
Las cosas serían mucho más fáciles de no existir Fernando Alonso.
Desde el inicio de su carrera ha hecho, mejor que nadie, lo que un amante del ‘¡¡¡Drama y sufrimiento!!!’ como es un servidor de ustedes admira más: no tener ninguna posibilidad y, a pesar de todo, hacernos creer que todo era posible.
Cuando obligué al pobre Paco a tragarse las carreras allá por el 2003, vi cómo Alonso lograba removerle sus mayores traumas de adolescencia. En un GP de Bélgica en el que, de manera épica y absurda, aparecían opciones de victoria, al final Alonso terminaba patinando con su propio aceite – y no el de Tootsie – tras haber roto el motor. Paco exclamaba «¡Si es que es como una Algecireña, calentándote lo máximo posible para luego dejarte tirado!».

Hoy vuelve a pasar lo mismo: tirando de calculadora, Alonso sólo tiene un 6% de posibilidades de ganar (que, bien pensado, eran más posibilidades de las que Paco tenía de ligar con una algecireña en su adolescencia mientras le recitaba las sentencias de Battiato: «Tornerà la moda sedentaria/ Dei viaggi imaginari/ E della masturbazioooooooneeeeeee»; o las que yo tenía de ligar en mi adolescencia. Period). Sin embargo, el asturiano ha logrado vendernos que bien valdría la pena perder el tiempo delante de la tele por si acaso lo consigue. Aunque sea con una cochambre de coche y saliendo séptimo.

Eso, se mire por donde se mire, se llama ser un jrande. Y tiene más mérito que un más que posible tercer título de Frigodedo que sólo le servirá para que ¡POR FIN! haya un tricampeón menos respetado que Nelson Piquet. Cosa que me parece muy bien: Nelson era un gigante, un putero, un titán en una época en los que los pilotos tenían bigotón y, de vez en cuando, se mataban. Sólo la literatura inglesa le ninguneó. Hoy en día, todos tienen claro que Frigodedo no es más que un chiste y que el único interés posible del GP de Brasil es que Alonso vuelva a ser la mejor de las algecireñas.
Y por todo eso queremos compartir ese momento en directo con ustedes. Para festejar lo imposible, para ser rencorosos en la derrota o, mejor aún, para tener la miel en los labios y perderlo todo en la última curva. Por favor no falten a la cita.
(Eso sí: una cosa les decimos. En el momento que se cruce la línea de meta, si el resultado no nos gusta, apagaremos la tele. En eso somos como Enzo Ferrari).
Mientras, sigan con sus plegarias al Ecce Homo. ¡Entre todos, podemos!