La época absurda de Disney: De ‘El abismo negro’ a ‘Taron y el caldero mágico’

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Otra vez, me rebelo contra las ataduras de ente bloj. Durante nuestros dos primeros años de existencia, nos dedicábamos a escribir lo que nos daba la gana sin necesidad de que fuera un texto definitivo sobre la materia o una ovra especialmente humorística. Claro que todo lo que se hace en los primeros años de vida no es necesariamente bueno. Más bien lo contrario. De niños, sólo hacemos cosas repugnantes. Excepto mezclar cocacola, fanta, colacao, café y pipas en un vaso infernal y beberlo. Eso puede que sea espantoso para tu hernia de hiato, pero no veas la risa.
Y sí: cuando iba al colegio ya sufría de ardor de estómago. Obviamente.Otra cosa importante de nuestros primeros posts era que, como no éramos muy conscientes de la blogosfera, ni del resto de internet, ni de si llevábamos los calzoncillos al derecho, nos daba exactamente lo mismo si abordábamos un tema sobre lo que ya hubiera escrito otro. Cosa que seguro que ha ocurrido con lo que voy a tratar ahora. Porque durante la primera mitad de los 80, los estudios Disney se volvieron locos y nos dieron como herencia un puñado de películas que algunos describirían como ‘extrañas’, otros como ‘errores’ y toda una generación como ‘trauma’. A ello.
A finales de los 70, el estudio estaba dirigido por Ron Miller, el yerno de Walt Disney. Porque ser un exdeportista y saber dónde meter la polla para tener un buen curro no es algo que inventó Urdangarín. La cosa estaba muy malita, y sus películas de imagen real para toda la familia empezaban a dar a la compañía cierta imagen de estancamiento, con espantos como ‘Se nos ha perdido un dinosaurio’ (que, por lo que recuerdo, tardó unos seis años en llegar a España) o la trigésima secuela de ‘Herbie’. Los tiempos estaban cambiando. Tiburón había triunfado y, a continuación, ‘La Guerra de las Galaxias’ había puesto patas arriba al cine y pene enhiesto a todos los freaks, que empezaban a salir de sus cavernas de la serie B para reclamar Hollywood como SU territorio de caza. Miller vio que había que adaptarse.
Con esta idea, pusieron en marcha sus dos primeras películas que no serían para todos los públicos. Aunque tampoco se trataba de hacer ‘El Imperio de los Sentidos’, claro. El objetivo era buscar una audiencia más adolescente. Se inició así una búsqueda que sólo puede clasificarse de esquizofrénica. Y, por consiguiente, fascinante.
La primera en llegar (que no la primera en ponerse en marcha) fue ‘El Abismo Negro’. Y viene bien empezar por ésta, porque todo el desorden bipolar de los creativos de Disney está representado en ella. Resumiendo: no es una película para niños. Pero es una película para niños. Se trata de un desastre conceptual nivel bocadillo de nocilla con sardinas en escabeche. Veamos su esquizofrenia en tres puntos:
1: Haces una película de naves espaciales para emular a ‘La Guerra de las Galaxias’… ¡pero el modelo temático del guión son ‘2001: Una Odisea del Espacio’ y ‘El Planeta Prohibido’!
2: Quieres ir al público joven… pero contratas a Anthony Perkins, Robert Forster y Ernest Borgnine. Como decía Edward Wright, uno de los muchos chavales que la vieron en su época que hoy la van reivindicando con la sana intención de hacer ostensión de su frikismo, el mismo concepto de tener un muñeco de acción con Ernest Borgnine es fascinante.
3: Tienes una historia con pretensiones metafísicas… ¡Pero colocas a un robot con ojos con forma de pegatinas gigantes!
¿Estás seguro de que no soy un personaje de South Park?
Por lo tanto, los adultos que fueron a ver la película se quedaron estupefactos ante tanto humor infantil cortesía de los robotijos, mientras que los chavales estaban… bueno: a los chavales la cosa les gustaba. Había rayos laser y eso. Qué más da que el prota fuera el tipo de ‘Psicosis’.
