Gente de la hostia: Hedy Lamarr

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Ser la hostia siempre ha constituido una de las empresas más encomiables a las que se puede dedicar un ser humano junto a ayudar a los necesitados o introducir sorpresivamente paraguas por el recto de de la gente que no se ducha antes de ir a trabajar en metro. No se trata de ser simplemente bueno en algo. Es importante llegar a un estado de molar de forma épica en el que cualquier insulto que te dirijan cree una trayectoria elíptica alrededor del campo gravitatorio de tus gónadas y luego vuelvan al que espetó la burla y se le introduzca violentamente por cualquier orificio libre. Preferiblemente los lacrimales.

Hedy Lamarr llevaba medio trabajo hecho cuando nació. En una combinación genética de una improbabilidad que ni Stephen Hawking podría explicar usando física cuántica, Hedwig Kiesler (que en Austria la gente nace con nombres raros) llegó al mundo con un material genético debajo del brazo que la convertiría en los 30 en la mujer más hermosa del mundo.

No, en serio:

Algunos gritarán “¡Glamour!”. Los heterosexuales decimos con más elocuencia: ‘Arfsdfjshdslljssdfffsss

Hedy Lamarr tuvo el detalle de nacer como una de las mujeres más guapas del mundo con el objetivo sibilino de que escribir sobre lo acojonante que era fuera incluso más placentero. Pero, por supuesto eso no es suficiente. Chicas guapas han existido siempre y, gracias a la globalización y mayor mezcla genética, su número sin duda crecerá en el futuro. ¡Menos mal que yo ya no estaré aquí para preocuparme porque todas me rechacen con razón!

Italia+Chequia+Inglaterra+Irlanda+EEUU=‘Arfsdfjshdslljssdfffsss’

Sin embargo, como dijeron Mateo Gil y Amenauer en ‘Tesis’, una chica puede ser guapa, pero eso no es mérito suyo. Y no te digo ya lo de ‘glamurosa’. Feck, en una de sus frases más famosas, Hedy Lamarr dejó claro que lo de molar lo tenía más dominado que lo de ser mona al decir que “Cualquier chica puede ser glamurosa. Todo lo que tiene que hacer es quedarse quieta y parecer estúpida

Hedy 1, Vacuidad del famoseo 0

Hedwig (sin angry inch gracias a peich) / Hedy es conocida por tus abuelos (ni siquiera padres) por ser una actriz del Hollywood clásico cuyo nombre era pegadizo y cuyas fotos se colocaban entre los libros de estudios de trigonometría (antecedentes menos interesantes de las carpetas con fotos del Super Pop y, hoy en día, de la colección de favoritas de Instragram). Con los años, se fue olvidando, básicamente debido a que apenas cuenta en su filmografía con un par de películas realmente importantes (‘Argel’ y ‘Sansón y Dalila’), un gran error (haber rechazado protagonizar ‘Casablanca’) y un gigantesco truñaco (la aquí comentada ‘La Historia de la Humanidad’). Sin embargo, a eso de finales de los 90 empezó a ver reconocidos sus otros logros que, con la llegada de internet se hicieron más populares hasta convertirla en un icono distinto al que pretendía Louis B. Mayer cuando la bautizó con su nombre artístico (idea de la mujer del magnate, todo sea dicho) y con el eslogan de ‘La mujer más guapa del mundo’ (misma conclusión a la que llegaba de todas maneras cualquiera que la veía mientras gritaba alegre y eruditamente la palabra “Arfsdfjshdslljssdfffsss”)

Su primera gran marca en la historia de la humanidad y la primera de la que se habló cuando empezó a reivindicarse su figura fue su primer gran acto como personaje esencial en la trayectoria de la liberación sexual de la mujer. La todavía Hedwig en aquella época era una chica que quería hacer teatro y cine y que había abandonado los estudios ante la abnegación de unos padres acomodados que esperaban que volviera pronto al redil. Tras unas obras de teatro y algunos papeles en Austria, decidió aceptar el papel protagonista en una película más bien artísitica llamada «Éxtasis». Ella era joven y viajaría a Checoslovaquia a rodar.

En pelotas.

En 1933.

Con 17 años.

