Rara vez hablo aquí de películas que considero buenas de verdad. Generalmente, me dedico a lo que he bautizado con gran desvergüenza como ‘Cine-colonoscopia’ (el que te da todo el dolor anal, pero nada del placer prostático). Pero hoy voy a hacer una excepción. Voy a hablar de una peli güena de verdad.
Más o menos.
Creo.
Es que es de Ken Russell.
Si con esta última frase no os habéis dado cuenta de que, sea buena o mala, la película es adecuada para ente bloj, es que no habéis leído con detenimiento nuestros ocho años de artículos. Russell fue el director de dos cumbres de la sordidez que han aparecido por aquí en el pasado: La primera es ‘Tommy’, según el disco de The Who, sobre un ciego mesías maestro del pinball (esto es, la mejor premisa para película de la historia de los ictus cerebrales). La segunda es ‘Liztomania’, la ¿biografía? de Litz con música de Rick Wakeman, penes gigantes, escenas a lo Benny Hill y el protagonista luchando en una nave espacial-órgano contra el monstruo de Frankenstein con cara de Hitler creado por Wagner.
O sea, una obra maestra.
¿Veis lo que decía? La sordidez alcanza niveles tan altos con ente señor que somos incapaces de emitir un juicio imparcial. Sus pelis son una maravilla aunque se las pueda considerar malas en cualquier otro aspecto.
Pero he aquí que, antes de todo eso, Russell hizo una cinta casi tan loca, maldita, poco vista y que me parece que es buena. Así en general. No sólo por su sordidez. Que la tiene. Oh, sí que la tiene.
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Ken Russell: EXCELSIOR! |
‘Los diablos’ fue la primera superproducción de Russell para la Warner. El tío era un director muy respetado en la época por algo que merece el aplauso de toda la humanidad: sacar las primeras pollas en pantalla de la historia del cine comercial. La peli era ‘Mujeres enamoradas’, y las pollas las de Alan Bates y el legendario borracho Oliver Reed, los cuales necesitaron de mucha diplomacia para ser convencidos de mostrar sus salchichas. No por parte de Russell ni porque les diera vergüenza romper tabús, sino porque eran machos ingleses de los de whiskey con cereales para desayunar y colonia a granel. Lo cual quiere decir que no querían que ninguna de las dos pishas quedara en ridículo en tamaño al comparar. Así que lo solucionaron mirándose los miembros y decidiendo que, como eran básicamente iguales, adelante. Más o menos como la célebre historia de si Paul Newman o Steve McQueen iban primero o segundo en los créditos de ‘El coloso en llamas’, pero con rabos. Esto es, que no me explico por qué es esta anécdota menos famosa: la profesión de actor va de medirse las pollas metafóricamente y es la única ocasión en la historia del cine en la que dos estrellas lo hicieron de verdad.
Así que tanta notoriedad, unida al prestigio que le dio su trabajo en el cine documental (fue de los primeros en incorporar dramatizaciones en el género) hicieron que los de Warner le ofrecieran una pila de dinero para adaptar la novela histórica ‘Los demonios de Loudun’ de Aldous Huxley sobre una de esas divertidas y edificantes anécdotas acerca de cómo la iglesia y el poder se alían para torturar y quemar a gente. Vamos, lo normal cuando se mezcla religión y estado.
Russell era un católico convencido, por lo que en sus películas, además de tetas, pollas, grandes angulares, rock progresivo y, sí, Thomas Dolby, hay muchísima imaginería religiosa. Hasta el punto que un jefe de la BBC, al inicio de su carrera, cuando le dio dinero para un proyecto le dijo que, “por favor, esta vez sin crucifijos”.
