Guías turísticas para sórdidos: ¡Gibraltar, inglés! Redux

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Aquí Paco Fox: En los primeros tiempos del blog yo era partidario de recortar los artículos a una extensión que no diera miedo de leer. Era la época de la blogosfera masiva, en la que la gente tenía que elegir entre las numerosas bitácoras de sus amigos para perder el tiempo y alimentar los frágiles egos de la gente que le importaba. Por lo tanto, muchos de esos primeros posts estaban muy recortados y una gran cantidad de conceptos que quería comentar quedaron cercenados y los chistes que incluían reaprovechados en posteriores artículos. Ahora, con pocos guerreros insurrectos que quedamos en esto de redactar en lugar de hacer vidcasts, todo da ya lo mismo. Así que estamos rescatando posts antiguos, limpiando vídeos y enlaces rotos y añadiendo un par de toques que se quedaron en borradores pretéritos. Hoy, volvemos a visitar uno de mis lugares favoritos del tercer mundo: Gibraltar.

En su gran obra psicosocial ‘To er mundo e mejó’, Manolo Summers hizo que una reivindicación política quedara para siempre unida al cachondeo en el imaginario colectivo nacional. Era la frase «Gibartá, Ehpañó«. Delante del imponente peñón del sur de España, el equipo de la película se cachondeaba de unos pobres andaluces haciéndoles gritar el famoso eslogan.

Sin embargo, yo siempre defenderé a un Gibraltar inglés. Nada de español ni, por supuesto, de república/peñasco independiente. Ya es hoy en día refugio de empresas de actividades dudosas y un gobierno empeñado en convertirse en un nuevo Principado de Mónaco para pijos a costa de los pescadores de la bahía. Que como no pesquen tampones o peces de tres ojos producto de las maravillosas empresas petroquímicas que rodean la costa no sé qué es lo que hacen allí. Pero el caso es que con la independencia, la colonia podría convertirse en un lugar tan corrupto que incluso espantaría a la Comunidad Valenciana.

Porque, amigos: Gibraltar inglés es el lugar de mayor vicisitud, sordidez y amor de la tierra. No olvidemos que estamos hablando de la mezcla de andaluces, ingleses y pakistaníes. Una pena la falta de alemanes e italianos, pero no se puede tener todo.

Con esta promesa de chunguez, los creadores de ente blog decidimos hace ya bastante tiempo hacernos en coche las ocho o nueve horas que separan Madrid del Campo de Gibraltar para visitar este maravilloso despropósito de lugar en un breve puente de tres días. Sí, es algo de lo que no se puede estar orgulloso desde un punto de vista convencional. Pero mirándolo desde el prisma de la chunguez, se convierte en una peregrinación necesaria y épica al nivel de una película de bárbaros española. Esto es, a un nivel de vergüenza ajena.

La experiencia de cualquier visita a este lugar siempre empieza, cual canción de Manowar, por todo lo alto: tras pasar la frontera (andando, porque en coche es una locura) y para llegar al pueblo hace falta atravesar la pista de aterrizaje del aeropuerto. ¡Y hay gente que se queja de los pasos de tren con barrera! Una sensación tan extraña que te sientes como si entraras en un universo paralelo. Con suerte, podrás pasar los primeros momentos de peligro si vas con un neófito en las peculiaridades idiomáticas del lugar. Todavía recuerdo acompañar a un amigo el cual, ante la frase “Entonces, quedamos en tu casa pa’l meeting” soltada por una señora con traje fucsia y teléfono móvil, comenzó a descojonarse con gran gusto, poniendo en serio peligro nuestra integridad física. Porque, sí: los gibraltareños, como el Ciudadano Soberano, están muy orgullosos de sus idiosincrasias. Al menos en mi infancia, eran muy ingleze y ole sus cohone, aunque sean el hazmerreír de sus compatriotas cuando viajan en plan Paco Martínez Soria a la Isla Madre. Y eso me parece really charming.

Una vez dentro del pueblo, la sensación de desorientación es abrumadora. Porque por un lado ves los típicos pubs ingleses con ese invento del demonio que es la salsa de menta, pero prácticamente sólo se escucha español por la calle. El calorrismo local que predomina es un espejo extraño que mezcla el espíritu olímpico (chándal y medalla de oro) de Algeciras y La Línea con ese peculiar gusto anglosajón al vestir. Y todos sabemos que unir los términos «vestir» y «gusto anglosajón» es como mezclar «detonador» y «explosivo plástico». ¡Qué bello es ver pasar a un señor, sin camiseta, en su tuneado car y con el pesado de Camarón desgañitándose en la radio while he grita “Illo, luego no’eshamo una’ beers”! Porque, por muy raro que parezca, a veces, como buenos andaluces, he escuchado que aspiran las ‘s’ finales en español, pero no dudan en pronunciarlas en inglés. ¡Magnífico!

Por supuesto, desde aquí propongo que el llanito (como popularmente se conoce a este habla) sea declarado bien de interés cultural YA. A mí las mezclas de spanglish de los latinos americanos no me dan ningún amor: me suena agresivo y, lo peor de todo, sin gracia. Pero una mezcla pura de hablas andaluza e inglesa es algo glorioso, como ya descubrieron en su momento esos grandes menospreciados del humor andaluz: Los Morancos.

Sí. Los Morancos. Son unos jrandes. El reflejo de la verdadera Andalucía. Que ya está bien de alabar el Albacete postmodernos. La sordidez con gracia esppppañola está de Despeñaperros pabajo. No tenemos curro, la inversión en infraestructuras deja mucho que desear y vivimos bajo el yugo de un gobierno apoltronado que haría que el PRI mejicano estuviera orgulloso. Dejadnos al menos que sigamos siendo los graciosillos pesados oficiales del país, joder ya.