Vamos, que más de 80 años después no puedo poner ninguna de las fotos porque hemos avanzado tanto como sociedad que puedo hacer aquí un comentario con imágenes de un videojuego con pollas metiéndose en culos que tienen en sus propios testículos (ESE JUEGO EXISTE) pero no poner una foto de unos penzoncillos femeninos.

A Hedy, en un deliberado acto de molar más que cualquier otra joven de su edad, eso le importaba un carajo. Pero la cosa no quedó ahí. Muchos articulistas de curiosidades acreditan esta película con el primer desnudo femenino no porno. Eso es falso. Pero sí es algo mucho, mucho, mucho más importante:

El primer orgasmo femenino en cámara.

Ejemplo estético de orgasmo masculino

Estamos hablando de una época en la que eso de que las mujeres tuvieran sexualidad era algo de lo que simplemente no se hablaba. Sólo unas décadas antes todavía se diagnosticaba a las mujeres con ‘Histeria femenina’ (o lo que en twitter hoy ha mutado al término ‘Locas del coño’). Vamos: que el orgasmo femenino en tiempos victorianos se consideraba que era un tratamiento para evitar que las tías se volvieran locas, las muy infraseres.

¿Por dónde se pasó Hedy esos tabús? Por ninguna parte. Ella no quería hacer ningún acto político. Sólo era una actriz que veía de lo más normal esto de correrse. Y así, casi sin quererlo, protagonizó un pequeño paso en la liberación de la mujer. Sus padres casi se mueren, claro. La película fue prohibida en EEUU y el Papa Pío XII la denunció, lo cual es, por supuesto, uno de los mayores halagos que podía recibir. Pero la vio un adinerado magnate armamentístico austriaco que rápidamente la convenció para que se casara con él y abandonara el cine. Vamos: que se compró una mujer trofeo de toda la vida. Hedy aceptó por aquello de ser joven y tener cierta (errónea) inclinación hacia los señores altos.

El caso es que el empresario, Friedrich Mandl, era lo que en términos históricos se conoce como Un Gran Capullo. Quería a su Hedwig como un florero para vacilar con sus colegas. Gente tan chulipichis como Hítler y Mussolini. Se trataba de un fascista convencido. Convencido de que eso le estaba reportando millones en contratos armamentísticos. Lo cual era hilarante, sobre todo teniendo en cuenta que era de origen judío. Los nazis de descojonaban de él por ello, pero seguían usándolo porque serían la escoria de la tierra, pero al menos hasta que la guerra empezó a ponerse mal no demostraron ser idiotas. Nuestra Hedwig describió aquellos años como un infierno de esclavitud y descubrió lo que era ser tratada como idiota por el mero hecho de tener cromosomas XX. Su marido se dedicó a intentar destruir todas las copias de ‘Éxtasis’ en un arrebato de actitud de macho que haría que Arturo Pérez Reverte y Juan Manuel de Prada le reprobaran por oler demasiado a Varon Dandy. Además de usar la película como arma arrojadiza. ¿Que Hedwig llegaba tarde tras un paseo? “Pues tú saliste en pelotas en una película”. ¿Que se sentía indispuesta en una fiesta? “Pues tú saliste en pelotas en una película”.

Pero fue en esas fiestas en las que interpretaba el papel de silla en las que desarrolló un aspecto importante de su personalidad y su vida: saber escuchar, procesar y analizar lo que aprendía. Porque los invitados serían unos capullos fabricantes de armas, pero tenían sus conocimientos de ingeniería que más tarde, ya como Hedy Lamarr, convertiría en su pasión.

Lo de aguantar al imbecil de Mandl duró lo justito. Un matrimonio del que declaró que “había días en los que íbamos a cazar y nos quedábamos horas quietos callados… esos eran momentos felices” estaba condenado a acabar rotundamente: pillando pelas y largándose del país sin decirle absolutamente nada. Retomaría su carrera de actriz y se largaría a los Estados Unidos. Total: ya hablaba varios idiomas. El inglés no iba a ser un impedimento. En el viaje de ida conoció a Louis B. Mayer (El de la segunda ‘M’ de ‘Metro Goldwyn Mayer’, que era una compañía que hacía películas muy buenas, quebró, acabó dominada por un mafioso, quebró otra vez y ahora sólo hacen remakes) y éste rápidamente le dio el papel protagonista de ‘Argel’, el remake americano de ‘Pepe Le Moko’. Esto es un dato un tanto irrelevante, ya que nadie se acuerda ya de esa película. Pero se titula ‘Le Moko’. Conozco a mis lectores. Bueno, no. Lo pongo sólo porque me hacía gracia a mí cuando la vi con 7 años. Y ahora.

