Vicisitud progresiva: Me he gastado el dinero en ir a ver a The Enid

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La gente no sólo es irracional, sino que encima a veces va al “100 Montaditos” y se pide el de anchoa con leche condensada. ¿Temeridad? ¿Afán de aventura? No seré yo el que denuncie actos absurdos porque, en el fondo, la mayoría de mis textos están llenos de sin sentidos. Y no me he pedido nuca ese montadito por intolerancia a la lactosa. Que si no…
Aunque, claro, agarrar en plena crisis, con tu empresa hecha una mierda exigiendo bajar los salarios y prenderle fuego al convenio, y gastarse una pasta en ir un fin de semana a Londres a ver un concierto, es de esas acciones que pasan de lo irracional y se establecen firmemente en el territorio de la oligofrenia.
Y es que, encima fui a ver a The Enid.
Gran silencio en el 99% de los lectores.
Con suerte, un 1% se acordará de que ya hablé de este grupo en nuestra épica lista de 100 discos con valores. Unos tipos que ni son música de esa que se denomina erróneamente “clásica” ni rock de toda la vida. Vamos: gente que hace lo que le da la gana sin tener que complacer las expectativas de nadie. La verdadera actitud rebelde. En plena época punk, una loca barbuda inglesa llamada Robert John Godfrey y sus amigos perturbados demostraron que la verdadera actitud contestaría era hacer grandes épicas orquestales rock con citas a Mahler. Y tomárselo todo con una pizca de cachondeo. Por supuesto, el experimento estaba condenado al fracaso. Mientras un puñado de drogadictos absurdos gritaban que todo el mundo se jodiera, Robert John y su grupo iban hablando de caballeros medievales y sacando singles con versiones de canciones de los 30 recitadas a gritos, pero culminadas con un solo de guitarra con una melodía de la hostia:
Esa era la actitud contestataria que apoyamos aquí. El verdadero ir a contracorriente y sabiendo hacer bien las cosas. Una vez empezaron a no vender nada, tuvieron que retirarse a una granja con un estudio de grabación para poder ganarse la vida, trabajando con gente como Kim Wilde en el celebérrimo ‘Kids in America’ y, obviamente, Christian Death. Pero, mientras, crearon uno de los primeros ejemplos de crowdfunding para seguir sacando discos. Si, queridos sórdidos: si el primer caso de este tipo de financiación aplicada a la música fue de Marillion, la prehistoria fue The Enid. ¡El progresivo a la vanguardia del arte de sablear a los amigos!
Así que formaron un grupo de fans-comuna en lo más crudo (para bandas que hacen música sobre personajes victorianos al menos) de la mitad de los 80. Lo gracioso es que en aquel tiempo querían que EMI les devolvieran los derechos de sus primeros discos, con los cuales la compañía solía jugar a limpiarse el culo y a ver quién era el primero en cortarse el cerete. Pero la discográfica estaba involucrada en la financiación de misiles teledirigidos con cabezas nucleares (sus únicas armas de destrucción masiva no eran los discos de  Gary Glitter). Así que The Enid y sus fieles fans iniciaron una campaña de protestas para que el público supiera esto. Y sobre todo los demás artistas. Efectivamente: eso les convierte en profesionales del resentimiento. Ya que los estaban jodiendo, iban a intentar que el resto de músicos concienciados desde sus jacuzzis mandaran al carajo a la compañía. Eso se tradujo en lo mismo que las iniciativas de ‘rodear el congreso’: en nada. Pero al menos se las maravillaron para conseguir que ese año prohibieran a cualquier grupo EMI tocar en Glastonbury. El año siguiente y tras un par de llamadas, obviamente los baneados fueron ellos. Y, encima, consiguieron con sus heroicos actos ser investigados profundamente por el MI5, porque todos sabemos que un grupo de músicos de formación clásica cabreados puede hacer mucho daño con sus timbales.
Todo esto no lo hacían los Sex Pistols. Ni componer canciones que te hacen querer ir a caballo a matar doncellas y follarte dragones:
Luis Cobos se quitaría el sombrero, sobrecogido por no poder alcanzar este nivel de excelencia chunda chunda.
Pero volvamos a mi viaje. Que esto al fin y al cabo es una bitácora personal. De dos personas. O tres cuando se anima Marlow. Con colaboradores. Y eventos deportivos. Y con reseñas. Y lo que nos salga de ahí escribir. Si alguien sabe describir esta página, que por favor me lo diga.
Andando me fui a Camden, un barrio que creo que fue hipster, pero que a mí me pareció más bien de vender parafernalia cultureta y alten-nativa a turistas franceses ávidos de un camiseta de The Clash comprada en el barrio cool oseaosea de Londres. Pasado uno de los canales de la ciudad llegué al local: Barfly. Abro la puerta… y, efectivamente, era eso: un bar. Nada más. Un grupo de barrigudos bebiendo. Tened en cuenta que había viajado 1.700  kilómetros para eso. No veo escenario alguno. Abro otra puerta cutre y subo a los retretes. Y al lado, la habitación para el concierto.