Por lo tanto, pensarían los ejecutivos de la Warner, era el indicado para una película histórico-religiosa. De paso, se apuntaban un tanto por contar con el director más moenno del momento. No olvidemos que estamos en la época de crisis total de los grandes estudios de Hollywood, desesperados de atraer al público joven ‘contracultural’. En el 69, la Fox se había encontrado con que su ‘Hello Dolly’, con millones de dólares invertidos en que una veinteañera Barbra Streisand interpretara a una cincuentona, había sido un desastre en comparación con los 823 dólares aprox. gastados en la marihuana de ‘Easy Rider’. En esa situación, los directivos estaban dispuestos a cualquier cosa para que su audiencia no tuviera la edad media de los espectadores de Castilla La Mancha Televisión. Pero sin perder al público de siempre. En ese compromiso de ni pa tí ni pa mí ni para nadie en su sano juicio surgieron cosas como ‘Myra Breckinridge’, de cuya escena de rompimiento de orto masculino ya hemos hablado aquí, dirigida por un ignoto chaval moderno del Swinging London o ‘Skidoo’, con Otto Premminger haciéndose el atrevido y el jovial con los hilarantes resultados también conocidos por todos. Por todos los que leyeren este post.
Así que era normal hacer un drama de época, pero con el inglés de moda. Inglés que estaba totalmente loco.
Russell pilló de colaboradores iniciales a dos personajes: primero, a un músico atonal que vivía en una isla al norte de Escocia y que compuso la partitura directamente en papel sin piano como hacen los onvres de verdad. Segundo, a un joven gay diseñador sin experiencia en el cine, Derek Jarman, que luego ganaría fama por torturar al público con su película ‘Sebastiane’, en la cual se entiende la palabra ‘diversión cinematográfica’ como ‘ver a hombres desnudos hablando latín con acento de Liverpool mientras luchan en el barro’.
Jarman construyó los mayores decorados de la historia del cine desde Cleopatra: toda una ciudad con sus murallas y unos interiores que recuerdan a la consulta de un dentista o, sin ser tan exagerados, al retrete de los cines Palafox. Vamos, que en la peli había dinero. Y estrellas: Oliver Reed, su ego, Vanessa Redgrave y su cara de inglesa reprimida. ¿Como es que esta película no es recordada casi por nadie ni por buena no por excesiva y ni siquiera como la hostia comercial que fue?
Muy sencillo: el batacazo fue grande, sí, pero ha estado fuera del imaginario colectivo porque no se ha visto. Warner sólo la sacó una vez en VHS censurado y nunca la ha editado un DVD (existe uno oficial sublicenciado al BFI cuando la major, una vez hecho el transfer y publicado el arte, se acojonó y no la sacó), a pesar de tener un servicio de DVD-Rs sin extras de casi todo su catálogo.
Ya he dicho que la peli está bien. ¿Cuál fue el misterio de su fracaso entonces? Dejemos que dos eslóganes de épocas separadas nos lo expliquen:
Cuando se estrenó, el trailer americano proclamaba con orgullo: “ Esta película puede no ser para tí”. Con dos cojones. Imagináos eso ahora mismo: “Warner Presenta ‘Jersey Boys’, pero si la música de los 50 no es lo tuyo, mejor te quedas en casa’. O ‘Paramount les invita a ver ‘Transformers 4, pero si busca una película con guión y duración aceptables, ahórrense el dinero o gástenselo en putas, que es mejor que esta abominación”.
Ello demuestra que la Major estaba a-co-jo-na-da con lo que había rodado Russell. ¿Y qué había hecho el loco inglés? Vale: era la historia de un sacerdote mujeriego en la Francia post guerras entre católicos y protestantes al que acusan de brujería por motivos políticos y convencen a un montón de monjas para que lo denuncien por follárselas. Esto se puede hacer con sutileza o como dios manda: de la manera en la que lo haría el tío que puso a Roger Daltrey cabalgando una polla gigante hacia una guillotina.
Lo que hizo Russell nos lo indica el slogan que anunciaba una de las ediciones (confieso que no sé cuál: este dato lo he sacado del recomendable podcast «The Projection Booth«) en DVD: “Los diablos’ por fin en DVD… ¡Ahora con la escena de la violación de Cristo!” (BEST-TAGLINE-EVER).
