Literatura sórdida: Apocalipsis

Foto del autor

5
(5)

Aquí Paco Fox: A partir de este post, Cava Baja comienza a firmar como miembro fijo del blog. ¡Ya era hora!

 

Mi padre es un auténtico personaje. Las circunstancias de su familia le impidieron estudiar, así que tuvo que aparcar su pasión por la química y la historia, y ponerse a currar desde bien jovencito para ganarse las habichuelas. No obstante, su curiosidad jamás menguó con los años, y se decidió a tener una buena biblioteca donde albergar todo el saber necesario para aumentar sus conocimientos y los de sus futuros vástagos.

La biblioteca de mis padres es, como poco, variopinta. Solo en un vistazo, puedes ver obras completas de Shakespeare, biografías de grandes personajes de la historia, los Episodios nacionales de Galdós, las más famosas novelas de Tolstoi, Stendhal o Balzac; enciclopedias de arte y una colección flipante sobre la Segunda Guerra Mundial. Pero claro, ya he dicho que mi padre es un personaje por muchas cosas maravillosas, y también por algunas elecciones literarias. Aunque es generalmente descreído, suele poner interés ante ciertos documentales o libros de lo que ahora se denomina “misterio” y muchos llamamos “cuartomilenismo ilustrado”. Así, junto a tratados sobre las propiedades curativas de las plantas o guías de viajes, de pronto descubrimos la saga Caballo de Troya, una colección impagable del Doctor Jiménez del Oso himself y, en los últimos años, noveluchas de medio pelo que lee de carrerilla y de las que no se ocupa para nada, porque sabe positivamente que son una mierda. Enbresumen, la literatura danbrowniana cutronga es el cine colonoscopia de mi padre, para que nos entendamos. O las películas de Steven Seagal para mi
difunta abuela, por ejemplo.
El derechismo bien entendido

Total, que hace ya unos cinco años, estaba a punto de viajar en tren cuando me descubrí sin ningún libro nuevo que leer. Estaba en casa de mis padres, y decidí curiosear por las estanterías antes de salir. Y con estos cuatro ojos que tengo para las buenas ideas, buscaba algo entre la dicotomía de la demencial biblioteca familiar. Entre lo horrible y lo sublime.

Por supuesto, elegí la primera opción.
Pero antes… ¡una breve semblanza del autor!
Joaquín de Saint-Aymour es, al parecer, un prestigioso escritor de Best-sellers. Por lo poco que he indagado, y ha sido más que nada para que no tenga que hacerlo nadie más en el mundo, se trata de un confeso discípulo de… PACO UMBRAL, ese ente literario creador de la novela pop y que todo el mundo recuerda por todo menos por eso. El hombre que hablaba de sus libros y que tuvo trifulcas columneras con Reverte. A priori, parece que se trata de un autor de nivel; pero lo mejor es que tiene una faceta de ESCRITOR DE AUTOAYUDA, con libros pseudo científico magufos que ayudan a elegir nuestro propio destino en el amor, la prosperidad… Vamos, que para nada es un señor que se lucra con los problemas básicos de la gente de a pie. ¡Feck! Incluso en sus libros aparece un oráculo con instrucciones para que tú mismo orientes tu destino. Altruismo cuartomilénico en cantidades industriales. Ni yendo a una sesión VIP con Rappel y Aramís Fuster jugando a la petanca con una bola de cristal os sale así de bien.
…Porque si pones la palabra ‘Cuántica’ todo suena más científico.

Con todos estos elementos, ya habréis comprendido que esta novela va a rebosar calidad por todos lados. Desde luego, no defrauda: es aburrida, mal construida, llena de tópicos, con un tratamiento de personajes rayano en la vergüenza ajena, una trama completamente alucinante e insostenible, que se alarga mucho más de lo debido y, además, con un cierto juego sucio y una resolución argumental lamentable. Eso sí, como buena literatura-colonoscopia, llega un momento en que tu cerebro desconecta y tu mente es una pantalla con un fondo de “¡Claro que sí, guapi!” constante en que te ríes. Ahí comienza el cachondeo y el valor de semejante engendro literario.

Y eso que la portada tampoco daba muchas garantías de éxito. Comencemos por ella.

