Celebrate the 80’s and the 90’s with The Hoff: Allí estuvimos

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…Pero no por ver a The Hoff necesariamente. Este fin de semana una Comunidad de la Sordidez se desplazó a un circuito en algún lugar de Navarra para el evento sórdido del año: El concierto presentado por David Hasselhoff con viejas glorias del techno de los 90 y una doble representación de pechos de los 80.
Muchas veces creemos que estamos haciendo algo por un motivo, pero en realidad es por otro completamente distinto. Y no nos damos cuenta hasta un instante determinado de claridad divina. Aquí muestro una representación gráfica del momento en el que comprendí la verdadera razón que me empujó a perder un puente y tragarme cuatro horas de coche para ver música que, en el fondo, nunca me ha gustado:

Pero antes, los detalles. David Hasselhoff organizó esta especie de excusa para recorrerse medio mundo y sacarse unas pelillas para pagarse los vicios. El concepto de una gira nostálgica de one hit wonders de los 80 tiene sentido. El de una de los 90, también. El de las dos décadas juntas es francamente extraño. La excusa es que The Hoff dominó ambas con ‘El coche fantástico’ y ‘Los vigilantes de la polla’, pero una vez visto el resultado, las dos pobres representantes de los 80 poco tenían que ver con gente como Haddaway, que fue justamente recibidos por parte del público al grito de ‘¡QUEREMOS TETA!’.
Ya al llegar al recinto, vimos pasar a una estrella mucho más interesante que Vengaboys, pero que extrañamente, tuvo menos protagonismo:

Tengo más carisma que el DJ ese que vais a ver. ¿Cómo cojones puede ser alguien fan de un DJ?
En el stand de merchandising, sólo camisetas de Hasselhoff. Nada de los pobres desgraciados que venían a cantar. Porque Michael Knight lo de cantar no es que lo practicara mucho. Lo suyo era hacer playback y leer en una chuleta que tenía a los pies quiénes eran los siguientes invitados. Pero eso NO IMPORTA. Ir a ver a The Hoff esperando un gran espectáculo musical es como poner una serie de Charlie Sheen buscando una interpretación de Oscar. Lo suyo es vicisitud, dejadez y carisma sórdido.

Hell yeah. Con flotadores de plástico. Calidad.
Su papel era el de aparecer entre grupos y cantar una de sus canciones que no tenían nunca nada que ver con el resto de la música. Pero no importaba: él sacaba un modelo distinto en cada momento y nosotros jaleábamos. Y vimos que eso era bueno.
Los primero fueron Twenty Four Seven y, por supuesto, me entregué como loco a botar con ‘Slave to the Music’. Pero en ningún momento emocionado. Sí: la rubia está la mar de apetecible, pero yo en los 90 no estaba tanto bailando este tipo de música como siendo un puto freak asocial. Alguna vez salía por aquello de intentar ligar, pero la música de baile de esta época no me puede traer buenos recuerdos porque, efectivamente, todos los intentos acababan en fracaso. Por otra parte, mi líbido estaba calmada, y ni esta chica ni las dos gogós que salieron después me causaron la más mínima impresión mientras me comía un perrito caliente. ¿Qué dice eso de mi heterosexualidad? Calma, que ahí vamos.
Porque tras un montajillo nostálgico de la década en las pantallas laterales y un nuevo momento de vicisitud de Hasselhoff, empeñado en no cantar ‘Hooked on a feeling’ ni ‘Looking for freedom’, llegó el momento de verdad importante.
En ese momento, salió Samantha Fox.

