras la revelación, Lisicky, que le ha echado el ojo a la Cardew, le dice a esta que si quiere mantener su contrato tras la baja, que le tiene que entregar a él su virginidad (se ve que en Alemania las cosas van de otra manera) durante la próxima misa negra y a Jugg, que si no firma la cesión de todos sus bienes, acusará a la Cardew ante las autoridades por la muerte de la enfermera Julia. Jugg, que ve el cielo abierto al descubrir que la enfermera es virgen, firma con sangre la cesión de todas sus almas y parte de sus cabras con la esperanza de pillar cacho.
Total, que se van acabando las páginas y uno de los secuaces le recuerda a Helmuth que como no celebren la misa negra se termina la novela y a ver qué hacen entonces. Todos acuden a los sótanos que hay bajo las ruinas del antiguo castillo, que ahí tiene mucho más efecto dramático, dónde va a parar. Para el sectario anónimo que lleva al joven Jugg, es un rollo empujar la silla de ruedas por las escaleras de piedra, pero lo hace con dignidad, y el resto aprovechan para cambiar la ropa de temporada en el armario y sacan las túnicas de invierno para no coger un frío. Helmuth es fan de los discos de Moody Blues y se decanta por vestir “one robe of white satin”. Para que no falte la parafernalia, ambientan la misa negra con musicote de los Rametep Brothers, y así comienza el Summer Satanic Castle Lake Festival Second War 1945.
Un destello de humanidad se perfila en la figura trágica del joven Jugg y como buen agnóstico de medio pelo, reniega de sus creencias y ante la inminente llegada de la muerte, eleva su oración hacia el Altísimo, rogando a la Virgen y a todos los Santos por una muerte piadosa. Pero Dios se acuerda de sus siervos. Sí, también de los ingleses. Sí, de los ateos también. Incluso de los del Betis. Y no va a dejar desamparado a Toby en medio de esa caterva de mala gente. Así que, haciendo uso de su inextricable manifestación preferida (el Deus Ex Machina), tan tradicional de la literatura de saldo en los mercadillos, alza al joven Jugg de su silla de ruedas devolviéndole no sólo su feroz masculinidad, sino también las ganas de matar nazis comunistas satanistas, que es de lo que va esta novela, ¡hombre ya!. Hercúleo, bello y sexualmente funcional, el apolíneo Jugg utiliza sus poderes contra los sectarios, friendo telepáticamente a la Araña con grabaciones del Rosario de Juan Pablo II, dando mandanga de la buena a los sectarios y rescatando a la encantadora enfermera Cardew. Dios Todopoderoso, que no se ha querido perder la fiesta y echa de menos los buenos tiempos del Deuteronomio, se suma a la fiesta lanzando un rayo contra la caverna, el cual perfora el muro que conecta con el lago, tras lo cual la sala sacrificial se inunda antes de derrumbarse y, mientras que nuestros héroes escapan por una escalera de piedra, todos los sectarios de Satán mueren ahogados. Es un justo final para los que celebran rituales con ropajes blancos y signos del zodíaco bordados en negro los martes 23 de junio cuando tus vecinos todavía no han segado el pasto en su prado y tú alojas a un minusválido en tu casa para robarle.
Como Wheatley era fan de Nolan sin saberlo, y no le gusta que se queden cabos sin atar, Sally y Toby encuentran el documento que este último le firmó a Helmuth cediéndole Llanderfeck y lo destruyen, porque de qué sirve desmontar una conspiración comunista satánica si luego no dejas los papeles en orden. Ni que la coherencia interna fuera para los débiles.
¿Fin de la historia? Ojalá. La novela termina ahí, y el lector mantiene un dolor anal duradero por un asalto sexual no deseado. Pero las novelas siempre sueñan con su pequeño momento de éxito cinematográfico. The Haunting of Toby Jugg no es menos. Es posible que parte del argumento os resulte familiar si sois merecedores fans de Crepúsculo. Esto se debe a que ¡tiene adaptación a la televisión! ¡De la BBC!
En el año 2006, la BBC pagó una adaptación parcial de la novela (El aviador embrujado, The Haunted Airman, Chris Durlacher, 2006) con un reparto estelar. En el papel de Toby Jugg, tenemos a Robert Pattinson en estado de gracia, como pocas veces se le ha visto: sólo medianamente interesado en interpretar. Su gran enemigo tiene el rostro de Julian Sands, retomando esos papeles de brujo carabanchelero que tan buenos momentos nos regaló en Warlock, aunque el exceso de corrección política convirtió al Dr. Lisicky en el Dr. Hal Burns y toda la trama satanista comunista en una ensoñación del propio Jugg, que en realidad estaba mal de la cabeza, y termina matando él a la pobre enfermera que le ama (¡ERA ÉL!). Quizás fue una lección del destino por no atreverse a adaptar el material original, en toda su jrandeza.
Sí, hamijos. Enfermeras jamelgas. Monstruos gigantes. Doctores alemanes comunistas y satanistas. Milagros. Pero… ¿esto era Magia Negra, o Kárate a Muerte en Torremolinos?