En ente bloj somos de hablar de HAMOR. Y de arremeter tres veces contra el diccionario en la primera frase de un artículo. Pero no empecemos ya a desviarnos. Ni a hablar de mi mismo en plural mayestático.
Decía que a Vicisitud ni a mí nos gusta hablar de las cosas que nos dan alegría. De lo que amamos. Desde Battiato hasta los chistes de caca. Desde el cine de bárbaros hasta el escepticismo. Sin embargo, varias veces nos salimos de ese camino y le damos a la denuncia. Porque también somos humanos (aunque parezca mentira cuando se nos conoce en vivo y se nos ve restregarnos contra las piernas de la gente cuales conejos en celo). Y todos tenemos un hater dentro. Lo bueno es que nosotros intentamos darle un sentido a lo que denunciamos. Si me da por meterme con el patriotismo, no cejo en mi empeño de justificar de mil maneras mi postura aunque sea recurriendo a chistes de olor. Si me meto con el vvvvino, me río de él aportando datos y, en el fondo, con cierto sentido de hermandad con aquellos a los que sí les gusta y sin ánimo de ofender porque sí.
La paradoja: En contra de los haters
He de reconocer que lo que viene a continuación, sin embargo, es una paradoja. Una denuncia escrita con cierto odio hacia… el odio. Dicho de otra manera, con cierta repulsión hacia actitudes de desprecio gratuito. A mí me cuesta trabajo aborrecer con toda mi alma a todo aquello que tampoco haga daño a nadie. Opiniones, películas o análisis proctológicos son cosas que pueden resultar desagradables, pero a las que aplicarles la palabra ‘odio’ es un poco exagerado. Esa la dejo para el momento en el que veo en el cine tres anuncios seguidos de promoción de la Comunidad de Madrid pagados como propaganda electoral encubierta con nuestros impuestos. O cualquier cosa que diga o haga el Estado Islámico… Y ahora sería muy muy sencillo y tentador poner un chiste en plan ‘O lo que sea que vea cuando pongo Telecinco’. O, como cuando se critica una peli mala, acompañarlo con cualquier salida a algo que está de moda odiar. En plan “Chappie es más mala que comprarle a tu madre un palo de selfie”. Es sencillo y tentador. Coger cualquier cosa que el zeitgeist ha declarado odiable y meterlo al final del chiste. Todos lo hemos hecho. Y es inocente, pero erróneo.
Hoy vengo a denunciar dos cosas: el haterismo porque sí de cosas que no tiene sentido odiar, pero que muchos se suben al carro de insultar para sentirse superiores. Y, por extensión, el tipo de personaje que está proliferando por internet cada vez más. Siempre han estado presentes, pero en los últimos tiempos, gracias a las redes sociales, no puedo parar de encontrármelos:
Los Frikispters.
Los frikispters son, como los hipsters, haters profesionales. El hipsterismo de toda la vida (llamado simplemente ‘cultureta’ antes de que todos fuéramos tan versados en todo término que se hace internacional y que por lo tanto mola más) genera oposición porque es elitista y condescendiente. Tú eres un mierda porque no te gusta lo mismo que a mi. O, peor todavía, porque no lo conoces. O peor peor todavía, porque lo conoces mucho después que YO. Pero no hay que confundir la actitud con el producto. No hay que denunciar a un gafapasta por lo que le gusta. ¿Que tu amigo de larga barba se corre viendo un coñazo de planos interminables con Viggo Mortensen recorriendo el desierto durante una hora llamado ‘Jauja’? Pues bien. Si es feliz con ello, ole sus cojones. Además, será un coñazo, pero los planos son bonitos. ¿Que escucha Bon Iver? Pues igual te mola a ti también. Dale una oportunidad. Yo no tengo ni puta idea de a lo que suena. Sólo sé que hace poco me compré dos discos de Belle and Sebastian y son la mar de agradables para escuchar una tarde tonta, gilipollas, estúpida y de derechas. Pero claro, ese grupo ya no es cool porque es viejo. Aunque ese es otro tema. Aquí no estamos para echar otra perorata sobre el culturetismo. Hoy nos toca a nuestras propias filas.
