Bigotón Returns: Scatman John

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Alguna vez he dicho en ente bloj que una de las frases que más odio es “¡Retírate ya!”. No. Quiero seguir comprando discos de Ian Anderson. Quiero ver a Harrison Ford dando leches. Mataría por otra película con Clint Eastwood de protagonista. Quizá matar sea exagerado. “Daría una patada en los cojones a alguien imbécil” sería más adecuado. El caso es que nunca he sido del culto a la juventud. De adolescente, era un viejo prematuro que escuchaba Mark Knopfler y nunca fui fan de boy band alguna. Yo empecé directamente por Battiato, que hablaba de cosas de viejos como la época colonial en Libia y no de amor forever and ever for eternity. Y hoy en día aplaudo a rabiar a un George Miller dando lecciones a cualquier joven director de acción con “Sacándome la chorra: Fury Viagra”, título alternativo de la mejor peli en lo que va de año.

Siguiendo este razonamiento, el súmmum de mi amor por los artistas viejunos es aquel dirigido a gente que encuentra el triunfo sólo cuando ya le cuelgan las carnes y su principal preocupación no son las groupies, sino su próxima visita al urólogo. ¿Es mi también publicitado aquí amor al underdog? Quizá. Pero no paséis por alto este tan entrañable fenómeno. Tened en cuenta que hay una figura que encarna a la perfección este papel y que, sin él, España directamente habría sido una auténtica mierda las últimas décadas.

Ecce Homo que llega…

Pero hoy no voy a hablar de la persona más importante en la historia reciente de nuestro país, de Europa y probablemente hasta de Albacete. Hoy voy a reivindicar la leyenda de otro jrande un tanto olvidado hoy en día. Injustamente, claro. Porque para mi mente adolescente nada producía más amor que ver videoclips de éxito con un señor mayor con sombrero y un glorioso bigotón en el cual se podría refugiar una familia de inmigrantes argelinos de diez patrullas fronterizas racistas húngaras.
Esta jloria bendita:

Nombre real: John Larkin Magnum P.I. Cómeme El Bigote.

Larkin era un pianista de jazz que siguió el camino predecible de músico maldito: malvivir, tocar en bares, ser torturado por J.K.Simmons, emborracharse y darle a los estupefacientes que rondaran por Los Ángeles. Que en los 80 eran TODOS.

Dado que tenía un inmenso bigote, decidió que el lugar donde empezar una nueva vida en los 90 era Alemania. El país que dio origen a la trifuerza de la sordidez que son el schlager, el eurodisco y el porno ssserdo (el cual nos enseñó que, efectivamente, ahí cabía un puño y que lo amarillo era un método alternativo de entretenimiento). Larkin buscaba ganarse la vida, pero el jazz es un tipo de música que general las mismas simpatías que una conferencia de Alejandro González Iñárritu en la Comic Con. Con todo, siguió intentándolo en clubes germanos introduciendo un nuevo y emocionante componente a su repertorio: cantar.

El problema es que Larkin era tartamudo.

Muy tartamudo. Nivel Michael Palin en ‘Un Pez Llamado Wanda’. Nivel Paco Fox hablando con Ana de Armas. Muy grave.

Sólo se le quitaba cantando y, concretamente, haciendo scat. Que no es, una vez más, una referencia al porno alemán. O quizá sí y por eso lo contrataron en ese país. A lo mejor no entendieron muy bien a lo que se refería nuestro héroe del bigotón. El scat, en esta acepción, se refiere a una forma de cantar jazz usando sílabas sin sentido a una cierta velocidad. Algo que posiblemente venga de África, si bien hay variaciones similares del mismo concepto de balbuceos sin sentido en la música celta y en cualquier fiesta española en la que suena una canción de Eminem justo antes de que entre el estribillo de Rhianna.

