Durante años, siempre pensé que el conflicto palestino-israelí era como Aliens vs. Predator: ganase quien ganase, la humanidad perdía. Pero, desde que tengo que aguantar cansinos estados de Facebook cada vez que se lía parda en la franja de Gaza, he cambiado de opinión.
El conflicto palestino-israelí NO es un Aliens vs. Predator, sino un Real Madrid vs. F.C. Barcelona. Un evento mediático del que no solo te tienes que enterar por cojones sino ante el que, además, tienes que elegir equipo. No vale que digas que hay burradas mucho mayores – y prácticamente no abordadas por la prensa – como la que se está liando en Mali: conflictos de ese tipo, pese a mayor número de muertos terminan siendo para la gente un coñazo y una bajona tan grande como decir que pasas del Madrid y el Barça porque lo que realmente te quita el sueño es el próximo Celta-Eibar.
¿Y por qué es esto así? La respuesta es muy sencilla y todo buen europeo debería saberla desde hace muchos siglos. En efecto, estamos hablando de una tradición europea milenaria, transmitida y preservada con esmero de generación en generación. Claro que la conocen. Su nombre es…
Antisemitismo.
Y es una tradición ante la que siempre suelo tener esta respuesta automática:
Cierto, muchos dirán que podrían hacer un póster similar con gentuza como Rockefeller, Milton Friedman y similares. Pero esos argumentos se desmontan con un solo nombre de una insigne mujer judía: María del Rosario de la Cueva y Perignat. No la conocerán, pero a su hijo, declarado “judío de cintura para arriba”, sí:
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Yulio: Haciéndote comulgar con políticos chungos desde 1968. |
A partir de aquí, pueden seguir despotricando contra Israel y los judíos, pero quien lo haga tras EL argumento de autoridad de Yulio no tendrá más remedio que aceptar que sigue participando de la fecunda tradición antisemita.
Y no nos engañemos: es una tradición de la que se seguirán disfrutando nuestros tataranietos, y que no deja de seguir añadiendo nuevos hits modernos a su gigantesco repertorio de grandes éxitos. Entre mis favoritos, sin duda alguna, está el “Con lo que les hicieron los nazis… y ahora estos hijos de puta judíos están repitiendo exactamente lo mismo con los palestinos”. Y me gusta la frase porque tiene esa magggnífica calidad de un buen hostión de Bud Spencer: juntar las cabezas dos esbirros para endiñar a los dos a la vez con el mismo guantazo. No solo se logra una buena excusa para arrasar Israel comparándoles con la hez de Europa sino que, además, se minimiza/disculpa en holocausto ¡todo son ventajas! No duden que, en algún sótano algún chaval brillante logrará en el futuro una buena teoría negacionista del exterminio que pueda ser asimilada sin complejos por la progresa biempensante. Es un éxito esperando a eclosionar, de la misma manera que Federico Moccia logró venderles a los calorros una forma de ser moñas que no atentase contra su masculinidad al graffitear 3MSC y joder un puente poniéndoles un candado. No, no me pregunten cómo se formulará esa teoría negacionista cool: genios de mal como Moccia solo aparecen una vez cada generación.
Y ojalá llegue pronto ese genio del mal, porque los panfletos que nos toca soportar en los muros de Facebook son realmente estomagantes. Todo es patético: desde ese mapa de colores de una Palestina menguante que no tiene las más mínimas nociones de historia ni cartografía hasta el de la perturbada y sumamente atractiva judía que aboga por asesinar palestinas embarazadas ante el que la gente no reacciona adecuadamente: que esté así de buena no la “normaliza” para que eso sea la opinión común del israelí medio, sino que la convierte en una obra de arte que conjuga a la perfección el Eros y el Thanatos. Quicir: que es EL MAL, pero te la quieres follar, aunque luego te termine perforando un ojo con un picahielos. Get it?
Dentro de la cansinez del “vamos-a-arreglar-el-mundo-desde-mi-muro-de-Facebook” prefiero, por supuesto, la propaganda Israelí. Aunque solo sea porque sus panfletos militaristas los producía Menahem Golan y los protagonizaba Chuck Norris. O porque ante los que votan a Hamás, prefiero los que mandan un travelo a Eurovision (y no vean lo crudo que lo tienen las asociaciones gaylésbicas palestinas en su propia casa). O porque no entiendo muy bien eso de tirar un cohete iraní y quejarte de que te ha caído, de vuelta, uno americano. Sí, el segundo es más grande y hace más pupita, pero, después de tantas horas de nuestras vida desperdiciadas jugando al Civilization… ¡Qué menos que respetar al que desarrolla su armamento varios turnos antes!
Y esto no lo he dicho yo, lo ha dicho Pablo Iglesias en su libro inédito ‘Como ser un perfecto hijodeputa jugando al Civi (después de hacer el policorrecto todo el puto día)’. De hecho, en el epílogo de esa obra que me da que nunca verá la luz, Pablo Iglesias se queja de que el último Civilization no incorpore la opción lógica del colonialismo económico, que es mucho más barata que montar una guerra y ocupar el territorio creando ciudadanos de segunda sin derechos siempre dispuestos a liarla los días impares. “Hay que aprender de Alemania con España y de los Estados Unidos con medio Cono Sur” dice un inspirado Iglesias “Y no meterse en ocupaciones como las que hace Putin o las que hace Israel que no sólo te enfangan la partida, sino que son taaaan… Vintage. ¡Que ya estamos en el siglo XXI, Sid Meier!”.