Como en Estados Unidos no estaban ciegos, la chica pronto fue una estrella. Pero ella no era una joven de Wichita Falls deslumbrada por las luces de Hollywood. Pronto vio que eso de ir a fiestas y andar de parranda no era lo suyo. Así que se centró en su hobby. ¿El cuidado de plantas? ¿El macramé? ¿El fabricar reproducciones de la Gran Guerra con bastoncillos para lo oídos? No, claro. Algo mucho más simple:

Inventar.

Hedy se hizo un despachito y empezó a aplicar todos los conocimientos que había absorbido en sus días de esposa florero y a mezclarlos con un elemento esencial en este negocio de Molar Más Que Tú Y Que Yo: ser ingeniosa. Todo estaba preparado para pasar a la historia por tercera vez. Sólo faltaba un compañero.

George Antheil era un compositor de sinfonías avant garde que se ganaba la vida con mecenazgos. O sea, fatal. Su mayor momento de fama en el periodo de entreguerras llegó cuando presentó  en París sus composiciones en una agradable velada que acabó con risas, cachondeo, redadas, peleas, arrestos y aplausos. Y es que los modernos de los años 20 sabían que con ese tipo de música lo mejor es no estar callados y echar un rato divertido rompiendo mobiliario. Sobre todo cuando una parte de la orquesta incluye un motor de avión que le voló el peluquín a medio público.

Algo que no estaba en su composición más famosa, ‘Ballet Mécanique’. Pero que igualmente podría provocar disturbios:

¿Y para qué me hace Paco darle al play a esta cosa que ha conseguido que tenga derrames auditivos por los intestinos? Porque la gracia de esta composición (en su origen para un corto experimental dadaísta y NO: no voy a aprovechar esta ocasión para poner otra foto de la Dadda-rio) es que estaba pensada para que fuera ejecutada por varios pianos mecánicos sincronizados.

Mientras que Antheil se mudaba a Hollywood a hacer bandas sonoras y a ganarse la vida como escritor de artículos para revistas, Hedy empezaba a cabrearse por esas jugarretas que estaban haciendo los alemanes. Niñerías como hundir barcos de pasajeros en el Atlántico matando a miles de personas. Algo había que hacer. Y si nadie estaba por la labor de superar a los torpedos germanos, allí estaban sus neuronas de adamantio para poner las cosas en su sitio.

Y en estas estaba la chica que un buen día pidió conocer a George Antheil. No porque quisiera beneficiárselo: el músico era bajito y, como ya he dicho, Hedy tenía fijación con los altos porque nuestra heroína era, en el fondo, una mujer imperfecta. Lo que le pasaba es que el músico había escrito una serie de artículos sobre un tema que a Estados Unidos le interesaba más que la guerra en Europa: Tetas.

Concretamente, Hedy, la mujer más guapa del mundo, estaba acomplejada por tener los pechos pequeños. Repitamos. Ésta mujer:

Podría tener la talla de sujetador de Rosario Flores y a nadie le importaría un carajo

No la juzguéis duramente. Todos tenemos nuestras inseguridades. Yo, por ejemplo, tengo complejo de poco atractivo a pesar de, efectivamente, ser poco atractivo. Y bajito. Y socialmente incompetente. Y con tripilla. Y sin músculo alguno. Y con caspa. Al menos mi mamá dice que soy mono. Así que ella tiene razón y el espejo miente. No necesito consejo de un músico avant garde, joer.

Antheil y Hedy se hicieron amigos para desgracia de los celos de la esposa del primero. Pero de esa amistad no surgió el amor físico, sino el amor por inventar. George tenía pasión por la mecánica y llevaba años experimentando con sincronización de pianos mecánicos. Hedy quería crear un torpedo superior a todo lo existente.