Claro que entonces llegó el final. Los niños nos quedamos más estupefactos que cuando fuimos a ver ‘El Señor de los Anillos’ de Bakshi y nadie nos avisó de que no terminaba. Los adolescentes, por su parte, optaron por un sonoro vamosnomejodas, mientras se quedaban sentados esperando que alguna Estrella de la Muerte explotara. Los adultos, que hacía tiempo que estaban dormidos, dijeron: ‘Atchonburike’.

 

Porque el final de ‘El abismo negro’ es el material del que se hacen las leyendas. Concretamente, todas las que acaban con espectadores gritando ‘¡MI DINERO!’. Una especie de versión tontorrona del clímax de ‘2001’. Tontorrona en el sentido de que está más clara y dura una cuarta parte. Como esto es una película de Disney, la cosa va de blancos y negros: los buenos van al cielo y el malo al infierno en plan pintura de El Bosco… pero un infierno en el que flota abrazado a su robot sirviente… para luego pasar a presidir el inframudno… pero atrapado en el cuerpo de dicho robot… pero… WHAT THE FUCK?

 

Imagen real de mi cabeza cuando vi la peli con cinco años. Sí: llevaba corbata. ¿Qué pasa?
Como toda película de culto, ‘El Abismo Negro’ es como un buen disco de progresivo: cuando es buena, es realmente memorable. Y cuando es mala, es realmente memorable. Por eso hoy en día tiene legiones de fans y el tipo que dirigió ‘Tron: Legazpi’ quiere hacer un remake. Porque esta película es un modelo claro del tipo de títulos que sí se prestan a una nueva versión: aquellos llenos de elementos estimulantes (como los diseños, convertir a Moby Dick en un agujero negro o la banda sonora de John Barry) que se jodieron por decisiones que parecían una buena idea en el momento. Como no saber distinguir una película de niños de una de adultos.
Pero antes de poner en marcha el primer guión con naves espaciales que rondaba por la papelera de la oficina, Miller le dio luz verde a la adaptación de una novela llamada ‘The Watcher in the Woods’. El perturbado que le colocó la idea le dijo algo así como que “Ese iba a ser ‘El Exorcista’ de Disney”. Pensar que la compañía de Mickey Mouse iba a poner a algo remotamente parecido a niños masturbándose con crucifijos tiene una clara explicación: las drogas.
Así que a Miller se le ocurrió pillar a un tipo que acababa de dirigir ‘La leyenda de la casa del infierno’. Porque nada grita recuerda más a la marca ‘Disney’ como la palabra ‘Infierno’. Pero, por supuesto, después de que se entregara la primera versión del guión, a los capitostes les dio más canguelo que tras beber agua del Manzanares. Así que decidieron dulcificarlo, a pesar de lo cual decidieron cubrirse las espaldas poniendo esto antes de la película:

 

¡Cuidadín!
Y, una vez más, consiguieron una película que ni era de terror, ni era para niños… ni se entendía especialmente bien. Según parece, para aprovechar la publicidad de los 50 años en la profesión de la protagonista Bette Davis, los efectos de la secuencia final no pudieron terminarse a tiempo. Toda una escena en la que un monstruito y un personaje volaban por otro mundo hasta una nave espacial se quedó sin completar del todo (si bien existe por ahí una versión reducida casi definitiva). Así que la sustituyeron por una conversación al final que aclaraba las cosas. Poco.
A la gente no le gustó el final, entre otras cosas porque aparecía un bicho que muchos no consideraban creíble pero que, visto hoy en Youtube, es puro material de pesadilla para niños de cinco años. Así que decidieron retirar la peli de los cines, rodar otro final más abstracto que ponía columnas de luz en lugar de muñeco infernal y reestrenarla.
Buen rollo para todas las edades.
El resultado: ni chicha ni limoná. Y, por lo que recuerdo, ni siquiera llegó a cines en España.