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«¡Por fin conseguí el tanque!» |
Y después de esta la introducción más larga de ente blog en la que me he retratado como un irresponsable y superficial sionista (es lo que tiene que, de pequeñito, me peinase mi abuela con un peine de hierro con caracteres hebraicos que celebraban el estado de Israel, entre otras muchas experiencias con el mundo judío que incluyen hasta pagafantismo) es ahora cuando concluyo que, por encima de cualquier otra consideración…
…El Antisemitismo favorece la acción.
Y que es absurdo pensar que insultar a los judíos es sólo cuestión de estados cutrongos de Facebook. A lo largo de la historia de Occidente, grandes pensadores y escritores cayeron en la irracionalidad adolescentoide de echar a un colectivo la culpa de todos los males. Y, en ese pozo de mierda intelectual, crearon impresionantes obras de arte que, al igual que a la perturbada judía aquella, nos producían un inmenso placer sexual culpable (o no tan culpable).
Hoy, vamos a celebrar a esos grandes autores regodeándonos en lo más nefando y racista de su producción. Para ello, usaremos el único baremo verdaderamente válido de la historia de la crítica: la puntuación de Micromanía. Las categorías serán tres:
Violencia del odio a los judíos: No todos los autores iban igual de ciclaos, y aquí, como críticos de la arquitectura satánica, sabemos que Van der Rohe estaba equivocado y que más es más.
Excusabilidad: Cuando el antisemita es un pedazo de autor, siempre hay esfuerzos por quitar hierro a su diarrea mental. A veces lo consiguen y a veces… no hay manera. ¡Esos últimos son los autores que nos gustan!
A que jode… : No es lo mismo que escriba algo ideológicamente execrable Juan Manuel de Prada que que lo haga un premio Nobel. En el primero, se trata de un caso feliz de un insulto más que añadir al inútil en cuestión. En el segundo caso, es una circunstancia aún MÁS feliz ¡en la que gozar del D-R-A-M-A y del conflicto de darse un baño de mierda y disfrutarlo! (De nuevo, esos son los autores que más nos gustan).
Onvres y munheres de bien, con todos ustedes, los diez autores que, desde el Olimpo de la literatura, se dedicaron a practicar el más descerebrado de los racismos para lograr que todos experimentásemos el placer culpable de gozar siendo unos hijos de puta. Judíos… ¡Ya pueden correr!
ACCÉSIT: Los protocolos de los sabios de Sión
Poniéndonos puristas, un panfleto tan pésimamente escrito no merece un lugar en esta lista de excelencia literaria. Pero, sin él, muchas de las obras aquí presentes jamás habrían existido, so credit where is due. En su soberbia obra ‘La conspiración’ ese dios de los cómics que fue Will Eisner (les dejo que averigüen su etnicidad por el apellido) explicaba el cutre y gigantesco cortapega de un libro que afirmaba que existía una gigantesca conspiración sionista para que los occidentales nos aniquilásemos entre nosotros. Entre los notorios lectores del panfleto se hallaban gente como Henry Ford, el Zar Nicolás II o nuestro querido Adolfo. Incluso hoy en día se organizan congresos en Irán a mayor gloria del estudio de ‘Los protocolos…’. Pero no hay que irse tan lejos: ¿Cuántos de ustedes oyeron a más de uno decir, a los dos segundos de la caída de las torres gemelas: “Esto lo ha organizado la Mossad para que nos pongamos exterminar árabes”? Así pues, será una mierdaca de libro cuya falsedad está más que demostrada pero NADA superará al contar una trola que todo el mundo quiere oír. Y varios de los autores que vienen a continuación gozaron como gorrinos con los protocolos.
Allá van:
10. Edith Wharton
…O la señora que muchos conocimos después de sufrir ese pestiño de Scorsese titulado ‘La edad de la inocencia’. Realmente, no es tan buena escritora como los yankis, necesitados de su particular mitología en todas las etapas de la historia, nos quieren vender. Pero tampoco vamos a crucificar a nadie por no ser Balzac (por cierto, otro antisemita). En ‘The House of Mirth’ varios personajes rajan con suma alegría de los judíos, detalle que muchos quisieron justificar como “retrato de mentalidades que Wharton no compartía”. Pero la realidad es que doña Edith odiaba profundamente a los judíos ¡Por ser responsables de la crucifixión de Cristo nuestro Señor! Todo un toque de originalidad para su época el recurrir a argumentos tan decadentemente vintage, desde luego. Sin embargo, lamentamos la poca presencia de un antisemitismo bien armado en su obra. Todo lo contrario que sus declaraciones, siempre chispeantes. “Ah, ese criminal tenía apellido judío. No me extraña…”.
9. Kingsley Amis
Al igual que Fedegggggico o Pío Moa, Kingsley Amis es uno de esos conversos que pasan del estalinismo de su juventud a al facherío de la edad decrépita. Pero, a diferencia de nuestros dos libeggggales, Kingsley Amis tenía cierta cultura y sabía juntar la “p” con la “a” para formar “esternocleidomastoideo”. Así que siempre procuró dotar al descubrimiento tardío de su antisemitismo de cierta flema británica y autodenominarse ‘mildly anti semitic’. Éste es un diálogo con su hijo Martin, recogido en la novela de éste último ‘Experience’:
– Ya sé por qué no me gustan los americanos. Porque todo el mundo allí es o un cateto o un judío.
– ¿Y que tal está eso de ser ‘moderadamente antisemita’?
– Está bien.