Buena metáfora.
Porque eso era una habitación, no una sala. De hecho, Calipo A tocó este enero en un espacio cinco veces mayor y no exagero. Hacía que la Sala Caracol pareciera Wembley. Para eso había viajado. Cinco minutos para el comienzo oficial del concierto y NADIE. Tras esperar media hora, empezamos a llenar. Puntualidad inglesa mis cojones. Así, que, aburrido, me pasé por el mostrador de merchandising a comprar una camiseta.
We only have sizes XL and XXL – Dijo la señora tras el minúsculo mostrador.
Miré a mi alrededor a la media de cincuentones cerveceros y contesté en español
Claro. Si es que estoy tonta.
– Sorry?
– I meant, you DO know your audience.
Me volví a la primera fila, bien completita por nueve personas más o menos en línea. En ese escenario no iban a caber los 6 miembros del grupo. Sobre todo porque:
Así sí. Si hay timbales, hay paraíso. No entiendo por qué todos los grupos no los llevan de gira. Cualquier canción mejora con timbales y con campanas tubulares. Os aseguro que es exactamente lo que le faltaba a ‘Never Gonna Give You Up’. Y si pensáis que lo que estoy diciendo es una idiotez producto de una mente gravemente erosionada por tanto escuchar a Mike Oldfield, sólo os digo una cosa: Sí.
Después de los teloneros, llegó la banda atravesando toda la multitud (nada de backstage, que el espacio hay que aprovecharlo) y, como si fueran piezas de Tetris, se encajaron en sus lugares. Al líder Robert John Godfrey…
…Ente señor…
… lo tuvieron que aupar al escenario. Era como ver al hijo ilegítimo de Papá Pitufo y Oscar Wilde, pero con pajarita. Porque si bien la corbata es el complemento de vestir más gilipollas y despreciable del mundo, la pajarita da la vuelta 360 grados y se convierte en un elemento imprescindible de sordidez.
Lo mejor de todo fue ver cómo el bajista, responsable de los timbales al mismo tiempo, se colocaba allí detrás. Lugar del que no podría salir hasta el final del concierto a riesgo de que todo el escenario se convirtiera en un juego de Jenga. De hecho, cada vez que dejaba los timbales (claro), los crótalos (¡sí!) o EL CENCERRO (¡¡¡Oh sííííííí´!!!) y se ponía con el bajo, tenía que realizar una compleja operación de ingeniería para evitar que tan largo instrumento chocara con las percusiones. El método era elegantemente simple: coger una caja vacía de botellines de cerveza y subirse arriba.
¿Y la música? Una maravilla. Seis tíos sonando como si fuera una orquesta. El centro del escenario lo tomaba un chavalito joven que tocaba (¡¡¡¡Oh si, sí, SÍ!!) la flauta eléctrica. Snowymary miró al carismático joven. Yo la miré a ella. Rápidamente confirmé su pensamiento: hacía que Boris Izaguirre pareciera Khal Drogo. Esto podría interpretarse como una afirmación exagerada, pero no. La estupefacción cuando comenzó el primer tema no instrumental fue de época:
¡…CÓN! ¡DESPPPAÑA!
Que se muera de envidia la loca contratenor que salió en Eurovisión. Ésta sí que tenía poderío y, además, tocaba teclados y hasta cantaba con voz no-farinéllica en el resto de los temas. El setlist fue de esos que justifican 1.700 kilómetros de viaje, con todo el arranque del nuevo disco (como hizo Battiato en Madrid) y los grihits sobre leyendas artúricas y romances medievales:
(Sí: este vídeo demuestra que hace un par de años se gastaron SU pasta en grabar con orquesta como les hacía ilusión. Yo no fui a ese concierto. Mucho mejor una sala de mierda de 20 metros cuadrados)
Por desgracia, Robert John, aquejado de una enfermedad degenerativa, no tuvo a bien hacer su clásica y atroz versión de Wild Thing. Imaginad a Don Pimpón en plan roquero en lugar de su más habitual rol de pederasta. No. No hace falta. Que algún desaprensivo ha colgado el vídeo en Youtube (a partir del minuto 3:40… no os lo perdáis si sois fans del original y queréis LLORAR)
Eso sí, una vez acabado el evento, el señor se bajó a la salida (a la puertecilla al lado del retrete, que allí se produce un incendio y no lo contamos ni uno) y se dedicó, como si fuera un vicario anglicano, a saludar a todos los asistentes.
I’ve come from Madrid just for the concert
– Well, my dear. Maaaarvellous. Marvellous indeed.
Y eso fue todo. Tras un fin de semana paseando por Londres, volví al aeropuerto. Subiendo unas escaleras mecánicas, miré atrás y vi unos escalones más abajo a un arbusto de pelo blanco inmenso.
Mira, Snowymary, los pelos de ese t…joderhostiaesBRIAN MAY!!!.
Pero no paré a pedirle una foto a los pelos de unos de los guitarristas más míticos del rock. Porque yo había saludado dos noches antes a Robert John Godfrey. Con eso soy más feliz y más onvre.

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