Después de gastarse muchas perras en esa rareza llamada ‘Popeye’ (La frase “¡Hagamos una comedia musical para toda la familia y contratemos por lo tanto a Robert Alman!” se estudia en todos los manuales de lógica como el ejemplo más claro de non sequitur de la historia de la humanidad), decidieron hacer la primera película con una palabrota de toda su historia. Una cosa con Bill Cosby llamada “The Devil and Max Devlin” de la que hoy no se acuerda nadie excepto perturbados que escriben en blogs y han leído en la Wikipedia que usaban ‘Damn’ (una vez) y ‘Son of a b…’ (así, sin terminar). ¡El fin de la civilización moral tal y como la conocemos!
Pero pronto pasaron a la siguiente pieza clave de su ciclo de películas rarunas que nadie entendió bien en su tiempo: “El Dragón del Lago de Fuego”. Otro buen fracaso que costó mucha pasta (se unieron a Paramount para financiarla) y que a mí me fascinó de pequeño. Por tres motivos:
-Era anti-religiosa y todo tiene un bonito tufillo pagano. Y yo empecé a ateizarme siendo todavía muy joven
-Salía el mejor dragón de la historia del cine. El mejor. No me extrañaría nada, teniendo en cuenta que Guillermo del Toro es fan de la película, que el Smaug de El Hobbit se le pareciera mucho. Además, se llamaba “Vermithrax Pejorative”, que es el equivalente en nombre de monstruo a “Hans Magus Enzensberger”.
-A la princesa que tenía que rescatar el héroe… ¡se la zampaban! Eso sí que era un punto de giro que hizo que me sacara las cuencas de los ojos y le pidiera a mi madre cristasol para limpiármelas.
Además, me encantaba el póster internacional. Creo que, de hecho, fue culpable de mi frikismo por la fantasía medieval que, como mis problemas de ardor, todavía me acompaña hoy en día.
Es ver esto y babear.
Y no se puede olvidar que fue una de las películas de la época que mejor representó el ambiente la baja Edad Media
O sea: todo tiene la pinta de que da la olor.
Eso sí: ¿A quién cogieron para interpretar al héroe? ¿Quién llevaría el peso de la película sobre sus hombros?
Bizcochito.

 

O, para los que no vieron Ally McBeal, el tío sórdido de ‘Los Cazafantasmas 2’
Pero bueno, un casting atchonburike puede solucionarse con una buena película. Sin embargo, por mucho amor que yo le tenga, no es perfecta. Aparte de muchas situaciones familiares (como Ralph Richardson haciendo de Obi Wan), todo el concepto del clímax nunca me ha parecido que tenga mucho sentido. Vamos, que es un poco estafa.
Con todo, es de esas cintas de las que se dice que son adelantadas a su tiempo. Hoy en día, tanta oscuridad y princesas y curas siendo devorados (¡el sacerdote era Palpatine un añito antes de hacer El Retorno del Jedi!) serían material de masturbación para un buen darnái. Pero la chavalería de la época (menos yo, claro), no respondió bien a una película de Disney llena de detalles chungos. Así que se perdió mucho dinerito, por mucho que hoy tenga un espectacular 81% en Rotten Tomatoes, lo cual la convierte en la película más apreciada de toda la época esquizofrénica.
Después llegó el desastre de ‘Condorman’ (supongo porque ‘Pumaman‘ ya estaba cogido), una especie de James Bond para niños. Una vez más, no comprendieron que James Bond YA era para niños. Para aquellos a los que nos gustaba que el héroe hiciera mucho la prespitación entre hescena de alción y hescena de alción. Lo que pensaron fue algo así como ‘A los niños les gustan los tebeos y van a ver a Roger Moore… ¡mezclemos ambos!’ Naturalmente, como todas estas películas, hoy tiene un minoritario grupo de fans. Pero es que cualquier desgraciado que haga algo audiovisual tiene hoy en día alguien que le defiende. Sin ir más lejos, el otro día un señor amable quiso hacerse una foto conmigo a la salida de un concierto de Battiato. Una foto con un enano que ha contado cómo se hacía pajas cuando era joven. El mundo es raro y, encima, no a todo el mundo le huele el pis después de comer espárragos.