Por supuesto, esa moderación no existía en su correspondencia o en algunas de sus apariciones públicas en las que claramente demostraba haber llenado el vacío que Stalin dejó en su alma con litros y litros de sherry de Benidorm. Y claro, de ahí surgían declaraciones en las que, con un jovial afán de joder, decidía que atacar a los judíos tampoco tenía tanta entidad por sí mismo. Así que por qué no despellejar también a las mujeres y los maricones. Una pena que, en su obra (desatadamente casposa de qualité en su época final), no se note con tanta claridad el antisemitismo. Podría haber subido más en la lista merced a un gracejo boutadeiro que Edith Wharton, desde luego, no tenía.
Como detalle bonito citar que su hijo Martin logró emular a su progenitor de forma parecida, aunque eligiendo al otro bando como objeto de sus ataques. Durante la gira de presentación del excelente ‘El segundo avión’, Martin Amis logró que toda la progresía lo crucificase al proponer dar cera a todos los musulmanes ingleses hasta que aprendiesen a tener su casa en orden. Todo, por supuesto, desde esa perspectiva del “izquierdismo de mal rollo” que tanto placer me produce.
8. Roald Dahl
Aiiiiiinssss… Éste si que se lleva una nota alta en la categoría del “A que jode…”. Porque uno puede reverenciar a muchos de los autores de esta lista, pero a Roald… al señor que hizo multitud de obras maestras desde ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ hasta ‘Mi tío Oswald’ pasando por esa soberbia crónica de su infancia en Cardiff que es ‘Boy’, a Roald Dahl… ¡se le quiere!
Afortunadamente, su antisemitismo no se puede rastrear en su obra, pero joyas – publicadas en The Literary Review en 1983 – en las que comparaba a Israel con Hitler y Himmler (y, por supuesto, proponía que se le diese a Israel la misma medicina que a la Alemania nazi para “que aprendiesen a comportarse) sólo servían para allanar el camino a su mejor pedrada (que ya gustaría a muchos intifadeiros):
Vamos a ver, si tú y yo estuviésemos en una cola que se dirige a lo que sabemos que son cámaras de gas, yo no dudaría en en intentar atacar a uno de los guardias, y hasta meterlo dentro. Pero los judíos siempre han sido así de sumisos.
¡Claro que sí Roald! ¡Si los exterminaron era porque ellos, en el fondo, así lo querían! ¡Nenazas!
7. Charles Dickens
Solo un genio del calibre de Dickens podía crear al segundo judío chungo más célebre de la historia de la literatura (el number one, claro está, se halla más arriba en la lista). Pero es que, además, el tito Charles tuvo el mérito de denominar, así con todas las letras, como “Fagin el judío” al personaje más repulsivo de ‘Oliver Twist’. Es como cuando Hollywood tiraba de star system y contrataba a James Stewart para que supieses, desde el póster, que el prota era buena gente. O como cuando Hollywood contrata ahora a Fassbender para que sepas, desde el póster, que su personaje va a ser… lo que sea, pero con un pollón enorme. Por eso, cuando Dickens escribió “el judío” ya sabía que no tenía que molestarse en dar muchas más explicaciones a su amado público: desde el título del capítulo sabrían que estaba ante lo puto peor.
Y aún así, vaya que si dio Dickens detalles sobre Fagin. En el proceso creó uno de esos personajes definitivos del love-to-hate y un trauma cultural tan gigantesco que, once again, Will Eisner dedicó otro de sus cómics a intentar convertir a Fagin en un ser humano, en vez del cubo de la basura en el que echar todos los prejuicios.
Y, claro, no lo consiguió. Luchar contra Dickens es como pretender que NO se estrene una película basada en el ‘Cuento de Navidad’ TODOS los putos años durante estas fechas. (Por cierto, ¿Nadie se ha fijado lo mucho que seduce, a algunos directores que han rodado el dichoso cuento, el poner a Ebenezer Scrooge con una nariz de prototípico judío usurero? )
6. Ezra Pound / T.S. Eliot
Cuando en ‘Días de Radio’ Woody Allen hizo su particular homenaje al ‘Amarcord’ de Fellini, un grupo de chavales se repartían las actrices con las que pensaban machacársela como monos. Uno de ellos dijo “¡Me pido a Dana Andrews!”, a lo cual le respondieron “¡Pero si ese es un tío!”. La réplica no podía ser otra que la de “¿Pero cómo va a ser un tío, llamándose Dana?”.
Lo mismo podría decirse de Ezra Pond y su total militancia en el fascismo. Y por “militar” quiero decir el ser plenamente acogido por Benito Mussolini y dedicarse a esputar proclamas radiofónicas tan maravillosas como las siguientes:
“Dejasteis que entrar a los judíos y los judíos pudrieron vuestro imperio, y ahora vosotros sois más judíos que ellos”
“El gran judío ha podrido todas las naciones en las que, como un gusano, ha entrado.”
(Y quien quiera más mierdas de Pound puede buscarlas en la web nazi Storm Front, de la que no pienso poner link).
Una vez Italia cayó, Pound fue apresado por traición pero, durante el juicio, se le declaró un perturbado y fue encerrado durante 14 años en el asilo de Arkham (evidentemente, NO fue en Arkham, pero conviene al frikismo de nuestra historia). ¿Cómo salió de allí?
Pues por la intercesión de muchísimos intelectuales que sacaron a la luz el incómodo hecho de que Ezra era… uno de los mejores poetas de todo el siglo XX. No es sólo que gracias al asilo de Mussolini exista una obra como ‘The Cantos’ (cuyas partes sobre la usura también tienen toda su gracia antisemita) es que, además, la labor de Pound como asesor y editor fue fundamental y reconocida por gente como Joyce, Yeats, Hemingway y, sobre todo, el también poeta T.S. Eliot.