 

Bien, como se ve, el epígrafe de la portada dice «Comienza la lucha por fabricar a Cristo». Es decir, se supone que la novela va de eso, ¿no? Sería lógico pensarlo, ¿verdad? No hay nada que nos indique lo contrario…
Hasta que empiezas a leer.
La historia se articula en torno a dos protagonistas: por un lado, Aurora es una funcionaria de la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid. Digamos que es el típico personaje de mujer deportista, fuerte, buena en un trabajo, soltera, atractiva y ambiciosa. Pero no os dejéis engañar. En un alarde de umbralismo extremo, nuestro intrépido autor es capaz de convertir cualquier vestigio de igualdad en una muestra de cipotismo que sonrojaría al más audaz de los revertianos de pro. Sigamos con la trama, que me adelanto.
Un buen día, Aurora recibe una serie de faxes de destinatario desconocido que la conmina a buscar la tumba de Diego Velázquez en el aniversario de su… ¿nacimiento? ¿muerte? Da igual, la cosa es que tiene que buscar bajo el suelo de varias iglesias de Madrid.
Sí amigos, esta novela puede recordarnos muy sospechosamente a aquellas excavaciones en busca de la tumba de Cervantes. Lástima que Joaquín no acertara con el personaje histórico, si no, nuestro autor favorito sería sin duda un profeta, un visionario. Una pena que no haya sido así. En principio, Aurora piensa que es una broma y no hace caso. Hasta que le pica la curiosidad y se va a preguntar a un amigo suyo, bastante mayor. Aquí entramos en una de las características de este libro, que es la introducción de personajes que ayudan a entender las implicaciones históricas de la trama, y que además tienen nombres rancios, como si el autor quisiera hacer referencia a una especie de Madrid castizo propio de las novelas de Baroja o Pérez Galdós (repito que el umbralismo y la ranciedad cipotuda están muy presentes en la novela). En este caso, el amigo de Aurora, Evaristo, representa las dos características, aunque ya os adelanto que no es el único:
Es muy lógico que, en cualquier novela, siempre haya un personaje que no tenga mucha idea de lo que pasa, y pida explicaciones a otro, más docto en la materia correspondiente, para que así el lector comprenda una serie de resortes de la trama por medio de la conversación entre ambos. Es decir, el recurso no es en absoluto nuevo. El problema es que el autor lo que hace no es darnos unas cuantas explicaciones y ya está. No. Él ha estudiado y leído mucho para escribir su novela y tiene que ponerlo todo, para que veas que se lo ha currao. ¿Resultado? La historia está plagada de capítulos que son auténticos rollos macabeos, parrafadas sin fin que, además, no terminan de llegar a ningún sitio, amenizadas, encima, por los comentarios del personaje ignorante (en este caso, Aurora), que no es que no aporten nada, sino que encima sólo dicen gilipolleces como pianos (menos mal que trabaja en el consejería de Cultura, y menos mal que nos la habían pintado como una protagonista joven y audaz). Aviso que este tipo de diálogo -más bien monólogo aburrido y sin sustancia- se repetirá durante toda la novela. Vuestras ganas de quemar el libro sobre una pira de orfidales, también.
Evaristo le dice a Aurora que el sello un tanto desdibujado que aparece en los faxes que ha recibido pertenecen a…
ATENCIÓN, PRIMERA REFERENCIA TÍPICA CONSPIRANOICA MAGUFA DE LA TARDE…

¡La antigua sociedad Thule! Id haciendo el bingo magufo, porque aquí sale todo el universo danbrowninao mezclado
con carajillos in Plaza Maiooooorrrr. Ojito que acabamos de empezar.