Así que, tras una película llamada ‘Night Crossing’ que recuerdo haber visto, pero que no ha quedado para la historia como uno de los atchonburikes de la era, llegó la gran superproducción. El filme que marca el punto culminante del experimento de Ron Miller. Una de mis depravaciones cinematográficas a pesar de que en esta versión NO salía Olivia Wilde en ropa ajustada: TRON.
Gracias a que en años recientes las majors de Hollywood no dan luz verde a algo que no se base en una IP previa (mirad lo que están haciendo en MGM: NI UNA peli que no sea un remake o una adaptación de algo pre existente – Robocop, Desafío Total, Amanecer Rojo, Carrie, Hansel & Gretel…), hace poco tuvimos esa gran película fascinante que es ‘TRON: Legazpi’. De ella ya hablé en su momento. Y gracias a esta continuación, casi todo el mundo sabe todo de la primera parte, un flin que durante años fue muy difícil de ver (tardó bastante en aparecer en DVD) y cuya popularidad se circunscribió a freaks nostálgicos, convenciones de cosplayers y otros círculos del infierno intelectual.
El caso es que, una vez más, se pegaron una moderada hostia en taquilla (sobre todo por tener que lidiar con la competencia de ‘E.T.’), a pesar de que la película era la única de toda la hornada que realmente estaba dirigida con acierto al público adolescente sin guiños innecesario al estilo clásico (esto es, subnormal) de Disney. Vale que se puede encontrar un subtexto religioso en la cinta, que presenta una especie de dictadura estalinista en la que se prohíbe el culto a los dioses. Claro que si mi dios fuera Jeff Bridges y se presentara delante de mí con pruebas de que me ha creado de un pelo de su barba, yo también me haría cura.
Reza a El Nota. Sirve para lo mismo que rezar a Cristo, pero al menos con él nos reímos. Un poco más.
Así que los chavales estábamos todo el día jugando a que teníamos motos digitales que surgían de palos, John Lasseter se quedó tan impresionado que pensó en que un día haría Toy Story y Topo Soft acabó plagiando el juego de las motos para un programa de Spectrum. Pero el dinero que entró no fue suficiente como para considerar el experimento (porque esto sí que es verdadero cine experimental, dando un paso más allá en el uso de los gráficos por ordenador ya utilizados en los memorables créditos ‘El Abismo Negro’) como un éxito. Así que en Disney decidieron intentar por segunda vez una de terror para niños, a ver si ahora les salía mejor que con la de Bette Davis.
Y, claro: ‘Something Wicked This Way Comes (El carnaval de las tinieblas)’ vuelve a ser otra película que no sabe exactamente qué hacer. El proyecto, al principio, estaba bien: se decidió contar con el propio autor de la novela, Ray Bradbury (porque poca gente molaba más que Ray Bradbury), y se pilló como director a un señor serio, Jack Clayton, que con ‘Suspense’ había conseguido hacer una película de terror basada más en la sugerencia que en el impacto. O sea: que podría valer para acojonar a los niños. No olvidemos que a los infantes les mola un poco de miedo en sus vidas. No en vano, sólo unos años después, el tipo que hizo la serie de libros ‘Escalofríos’ se hizo rico. Y, muchos años más tarde, acabaron viendo los diseños de ‘Hora de aventuras’ sin mojar la cama.