Esto es, con la escena de unas monjas con histeria colectiva masturbándose con una gran cruz mientras un fraile mira haciéndose una paja mientras la cámara le hace zooms de ida y venida que harían que Valerio Lazarov y Jesús Franco dijeran: “Russell: eres un pisha: buen trabajo”.
Pero contemos la historia de la película (¡SPOILERS!), que es de lo que más vale la pena. El malo aquí es el Cardenal Richelieu, pero no hay de por medio mosqueteros que no llevan mosquetes, ni steampunk, ni canciones de Brian Adams, Sting y Rod Stewart. En su lugar, se le presenta viendo al Rey travestido interpretando una obra (lo cual parece ser que era históricamente correcto) mientras que en pantalla pone el título ‘The Devils’. Vamos: para dejar claro que el título no se refiere a las supuestas posesiones demoniacas que sufrieron las monjas, sino a los dos hijoputas que se aliaron para joder a Oliver Reed. Podrían haberlo hecho quitándole el güisqui, pero optaron más bien por quemarlo en la hoguera, supongo que pensando que teniendo en cuenta su nivel de alcohol en sangre explotaría en el momento.
Richelieu quiere el control de Loudon, la ciudad que está bajo la protección de Reed, y para ello pide tirar las murallas. Reed se mola más que un político catalán, así que se enfrenta a ello. Mientras tanto, se folla a todo lo que se menea y se enamora de la madre de Bridget Jones.
Lo de denunciar la vida disoluta de un miembro del clero se ve que como que no es el camino, porque el tipo tiene más o menos la fama de los Beatles. De hecho, Russell rueda su primera aparición como si fuera una estrella de rock con todas las monjas gritando histéricas. Sobre todo gritando. Muy alto.
Y es que hay mucho ruido en la película. Es agotadora. Yo la tuve que ver en dos sentadas, no por aburrimiento, sino por EXCESO. No sólo auditivo: también hay escenas iluminadas con focos bajos y rodadas con angulares que parecen sacadas de una película de Terry Gilliam. No me extraña que el tío sea fan (al igual que otros como Guillermo del Toro, que declaró que aprendió inglés viendo esta peli sin parar: resulta lógico que luego quisiera hacer una peli llamada ‘En las Montañas de la Locura’). Pero no me quiero desviar:
La groupie número 1 de Reed es la madre superiora del convento, una jorobada que sueña con él convertido en Cristo y en lamerle los estigmas. Por mi parte, mis sueños eróticos son más bien de follar, pero cada uno con sus depravaciones. Sin embargo, cuando Reed pasa de su culo y manda a organizar su convento a otro pringado, a ella le da un ataque de cuernos y dice que el sacerdote ha hecho un pacto con satanás y la ha visitado con demonios para follársela.
Y más rápido de lo que se puede decir ‘póngame usted ahí unas maderas con paja y prepáreme unas tenazas’, mandan a un inquisidor con pinta de John Denver y se arma la mundial. Esto es: monjas desnudas gritando (por supuesto) por el convento.
Recordemos: en 1971. Si a Martin Scorsese le dieron hasta en el carnet de conducir por hacer en 1988 una película que básicamente decía que Cristo era super chachi guay y divino capaz de resistir hasta la última tentación de la cruz, pues imaginaos la reacción de los censores y los Guardianes de la Moral (que son como los Guardianes de la Galaxia, pero con palos metidos por el culo) ante esta cosa con tetas, un cura follador y el resto de clérigos corruptos sedientos de poder.