El poema de Eliot ’The Wasteland’, que se benefició de muchas correcciones de Pound, demuestra que, a veces, el discípulo supera al maestro, aunque sólo sea en la virulencia del odio hacia los judíos:
“Declines. On the Rialto once. The rats are underneath the piles. The jew is underneath the lot. Money in furs. The boatman smiles”
Eso sí, el antisemitismo de Eliot, a diferencia del de Pound, es de una base más capillitas. Que no va a tener el fascismo la exclusiva de algo tan intemporal como desearle la muerte a los judíos. Aquí les dejo más inmortales palabras de este pedazo de poeta: “Lo realmente importante es la unidad de la creencia religiosa. Y razones de raza y religión nos dicen claramente que un número elevado de judíos librepensadores es algo indeseable”.
Y estos autores, amigos, son, pese a quien pese, cumbres indiscutibles de la poesía del siglo XX, porque el gran arte suele nutrirse más de odio y mierda que de unicornios fosforescentes. Aunque debiera ser al revés.
Aquí están los merecidos puntos de Pound:
Y los de Eliot, gran trabajo:
5. Pío Baroja
¡Y por fin llegamos a un autor esP-P-Pañol y de los buenos! Con su estilo literario impresionista, Pío Baroja destacó de entre toda la generación del 98. En BUP, se nos machacó con el “regeneracionismo crítico” de ese grupo de escritores. Claro que también podrían haber dicho “constante cabreo y cagarse en todo” y la cosa se hubiese aproximado más a la realidad, porque que el fascismo de Azorín y Maeztu sólo regeneraría en las podridas mentes de esos dos pestiños de infraautores.
Sin embargo Baroja, como gran artit-ta, cumplió a la perfección la premisa de cabrear prácticamente a todo el mundo (por más que durante el franquismo intentase hacer la pelota al régimen para obtener algunos favores… en vano). Por ese motivo, existen muchos argumentos exculpatorios a los que sus defensores se agarran cual clavo ardiendo, y que le bajan la nota de excusabilidad: que si buena gente como Machado le respaldó, que si dejó de ser antisemita cuando se enteró de lo del Holocausto…
La realidad es que Don Pío, como tantos otros antes que él, se creyó a pies juntillas… ¿Lo adivinan? ¡Claro que sí! ‘Los protocolos de los sabios de Sión’. Ello, unido a su filofascismo rampante, el ser un fanboy de Hitler que ríase usted de los darnáis, su rechazo a la democracia y a que la masa pudiese votar convierte el leer sus habitualmente excelentes libros en todo un placer incómodo.
Pero si quieren disfrutar del Baroja más desatado y antisemita, look no further, porque aquí pueden gozar de una obra con un título tan sublime como ‘Comunistas, judíos y demás ralea’. Y que la posteridad intente excusar eso, si hay huevos…
Aquí los puntos para don Pío, y no se me quejen de lo del 8 en el ‘A que jode…’: es un sublime escritor realista, pero nadie podrá llegar jamás, en términos de EsP-P-Paña (que es lo que realmente importa) al nivel de Cervantes y Galdós (y si no te lees una frase del Quijote mínimo cada día eres un putamierda).
4. William Shakespeare
Saber que estamos hablando del que, probablemente, sea el mejor escritor de la historia no es motivo para no relajar un poco el orto y darse cuenta, por ejemplo, de que una cosa como ‘La fierecilla domada’ es una caspa que, con gran técnica literaria, ilustra la visión de la guerra de sexos que pudiera tener Antonio Garisa. O que, en general, Shakespeare era un chungo, y precisamente eso es lo que lo convierte en un genio: porque al gran arte no le gustan los moralistas intachables, sino el reverso tenebroso de la fuerza.
En el caso de Guillermo, su apoteosis antisemita viene con ‘El mercader de Venecia’ y su mítico personaje Shylock. En la figura de este usurero pasaron al inconsciente colectivo el 99% de los prejuicios hacia los judíos como lo más chungo de la creación. Y todo es mérito del talento de Shakespeare: ese estereotipo ya lo había establecido Christopher Marlow con su personaje de Barrabás en ‘El judío de Malta’. Pero lo que en la obra de Marlow era caricatura cutronga, en manos de Shakespeare se convierte en un personaje malvado completísimo con un celebérrimo discurso – “Si nos pinchan, ¿no sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenan, ¿no nos morimos? Y si nos humillan, ¿no nos vengaremos?” – que muchos usan para exculpar al tito William. “¿No ves qué dignidad le da a Shylock? ¡No era antisemita!”
Exculpación… mis cojones.
En su sibilino discurso Shylock reivindica su derecho a la venganza, como cualquier cristiano. Y sí, habrá quien diga que también hay personajes no judíos negativos en ‘El mercader de Venecia’. ¡Pero es porque son “malos cristianos”! Si Shylock es un villano es precisamente por ser un buen judío. Y si no les llega esta opinión, invoco a uno de los pocos argumentos de autoridad sólidos que pueda uno encontrar en literatura: el del más importante estudioso de Shakespeare Harold Bloom.
‘El talento persuasivo de Shakespeare tiene sus aspectos desafortunados; The Merchant of Venice puede haber incitado más al antisemitismo que Los protocolos de los sabios de Sión, aunque menos que el evangelio según San Juan. Todo lo que ganamos con Shakespeare siempre tiene su precio.’
