El erasmus como hecho vicisitúdico: Reflexiones de un neverfucker

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By Milgrom

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Hace un par de días un amigo mío, orgulloso de su majestuoso bigotón, lanzaba una reflexión sobre el mundo Erasmus visto desde la perspectiva holística de aproximación filosófico vital conocida como potorrismo.
Para ampliar el estudio acerca de los guiris borrachuzos que vienen a
nuestras ciudades a follarse a nuestras mujeres y a ser folladas ellas,
por otras hordas de guiris; habría que adoptar también un análisis
desde la vicisitud de lo que es el hecho en sí para tener así una visión
totalmente global del fenómeno. Y que mejor que, yo, excelso
neverfucker
, para aportar información de primera mano. Porque yo no me he ido de erasmus nunca, pero he vivido en una de las ciudades con mayor recepción de estudiantes guiris de toda Europa, y no: no he follado. Principalmente por culpa de ser jevi, rolero soltero y heterosexual en Gafapastown.

Estas cosas existen aunque en tu entorno no lo quieran ver

Barcelona ha sido siempre, por su cosmopolitismo encantador,
paraíso guiri por antonomasia. Su proximidad al infecto Mar
Mediterráneo (paraíso de condones, compresas y jeringuillas) y su
conversión en parque turístico internacional, provocó durante finales de
los 90 y principios de los 2000, una auténtica avalancha de hordas,
nórdicas en su mayoría, que venían a estudiar a la soleada ciudad. Ésto,
para un grupo de jóvenes estudiantes (jóvenes sí, estudiantes ya os
digo yo que es un eufemismo) podría haber sido sinónimo de despertar
sexual, grandiosas fiestas en pisos de extranjeras y un festival de
amigos de diferentes paises a los cuales visitar durante las vacaciones,
ahorrando pasta en alojamiento. Sin embargo, el factor picoto inherente
en nuestras jóvenes mentes, provocó lo que fue nuestra futura perdición
y conversión en treintañeros adolescentes.

Durante
los primeros años de Universidad fuimos una prolongación de lo que
éramos en el Instituto: unos cagones intimidados por las mujeres, que
abusaban del alcohol como catalizador de nuestra timidez intrínseca.
Además, cualquier invasión de nuestro círculo íntimo por parte de
elementos ajenos a él, era visto como una amenaza hacia la sólida
cohesión del mismo. Así que, cada vez que alguien traía a sus nuevos
amigos de la Facultad de fiesta con nosotros, solían pasar dos cosas: O
que susodicho individuo fuera motivo de escarnio por el mero hecho de
ser sangre nueva con la que todavía no nos habíamos metido (nuestra
relación de amistad en el grupo es un compendio de insultos y batallas
dialécticas que buscan dejar en ridículo al contrincante, es lo que pasa
cuando todos nosostros tenemos Coeficientes Intelectuales entre 120 y
140 -esto no es ironía, es un dato cierto-); o, que visto el nulo nivel
de capacidad de aproximación de las mujeres hacia nosotros huyera
despavorido en busca de grupos de potórricos. Así es amigos, nosotros
estábamos más cerca de los pardos de Freaks and Geeks, que de los
triunfadores folladores de Porky’s. De hecho, cuando salió American Pie,
no pudimos sentirnos más identificados con una peli, en la que los
protagonistas eran cuatro pardales de marca mayor que intentaban perder
la virginidad antes de ir a la Universidad, la diferencia era que
nosotros queríamos hacerlo antes de acabar la carrera.

Así
por un lado empezamos a ver a los Erasmus como una invasión de nuestro
terreno conocido. Cuando ves que grupos de rubias buenorras (estoy
generalizando ya que también había morenas buenorras que venían de
Italia) salen todos los jueves de fiestorra y que los viernes, tus
colegas potórricos de la facultad te contaban que se habían liado con
una sueca, una belga, una francesa o una holandesa; sólo nos quedaban
dos alternativas. Unirnos a ellos o cerrarnos en banda en un endogámico
círculo en el que nos excusábamos diciendo que lo nuestro era lo mejor.

En
un primer momento, motivados por la envidia, decidimos lanzarnos a
catar las mieles Erásmicas. Así, empezamos a salir a las fiestas
Erasmus, pero claro, no era nuestro ambiente. Vivíamos con nuestros
padres ya que al ir a la facultad en nuestra ciudad natal, no teníamos
la necesidad de compartir piso, así que desconocíamos a la mayoría de la
gente, ya que en su mayoría todos se conocían o bien porque venían
juntos de fuera o porque se conocieron al compartir piso. Además el
único que hablaba inglés con asiduidad era yo,
así que mi dominio del inglés era tan inútil a nivel de enlace con las
guiris como Cañita Brava de Helpdesk informático. Divertido pero
totalmente deprimente. Luego estaba el hecho, desconocido por nosotros y
por muchos de los supuestos follaguiris, de que las guiris sólo follan o
tienen relaciones erótico-festivas con guiris. ¿Para que va a tirarse
una italiana a un español de aspecto landiano, si puede tirarse a un sueco clavadito a Ljunberg? o ¿Porqué va a tirarse una sueca a un español de aspecto Estesiano si puede tirarse a un fashion-italiano?
Pues eso. Así que nuestras cuitas fueron en terreno hostil y encima
fuimos usados de pardillos en muchos casos como aquel en que estuve
media hora calentándole la oreja a una bella americana, para que cuando
yo ya pensaba que podía irme a lo oscuro acompañado, apareciera un
italiano conocido mío para que se la presentara. Mi confianza en mi
mismo era tal que, capullo de mí se la presente, aprovechando para ir a
por una copa. Cuando volví, a los dos minutos, la tronca ya le estaba
palpando la traquea con la lengua.

Con
experiencias como estas, finalmente, desarrollamos una animadversión
contra todo lo Erasmus, ya que no nos sentíamos incluidos en ese
ambiente. Cada vez que alguno de nosotros proponía dar una vuelta o
salir a tomar algo por el gótico, centro potórrico erásmico barcelonés;
una sonora colleja le devolvía a la realidad. Una realidad donde las
partidas de mus, las canciones de heavy hispano, los melenudos bebiendo
en cuernos, las partidas de futbolín, y el miedo a las tías buenas
estaban a la orden del día y cada vez que escuchábamos la palabra
Erasmus alguien gritaba:

«Maldito sea tu nombre»

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