Pero, contra todo pronóstico, Clayton se apartó de Bradbury e intentó hacer una película más familiar. Si fue por presiones de Disney o porque le salió de las pelotillas de cerumen, no lo sé, porque tampoco hay que creerse a pies juntillas a la Wikipedia. De hecho, parece ser que la compañía se dedicó a hacer lo mismo que con ‘The Watcher in the Woods’. Tras unos pases previos mediocres, metieron algunas escenas adicionales sin permiso ni del director ni del escritor, el cual acabó un poco cabreado con el resultado. De hecho, es fácil saber qué escenas son añadidas por el simple proceso conocido como ‘Efecto Walt de Perdidos’: Esto es, comprobar que el niño protagonista pegó el estirón en el ínterin.
Pero vamos, como muchos ya habréis imaginado, todo este desastre de producción sólo pudo acabar (todos juntos) como un fracaso comercial. Que tampoco recuerdo que llegara a salas en España.
¿Qué demonios hacer ahora? ¿Tirar la toalla? Ni de coña. Disney llevaba mucho tiempo con los derechos para adaptar los libros de ‘El mago de Oz’ en barbecho. Porque, claro, nadie quería tocar un clásico tan hortera y repelente como el original de Victor Fleming. De hecho, la opción iba a caducar. Así que en una reunión, el respetado montador de Coppola Walter Murch dijo que le molaría hacer algo con la saga. Y, lógicamente, le dieron luz verde para una secuela que adaptaría dos de los libros de L Frank Baum.
Un director primerizo… una novela para niños… esto seguro que no iba a tener nada que ver con la nueva moda de películas Disney diseñadas para traumatizar a la infancia.
Pues no.
De hecho, se convirtió en la más chunga de todas.
Dulces sueños
A Murch le dio la vena seria e hizo la versión darnái de Oz, bastante más parecida a ‘Cristal Oscuro’ (con la que compartía productor y colaboración de Jim Henson) que a ver a una adolescente con coletas fingiendo que no le había llegado la regla y cantando himnos gays. De hecho, el casting de una verdadera niña es uno de los motivos por los que, para muchos, ‘Return to Oz (Oz, un mundo fantástico)’ era más fiel a las novelas. Algo que no puedo afirmar porque cuando debería de haber estado leyendo cosas de Oz, andaba más bien con los primeros de la Dragonlance y mirando los interviús de mi padre. Sin embargo, esa ola de gente que, cuando Tim Burton estrenó su ‘Batman’, empezaron a gritar desbocados ‘más fiel al oscuro original’ me convenció de que no me debo fiar de las opiniones sin contrastar que encuentro por ahí. Porque yo he leído los tebeos de Bob Kane. Y son una chorrada acorde a su época. Y a todas las épocas.
Según parece, a Murch le echaron en un momento de la película por chungo. Pero ser un buen amigo de alguien como George Lucas en los 80 era como presentarte en tu curro con la carta de despido en una mano y La Masa y La Cosa a cada lado. No hubo cojones. Así que Murch volvió e hizo esta vez lo que le dio la gana: cabezas cortadas parlantes, señores sórdidos con ruedas en las manos y terror visual en general. Por supuesto, el resultado fue una peli cojonuda en la que los pequeños lloraban sin parar. Una vez más, una cinta para niños que no era para niños. Y otra hostia financiera. Que no se puede comparar con la leche de la última película esquizofrénica de la compañía. Si ‘Oz, un mundo fantástico’ fue una caída desde un quinto piso, ‘Taron y el Caldero Mágico’ fue como si a Feliz Baumgartner no sólo no se le hubiera abierto el paracaídas al saltar desde la estratosfera, sino que además hubiera caído en un orfanato con una bomba de neutrones atada al pecho.
Porque ‘Taron’ (Taran en el original, cambiado para el mercado hispanoparlante porque la gente es rara y toma las decisiones por el método de golpearse repetidamente con martillos en la cabeza a ver qué sale) fue un desastre tan gordo que prácticamente acabó durante más de un lustro con el dominio de Disney en el cine de animación.
La película era el gran proyecto de Disney para revitalizar la alicaída producción animada, con un nivel visual en decadencia continua desde la muerte de Walt. El modelo era ‘La Bella Durmiente’: pantalla panorámica, historia épica y pretensiones artísticas. Un comienzo para una nueva generación de animadores. Una película creada para la chavalería alérgica al cine de Disney más preocupada en jugar a juegos de rol que en tener un futuro social sano.