Pero volvamos a Gibertá. Recuerdo que mi primer encuentro infantil con este gran habla fue el muy impactante “Jennifer, let’s go to your home a’sé los homeworks” durante una de mis frecuentes visitas para comprar revistas de Spectrum. Desde aquel día decidí que tenía que volver a ese lugar tantas veces como me fuera posible. Principalmente porque en mi cerebro infantil era como viajar a otro mundo. Tener la cuna de Sir Clive Sinclair a 20 minutos de mi casa. Y, sí: poder comprar el ‘Samantha Fox Strip Poker’ que tan difícilmente se iba a encontrar en tiendas en Algeciras. No me interesaba ver los monos ni subir a las cuevas: yo quería el polo sabor de cocacola con la figura de Mr T que Frigo NO sacó en España porque no nos consideró suficientemente sórdidos. Lo de menos era, curiosamente, escuchar su marivillosa forma de conversar. Para eso ya tenía la señal de su televisión, la por entonces en abierto GBC, gracias a la cual podía ver maravillas como la competición de Miss Gribraltar desde las cavernas que por allí tienen, un certamen mucho más interesante que el de Miss España por un motivo claro: allí el gran artista invitado era el que se podía importar y punto. Y si era Sinitta, pues Sinitta que tocaba. Quizá algunos no recuerden a esta mujer. Y, como soy un cabrón, ahí la tenéis, en toda su gloria Stock Aitken & Waterman:

Como podéis ver, en mi mente, Gibraltar era una mezcla de Spectrum, festivales horteras, golosinas que nadie más tenía en España y música sórdida. ¿Cómo no iba a quererla? ¿Acaso se podía amar más? Claro que sí. Gracias a los programas de la GBC que realmente demostraban el habla llanita en todo su esplendor. De aquella época poca cosa queda en Youtube, pero creo que un vídeo popular más reciente os puede hacer una idea de lo que se puede escuchar por allí sólo si te apartas de la Main Street y te metes en el supermercado o en las descuidadas calles paralelas que suben hacia el Peñón. Estoy hablando, por supuesto, del celebérrimo ‘Pepe’s Pot’, algo que me habría perdido por culpa de que la señal de la televisión gibraltareña ya no llegaba a Algeciras si no fuera por ese salvador de sordidez que es internet:

Si ya no consideráis que Pepe, con su pinta de notario putero con bigotín de mirar a jóvenes con mala intención, es un ídolo de masas por encima de Pablo Motos, ya no os arrejunto. Sí: sé que está de moda y es muy obvio meterse con un tío que se mola tanto como el presentador de ‘El Hormiguero’. Pero a veces hasta yo voy con la mayoría. No hay que ser un hipster del odio. En esto, no puedo llevar la contraria.

Curiosamente, no fue hasta mi tercera visita que produjo mi primer encuentro con los famosos monos sobre los que cantaba el pesado de Victor Manuel. Unos hijos de puta violentos y, lo que es peor, con gran afición a los smarties que les daban los turistas, lo cual les provocaba tremendas cagaleras. A los monos, claro. Los turistas estaban más bien acojonados, pues un macaco de Gibraltar sentado en tu cabeza y cabreado por el síndrome de abstinencia de falta de lacasitos da más miedo que Esperanza Aguirre en top less.

Disculpe: ¿Puedo hablarle de Nuestro Señor y Salvador Son Goku?

Esos recorridos turísticos por The Rock (épico y michaelbayco mote local del peñasco) están bien. Incluso se pueden ver los espantosos colectores de agua por los que pasaba James Bond en «007: Alta Tensión», una de las mejores películas de la saga únicamente debido al hecho de haber sido rodada en el peñón. Lo mismo no puede decirse de «Marine, entrenado para matar», el único largo de nacionalidad Gibraltareña que conozco protagonizado por el amigo de Uwe Boll Michael Paré. Y, con ello, he conseguido unir a Gibraltar con el Dr. Boll. Denme un poco más de tiempo y me invento los seis grados de separación con Santiago Rouco para justificar más este artículo en el contexto de este blog.

Naturalmente, siempre acabo llevando a Gibraltar a todo amigo que se atreve a pasarse por mi casa de Algeciras (con el doble y sano motivo de que NO vea mi pueblo, una de las diez ciudades más feas de Espppaña). Así aprovecho y me compro algunas salsas radiactivas inglesas en el supermercado de allí y un par de botellas de Irn Bru que SIEMPRE tengo en mi nevera para todo el que me visita por primera vez. El supermarket en cuestión, dicho sea de paso, sigue la tónica de las grandes superficies inglesas: 30% de salsas, 30% de chucherías, 20% de bebidas y 20% de comida de verdad. La visita con Vicisitud fue la más extraña. Como empezó a llover, tuvimos que entrar en muchas tiendas y abandonar la idea del paseo turístico por la cima del peñón. Pero ello dio la ocasión de vivir la pureza llanita con mayor intensidad. Parecíamos más bien Gene Hackmans de la vida, intentando pillar el mayor número de conversaciones posibles. Recuerdo la emoción de La Navaja en el Ojo (señora de Vicisitud) cuando cazó la primera puramente llanita en un Marks & Spencer. Era como ver la sonrisa de un niño cuando descubre lo que mola tocarse entre las piernas.

Monos chungos como símbolo patriótico, habla jocosa digna de ser patrimonio de la Unesco, arquitectura esquizofrénica que mezcla lo andaluz, lo inglés y lo árabe con satanes en cuesta… Es verdad que casi todos los sitios tienen su punto de vicisitud y sordidez amorosa. Pero Gibraltar es la joya de la corona. Británica, por supuesto.

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