La peli empezó a ser recortada como loca (entre otras escenas, obviamente, la nombrada de las monjas follándose el crucifijo y, curiosamente, una bonita boda en el bosque entre Reed y la madre de Bridget Jones porque esto de que los curas se quieran casar es una SINVERGONZONERÍA que confunde el progresismo con la chabacanería y la sinvergüenza)
Tanto cortes le iban haciendo que, como dijo Joe Dante en una entrevista sobre el film, es la única vez en la historia que podías ir al cine cada semana y veías una peli diferente. Iban a tijeretazos por sesión cada vez que un imbécil se sentía ofendido. Y ya sabéis lo que opinados de la gente que ‘se ofende’ por textos u obras de arte: ¿te molesta ese dibujo o esa canción? SO FUCKING WHAT? ¿Acaso tienes 3 años? ¡Madura, cojones!
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Reed y su bigotón, en deliberada actitud de molar |
Curiosamente, la peli es históricamente bastante cercana a la realidad cuando habla de los motivos del procesamiento del protagonista. Lo de que las monjas entraron en histeria masiva es una interpretación, pues no se sabe qué ocurrió más allá de que subieron los turistas que iban al pueblo a ver qué pasaba. Es que en siglos pasados, el tema del ocio se circunscribía a la emoción de sorberte los mocos y ver si vienen con tropezones.
Sí que se sabe que, al contrario que en la película, las monjas retiraron la acusación tras ser declarado inocente en un primer juicio, mientras que en la cinta no se atreven porque los inquisidores las amenazan directamente con el infierno. Pero Richelieu, que como nos enseñaron Dartacán y Martes y Trece, era de todo menos trigo limpio, se sacó del escroto un documento de contrato supuestamente entre Satán y el acusado para un segundo juicio. Siempre me ha molado que el Diablo tenga que tener tu firma para poseerte. El tío será El Mal Encarnado, pero las cosas hay que hacerlas como dios manda. ¿Significa eso que el Diablo es Adecco, la gente que más contratos controla ahora en España? No lo dudéis: quien haya visto lo que se queda esa gente de beneficio a cambio de no hacer absolutamente nada saben la respuesta.
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El diablo: inventor de las firmas de graffiti. |
A Urbain Grandier (el personaje interpretado por Reed, que mi escritura se ha vuelto caótica de tanto ver cine de Ken Russell) le acabaron torturando antes de quemarlo y, tal y como se ve en la película, nunca confesó como el machote que era. De hecho, en esas escenas, Reed, conocido por sus interpretaciones, digamos, ‘expansivas’, está muy contenido y es posible que ‘Los diablos’ sea el mejor papel de su carrera o al menos el mejor en el que además llavaba bigotón. De esta manera, el director lo convierte en un mártir de la verdad, una figura más bien cercana al propio Jesucrito denunciando la corrupción del clero de la época. ¿Lo véis? ¡Pero si en el fondo es una peli religiosa!
La madre superiora que lo denunció acabó, según se puede inferir de otra escena originariamente cortada de la película, masturbándose con el fémur quemado de Grandier. Lo maravilloso es que aquí Russell sí que se contuvo y tal acto no se ve. Se trata de una interpretación de una mente enferma al ver la peli. O sea, de la mía.
La cinta acaba con la madre de Bridget Jones abandonando la ciudad desolada ante un campo de ruedas de tortura (desconozco su nombre técnico y agradecería aclaración), que eran lo que utilizaban piadosamente los católicos para colgar fuera de la ciudad a condenados para que murieran lenta y dolorosamente y todos pudieran verlo. Porque eso NO tiene nada que ver con la crucifixión. Unas eran cruces y las otras eran ruedas sobre palos. Claramente no es lo mismo.
Vamos, una maravilla que todo sórdido y cualquier persona interesada en la historia pero con aguante en lo que se refiere a la realización alocada y personajes secundarios que parecen sacados de los Looney Tunes no debe perderse. Suficiente tiempo ha sufrido esta película el olvido de la historia del cine. Ya sea para alabarla como joya perdida, para condenarla a la hoguera por exceso absurdo y gran fiasco o para regodearse en su inigualable sordidez.
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