Mis vicisitudes de bodorrio: El retorno

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De un tiempo a esta parte estoy intentado evitar cualquier tipo de actividad que me aleje de cierto estado zen que facilite mejores digestiones y minimice los ataques de nervios. Nada de actividades de riesgo, nada de intentar ligar por instagram, nada de hacer una película, nada de tactos rectales no solicitados, nada de peleas por twitter y, por supuesto, nada de actos sociales masivos en la Andalucía profunda. Curiosamente, este fin de semana me he saltado las últimas dos afirmaciones con divertidos y chiflados resultados.

Como veis, siempre he deseado que mi vida sea una comedia americana mala de los 90. A ser posible, con una escena de humor con vomitonas masivas. El título: “Las locas aventuras de un enano muy chalado”

Dios mío: sólo con escribir eso se me han erizado los pelos del escroto de la vergüenza ajena. Algo que no pasó este finde. Hubo vicisitud, sí, pero me sentí como un hábil observador externo del diario quehacer de la sociedad española. Vamos: como un gilipollas. ¿Y qué fue lo que hice este finde?

Irme de bodorrio.

Los aguerridos lectores habituales de ente bloj (que, como últimos de Filipinas, siguen leyendo largos artículos chorras en internet cuando ya la guerra se perdió y todo el mundo está escuchando largos artículos chorras declamados en Youtube) recordarán mis viejas aventuras en la boda de mi hermano, el Ciudadano Soberano, en Mexicali. En aquel mítico artículo dejé claras mi falta de amor hacia las bodas y mi lamentable actitud paternalista-colonialista hacia un lugar que, habida cuenta de bailes de Michael Jackson de baratillo, satanismo urbanístico y bares-antro, merecía mi lamentable actitud paternalista-colonialista.

Por eso creo que es justo y necesario, es mi deber y salvación, relatar una experiencia similar, pero en mi lugar de procedencia: Anladucía. O Almería, que viene a ser más o menos lo mismo, pero con el resto de humoristas de España pensando que aquello es Murcia porque hablan parecido y así sus chistes son automáticamente un 37% más graciosos.

Como persona de bien, siempre he intentado evitar ser invitado a bodas en mi tierra. O en La Tierra, así en general. Pero las personas, malandrinas ellas, insisten en fuck the pig y mandar la carta más temida en el mundo sólo superada por los resultados médicos de tu última biopsia: La invitación hortera con lazitos y amores eternos a un enlace. Son eventos que aborrezco, en los que los niveles de vicisitud son más altos que en una retransmisión de F1 por parte de Onvre Vicisitud. Por eso, desde aquella boda de mi hermano, que al menos implicó conocer otro país, me he zafado de varias celebraciones de otros familiares gracias, sobre todo, a vivir en Madrid y tener toda la familia de Despeñaperros pa’bajo. Sin embargo, recientemente sí que me asomé por la de nuestra redactora Cava Baja en Toledo y, como no resultó tan desagradable, acepté ir a una de un familiar de Snowymary al que no conocía de nada. Era eso o tener que ir buscando un abogado para ir mirando el tema de la separación de bienes y tal.

Vamos: que me obligaron.

Así que me monté en el coche de alquiler con un único objetivo: mantener buena cara todo el fin de semana y evitar todo lo que me pudiera sacar de mi zona zen. De hecho, seguí a rajatabla ese soyaguaquefluye nadapuedehacermemella incluso al llegar a Despeñaperros: Se planteó la posibilidad de parar en Casa Pepe, el mítico restaurante filofascista de la zona, pero me negué. Ésta no era una escapada para hacer un post de Vicisitud y Sordidez. Iba a ser una experiencia de colonoscopia placentera. Iba a relajar el culo, dejar que me entrara hasta un ejército de elefantes y yo seguiría siendo feliz.

«Un lugar donde comer bien y sentirse muy ESPAÑOL» (reseña real de Tripadvisor)

Incidentalmente, nadie me ha avisado de que Casa Pepe, lugar de peregrinación de cuñados franquistas, está en una pedanía que se llama Venta de CÁRDENAS. Ahí dejo el dato sin ahondar más en él.

