
Me incomoda cuando tengo que quedar con gente con hijos y resultan ser de esos que me miran mal si empiezo a soltar palabrotas. Me molesta más que un preservativo de esparto. De hecho, prefiero asistir a un concierto íntegro de Pitingo haciendo versiones de Muchachito Bombo Infierno antes que tener que aguantar la mirada reprobatoria de una madre (siempre es la madre) cuando empiezo a ser yo mismo delante de su niño, que probablemente ya sepa el 30% de las salvajadas que suelo soltar y cuando alcance los 12 años será capaz de enseñarme alguna nueva relacionada con cierta práctica sexual aprendida en E-hentai.org.
Y es que los niños empiezan a aprender este tipo de términos con dos años y llegan a dominar esta disciplina dialéctica con los primeros pasos de la tontería… quiero decir, de la adolescencia. Y eso está bien. Las palabrotas son una parte importante del lenguaje. De hecho, son como la pizca de canela en un capuchino. Como el bigote en un actor porno. Como el último toque que te das tú mismo cuando tu pareja te está haciendo una paja. Lo que diferencia lo bueno de lo cojonudo.

En español, la gente con palos metidos firmemente en el orto, suele decir que términos como ‘Coño’ o ‘Mierda’ son ‘Palabras Malsonantes’. Lo cual es una pollada. Dejadme que os diga qué es una palabra malsonante: ‘Gefühl’. Que significa ‘sentimiento’ en alemán y ‘movimiento intestinal’ en el resto del mundo. De hecho, cualquier palabra en ese idioma sería válida. Como decía ese meme de Facebook: “Hay que decir mucho “Te quiero”, porque la vida es hermosa, pero hay que decirlo en alemán para recordar que también es oscura y aterradora”.
Así que el término correcto sería ‘Palabras Cuyo Sentido es Reprobable’.
Y eso sería otra idiotez, claro.
El coño es una parte del cuerpo que a mí personalmente no me ha hecho nada nunca (con la excepción de una candidiasis, pero no le culpo). Y la mierda es algo básico en el proceso ese que todos hacemos de vivir. Y así con todas. Picha, joder, hijoputa, Vahina Giocante… Porque generalmente lo que se consideran ‘Palabras Malsonantes’ son aquellas que tienen connotaciones sexuales. Y el sexo, por mucho que las iglesias lleven siglos intentando decir lo contrario, es algo bueno. Sobre todo para los que pueden practicarlo asiduamente. Cabrones hijos de puta. Cómo os odio.
Porque todo esto de las palabras tabús, por supuesto, tiene orígenes religiosos. De hecho, una de las formas de decir ‘palabrota’ en inglés es ‘profanity’. Del latín ‘Profanus’. Esto es, ‘impío’, ‘no consagrado’ y, más literalmente, ‘de fuera del templo’. Por lo tanto, si decir palabrotas te distingue como alguien ‘de fuera del templo’, cualquier persona de bien debe aspirar a decir todas las salvajadas que le apetezca cada día como orgullo de no tener nada que ver con la religión.
Pero claro: alguna madre puede decir que si el niño dice esas cosas delante de otra gente, quedan como malos padres. Porque, para ellos, un niño palabrotero no tiene disciplina.
Vamos: que todo se resume en el muy cateto e inglés “Qué dirán”.
Por supuesto, eso es una convención absurda con la que hay que romper. ¿Por qué el decir estas palabras es lo peor que puede hacer un niño, mientras que el mismo padre que finge tener un pasmo cuando las escucha deja que el chaval de los cojones se ponga a gritar y dar patadas? El enano interrumpiendo una conversación o tirándote la comida encima mola, porque, ya sabéis: los niños son así. Pero claro: decir una simple palabra que describe una parte del cuerpo o un acto sexual no es permisible. Aunque sea exactamente igual de propio de los chavales, fruto de su desarrollo lingüístico normal y, esto, a ver… ¡no te está jodiendo con sus gritos tu cena romántica en la mesa de al lado del restaurante!