Hace años, antes de la existencia de ente bloj, yo ya solía distinguir entre dos tipos de freaks. Sólo que, en un alarde de originalidad comparada a una partida de ‘¡Sí Señor Oscuro!’ con Belén Esteva y Mariló Montero, yo los llamaba ‘Verdaderos Freaks’ y ‘Falsos Freaks’. El verdadero era aquel que quería compartir su frikismo. El que te llevaba a su casa y te daba una bolsa llena de tebeos. “¿Cómo que no conoces ‘Fábulas’? ¡Toma los cinco primeros, que lo vas a flipar!”. “Espera, que te paso en un pincho toda la discografía de Rush. Ya sé que a tí te gusta el pop soviético de los 80. ¡Pero esto es orgásmico!”.
El falso freak (conocido también en aquella época entre mis amigos como “el jordicóstico”) era el que no compartía su amor, sino que te miraba por encima por no saber lo mismo que él. Algo así como “¡Ah! ¿Que no has visto nunca Saturday Night Live? Pues no tienes ni puta idea de comedia, chaval”.
Vamos, que son hipsters de la cultura popular. Algunos pasaron directamente al culturetismo básicamente porque, si te dedicas a escribir, sea en periódicos o internet, aparentar ser cuuuuurto es más provechoso y con mejores perspectivas económicas. Otros, sin embargo, buscaron distintos objetivos. Con la popularidad del frikismo en las redes sociales y todo Marvel asaltando los multicines, hay que distinguirse de la masa que rápidamente puede rastrear ese mismo tebeo que tú no prestabas a nadie o ese VHS que guardas en tu casa, no sea que si lo ve todo el mundo tu pequeña y miserable parcela de importancia en el inframundo nerd se pierda.
Ejemplo inocente
Pongamos algunos ejemplos, volvío a decir Paco creyéndose Julio César:
Empecemos con uno muy tonto. El palo de selfie. Al igual que ya dije en el post de objetos injustamente denostados al referirme a la riñonera, hay en los últimos meses una convención social de que son lo peor que le ha pasado al mundo desde el sistema de ligas de naciones previo a la I Guerra Mundial o el acceso de Melendi a un estudio de grabación…
¿Veis lo fácil que es ser un hater a la hora de hacer un chiste y que ni yo mismo estoy a salvo de ello?
Bueno, sigamos. El palo de selfie. No es algo freak, pero vale de ejemplo de partida.
¿Me puede explicar alguien qué tiene de malo? El aparato surge por una necesidad. Una cosa es confiar a un extraño nuestra cámara cutre de fotos. Sí: jode que la coja y salga corriendo. Pero jode más que se lleve tu puto teléfono con tus contactos y las fotos de tu pene erecto que mandabas a esa chica que conociste en un pub. Luego el palo es práctico. Sobre todo para enanos bracicortos como yo. Vicisitud, con sus metro noventa y brazos capaces de hacerle un fisfucking profundo a un rinoceronte y que le de las gracias y le regale flores, puede hacer autorretratos aceptables. Pero yo no. Tampoco me voy a gastar el dinero en ello, porque no soy muy aficionado a hacer fotos cada vez que estoy con los amigos. Pero, feck, si me lo dan, pues cojonudo. No veo la necesidad de odiarlo.
Y con este ejemplo tan banal, podemos extrapolar a cosas más polémicas y que sí tienen que ver con la cultura popular. Por ejemplo, el odio a los monologuistas.
Los monologuistas no son necesariamente mongologuistas
Creo que todo empezó con el insulto indiscriminado a Eva Hache. Que te puede caer peor o mejor. Me da igual. Mi amigo Dr Elektro decía que se la follaba. A mí me la refonfinfla . Pero poco a poco se extendió a todo lo que salía de El Club de la Comedia. Sí se llama ‘stand up comedian’ y sale en Comedy Central mola todo, pero si es de Algeciras y sale en Paramount Comedy es un plasta. La clave no era la calidad de los monólogos. Como todo, algunos son mejores, otros son peores y la mayoría sólo reflejan a unos tíos cuya única intención es hacer reír. Y yo con eso puedo empatizar MUCHO.
