Cine sórdido: The Evil Within

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Hace muchos años tuve una discusión con El Ciudadano Soberano (esto es, mi hermano, esto es, faro ético de la izquierda espppppañola) sobre las drojas y el arte. Yo defendía, cual Ian Anderson anti estupefacientes de la vida, que una obra tenía más valor si no había sido construida bajo la influencia de los estupefacientes. Por el esfuerzo requerido, por lo más centrada que suele estar y porque viví los 80 y las drojas eran esa cosas que hacían que me señores que olían mal me atracaran en los recreativos.

Naturalmente, El Ciudadano me dijo que estaba tonto y que me fuera a jugar a la playstation.

Porque en la historia del arte hay obras buenas y malas realizadas con la ayuda de la química, ya sea opio, alcojol o ganchitos de queso. Mi segundo poema favorito (toda la primera mitad de ‘The Rime of the Ancient Mariner’) es de Samuel Taylor Coleridge, que le daba al vicio cosa fina y en ese estado se ponía a escribir cosas sobre Kubla Khan (¡KHAAAAN!) que dejaba inconclusas cuando se le pasaba el colocón, pero que al menos servían para inspirar a Rush.

Sigo apreciando más el esfuerzo del que no se coloca para crear, pero tal esfuerzo no es un valor que tenga por qué estar relacionado con la apreciación del resultado. Como follar, vamos.

Todo esto viene a que hace un par de semanas se propagó por internet la noticia de que se había lanzado al mercado una película realizada por un rico heredero, el cual estuvo rodándola y montándola durante quince añazos. ¿Perfeccionismo? No: Metanfetaminas. El tipo era adicto a ellas, vivió por ellas y palmó por ellas. Se sospecha que gran parte del rodaje se hizo bajo la influencia de esta sustancia tan de moda porque la tele nos ha enseñado que cualquier profesor de química bien motivado puede hacerlas de puta madre.

Lo cual me llamó la atención. Si eres un niño rico drojadicto, siempre será mejor que te gastes el dinero que te sobra en hacer cine antes que en comprarte un yate e invitar a políticos a dar paseos. Grandes ejemplos nos contemplan: Jimmy Jiménez Arnau y su ‘Cocaina’. Ricardito Bofill y su ‘Hot Milk’… Quizir, grandes ejemplos de la vicisitud patria. ¿Sería esta aportación otra película candidata a una CutreCon?

Extrañamente, no. Por eso el artículo se llama ‘Cine Sórdido’ y no ‘Cine-Colonoscopia’. Pero aclaremos antes lo que se dice en internet sobre el tema.

Andrew Getty Images (#Nomearrepientodenada) era el heredero de una fortuna petrolera. La familia Getty son, como dijo Forbes y reprodujo El Mundo, el ejemplo de que el dinero no compra la felicidad.

Ahora toca chistaco sobre la frasecita, pero recientes estudios de la Universidad de Wichita Falls han probado que están todos hechos.

De su familia, con un historial bonito de cánceres, suicidios y secuestros, Andrew heredó 2.100 millones de dólares, lo cual no da para irse a las Seychelles: da para COMPRARSE las Seychelles. Eso o para adquirir tanta droja como para que Tony Montanta te diga que te estás pasando un poco y estar 15 años con tu segunda pasión: el cine de terror chungo.

En 2002, aburrido de tanta fiesta y sexo desenfrenado con modelos (¡y quién no!), decidió que tenía que tenía que hacer cine. Así que se tomó dos pastis y escribió el primer párrafo de “The Storyteller”. Luego se tomó dos más y escribió el segundo. Y así hasta el The End con música estilo giallo del bueno (seriously: espero con impaciencia que aparezca en Spotify) Empezó ahí el épico camino que llevó a una ordalía de quince años y a los créditos más divertidos de la historia del cine. Con esa longitud de tiempo de rodaje, hay un momento en el que en la pantalla sólo hay gente acreditada como ‘Eléctrico’. No puedo poner la imagen por aquello de que la copia que vi es confidencial, pero aseguro que parecía un listado de un programa de Basic. La sección de ‘Conductor’ es todavía más larga y me recordó más bien leer código máquina en el Microhobby. Es obvio que por la película pasó y salió corriendo aliviada más gente que por el funeral de Carrero BlanAsí que empezó a rodar su historia basada en las pesadillas que decía tener de niño. Que para mí que eran las que tuvo de mayor por su amor a la todo lo que viniera en formato de pastilla, porque ya sabemos cómo de fiable dejan estas cosas el cerebro. Según él, pensaba que esas pesadillas se las contaba otra persona y que no venían de él. El ‘conócete a ti mismo’ no era algo en lo que Andrew creyera como filosofía vital. En el terreno subconsciente, Getty era como un votante de Trumpo o LePen: la culpa siempre es de otros. En este caso, de Michael Berryman.

Salía en ‘Los Bárbaros’, lo cual hace que mole más que tú y que yo.