¿Queda claro?
3. Voltaire
Durante siglos, el antisemitismo europeo fue algo estrictamente cultural, y se curaba con la conversión forzosa del puto judío de los cojones (conversión gracias a la cual tenemos es EsP-P-Paña obras maestras de cagarse en el cristianismo del nivelón de ‘La celestina’ y ‘El lazarillo’). No es hasta el siglo XX en la que, gracias a los alemanes (no podía ser de otra forma) se desarrolla el odio racial, y ahí es cuando se lía de verdad, porque entonces ya es imposible dejar de ser judío. Quizás ese sea uno de los principales motivos para no ver autores alemanes en esta lista (aparte de que el país de los anormales me produce ictericia para casi cualquier libro allí publicado que no sea de Hans Magnus Enzensberger). Porque, si montas campos de exterminio… ¿Qué necesidad queda para escribir? ¡Si todo lo que podía decir la literatura alemana sobre el tema ya lo largó Martín Lutero cuando hacía apología del asesinato de judíos! Venga, una cita de este padre del protestantismo:
“Primero, sus sinagogas o iglesias deben quemarse… En segundo, sus casas deben asimismo ser derribadas y destruidas… En tercer lugar, deben ser privados de sus libros de oraciones y Talmudes en los que enseñan tanta idolatría, mentiras, maldiciones y blasfemias. En cuarto lugar, sus rabinos deben tener prohibido, bajo pena de muerte, enseñar jamás… La furia de Dios contra ellos es tan grande que están cada vez peor… Para resumirlo, estimados príncipes y nobles que tenéis judíos entre vuestras posesiones, si mi consejo no os es suficiente, buscad otro mejor para que vosotros, y todos nosotros seamos libres de esta insoportable carga diabólica. Yo les arrancaría la lengua de la garganta. Los judíos, en una palabra, no deben ser tolerados”.
Pero vayamos al antisemitismo cultural, y aquí pocas cosas más perversas puede haber que… ¡el padre de la Ilustración europea! Que uno de los pilares del pensamiento más avanzado de la época como era Voltaire fuese un antisemita tan desatado explica muchas cosas de la piscina de mierda mental en la que terminó convirtiéndose Europa y muchos de sus más ilustres pensadores: es famoso el nazismo de Heidegger, pero también gentuza como Hegel – “La tragedia del pueblo judío suscita sino repugnancia. El destino del pueblo judío es el de Macbeth” – o Fitche – “¿Darles derechos civiles? No hay otro modo de hacerlo sino cortarles una noche todas sus cabezas y reemplazarlas por otras cabezas que no contengan un solo pensamiento judío.” ¡¡¡Acción!!!
Y es que Voltaire, en nombre de la razón, criticó muy atinadamente los peores aspectos de la superstición religiosa (y ahí el judaísmo merece los mismos palos que los demás timos de la estampita que son todos estos tenderetes místicos). Pero cuando le tocó el turno a los judíos, ahí sí que se cicló heredando sin problemas un odio de siglos, y sin molestarse en hacerlo particularmente razonable o “ilustrado”.
Hasta tal extremo llegó su delirio que sus ensayos fueron debidamente “revisados” para censurar joyas como las siguientes:
«Cuando, hacia el final del siglo XV, se quiso encontrar la fuente de la miseria española, se encontró que los Judíos habían atraída para sí todo el dinero del país a través del comercio y la usura (…)Los Judíos pertenecen abominablemente a todos los pueblos que los han admitido”
«No creeríamos que un pueblo tan abominable (los Judíos) hubiera podido existir sobre la faz de la Tierra. (…) Siempre supersticiosos, siempre ávidos por los bienes de los demás, siempre bárbaros, rampantes en la desgracia e insolentes en la prosperidad, eso es lo que los Judíos fueron a ojos de los Griegos y los Romanos, que pudieron leer sus libros».
No es de extrañar, entonces, que hasta que los alemanes perfeccionaron el antisemitismo desde el punto de vista de la acción, los fuegos artificiales y las duchas de Ziklon B, Francia estuviese en la pole position del antisemitismo europeo. De hecho, les propongo una enmienda a esta lista: reháganla 100% con autores franceses escogidos plenamente al azar. Lo difícil es que encuentren alguno que NO sea antisemita (Genet, Malherbe, Pascal, Balzac, Baudelaire, Claudel, Blanchot, Brasillach, Malet, Artaud…). Y Voltaire debería estar orgulloso, porque es casi todo mérito suyo. Así se gana un puesto en el pódium.
2. Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos
¡Y volvemos a superarnos en EsP-P-Paña! ¿Cómo no íbamos a conseguir la medalla de plata – y acepto que digan que es un robo por mi parte el que no tengamos la de oro – con un autor del calibre de don Francisco?
Si juntan a todo lo puto peor de la caverna española actual no lograrían llegar a la suela del zapato al grado de reaccionarismo, homofobia, misoginia y racismo de Quevedo. Y si juntan el talento de todos los escritores actuales, sean de la caverna o no, ocurriría lo mismo en un duelo con la gracia y salero del autor madrileño. ¡Hasta insultando a los catalanes con un arte nunca igualado!
