¿Existe lugar en el mundo para dos artículos sobre visitas al urólogo en un mismo blog? Pues, teniendo en cuenta que vivimos en un planeta en el que hay gente que escribe poemas de amor en alemán, sí. El terror es algo muy importante en nuestras vidas. Así que, cuando nuestro colaborador escocés Marlow me propuso relatar su experiencia médica, sólo pude decirle: The more, the merrier.
Así que presento hoy un nuevo punto de vista de esa experiencia que a los hombres nos aterra tanto como tomar el Agua de la Vida para ver si nos convertimos en el Kwisatz Haderach. El primero, escrito por el espontáneo colaborador ‘El Gamba’, se centraba en el amor rectal. Algo que tampoco es tan grave. De hecho, mi proceso mental durante mi primer tracto rectal fue tal que así:
“Relajaelculorelajaelculo… uy. Por ahí no entra ni el bigote de un mosquito. Mi culo es un agujero negro. Mi orto es un horizonte de sucesos. Ay. Madre, que se acerca. Concariñoconcariño… ¡madremíadelamorhermoso! ¡Nonono! ¡Para ahí! ¡Más dentro n…! Eeeehhh… pues sí que caben dos dedos. ¿A ver? Sí que era mona la enfermera. Pues mira que esto tampoco está tan m… ¡Nononono! ¡Pero no me los saques ahora!”
Marlow, por su parte, nos habla de tres cosas: de Escocia (obviamente), de su capacidad para no saber vivir en democracia troleando a los médicos y de sus vicisitudes onanísticas. Pero vamos a ello:
Marlow ya tiene cierta edad, y hace poco tuvo que visitar a un urólogo. Esta es su historia…
Como todos los practicantes de esta especialidad médica (incluidas las urólogas jóvenes), la imagen de respetable señor octogenario es una mera fachada. El objetivo de todo urólogo es perpetrar fechorías sexuales depravadas. Pero uno tampoco es inocente – he estudiado a fondo las crónicas de Paco Fox (solo superadas en sordidez por las
Crónicas de Thomas Covenant) – e iba preparado. O esto es lo que pensaba.
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Glamurosa uróloga pelirroja escocesa – va por tí, Paco |
Sabía que el muy pervertido diría que habría que bajarse los pantalones para, primero, coger mis dos testículos y tirar fuertemente de ellos. Esta práctica terrorífica no tiene nada que ver con problemas del la vejiga, pero a los urólogos les pone, y siempre fingen que es imprescindible. Pero no sabía con quien trataba, y, cuando me lo hizo, en vez de soltar tacos de espanto y dolor, puse cara de éxtasis y grité “¡¡¡Sííí!!!! ¡¡¡¡Otra vez, por favor!!!! ¡¡¡Estoy a punto!!!” “¡¡¡No pares!!!”. Lo suficiente alto para que todos los ancianos en la Sala de Espera se cagaran. Al menos los heterosexuales.
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A lo mejor, no tengo cita hoy… |
Justo después, me soltó la clásica frase de ligar de todos los urólogos:
“¿Alguna vez le han hecho un tacto rectal?”
Entonces, en un alarde de agilidad mental, le sorprendí con un:
“Miles, pero en mi juventud.”
Argumentó que era muy extraño que a un hombre joven le hiciesen tal procedimiento y pidió más detalles. Le expliqué, muy amablemente y en mi más perfecto acento cerrado de angloparlante troleante, que, en mis años de preso en el centro penitenciario de máxima seguridad de Peterhead en mi Escocia natal, y dado que jamás he sido fumador, dedicaba mi ración semanal de tabaco, que las autoridades reparten para amansar a los más violentos, a comprar este servicio a los reclusos que hacen de mujeres.
“Pero que conste que no soy gay: son guapísimas. Y más femeninas que las escocesas” añadí.
Es la única forma de garantizar que los sádicos urólogos procedan con mucha precaución y “tacto” de verdad cuando te hacen la dichosa exploración. Mío era el triunfo. Momentaneo. Porque, al final, quien iba a reírse el último era él. A punto de salir victorioso de su consulta, se vengó de mi con la petición de un último test bajo el nombre inofensivo de “Prueba de Stamey”.
Puso sobre la mesa cuatro botes a la vez que me entregó esta fotocopia cutre:
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Diversión garantizada. |
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Publicidad engañosa – Dave Stamey no te da ningún masaje prostático |
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Intenté otra vez cosnternarle simulando dificultades idiomáticas al decir: «Me suena la palabra ‘masturbación’ por leer artículos del blog del erudito gallego, Don Vicisitud y Sordidez, ¿pero Usted me puede explicar en qué consiste?»
Balbuceó una respuesta de “manual” medico hasta que dije: “¡Impresentable! Usted me está pidiendo el pecado de Onan, estrictamente prohibido por la Iglesia Calvinista de Escocia.”
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De acuerdo, ¿pero tiene algún efecto negativo? |
A continuación añadí: “Aunque si insiste, necesito un recipiente más grande para mi semilla sagrada.”
Camino a casa, releí las instrucciones y empecé a cavilar como iba a saltar todos los obstáculos para correr n esta carrera:
1) ¿Qué excusa le iba a dar a mi mujer esta vez?
2) ¿Cómo iba a aguantar cinco días de abstinencia?
3) ¿Tendría suficiente puntería?
4) Soy muy decadente, pero la lluvia dorada no va conmigo, y esto de mezclar orina y semen no me pone.
5) En circunstancias tan pocas románticas, y a las 7 de la mañana (¡en día laboral, para más inri!), ¿Quién le pide a la parienta que le eche una mano?
6) ¿Dónde encontrar inspiración entonces?
Ya se me ocurriría una respuesta a los 4 primeros. De la quinta, ni hablar. Debía centrar todos mis esfuerzos en la sex-ta. ¿Pero donde localizar a una tía buena capaz de levantar – en sesión matinal – la moral de un servidor obligado a nadar contracorriente?
¿La famosa más guapa de mi país?
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NOOOOOOOORRRRRL!!!!!!! |
Pero volví a pensar en la glamurosa uróloga de Dunfermline. Dunfermline, capital del reino de Fife en Escocia. En toda su larga historia tiene que haber visto nacer a una persona atractiva que me ayudase a tocar mi flauta. Joder, no me venía a la cabeza ninguna celebridad de Dunfermline excepto el mito erótico de Paco Fox en sus momentos de gaycidad:
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Progressive What the Folk? NOOOOOOORRRRL!!!! |
A punto de tirar la toalla, y, por primera vez en mi vida, de suspender un test (el carnet de conducir la primera vez no cuenta – tienen cupo), encontré la aguja que estaba buscando en el paja(r). Skin Diamond.
Por increíble que parezca, descubrí que de la horrible ciudad post-industrial del deprimente este escocés, después de siglos de guerreros atroces bigotudos feos, dio al mundo a una diosa que me iba a dar el placer que buscaba: que se joda Stamey. Mío es el triunfo. Y el bote lleno.
Ahora, si me disculpan, voy a buscar una tartera para meter los cuatro recipientes de meados y semen. Una tartera de titanio. Que luego meteré en una bolsa. Y luego en una caja. Y que llevaré al médico protegido con guantes. Dos guantes. Con un condón en cada dedo.