En la imagen, un torpedo sesuarl.

Los torpedos de la época tenían un problema: se dirigían por cable o por radio, pero la señal era fácil de interceptar. De hecho, cualquier comunicación de la época era fácil de hackear. A Hedy se le ocurrió una idea que, con el tiempo, cambiaría el mundo: crear una señal que fuera saltando de frecuencia casi al azar. Así los nazis podrían interceptar el espacio del espectro en el que se transmitían las indicaciones a los torpedos, pero no el tiempo suficiente como para hacer algo con ellas o siquiera averiguar qué eran.

Como las ideas así a lo tonto no se patentan, Antheil colaboró en el sistema, inspirado en las hojas con orificios para pianolas (antecedente de los primeros ordenadores), para que transmisor en un avión y receptor en un torpedo se sincronizaran saltando frecuencias y le hicieran pupita sesuarl a los alemanes o, más tarde, a los japoneses. Trabajaron mucho, pero con problemas y bastantes desavenencias. De hecho, Antheil se enfadó con ella y, en un antecedente de flame war, hasta se dedicó a cachondearse en círculos sociales de las faltas de ortografía de Hedy. Sin embargo, sus estudiosos sospechan que la chicha, que sabía varias lenguas, ya se dedicaba a escribir fonéticamente porque hasta sus ovarios tenían más neuronas que la media mundial.

Finalmente, perfeccionaron su patente y el ejército, en un típico ejercicio que demuestra que colectivamente siempre han tenido menos neuronas que uno solo de los ovarios antes mentados, archivaron el invento. El arma revolucionaria de guerra marítima justo cuando se metían a liarla en el Pacífico. Así que George siguió con sus bandas sonoras y escribiendo sinfonías (ya pasada la fiebre experimental) que alcanzaron gran reconocimiento y Hedy se puso a petarlo con películas como ‘Sansón y Dalila’ y a cagarla con su cameo en ‘La Historia de la Humanidad’ y varias producciones propias que casi la dejan en la ruina. Porque se puede ser un genio inventando, pero un desastre evaluando guiones. Finalmente, se retiró por aquello de que Hollywood es más machista que un mano a mano Cremades-Osborne y las mujeres pasados los 40 ya no sirven para nada. Se fue a vivir humildemente y a seguir inventando cositas para hacer la vida de la gente más feliz, como ayudas para que las personas con falta de movilidad pudieran bañarse o incluso sugerencias para mejorar el Concorde.

En los 50, unos científicos que trabajaban para el ejército desenterraron la patente Antheil-Lamarr y vinieron a decir algo así como “COJONES: IDEACA”. Comenzó la época de la investigación del Salto de Frecuencia, algo que no se puso en práctica hasta… ¡1963! Lamarr estaba varias décadas por delante de su era. Y lo más importante: el concepto se empezó a usar en drones (existen desde hace años, gente) sobre Viet Nam y, a lo tonto a lo tonto, estos estudios formaron la base del siglo XXI. Esto es: de la comunicación móvil. Teléfonos, Blue Tooth, WiFi… Efectivamente: Hedy y George sentaron las bases para la existencia de XVideos y los mensajes del negro de Whatsapp. Esto es, la civilización tal y como la conocemos.

Lo mejor de esta historia es que no acaba con un ‘La inventora murió en el olvido’. Cuando se acercaba el fin del siglo XX y los papeles secretos del ejércitos llevaban un tiempo desclasificados, su contribución a la ciencia empezó a reconocerse y comenzaron a lloverle premios. Ella siguió alegre y humilde ante todo. De hecho, en una de sus entrevistas de la época, Lamarr reconoció que su personaje de ficción favorito era Bart Simpson. Y que su lema vital estaba inspirado en él: algo así como “No hay que tomarse las cosas muy en serio”.

Y qué queréis que os diga. Eso último me llega a mi corazoncito. De hecho, es la misma frase que encabezaba el primer tratamiento de ‘CineBasura: La peli’ y la única moraleja que hemos querido transmitir al realizarla. Por no hablar de que es EL mensaje que llevamos más de 10 años promocionando en Vicisitud y Sordidez. Por eso Hedy Lamarr es un icono para nosotros desde siempre y para vosotros desde ahora.

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