Sin embargo, todas mis intenciones se fueron al traste de la forma más tonta: por culpa de internet. Andaba yo con 41 grados pegajosos y camisa de mangas largas, mostrando a todo el mundo mi mejor sonrisa acompañada de ojos sin vida que harían las delicias de una peli de James Wan cuando, en la única iglesia del mundo en la que hace más calor dentro que fuera, al cura, en su discurso de ‘porque yo lo valgo y me la sudan los novios que yo voy a lo mío’, soltó una breve soflama en contra del matrimonio homosexual. Como no soy de armar escándalos, porque recordemos que estaba en modo zen, pero sí que creo muy firmemente en que no debo permanecer complaciente ante muestras de homofobia, me disculpé, me levanté y me salí. Una vez fuera, para pasar el tiempo antes de volver para el ‘Sí, quiero’, me dio por tuitear el hecho y mi descontento con haber sido el único en levantarse.

La preciosa iglesia, con pinta de urbanización turística de 1962

Y se abrieron las puertas del infierno virtuales.

Nunca nada que haya escrito en twat-ter ha tenido decenas de retuiteos. Y, al ser un tema social, se arma. Amigas mías regañándome, desconocidos dándome la enhorabuena, debates que simplifican algo tan complicado en 140 caracteres… Casi no contesté, pero el daño estaba hecho: perdí mi zen.

Así que, ya que me había puesto nervioso, me dediqué a tuitear parte del resto de la velada porque el mal y el hacerse el listillo son inherentes a las redes sociales. Todo comenzó con mucho aburrimiento. El convite era masivo, con unos 250 invitados entre parientes graciosos, señores con camisa abierta y gomina en el pelo, chavales cuyo sentido de la vida es ver Telecinco e incluso un buen puñado de personas. Feck: había gente vestida del traje de gala de la Guardia Civil en homenaje a la profesión del novio. Yo es ver un tricornio e ir pensando en ‘El Crimen de Cuenca’, pero como iba disfrazado de persona de bien andaba tranquilo: nunca descubrirían que había un rojo ateo infiltrado mirando el móvil sin parar.

También me llamó la atención la anormal cantidad de niños con pajarita.¿Era esta boda una promo de «El joven Sheldon»?¿O se trataba de un homenaje a «Este chico es un demonio 2»? En ese caso, quizá todo acabara en pota masiva y, efectivamente, mi vida sería una comedia chunga de los 90.

Cine de Arte y Ensayo

Tanta observación revela la realidad: que me aburría. No conocía ni a los novios, así que empecé a rascarme la caspa que tengo en la coronilla, lo cual me llevó a hurgar otras partes de la cabeza y a mi primer tuit: “…y en el 11° día, Dios dijo «Que al hombre le salga pelo en las orejas porque LOL». Lamentablemente, el imbécil chascarrillo no consiguió hundir el anterior mensaje, el cual seguía generando comentarios como “¡Claro, los novios van a hacer lo que diga el tal Paco!”. Como lo que servían era Cruzcampo (que no por ser un chiste común facilón deja de ser un brebaje), me entretuve haciendo experimentos químicos mezclándolo con zumo de limón natural, naranja natural y tostada con sobrasada natural. A lo mejor destrozándome el estómago tenía excusa para largarme antes.

Los más interesantes eran un grupo que contenía la única pareja abiertamente lesbiana y un hipster. En una pedanía de ROQUETAS. Sentí una ola de cercanía con el pobre esclavo de la moda al comprobar que se tiene que sentir muy muy solo. Ya lo cantaba Sabina: “Extraño, como un hipster en El Ejidoooo”. O no. Creo que debería adaptar esa canción a los nuevos tiempos. Si todavía pudiera cantar.

Por supuesto, acabamos en una mesa apartada de parientes lejanos y raros con una agradable representación del Imserso y empresarios locales del plástico de invernadero. Todo fue bien hasta que llegó el primer gran momento sórdido: la entrada de los novios, momento en el cual comprobé cómo se levantaba todo el mundo a agitar la servilleta como si fueran a lanzar una honda, esparciendo como confeti casposo todas las migas de pan que habían recogido antes de la llegada. Os aseguro que me sentí como un alienígena observando una cultura extraña y deseando soltar baba ácida para abrir un boquete en el suelo por donde escapar. Porque, en mi ignorancia de asuntos nupciales, no conocía esta tradición. ¿Acaso estaban pidiendo dos orejas y vuelta al ruedo tras la buena faena de la iglesia? Ahora tocaba chiste de “…y el rabo”, pero quienes me estaban leyendo en twat-ter no merecían que el nivel cayera tan bajo. Todavía.