Su célebre ‘Érase un hombre a una nariz pegado’ es una primera y leve iniciación a cómo se chotea de los rasgos judíos – aunque a mí me gusta más el poema homófobo en el que habla de cómo al devorar los gusanos el cadáver de un homosexual “Se volvían, los unos y los otros, bujarrones” – pero, a estas alturas de post ÉPICO no estamos para chorradillas leves, así que acometamos LA oVra esencial antisemita de Quevedo: ‘Execración por la fe católica contra la blasfema obstinación de los judíos que hablan portugués y en Madrid fijaron los carteles sacrílegos y heréticos, aconsejando el remedio que ataje lo que, sucedido, en este mundo con todos los tormentos aún no se puede empezar a castigar’. ¿En serio alguien puede resistirse a no poner TODO el título, especialmente lo del hablar portugués?
Aquí pueden leerlo y flipar. ¿Por qué, entonces, no se lleva Quevedo un 10 absoluto y la medalla de oro? Pues, la verdad, por puro catetismo e ignorancia histórica de este presente en el que nos ha tocado vivir: lo que ocurrió en el siglo XVII nos parecen cosas de… el siglo XVII. Y estamos tan preparados para excusar cualquier barbaridad de esas épocas pretéritas que nos olvidamos del sutil detalle de que Quevedo era un pedazo de animal reaccionario hasta para sus contemporáneos. Vamos, que sería el animal al que echarían de una tertulia de Intereconomía o 13tv por facha. Si lograsen entenderlo, claro.
No, desde muestra perspectiva histórica actual necesitamos un antisemitismo que haga pupila, que sea reciente, que remueva mierda a día de hoy, y por eso la medalla de oro es para…
1. Louis-Ferdinad Céline
Olvídense de chorradas formalistas como el ‘Ulises’ o ‘En busca del tiempo perdido’. Sí, serán importantes revoluciones estilísticas, pero el siglo XX europeo se caracteriza más por nuestra sublime capacidad para aniquilarnos entre nosotros que por escribir sin signos de puntuación, que no deja de ser otra manifestación más del desquicie mental que nos llevó a donde nos llevó (a sentar las bases para que, en el XXI, tuviésemos el Reggaetón y el final de ‘Lost’).
Así pues, proclamo que, tras una dura lucha con ‘Mis amores con Ruiz Mateos’, el ‘Viaje al final de la noche’ de Louis Ferdinand Céline es el mejor libro de todo el siglo pasado: porque no es solo un prodigio estilístico de renovación del lenguaje, sino porque es el mejor retrato del pozo de inmundicia que es el siglo XX jamás escrito (aborda la primera guerra mundial, el colonialismo africano, la industria norteamericana y la miseria moral francesa en general). No es, por supuesto, una opinión muy rara la mía: el ‘Voyage…’ de Céline – y también su segunda novela de no-iniciación ‘Muerte a crédito’ – son libros de cabecera de muchos novelistas y críticos reputados. ¡Cómprenselas, a ser posible en la impresionante edición profusamente ilustrada profusamente por Jacques Tardi! Ahí luce mucho tanto ver a todo un barco vomitando al cruzar el canal de la Mancha como la masturbación adolescente compulsiva que constituye el 96% de ‘Mort à Credit’.
Lo gracioso es que, después de que toda la izquierda francesa celebrase a Céline por esas dos obras maestras nihilistas, Louis Ferdinand se descolgó con un primer panfleto anticomunista – ‘Mea Culpa’ – seguido por una desquiciada trilogía de panfletos antisemitas – ‘Bagatelas para una masacre’, ‘La escuela de cadáveres’, ‘Un buen lío’ – que, posiblemente, a día de hoy, sigan constituyendo el mayor troleo de la historia de la literatura. Frases como “Hitler no me miente como los judíos, no me dice ‘soy tu hermano’, me dice ‘el derecho es la fuerza’” jalonan un diálogo enajenado con un interlocutor ficticio en el que Céline plagia con alegría pasajes del libro que ya están pensando – pero que digo por si alguien no lo pillaba: ‘Los protocolos de los sabios de Sión’ – en el que acusa a los judíos de conjurar para provocar el exterminio de la raza aria.
El atchonburike provocado fue tal que algunos escritores – como el rojeras de Sartre, que le admiraba – dijeron que la única explicación posible para las ‘Bagatelas…’ es que los nazis le hubiesen pagado por escribir aquellas chorradas. O que, simplemente, lo había escrito por joder. ‘La escuela de cadáveres’ le desmintió: negó estar a sueldo de nadie y ridiculizó aún más su antisemitismo, diciendo que no existía ni un solo judío que no fuese un “encargado del oro del diablo”, a la vez que proponía una alianza eterna con Hitler para conjurar su peligro. Con Mussolini no, que le parecía demasiado tibio en su antisemitismo. Para que se hagan una idea del grado de enajenación, en la Alemania nazi ¡llegaron a prohibir los panfletos de Céline! Y es que, para Goebbels, eran algo tan grotesco y desquiciado que “terminaban por dar mala imagen a la noble causa del antisemitismo”.
La cosa, por supuesto, no quedaba ahí (después de todo, los panfletos – vendidos incluso como libros humorísticos con notable éxito – son sólo palabras). Celine fue un paso más allá y pasó a la delación activa de escritores y judíos en general. Eran los buenos tiempos del gobierno colaboracionista de Vichy, con el que Céline trabajó activamente. Sí, hablo de esa etapa de la historia de Francia cuyo recuerdo produce a los gabachos más sudores fríos que el saber que mañana mismo podríais morir y que lo último que quedaría de vosotros para que vuestros seres queridos os recordasen serían los contenidos de vuestro ordenador (incluyendo el sospechoso contenido de esa recóndita carpeta sepultada en una ruta que pone “Rock progresivo/Rick Wakeman/El rey arturo sobre hielo/letras”). Así que imagínense el trauma francés cuando ven cómo su mejor escritor ever colabora activamente con el gobierno pronazi de Pétain y Laval. No es difícil ver el resultado: correr un estúpido velo y lograr que las nuevas generaciones ni se enteren de la existencia de ese energúmeno. Feck, cuando aconteció el centenario de su nacimiento, el gobierno francés quiso hacerle un homenaje, pero ya se imaginan la reacción de muchos colectivos y ls consiguiente cancelación del evento.