No contento con su descubrimiento, Evaristo le cuenta a Aurora casi toda la Segunda Guerra Mundial, sin pan pa’ empujar ni nada. Resumiendo, Evaristo advierte a su amiga que no se meta en esos berenjenales, porque se trata de gente peligrosa. Por supuesto, la intrépida protagonista no hace caso alguno de su colega, y decide convencer a la consejera y a todo bicho viviente de que las obras vendrán muy bien para ganar votos y tener popularidad. Su contacto con la supuesta sociedad neonazi es un tal Hans Elsner, hombre maduro, atractivo y elegante. ¿Qué pasa con el misterio? Pues que durante unos cuantos capítulos, Aurora agujerea Madrid y liga con Hans, mientras se compra una Cosmopolitan y varias revistas miérder más que la ayuden a fomentar su feminidad. No es coña. Repito. Esta novela va
absolutamente en serio, y debió estar patrocinada por el PP de Gallardón.
Por otra parte, tenemos a Roberto, el segundo protagonista de la historia que introduce los elementos barojianos mal entendidos y la ranciedad cipotil en estado puro. Se trata de un hombre de unos treinta años que llega a Madrid desde su ciudad de provincias para publicar un sesudo ensayo sobre los (preparad el bingo)…

¡Templarios! Recién instalado en un viejo piso del centro de la ciudad, conoce a su vecino Eladio, taxidermista de profesión, que un buen día le muestra un Baphomet que debe reproducir (¡¿Con taxidermia?!) para unos clientes que, según asegura el vejete, son templarios que viven -atención- ¡debajo del metro! Por eso no los hemos descubierto, porque bajan en las horas valle y se confunden con los que van de botellón. ¡Qué listos!

Roberto, lleno de curiosidad, decide acompañar a su vecino la noche de la entrega del bicho y, en efecto, conoce al grupo de caballeros templarios, que, en lugar de matarle, le piden que les ayude a encontrar una antigua tumba donde al parecer se encuentra la Cruz de Caravaca. Más de uno pensará «¿pero no estaba en Murcia?». Pues no. Y no os lo explico porque eso son como otros dos capítulos, y me niego. El caso es que Roberto acepta el encargo y los templarios, que serán unos sectarios pero ante todo son educados, le invitan a quedarse a una ceremonia de iniciación súper secreta -con un señor al lado que le da toooooodas las explicaciones del por qué y cómo de cada símbolo- y cree ver una escena en la que el bicho disecado cobra vida y viola a los postulantes.
Porque la coherencia interna es para débiles.
Aurora sigue haciendo agujeros en el suelo de Madrid sin éxito, a la vez que se encoña cada vez más con su contacto neonazi, que para eso es la protagonista fuerte, segura, deportista y lectora del Cosmopolitan. Entre medias, se ha ido reuniendo con Evaristo, que le cuenta más rollos históricos, hasta que un fortuito mail de Hans corta las bras -y los polvos- por lo sano. Aurora, confusa y despechada, vuelve a no hacer caso y se va con Evaristo a buscar la tumba de Velázquez a la que -¡qué casualidad!- sólo se accede a través de los túneles del metro.

Roberto se ha ido por su lado a Segovia, donde conoce a Saturnino Jiménez, otro señor mayor que regenta una vetusta (CLARO) librería y que le suelta otro coñazo infumable sobre la iglesia de la Vera Cruz. Aparte, comienza una relación con una chavala de dieciocho años que desea mantener su virginidad y con la que sólo practica sexo oral. De la opción anal no hablan, que esto no son los EEUU.Un día se decide a volver a su casa y descubre que Eladio ha sido asesinado. Para colmo de males, Saturnino le envía constantes e-mails contándole cientos de historias de sociedades secretas y demás zarandajas danbrownianas, y Elvira desaparece, secuestrada presumiblemente por los misteriosos templarios del subsuelo. Roberto ya no puede más, y parte hacia la guarida de los caballeros en busca de respuestas.