Lo importante, entonces, no era si te reías. Era que había muchos. Y ya sabemos qué opina el hipster de lo popular: que osea osea qué pesados. Esa actitud se filtró al mundo freak con la rapidez de una venérea transportada por Scarlett Johnasson desnuda en una Comic Con. Y sólo veía artículos y estados de facebook insultando el monologuismo. Porque es fácil decir que es en realidad mongolinismo. ¿Qué esconde esa actitud? Pues qué va a ser: envidia. En internet, mucho freak nos consideramos graciosillos. Pero como aprendió Will Smith en el capítulo de ‘El Príncipe de Bel Air’ cuando se metió a hacer stand up, una cosa es hacer reír a los colegas y otra es enfrentarse a un público. Así que hay muchos a los que les fastidia que otros estén con los focos mientras que ellos se contentan con tweets graciosos de vez en cuando. El verdadero freak no tiene esa actitud. El buen nerd vive en su mundo de frikismo rodeado de ganchitos de queso. Está demasiado concentrado en jugar al Diablo 2 como para pensar que quiere ser un famosillo. Y cuando pone la tele, si le hace gracia lo que ve, pues mire usted que bien. Si cree que esas historias de ‘es gracioso porque es verdad’ no le resultan interesantes porque su vida de ermitaño le impide conocer la realidad, pasará a reírse con otros freaks que le cuenten historias sobre sus primeras partidas al Zelda o que se cachondee de cuando intentó ligar con una tía llevándola a ver ‘Corazón Salvaje’.
Cosa que yo he hecho. No follé, claro. Pero ni siquiera un piquito.
¡A por los Youtubers famosos!
Una expresión similar de frustración de la que se tiene con los cómicos es reírse de los Youtubers. Por mi parte, no tengo ni pajolera idea de este mundo. Sólo me llega ODIO hacia ellos. Pero nunca a idiotas como yo que hacen un Videofobia currado durante dos meses y sólo lo ven 2.000 personas. El haterismo va, por supuesto, a los famosos. Que no dudo que algunos sean buenos y otros malos. Se trata, por supuesto de que son POPULARES. Y eso es una ordinariez. Es mucho más guay conocer un Youtuber freak que parece subnormal y hace reseñas de cine fantástico. La clave es que no es necesario odiar a unos para amar a otros. Se puede amar al crítico retarded o al idiota que se graba probando un ambientador de baño y, al mismo tiempo, a uno popular. O, como yo, no ver a ninguno popular que no sea John Green. Porque si no véis la serie de vídeos de John Green sobre historia, es mi deber freak compartirla con vosotros. Compartir el amor. Que de eso se trata:
‘Mitoplastismo’: ese término elitista
Pero la cumbre del frikipsterismo hater es últimamente un término que he llegado a odiar. El mitoplastismo. Hasta gente que admiro y amigos lo han utilizado. ¡Qué pesados están los fans de Firefly! ¡Qué horror la gente que escribe artículos o hace podcasts sobre Los Goonies!
Yo añadiría, traduciéndolo al culturetismo: “OSEA, es que es taaaan retro hablar de lo retro”
Simplemente, no puedo entenderlo. Dejemos que la gente ejerza su derecho a ser nostálgicos. Algunos lo harán mejor, otros lo harán con menos interés. Pero dar la brasa con lo que nos gustaba de pequeños es esencial en la cultura freak. Es lo que somos. Es en lo que se fundamentaron páginas muy populares en internet al inicio de la revolución nerd. ¿Es que ahora de repente ya sólo vale hablar de películas oscuras de terror de los 80 y no hacer una loa a tu amor por ‘La Princesa Prometida’? Pues mirad: dejadme ver por décima vez la peli de Rob Reiner antes que tragarme otra cosa que estén poniendo por la tele. O ambas. No son incompatibles si tenemos el tiempo suficiente.
Es importante mantener vivos los mitos. Si algunos ya somos muy sabihondos y conocemos al dedillo la trama de ‘La historia interminable’, pues miramos a otro lado y leemos o vemos otra cosa en internet. Que hay donde elegir. Dejemos que gente que no la conozca debido a la edad o a avatares del destino sí disfruten con la exaltación del amor hacia la película que ofrecen algunos.
La clave es no sentirte superior. No odiar porque sí. No ser un snob del frikismo. Ya tenemos suficientes snobs en la alta cultura y la alta sociedad que te miran por encima del hombro como para envenenar un pozo tan bonito como el del nerdismo. Vivimos una época dorada. Estamos de moda. Disfrutémoslo en lugar de lamentarnos precisamente por ser mainstream.
Juntos de la mano hacia un mundo panfreak interconectados en los que todos expongamos a los cuatro vientos nuestro frikismo y, en mi caso, mi pene cada vez que voy a Tarifa en verano. Pero eso es otro tema que puede que os cuente en otra ocasión en un artículo sin duda plagado de chistes fáciles en los que, sin darme cuenta, me reiré de lo que esté de moda insultar el día que lo escriba. Todo ello, claro está, si este post no genera demasiados haters. Lo cual es más posible que aquella vez que escribí sobre Nolan.