El segundo momento llegó poco después. El muy aburrido pinchadiscos, que llevaba un buen rato poniendo exactamente la misma música de baile de ascensor (me apunto el copyright del concepto) conectó su ordenador (pantalla grande, escritorio con sus fotos personales de sus vacaciones en la nieve) y puso algo terrible…

La revolución digital nos ha traído ‘Crash Course’ o ‘No Small Parts’. Incluso Videofobia o películas ganadoras en Sundance rodadas con un smartphone. Pero también tenemos gracias a ella los vídeos interminables y melosos en los banquetes de bodorrios. Antes valía con una sucesión de fotos en power point con cortinillas de corazones al ritmo de ‘My Heart Will Go On’. Ahora, la cosa se ha refinado y hay… ¡pretensiones artísticas! ¡Planos detalles de las manos uniéndose! ¡Paseos en plano aberrante por calles empedradas! Gracias a peich que había una columna entre mí y la pantalla.  Esa columna se convirtió en mi mejor amiga. Durante cinco minutos, amé a esa columna. Me pareció más apetecible y sexy que Alexandra Daddario. Era como un medicamento antiretroviral ante el avance del VIH audiovisual. A los cuatro minutos de echarle vistazos fugaces al vídeo como guerrero griego mirando la Gorgona, sólo podía esperar que me sobreviniera el dulce abrazo de la demencia senil y que olvidara pronto lo presenciado.

Aquello terminó y comenzó el bucle infinito de la noche: plato de comida que absolutamente nadie quiere porque ya se han puestos todos púos a jamón y hamburguesitas en el cóctel, grito de «¡Vivan los novios!», media hora para que te retiren dichos platos, grito de «¡Que se besen!», plato nuevo, aclara y repite. Ante tal sopor, tuve la tentación de romper la monotonía proponiendo nuevos gritos de guerra: Creo que habría sido maravilloso un “¡Vivan los novios y la heteronormatividad!«, a ver si al menos nos echábamos unas risas. También consideré soltar entre dientes un «Vivan los Gnomos«, a ver si colaba, pero al comentárselo a Snowymary leí en su mirada que el que me sacara en ese momento los testículos por vía rectal tenía que ser molesto y contraproducente para que la noche acabara bien. Pero es que, al vigésimo «¡Que se besen!«, yo no paraba de pensar que lo mismo sería más divertido un «¡Que se hagan un spanking!«. Porque todos sabemos que los novios llevan años besándose, pero sería bonito que aprovecharan la ocasión para probar nuestras formas de placer. ¿Para qué queremos ver a dos tipos dándose castos ósculos? ¡Que no es el siglo XIX! Lo que de verdad haría que las señoras mayores de mi mesa murmurara “¡OYOYOYOYOY!” sería que ella se pusiera un strapon y le obligara a lamerlo delante de todo el mundo.

Andaba yo perdido en esos pensamientos que en absoluto revelan que en mi ordenador hay porno bdsm cuando vi algo que me aterró: Una mesa entera se levantó al completo. Eso sólo podía significar una cosa: ¡El número musical de los amigos jovenzuelos de la pareja! No os miento si os digo que me entraron sudores fríos, lo cual vino bien para poder combatir el calor de la lasaña de bacalao que me pusieron. Para CENAR. En ALMERÍA. EN VERANO. LASAÑA.

¡Sudad, sudad, hijosdeputa!

La buena noticia es que luego se levantó otro grupo. Pronto, la gente aterrada se encargó de aclarar la verdad: estaban haciendo fotos en el exterior mesa a mesa.

La mala noticia era que, efectivamente, había número musical preparado por las amigas de la novia.

Mi principal miedo era que sonara ‘Despacito’, pues me había propuesto salir corriendo de la fiesta antes del baile. Porque ya la escuché por primera vez en un bar la semana pasada, hice tirada de locura y me salió no recordarla. No quiero tentar a la suerte otra vez. Apenas reconocí la canción elegida. Quizá fuera la misma que ponían cada vez que salía una fila de camareros con los platos para la mesa principal, con cara muy seria. Era algo así como otro reguetón de mierda, pero yo no paraba de pensar en que todo habría sido mejor con ésta:

El caso es que, fuera la canción que fuera, las chicas se marcaron una auténtica coreografía de vanguardia. De vanguardia en el sentido de que cada una levantaba los brazos al ritmo. Al ritmo de otras cinco canciones que no eran la que sonaban. ¡Auténtico arte conceptual!

Ante tanto saber hacer, la concurrencia se vino abajo y consideró su lugar en el universo y la inutilidad de la vida. O eso pensaba yo que debería de haber ocurrido, porque volvieron los gritos de «¡Vivan los novios!» cada vez más desgañitados por parte de, efectivamente, el pariente que ya estaba borracho a eso de las once y media. Porque hay tradiciones importantes que no deben faltar en unas nupcias españolas.