Cuando llegué a este pasaje, recuerdo que pensé: «menos mal, se van unificar las dos tramas y se dejarán de rollos, ahora ya no hay mucho que explicar y comenzará la acción». Creo que si el libro hubiera podido responderme, se hubiera descojonado en mi cara hasta soltarme un esputo. Ah, que no, que eso ya me lo hacía desde el principio.
Porque a partir de este momento, la trama empieza a saltar de escenario en escenario sin orden ni concierto. El autor debe pensar que se trata de un recurso cinematográfico, pero todos sabemos que se llama “un-puto-lío-de-los-cojones-que-no-me-importa-una-mierda”. En unas oficinas del CESID, Hans Elsner, el editor de Roberto -que tenía contactos con los templarios porque lo dice el autor- y un oficial del ejército están llamando a un grupo de élite de la legión para que vaya a buscar a… ¿a quién? Os lo cuento ahora mismo.
Resulta que al final los templarios no estaban en el subsuelo, básicamente, porque habían sido exterminados. ¿Por quién? ¡Por la sociedad Thule! Un grupo paramilitar liderado por un señor vestido a lo Matrix con ínfulas místico-ocultistas está registrando la misma zona hacia la que se acercan Aurora, Evaristo y Roberto. Éste último es quien llega en primer lugar, y decide que soltar una perorata a los neonazis es lo mejor para entretenerlos y que no le maten. Lo peor de todo es que tiene razón, y el jefe con ínfulas se pone a contarle un discurso aburridísimo sobre los templarios, los nazis… y la cruz de Caravaca.

A estas alturas hay una pregunta que ronda por la mente del lector. Al final ¿qué carajo están buscando en realidad? ¿La cruz, la tumba de Velázquez, ambas o ninguna? Quizá la unión de tramas nos ayude… y bueno, lo hace… con un par de giros sorprendentes. Sorprendentes porque nunca pensarías que cualquier libro que no fuera El rey de amarillo o El Necronomicón te volviera completamente loco y te incitara al suicidio.

Los neonazis encuentran a Aurora y Evaristo, que estaban escondidos, y matan al pobre señor que, en un sorprendente y nada manido pasaje, se interpone entre una bala y la joven. Luego, abren un boquete y descubren una tumba, con un cadáver dentro, que aprieta con sus manos esqueléticas una enorme cruz. Velázquez agarrando la cruz de Caravaca. El jefe de los Thule boys coge la reliquia, su cuadrilla pone un par de bombas, y se lleva a los protagonistas de rehenes en una furgoneta.
A partir de aquí, comienza un aluvión de informaciones confusas que pretenden crear diferentes giros de trama, pero que sólo consiguen aburrir al lector y hacer que no tengas ni idea de qué cojones está ocurriendo. Y que mires constantemente cuántas páginas te quedan.
De vuelta al CESID, descubrimos un dato interesante. Hans Elsner, el presunto contacto de los neonazis, era un agente encubierto del (OJO AL BINGO)…
¡Vaticano! Que además debe evitar que la cruz caiga en manos del…

¡Opus Dei! De hecho, es cura, jesuíta, para más señas. Se supone que el hecho de que se haya estado zumbando a Aurora da un poco igual, porque le habían encomendado que hiciera lo que fuera necesario para lograr su objetivo, que, a todo esto… ¿cuál es?

Una vez que ha explotado la tumba de Velázquez, parece claro que el McGuffin de la novela es la cruz de Caravaca. Esto es cierto en parte, porque de repente un nuevo escenario se presenta a nuestros ojos. Unos laboratorios franceses especializados en genética están esperando la confirmación por parte de no sabemos quién para hacer no sabemos qué (aunque en realidad nos lo vamos oliendo). También salen las conexiones vaticanas de Hans. En resumen, tenemos a cientos de implicados en una misma trama buscando la misma cosa, que en teoría sería la cruz, ¿o no?
Mientras, Roberto y Aurora van en la furgoneta con el jefe neonazi. Se supone que viajan desde el centro de Madrid hasta El Escorial. Deben de dar un rodeo considerable, porque el rollo que les mete el neonazi es para sufrirlo en las propias carnes. Comienzas a plantearte si el plan original del malo no será matar a los protagonistas a discursos. El caso es que deben llevar la cruz a El Escorial, porque el monasterio no fue erigido para representar la parrilla del martirio de San Lorenzo. Nooooo. Eso es para gentularia como nosotros, que vivimos en el Matrix y tenemos cara de que nos tienen que explicar mucho las cosas, así como en muchas páginas para que seamos un poquito menos faltos. En realidad, Saint Aymour nos da la clave de la verdad, y una nueva casilla del bingo. El Escorial se construyó como copia del…

¡Templo de Salomón! Y allí los Thule místicos podrán llevar a cabo una especie de ritual de poder. Pero ¿poder para qué? ¿Sacado de dónde? Por fin, medio millón de capítulos después, está el quid de la cuestión. La cruz de Caravaca alberga en su interior un compartimiento secreto donde se guarda…