Me encantaría decir que mi nom de plume viene de esta inmensa munhé. Desgraciadamente, no es así, si bien de ahora en adelante voy a hacer un reboot de mi historia como superhéroe de la vicisitud y voy a decir que es así. Porque en ese momento me di cuenta de por qué estaba allí en medio de ninguna parte del Camino de Santiago. Yo iba a ver a Samantha Fox. Además, me di cuenta de otra cosa importantísima:
Que el pene tiene memoria histórica.
Yo, que había mirado el culo de las bailarinas que salieron con el coñazo ese de DJ Sash como quien es jurado de un concurso de anatomía, sentí como mis hormonas volvían a reclamar lo que una vez fue suyo. Cuarenta y ocho años y, por supuesto, demostrando ser la más erótica y mucho más guarrona que todas las que vinieron y estaban por venir en el concierto. O eso es lo que interpretaba mi mente intoxicada por la memoria histórica de pajas de la primera adolescencia. Porque yo tuve el ‘Samantha Fox Strip Poker’ de Spectrum. Porque la primera cosa que robé en mi vida fue un póster con siete fotos suyas en las que casi se le veía un pezón. Porque llegué a coleccionar hasta cuatro más repartidos entre mi cuarto y el de estudio en el que no estudiaba.
El caso es que ella SÍ que se tocó el chirri mientras cantaba y las otras no. Y nada más que por eso, gana. Por eso y por otra cosa…
Tras Sam vino una Sabrina igualmente riquiña, pero tan cambiada que no despertó mi memoria pichal. Además, su setlist fue el más injustamente corto. Tras ella, salieron todos los intérpretes para hacerse una foto común, lo cual demostraba una vez más el sindiós de cómo estaba pensado el concierto. Era como ver una peli de Iñárritu: nos estaban poniendo el final a la mitad. Sin embargo, cuando todos se marcharon, llegó el momento de la noche. Samantha se quedó la última y cogió de la mano a Sabrina. En un arrebato de su maravillosa homosexualidad, le agarró luego los mofletes y le plantó un buen morreo.
Y hubo gran regocijo.

Se ve mal, pero comprendan ustedes que no daba tiempo ni cerebro para enfocar ni encuadrar.
El pobre Haddaway lo dio todo, y nos lo pasamos bien, pero tras él llegó el equivalente musical a una versión del necronomicón escrita con dibujitos y con tinta fabricada de purpurina: Los Vengaboys. Unos tipos vestidos de superhéroes los cuales, los muy desaprensivos, no se contentaron con cantar sus hits (todos exactamente iguales) y seguir la tradición del resto de participantes de pedirnos que levantáramos los brazos (lo cual todos sabemos que hace que la olor llene el ambiente tras tres horas bailando y saltando). Es que además hasta hicieron versiones de LMFAO, cimentando el desconcierto conceptual de la noche.
Una vez se callaron, Hoff, esta vez sí, cantó su ‘Looking for freedom’… ¡Y se despidió! Efectivamente: en el concierto en el que él era la estrella y presentador, se limitó a presentar a los últimos invitados y desaparecer. Ni siquiera cantó el ‘Hooked on a feeling’. Eso sí, farfulló dos frases de ‘Es la historia de un amor / como no hay otro igual’, lo cual le honra y le deshonra al mismo tiempo. Esto es, la dicotomía de la que nace la verdadera vicisitud.
Los cabezas de cartel eran 2 Unlimited (¿Alguien ha pensado en las profundas repercusiones cósmicas que tiene decir esa frase? ¿2 Unlimited como las estrellas de un concierto omnibus?). Y, qué queréis que os digan: después de Vengaboys parecían Iron Maiden. Con la cantante original que parece que se ha comido a la que la sustituyó, los tipos lo dieron todo y yo también.

THERE’S NO LIMIT!
Y con esto se acabó. Ni un bis. Ni una despedida. Ni una teta. Pero, sí: mucha felicidad y cuarenta minutos andando de vuelta al pueblo más cercano a 8 grados y por una carretera abandonada sin una puta luz guiados sólo por la iluminación de la iglesia en la lejanía. Pero daba igual. Yo había visto a Samantha veintitantos años después de mis primeras pajas.

Y yo era feliz.

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