O al menos esa fue la imagen de ese ‘Storyteller’ en la película. La mejor elección de reparto posible. Sobre todo teniendo en cuenta que esos sueños en los que aparece incluían cosas como ojos con forma de boca, maniquíes a los que se le mueve borrosamente la cara, pieles que se retiran con cremallera y, más terrorífico aun, un niño que se parece a Ana de Enrique y Ana.

Reconstrucción aproximada de las visiones lisérgicas de la película

Así que contrató al famoso protagonista de ‘Las Colinas Tienen Ojos’ y a un pequeño reparto de segunda fila: un antiguo actor infantil, el que no está en ‘The Walking Dead’ de los dos de ‘The Boondock Saints’ y la realmente guapa de ‘Starship Troopers’

Preferir a Denise Richards frente a Dina Meyer dice mucho de una persona. Y ahí lo dejo.

Sí: ya sé que Sean Patrick Flanery es más famoso por haber sido el joven Indiana Jones, pero referenciar ‘Los elegidos’ me hace parecer más interesante. Al fin y al cabo, esa película comparte con ‘The Evil Within’ el tener una historia detrás más interesante que la propia cinta. Si queréis saberla, os podéis leer ‘Down and Dirty Pictures’ o intentar buscar el documental sobre hasta qué punto un director novato puede ser gilipollas llamado ‘Overnight’. Pero ‘The Boondock Saints’ no estaba del todo mal a pesar de las locuras tras las cámaras. ¿Qué tal está la película objeto de este artículo?

Pues… ¿ñññneeeee?

Una vez vista, sospecho que lo de los 15 años no fueron realmente de rodaje. Al menos con los protagonistas, porque hay una víctima rubia espectacularmente guapa que en el ínterin entre que se presenta y es asesinada (para luego convertirse en una especie araña-mujer en pelotas porque ¡ANFETAS!) se nota que ha tenidos unos años duros de fiesta con Getty. Sin embargo, y aunque en algunos planos se perciban detalles extraños, ninguno de los tres actores principales envejece notablemente ante nuestros ojos. Lo que sí que se advierte que Flanery y Meyer empiezan a demostrar un notable desinterés en su interpretación a medida que avanza la trama/días/meses/años de rodaje. Durante las primeras escenas Flanery parece realmente interesado en el absurdo diálogo que suelta, a pesar de tratarse de peleas con su hermano disminuido psíquico sobre la calidad de un espejo que le ha puesto en su cuarto de los ratones. I shit you not.

– Insert obvious joke here –

Porque de lo que va la peli es de que Sean, de profesión nebulosa pero que vive en una casaza digna de un heredero del petróleo (porque ES una casaza de un heredero del petróleo), tiene un hermano que, desgraciadamente, va full retarded en su interpretación.

He went full retarded. Never go full retarded.

El Berryman le empieza a decir que si mata gatitos será más inteligente, lo cual el chaval cree a piés juntillas porque así es como funcionan las cosas si tienes el coeficiente intelectual de un miembro de HazteOir. Pronto se gradúa a perros y, ya que estamos, a personas. El chaval, Frederick Koehler, no es que lo haga del todo mal. Pero es cierto que se pone muy muy jartible. Hasta fostiable. De un poco de vergüenza. ¿Por qué no pillar a un actor disminuido psíquico de verdad? Porque la peli va de Gollum. Me explico:

El asunto de la trama, aparte de poner pesadillas inducidas por la visión bajo la influencia de series infantiles modernas, son largas escenas del chaval hablando consigo mismo en un espejo. Pero muy largas. El que le responde es el ente que le envenena los sueños que toma varias formas. Algo así como la serie ‘Legion’, pero entendiéndose y sin que el segundo capítulo cuente lo mismo que el tercero. Como es de esperar, en un momento determinado su imagen malvada deja de hacer de Yo Soy Sam, entrecierra los ojos y toma el control para matar y tal.

El cómo se hace todo esto es un buen ejemplo de la experiencia del visionado de esta película: todas las escenas Gollum están hechas con plano contraplano con el reflejo en el espejo. Pero, de repente, a eso de la mitad de la película, hay una en la que vemos al actor y al reflejo en cuadro, hablándose entre sí. Eso es cutre y rompe la ilusión: es un disminuido hablando como si fuera malo consigo mismo. Con Golum nos daba compasión. Aquí nos da risa. Estábamos los dos que quedamos para ver la peli (el otro es el gran cómico Toni McGinty) quejándonos de lo ridícula que era la escena y de que caía en la risa involuntaria cuando… ¡zas! El reflejo, por primera vez en todo el metraje, habla con violencia, sale del espejo y agarra al protagonista.