En mi mesa de los parientes lejanos, la cosa estaba más apagada. A mi izquierda, dos señoras de unos 70 con sus mejores galas estaban enfrascadas en una conversación que consiguió una evolución narrativa que me pareció de Emmy: comenzaron hablando sobre sus nuevos smartphones y cómo tenía una problemas para pasar la pantalla, mientras la pulsaban como si sus dedos fueran dardos propulsados con plutonio. Maravillosamente, tendieron un puente dialéctico sobre el tema de la agenda para acabar en donde termina toda conversación de señoras: EN EL SINTROM.

El mejor amigo de las yayas.

Aquello, aunque de incalculable valor antropológico, no conseguía interesarme, así que me volví al señor de enfrente. En toda la noche no había hablado. No había sonreído. No se había levantado ni movido. Y llevaba seis fantas de naranja, seis. Sin duda para saciar su sed de sangre humana.

Tal fue la tontada que escribí en twat-ter, pero al enseñársela a Snowymary me comentó que el señor estaba en tratamiento por depresión. ¡Punto para mí! Me puse muy contento con el éxito de mis dotes de observación psicológica y también muy nervioso mientras miraba debajo de la mesa a ver si el tipo había traído una escopeta de caza, que lo del rural español es muy dado a estas cosas.

Tras el vigésimo plato y mientras contemplaba la cara de decenas de invitados que ya estaban pensando en el Almax, vi como mi amigo el depresivo engullía su séptima fanta mientras miraba al infinito como quien contempla la oscuridad en el corazón de todos los seres humanos.

Y se levantó.

Esa fue la señal para que yo empezara a suplicar a mi acompañante para que saliéramos pitando antes de salir en las noticias. Que yo me veo como el héroe que se lanza a arrebatar el arma y es el primer imbécil en morir. Sin embargo, hubo que esperar a que llegara lo de partir la tarta, la cual trajeron los camareros Sit On My Face con más bengalas que una noche de fallas. Entre la olor a pólvora y los suaves compases de ‘Y si fuera ella’, el novio sacó de su traje de guardia civil el sable que usa para perseguir ilegales por el mar de plásticos y cortó la tarta. Acto cuya simbología desconozco, pero que me parece un tanto guarro y poco práctico.

Buena inversión: se puede usar tanto en el enlace como en las posteriores conversaciones de divorcio.

Devoré mi trozo de pastel a todo meter, puesto que eran la una y media y no creo que mi corazón hubiera podido soportar otro «¡Vivan los novios, que se besen aunque estén regüeldando la comida!». Sin embargo, no podía escabullirme, porque la novia se estaba pasando con una cesta por todas las mesas: era un momento que también desconocía: el impuesto revolucionario. Yo pensaba que la cosa era de pagar tu carísima entrada al evento al que, no lo olvidemos, te han obligado a asistir (y no me digáis que puede no ir si quieres, que no suele ser una opción) con una transferencia bancaria. Pero en esta ocasión todo se tornó mucho más ‘Uno de los Nuestros’ mientras la gente ponía sobres en la cesta. Aquello parecía la Calle Génova.

Ahora estaréis esperando lo mejor: el baile. Señores de 50 años que no salían hasta las 2 de la madrugada desde que encontraron al amor de su vida recogiendo melones en el invernadero de al lado bailando con la corbata en la cabeza. Niños llorando. Paquito el Chocolatero. Vomitonas. El pariente que coge el micrófono y cuenta algo inapropiado del novio. La invasión zombi. La novia con motosierra.

Perdón, que se me va la mente a ‘Rec 3’, la película más profundamente española de la historia del fantástico.

Cine de arte y ensayo (2)

Pero no: como dije, esto no iba a ser un viaje para escribir un artículo de Vicisitud y Sórdidez. Yo sólo quería largarme para mantener mi zen. Que no quiero vivir más vergüenzas sólo para el entretenimiento de los lectores. Mi vida no es ya una comedia de los 90. No. Ahora que estoy mayor y varias mujeres me han rechazado por mi incipiente barriga, he descendido a una del desarrollismo con José Luís López Vázquez y Alfredo Landa persiguiendo suecas. Pero esta vez por instragram, mientras pulso la pantalla del móvil como si lanzara cohetes y espero con calma la llegada de mi turno para el sintrom.

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