Muchos escritores, para lograr afrontar tal combinación de cabronada y genialidad, trazaron una línea divisoria: vale leer el ‘Voyage’ y ‘Muerte a crédito’ y, a partir de ahí, todo lo demás fue una puta mierda. Más que nada porque Céline…
¡Comenzó!… ¡A escribir! ¡Escribir! ¡Así!… con puntos… suspensivos indiscriminados… como… ¡David Summers! ¡Summers!… ¡Y exclamaciones continuas! ¡Ninguna frase más larga que esta!… Y más… puntos… ¡suspensivos!
Vamos, que te obligaba a leer su obra como si fueses Antonia San Juan hablando de la mano negra. Y de la mano negra… ¡y conjura de los judíos! podría quejarse Céline quien, tras la segunda guerra mundial, fue apresado y encarcelado en Dinamarca. En esa prisión, en la que pilló toda enfermedad conocible y en la que perdió la mitad de su masa corporal solía experimentar, mientras se decidía si era o no extraditado a Francia para que lo fusilasen junto con otros colaboracionistas, cosas tan divertidas como éstas:
– Venga Céline, levántate, que te vamos a fusilar.
(lo conducen al paredón, le ponen la venda en los ojos, cargan armas)
– ¡Alto! ¡Venga, Céline, de vuelta a la celda! ¡Que era broma…!
O bien:
– Venga Céline, levántate, que te han liberado.
(lo montan en el camión, se dirigen a la salida de la prisión, frenan en seco justo en la puerta)
– ¡Alto! ¡Venga, Céline, de vuelta a la celda! ¡Que era broma…!
Y así le quedó la cabeza, claro. Finalmente, tras mucho tejemaneje judicial, Céline logró volver a Francia sin que lo fusilasen (aunque Sartre había hecho campaña para que se lo cepillaran, a lo cual un escatológicamente inspirado Céline replicó “¿Sartre genial? ¿La caquita que asoma por mi culo es genial?”). Pero volvió a Francia con la consideración de “desgracia nacional” y la subsiguiente pérdida de derechos civiles: por ejemplo, no podía denunciar. Así, la gente se sentía libre para saquear e incendiar su casa impunemente. Y Céline para ciclarse hasta límites insospechados.
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¡La que ha liado el pollito! |
Y en este punto es donde REALMENTE comienzo a disfrutar de este hijo de puta y hacerme talibán de sus libros. Porque yo me sentía mal siendo un fan del ‘Voyage’ y no habiendo leído las ‘Bagatelas…’ (lo tengo descargado de un torrent en francés y con una traducción al inglés de un grupo nazi americano, lo cual me da una tremenda pereza a la hora de leerlo) pero, de pronto, vi que varios críticos decían “Los tres panfletos son execrables, pero son el producto de un tiempo en el que más de la mitad de la población era tan antisemita como Céline. Lo verdaderamente grave son sus tres últimos libros: la trilogía alemana, escritos en los años 50, cuando ya se sabía todo lo del Holocausto… ¡Y en los que Céline no pide perdón!”.
Y ahí estaba lo bueno.
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Posando como buen genio del mal. |
Los libros ‘De un castillo a otro’, ‘Norte’ y ‘Rigodón’ cuentan el exilio de Céline por Alemania cuando ya está claro que Hitler va a perder la guerra. Vamos, que no eligió mal país para estar seguro (como en la peli ‘Capullito de Alhelí’ de Ozores, cuando ante el 23-F la pareja homosexual protagonista se va… a Valencia). En estas obras, se mezcla el presente – un Céline arruinado, ejerciendo de médico cutrón, con la gente insultándole (memorable cuando se encuentra con su hermana que, escandalizada, le dice “¡¿Pero no te habían fusilado?!”) y él cagándose en todo el mundo – y el pasado alucinado, con una Alemania derrumbándose alrededor de él mismo, su mujer Lucette, su gato Bébert y el actor colabo Le Vigan (famoso por su interpretación de Jesucristo).
Y… ¡sí! ¡están… escritos con los… puntos… suspensivos! ¡Y exclamaciones! ¡Exclamaciones! ¡Repetidas… repetidas! Con las que la crítica señaló debidamente “Una página tiene gracia, cuatro cansan, pero ¡cuatrocientas! ¡Después de leer eso terminas escribiendo posts ÉPICOS en Vicisitud y sordidez!”
Entre los highlights de estos libros se hallan momentos en los que insulta al presidente de Vichy Pierre Laval llamándole “¡sucio judío!”, la apoteosis de narrar cómo unas humildes letrinas del castillo de Siegmarigen tienen que dar servicio a cerca de dos mil colaboracionistas allí hacinados, o cachondearse de Anna Frank diciendo que sí, que mucho interés de Hollywood en ella, pero que a ellos también los persiguieron y oprimieron (¡los… judíos!) ¡pero que nadie quiere hacer una peli sobre su epopeya! Esto es enajenación de nivel. Y, aún así, Jacques Tardi – autor que milita en la izquierda – no dudó en hacer portadas también para estos libros, porque el genio de Céline hace que no te importe quedar mal con tus colegas rojos de profesión, que no dudaron en decir que había que ir junto a Jacques para, por lo menos, “escupirle en las gafas”.