O a su doble. Pero aseguro que no nos dimos cuenta

Así, todo: un momento estás pensando que no hay por dónde coger lo que estás viendo y al momento siguiente te pilla más desprevenido que ver Juego de Lágrimas y que te gusten las mulatas de pelo rizado. (Para todos aquellos tan jóvenes como para conocer esta referencia, os conmino a ver la peli y a entender mi ataque de risa en el cine cuando mi hermano – segunda aparición en este post – me dijo “¡Qué chica más guapa e interesante!”)

Lo cual no quiere decir que no haya escenas completas que te hagan pensar que Tommy Wisseau estaba produciendo algunos días de rodaje, claro. La película sigue siendo un sindiós. Más coherente de lo que se esperaba, pero sindiós al fin y al cabo. Todas las escenas de pesadillas valen la pena. Si saliera Michael Berryman, valdría la pena hasta tragarse una producción de Michael Bay. Aquí, entre la edad y estar pintado de pitufo cenizo, da mucha impresión, especialmente la escena en la que le abre la piel al protagonista y se mete dentro porque… ¡Anfetaminas!

A mí mientras me paguen…

Pero a medida que avanza la película y algunos actores abandonan, tenemos escenas de tramas que no sabes muy bien a dónde fueron. La extraña – teniendo en cuenta la herencia del realizador – pobreza de medios hace que la pareja ‘hermano del tonto’-‘chica guapa que no pinta nada en la trama’ vayan siempre a cenar y almorzar a los mismos dos restaurantes. En uno de esas citas aparece Matthew McGrory. Que por el nombre supongo que no lo conoceréis, pero quizá sí por la pinta:

Mucho ponerlos en pelis de miedo, pero éste también tiene cara de buena gente

Este buen señor murió en 2005, lo cual es la prueba principal de que las historias sobre la cinta y su periodo de rodaje son ciertas. Su escena no sirve para nada ni va a ningún lado. Quizá el objetivo del director fuera crear extrañeza poniendo un señor de impresionante físico, pero hacerlo comiendo a plena luz del día no funciona demasiado y lo único que piensas es en por qué su escena sigue en el montaje. Claro que mucho mejor es la que introduce el tercer acto: Chaval y chavala andan cabreados por la falta de compromiso cuando se encuentran en un bar a un señor. Si el gigante era la prueba de que la película se rodó hace una década, este señor es la de que en el rodaje también corrían los estupefacientes. Es un tipo con una camiseta en plan Napoleon Dynamite pero que, en lugar de ‘Vote for Pedro’ pone ‘Fuck You’. Os recuerdo que llevamos varios asesinatos y pesadillas, la peli NO tiene humor y que se supone que es un amigo de los protagonistas. El señor, con cara de estar recibiendo una lavativa de café por un lado y una inserción uretral por el otro, se pone a explicar la trama. Algo así como el actor que aparece tirando a mitad de ‘The Room’ porque otro intérprete se había largado, sólo que éste habla de otro personaje que no conocemos (“Tengo los libros de tu hermano mezclados con los de Chuck”)

¿Quién cojones es Chuck?, preguntamos desesperados Toni y yo a la vez con la vana esperanza de que apareciera el Sr. Norris y matara de un pedo a todos los personajes. Pues ni puta idea. El caso es que en un par de incómodos momentos, es quién le da la clave a Flanery de que su hermano es un asesino. Este es el nivel de confusión de guión y de montaje.

Pero, repito: la película no es abiertamente desastrosa. Es más bien una experiencia. Un momento tiene ideas visuales curiosas y al siguiente, según con quién se hubiera ido de fiesta, a Getty le da por rodar una conversación con la cámara girando como loca durante 4 minutos alrededor de dos personajes con muebles por delante. En una escena te mueres de la vicisitud por los diálogos y en la siguiente aparece una pesadilla en la que Berryman se muerde las manos y se arranca parte de los dedos (aprovechando que el actor no tiene uñas debido a su enfermedad) de una manera que da bastante desazón.

Y, por supuesto, el final del que hablan todas las reseñas, lleno de efectos especiales prácticos que causan que los fans del terror de los ochenta se mojen tanto que luego pueden acabar con la sed en un pueblo de África con sólo exprimir los calzoncillos. Final, dicho sea de paso, que contiene la grimosa imagen de una señora (¡Kim Darby!) con cuerpo de araña a la que le salen tres caras. Sentido no tendrá. Pero ya sabéis:

¡Drogas!

Sé que me ha salido la reseña más caótica de la historia de internet. Pero es que una película tan extraña no merecía una crítica convencional. Es eso o que realmente el visionado de la cosa me ha dejado el cerebro como el de un rico que, de tantas sustancias estupefacientes, murió de un ataque al corazón complicado por las drogas y una úlcera duodenal. Lo cual me hace pensar que un remake español con Chiquito en vez de Berryman y rodado por Albert Rivera sobre las pesadillas de un señor al que su reflejo le dice que deje de ser un torpedo mientras Mariano Rajoy aparece con barba en lugar de ojos. ¡Qué suerte tiene España de que nadie me vaya a dar dinero para hacer otra película!

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