¡La lanza de Longinos! Porque nunca hay referencias apócrifas de reliquias medievales suficientes. Pero es que la lanza, a su vez, contiene una ampolla de tecnología punta del siglo I pero de ahora que guarda en su interior…

¡Sangre de Jesucristo! ¡Ahora lo entendemos todo! ¡La portada tenía sentido! ¡La tumba de Velázquez y los templarios asesinados fuera de plano no! ¡Pero no importa! Porque Aurora hace el mejor comentario de toda la novela, que aporta todo un mundo de matices con respecto a la trama y a la inteligencia y savoir faire del personaje. Atada y escuchando el coñazo del neonazi, en un momento dado, se le enciende la bombilla y recurre al peor insulto, el más ingenioso que el autor saca de lo más profundo de su mente: «Sois unos fascistas». Así. A lo loco. Sin ambages. Sin sentido común. Y con un cipote del tamaño de la catedral de Burgos.

En medio del ritual del señor neonazi, se desata el caos. Todos los policías llegan, se lían a tiros, la ampolla se queda por ahí, Roberto y Aurora escapan, y no sabemos qué más. Fundido en negro. Pasado un tiempo prudencial, Aurora se encuentra sola. Su trabajo con la tumba de Velázquez ha resultado ser un fiasco, ha perdido a su amigo al que ignoraba en prácticamente todo, ha perdido a su amante, que encima resultó ser cura y no se la follaba ni por deseo; y ni las tarrinas de helado, ni las revistas, ni los continuos visionados de Pretty Woman parecen poder ayudarla. Finalmente, recibe una llamada, una posible vuelta a la vida de aventuras que una vez disfrutó. La matan, y otra cosa menos. Sí, con esa misma cara me quedé yo al leerlo.
¿Y Roberto? Lejos de morir como su coprotagonista, haciendo que el final arreglara el desbarajuste de esta novela, se despierta en una especie de sala de hospital. Finalmente, lo ha entendido todo, y conseguirá publicar su primer libro… ¿El ensayo coñazo sobre los templarios? ¡No hombre, mucho mejor! Ha decidido escribir… ¡La novela que tenemos entre manos! ¡Metaliteratura! ¡ARTE!
Y no es eso todo. ¿Recordáis a la chica de dieciocho años, bella y con unas curvas de escándalo, joven e inocente, pero convenientemente mayor de edad para no incurrir en delito? esulta que Roberto y ella viven juntos, porque ¡No había sido secuestrada! ¡Formaba parte del complot! ¿De cuál de todos? Da igual, porque lo importante es que la sangre de Cristo sirvió para poder inseminarla, motivo por el cual debía mantenerse virgen. Y nuestro Roberto convertido en San José posmoderno. ¿Os imagináis al pobre San José a copazos de Brandy Soberano en el Café Gijón mientras escribe artículos sobre las feminazis y las lesbianas y su complejo de ausencia de pene? Pues ese es el brillante futuro que plantea Saint Aymour, un futuro sin sexo, pero con cojones.
¿Qué? ¿Cómo se os queda el cuerpo? ¿Bonito, no? Pues nada, ya tenéis lecturaza para el verano. Una novela trepidante, llena hasta los topes de información completamente innecesaria, tramas entrelazadas que no aportan absolutamente nada, personajes asesinados fuera de plano, galdosismo mal entendido, templarios, Thule, caballeros de alta, Opus Dei, lanzas de Longinos, Sábanas Santas, relaciones sexuales satisfactorias y relaciones sentimentales que te dejan con el culo torcido. Para que luego os quejéis de que no recomiendo cosas buenas.
¡Feliz verano, cipotúders!
Siga al autor de ESTO en Twitter:

 

!function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?’http’:’https’;if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+’://platform.twitter.com/widgets.js’;fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, ‘script’, ‘twitter-wjs’);

Vota esta publicación

¡Haz click en una estrella para puntuarla!

Puntuación media 5 / 5. Recuento de votos: 5

No hay votos hasta ahora! Sé el primero en calificar esta publicación.