De esta manera, Larkin se unió con un tal Tony Catania, que como su propio nombre indica NO era de Düsseldorf. Italo disco, euro disco alemán y bigotón jazz se sumaron y engendraron a Scatman John, que sería el nuevo nombre artístico de ente onvre. Para su primer single decidió hacer de su impedimento su bandera, su traje y hasta sus calzoncillos. No sólo dejaría claro que era un tartaja, sino que estaba orgulloso de ello y que todo tartaja puede aspirar a la grandeza. Esa es la letra de ‘The Scatman (Ski Ba Bop Ba Dop Bop)’. Una canción que no es que lo petara: es que si no te gustaba en 1995 eras mala persona. Y hoy en día también.

Con 53 años, John Larkin había alcanzado de una puta vez el estrellato mundial que se merecía por su amplia experiencia en molar.

Como solía pasar en estos casos de éxitos dance, el disco llegó después. Pero no era un simple CD construido alrededor de una canción. No, joer. Larkin era perro viejo y, si bien estaba en manos de sus productores, decidió hacerlo… ¡conceptual!. ‘Scatman’s World’, titulado como el segundo single que, sorprendentemente no se metió el hostión habitual de los one hit wonders, trataba de una sociedad utópica llamada Scatland (dios: cómo me está costando no hacer chistes de caca). De hecho, el disco culminaba con una balada a piano que era como si ‘Imagine’ de Lennon hubiera sido recitada por un señor mayor, con sonidos de pajaritos y con un coro de niños estilo ‘El Bosco’ de Luis Cobos. O sea, mucho mejor de largo.

El disco funcionó muy bien en todo el mundo, pero lo petó realmente en un sitio en particular. Veamos: ya tenemos implicados a dos de los tres expertos en sordidez musical mundial: Alemania e Italia. ¿Qué queda?

Japón, por supuesto.

Allí, según wikipedia, se convirtió en el 9º disco más vendido hasta la fecha por un cantante no japonés. Y es que cuando a los nipones les gusta algo, les gusta DE VERDAD. Tanto es así que hicieron una versión de ‘Scatman’ adaptada al japonés cantada… por Ultraman. Para que nos hagamos una idea, es como si los ingleses hicieran que Matt Smith sacara un single titulado “The Doctor Who La Macarena”. Oh, wait, que eso casi casi casi existe: http://vicisitudysordidez.blogspot.com.es/2014/11/el-dia-en-el-que-doctor-who-se.html

En la portada del single aparecía Ultraman llevando presentando al mundo el bigotón y el sombrero característicos de Larkin. Una pena que en el videoclip sólo se dejara el gorro y no le pusieran un buen bigote. Una oportunidad perdida de molar más que los pesados Power Rangers.

El difícil segundo disco de Scatman John, evidentemente, vendió mucho menos. Aunque todavía tuvo un cierto éxito con su single ‘Everybody Jam’ en el que homenajeaba a Louis Armstrong. Porque Larking estaba haciendo música alejada de sus inicios, pero llevaba a sus ídolos en el corazón. En Japón, por supuesto, siguió triunfando a lo grande porque en ese país la gente sabe reconocer una sordidez de la buena cuando la ve. Y porque no se puede hacer algo más grande que versionar con chunda chunda y scat una de las canciones a su vez más sórdidas de Queen:

Admitidlo: al escuchar esto, vuestro mundo acaba de implosionar y ya no tenéis certeza de nada en la vida excepto de que vuestra vida sería mejor si os afeitarais esa barba hipster y os dejárais bigote de una vez.

Lo malo de esta historia para un blog chorra como éste es que, justo a tiempo de que su popularidad más allá de Japón empezara a morir, Scatman desarrolló cáncer de pulmón. Con todo, cual Freddie Mercury de la vida, grabó enfermo su último disco, que fue publicado seis meses antes de su fallecimiento. Su momento en el estrellato fue breve, pero maravilloso. Inspiró a niños con tartamudez a no tener complejos y, lo que es más importante, a señores de 50 años a hacer música, escribir libros o lanzarse a hacer unpackagings en Youtube.

John Larkin pudo vivir cinco años de gloria y alegría. Y aquí estoy yo para que ese breve periodo de relevancia de uno de los bigotones que marcaron mi infancia no caiga en el olvido dido duru dadido pa pa para bó.

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