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Y después, Tardi adaptó al cómic la novela de un colaboracionista. ¡Haciendo amigos en el PCF! |
Aún así, me gusta más mi portada de la edición española setentera de ‘Rigodón’: “Marginado por colaboracionista y pro nazi”. ¡Hay que ver cómo es esta sociedad de pacata, que te margina por nada! Y yo me preguntaré aún por qué ese libro lleva 30 años descatalogado en España…
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Debería haberme plante qué clase de libro me estaba comprando… |
Para redondearlo todo, el editor Gallimard animó a Céline a tener una presencia en los medios a lo Pablo Iglesias. Y Louis Ferdinand decidió que, si Francia quería ver a un monstruo, él se lo iba a dar. ¿El resultado? Que TODAS sus entrevistas para televisión fueron debidamente censuradas, saliendo a la luz muchos años después. Y en ellas, aunque sea en el subtexto, se ve que no hay arrepentimiento, como decían del gay de Baroja cuando se enteró del holocausto. Céline se considera, cual perro de explorador polar, de una aristocracia tal que tiene que avisar a la chusma violentamente y a ladridos del peligro que les acecha. Los judíos, claro.
…Y aquí podría terminar este post con el autor infame definitivo: un hijo de puta genial e incómodo que hizo arte como nadie con lo mejor del odio, la bilis y la mierda en general.
PERO…
Siempre hay un twist con los judíos.
Y es que da igual lo mucho o brillantemente que quieras desarrollar tu antisemitismo. Al final, los judíos ¡lo hacen mucho mejor! Aunque solo sea por el sutil matiz de saber perfectamente de lo que hablan. Así, si a nadie se le escapa que no se puede superar el chiste de Woody Allen “Sé que hubo un exterminio y murieron seis millones de personas, pero ¿qué quieres que te diga? los récords están para batirlos”, dejen que ahora le dé un lugar de honor, follándose a todos los diez antisemitas que antes hemos visto a…
Philip Roth
Muchos escritores han admirado a Céline, desde el plagio de Henry Miller al homenaje con cabeza de Kurt Vonnegut. Entre ellos, también escritores judíos como Allen Ginsberg, que fue a visitar a Louis Ferdinand en su casa de Meudon (“Perdone los perros, los tengo para defenderme de los judíos, que quieren asesinarme”, fue lo primero que dijo Céline a un alucinado Ginsberg). Philip Roth fue otro de los judíos que decidió olvidarse de la repugnancia o el instinto de conservación para admirar a Céline.
Y ese instinto de conservación también debió abandonarlo a la hora de escribir la obra más 2000% judía de la historia. Con todo lo que ello implica de falta de complacencia y ganas de ganarte el odio de toda tu comunidad.
En su obra maestra absoluta ‘Portnoy’s Complaint’, Philip desarrolla una tesis muy sencilla: si eres judío, prepárate para ser una persona totalmente desquiciada y emocionalmente incapaz. Leer ese libro es como ver a Woody Allen totalmente puesto de ácido: ¿creen que Wolowitz está enmadrado? Pues vean las escenas de masturbación compulsiva de Portnoy. Al protagonista no le llegaba con machacársela antes y después de cada comida: en un momento dado, decide que tiene que hacerlo también durante. Inventándose cualquier excusa, iba al váter, colgaba de unas gomas para que vibrase el descomunal sujetador de su hermana y comenzaba a sacarse brillo. En un momento dado, mientras eyacula copiosamente, el padre, aquejado de estreñimiento crónico, reivindica el uso del váter para no perder una ocasión que podría no repetirse en toda la semana. Mientras, la madre, en un alarde de sobrepreocupación judío, le pide al hijo que le deje entrar y ver qué hay en la taza, pues está preocupada por su alimentación. En una milésima de segundo decide que su hijo ¡come patatas fritas cuando está fuera de casa y que esa horrible alimentación lo está arruinando! ¡Y se desata el drama! Portnoy, viendo la que está liando su madre ante la perspectiva de unas patatas fritas, no quiere ni pensar la que haría ante la visión del pajero mayor de la sinagoga, así que se pone a buscar todos los rastros de semen que hayan podido salir disparados por el baño mientras su padre sigue aporreando la puerta y su madre rasgándose las vestiduras. Cuando encuentra una gota de lefa en la bombilla piensa un mítico “¡Soy el Raskólnikof de la masturbación!”. Frase por la que hubiésemos matado en ente vlog y por la que mucha gente se pregunta por qué a Roth aún no le han dado el Nobel.
Y así todo el libro hasta rematarlo en que por fin está en la tierra prometida, Israel, donde todo son judíos ¡y no logra que se le levante!
Lean toda la obra de Roth y verán como la tradición self-loathing judía es impagable para el humor. Como el momento en el que, en ‘The Ghost Writer’ una mujer convence a un escritor de que ella es, en realidad, Ana Frank, sólo que ahora no tiene los ovarios de decir que en realidad no murió y, claro, siente una responsabilidad hacia su mito. Y, por encima de todo, una pregunta esencial que el rabino de su comunidad hace al escritor Zuckerman ante la publicación inminente de un cuento que juzga escandaloso. Una pregunta que cierra un disparatado cuestionario y que debería hacerme yo después de un post tan demencial como éste:
“¿Crees que esto que has escrito sería del agrado de Goebbles?”
A usarcedes juzga decidirlo.