Sólo que, en palabras de Ron Clements, ‘No estaban preparados para ello’.
Los errores comenzaron con la historia. Miller había comprado los derechos de cinco libros de ‘Las Crónicas de Prydain’, pero, en lugar de ir paso a paso, decidió sacarse del orto la opción conocida mundialmente como ‘La Idiotez Alatriste’. Esto es, meterlo todo (o cachos principalmente de los dos primeros volúmenes) en una sola película sin intención de hacer secuelas.
Los primeros diseños, cumpliendo su misión de molar.
Durante todos los años 70, ‘Taron’ era EL proyecto. La película que iba a suponer el cambio de régimen, de los famosos ‘Nine Old Men’ a la nueva generación encabezada por Don Bluth (pero que tenía además a John Lasseter, Tim Burton y todos los responsables del renacimiento de Disney en los 90). Miller dejaba el tiempo pasar para que los chavales se curtieran y porque, en el fondo, no se fiaba de ellos. Algo que irritó a Bluth, el cual salió escopetado de Disney junto a un buen puñado de amigos para hacer ‘El Secreto de Nimh’ y, más importante para freaks como los que leen este blog, ‘Dragon’s Lair’.
Esto hizo que para ‘Taron y el caldero mágico’ sólo quedaran la mitad de animadores que llevaban un tiempo entrenando para precisamente esa gran película (y, con todo, allí se quedaron los que luego serían directores de ‘La Sirenita’ y ‘La Bella y la Bestia’). El presupuesto empezó a irse de madre, el guión se llenó de secundarios infantiloides y, para rematar las cosas, la dirección de la compañía cambió. Llegó un señor muy mala persona llamado Michael Eisner y un capullete llamado Jeffrey Katzenberg, el cual vio la película y quedó espantado. Lo que le chocó fue precisamente la base de lo que Miller llevaba tiempo probando sin éxito y de lo que va este inexcusablemente largo y falto de humor artículo: Por qué cojones había hecho Disney una película para niños que iba a acojonarlos y que seguro que llevaría la clasificación moral (cómo odio esa palabra) de ‘PG’ (algo así como ‘menores acompañados’). Así que cogió la tijera y empezó a recortar momentos chungos que acercaban más el título a la apertura del Arca del Alianza que a ‘Los Aristogatos’ cantando alegremente jazz. Esto es, lo que la habría hecho mucho mejor.
Pues yo lo flipé cuando vi esto de chaval. Así estoy.
Y, en el proceso, casi hunde económicamente a una compañía que, seamos justos, él mismo reflotaría la siguiente época.
Entre el control férreo de Miller que llevó al cabreo de Bluth y los recortes de Katzenberg, la película quedó como la cumbre de la esquizofrenia de una época maravillosa para los que nos gusta explorar las decisiones absurdas de la industria del cine y productos extraños que mezclan cerdos monísimos adivinos y zombis del averno. Y como su fin. Con la llegada de Eisner, se abría una nueva etapa sin que se consiguiera ningún éxito rotundo ni crítico ni comercial que realizara ese complicado sueño de Miller de equilibrio de cine infantil para adultos. O sea, sin que les saliera ‘Up’.
El régimen posterior de Eisner-Katzenberg está relatado en el libro ‘Disney War’, por si alguien tiene cojones de zamparse como yo las 900 páginas de intrigas palaciegas, hijoputez y gastos estrambóticos de lo que pasó en los 90 en la compañía que hoy en día posee casi todos los sueños del frikismo (Marvel, Lucasfilm, el secreto de por qué el Pato Donald lleva traje pero no pantalones…)Hoy en día. Porque durante una época no tenía ni idea de a dónde se dirigía, ni qué tipo de películas hacía ni si llevaban los calzoncillos al derecho o la cremallera abierta.

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