Y es que hay que decirlo ya: las palabrotas no hacen daño a nadie. Al contrario que los gritos de los niños o un pedo tirado justo a tu vera en el metro, que causan molestia física real, las palabras son sólo palabras. Sentirse ofendido por una serie de sonidos que no atentan a la integridad de tu tímpano es de débiles mentales. No existen datos científicos que demuestren que una palabra por sí misma cause daño de verdad. Un insulto sí que pude degenerar en cinco dientes menos, pero, cuidado: la culpa no fue de la palabra, sino de que el oyente no es lo suficientemente inteligente como para, si te dicen ‘Hijoputa’, hacer lo que haría cualquier persona inteligente. Parar y decir:
– “¿Y qué?”
De todas maneras, los estudios científicos revelan que la mayor parte de los usos de palabras tabú no se realizan con cabreo de por medio, sino que son innocuas o, incluso, positivas.
Positivas porque una buena palabrota metida adecuadamente en un chiste hace que la gente se ría más. Y conseguir que alguien se ría es lo mejor a lo que se puede aspirar en esta vida. Pero lo gracioso es que existe otro caso en el que un buen ‘Mecagontó’ tiene consecuencias positivas en quien lo dice.
Un estudio de 2009 demostró que soltar tacos cuando te das un golpe o estás en una situación de dolor ayuda a aliviar el sufrimiento. En él, varias personas metieron sus manos en agua helada. Los que se cagaron en toda su puta madre aguantaron mucho más que los que no dijeron palabrotas. Pero curiosamente escuché en
un podcast de confianza una salvedad que no he podido contrastar, pero que dejo caer porque sirve para llenar un párrafo más: parece ser que la cosa funciona sólo si eres una persona que no dice demasiadas palabrotas. Así que es mejor moderarse y guardar las más sacrílegas para ese momento romántico en el que te estás haciendo una paja y se te rompe el frenillo. Entonces viene la mar de apañado mentar a todo el santoral. Y no te preocupes: esa retahíla de palabras no significará que nuestra civilización esté a punto de irse por un retrete. Para eso ya nos vale la existencia de Gandía Shore. Y ni siquiera: estos programas son sólo el equivalente moderno de los freak show victorianos en los que nos mostraban al hombre elefante para que nos sintiéramos afortunados de NO ser él. Sólo que, en lugar de deformidades físicas, ahora se exhiben las mentales.

Pero no nos desviemos del tema: Los estudios demuestran que nuestra cultura no está empeorando. No somos más palabroteros que hace años. Y si lo fueramos… ¿qué pasa? Nada. Una vez se escucha una palabra, se almacena en la memoria con su significado y connotaciones y en ningún caso quiere decir que implique empezar a leer ‘Crepúsculo’ o que nos volvamos tan gilipollas que todo degenere en el futuro en una idiocracia. Eso es imposible porque, viendo a los miembros de nuestro gobierno (poco dados a las palabrotas en público y probables defensores de una supuesta pulcritud en el lenguaje), estoy seguro de que los tiempos profetizados por ‘
Idiocracia’ ya han llegado.
El idioma existe, además de para trolear, para comunicarse. Y las palabras consideradas tabú son más eficaces a la hora de comunicar emociones fuertes de cabreo o frustración. Por lo tanto, no solo es imbécil ocultárselas a los niños para evitar el horror insondable de que acaben hablando como Rod y Tod. Es que además les estamos robando una útil herramienta para que dejen salir sus emociones. Que luego se quedan dentro y todo ello conduce a que se conviertan en resentidos, amargados o, peor todavía, chulos de Intereconomía. Porque las palabrotas promueven la cohesión social al ser utilizadas como humor y, sobre todo, ironía, sarcasmo y, en definitiva, saber descojonarse de uno mismo. Que es la cota de sabiduría mayor que puede alcanzar el ser humano.
Así que, como dijo
George Carlin en un vídeo que los imbéciles de Youtube tienen censurado por rendirse ante los mediocres defensores de la moral, lo mejor que puedes hacer en un medio de comunicación es decir las siete palabras mágicas. Yo añadiría un uso más: enseñárselas a vuestros hijos. Mierda, pis, joder, coño, chupapollas, hijoputa y, sobre todo, TETAS.