En esta segunda entrega de la guía para navegantes que quieran adentrarse en las procelosas aguas del universo Joseluisgarciano, contamos con una firma invitada de nivelón: Carlos Molinero.
(¡ACTUALIZADO a 6/sep con la colaboración de otro nuevo colaborador: José Recuenco! Lean despues del artículo de Molinero para saber por qué ‘Las Verdes Praderas’ es tan importante como un bocata de chorizo!)
Conocí a Carlos allá por el 93-94, mucho antes de que terminase siendo todo un señor guionista y director ganador de un Goya. Con el paso de los años, la primera impresión no ha variado: un señor freak cum laude poseedor de una barba y un carisma arrebatador que le podrían hacer liderar cualquier secta. Y, por encima de todo, un hermano del metal poseedor de una inteligencia infinita. Una inteligencia que le hizo ver lo que muchos mal llamados popes del frikismo nos han querido negar: que José Luis es EL PADRE del frikismo esP-P-Pañol. Éste es el relato de su experiencia/descubrimiento a través de tres soberbias ovras de José Luis. Yo he reído, he llorado, y he exclamado finalmente:
Que disfruten este regalo de Carlos Molinero tanto como yo.
Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana…
…Había un joven jedi que entró en la primera promoción de la Escuela de Cine. El joven jedi era rebelde, creía a pies juntillas en el sonido directo, la cámara en mano, el jump-cut, el montaje macarra, el dolby 5.1 y veía un peligro para el cine, el enemigo del lado oscuro a todos los cineastas que consideraba rancios, decrépitos, con referencias caducas y formas de hacer aburridas, previsibles y obsoletas. Como archienemigo estaba el lord del Sith, el amo del doblaje, el señor del trípode, el campeón de los efectos sonoros caducos, el dialogador verborreico, alguien conocido por algunos como Darth Vader y por otros como José Luis Garci.
Pero el joven jedi sabía que en algún momento el maestro del reverso tenebroso había sido el guionista de ‘La cabina’, una de las películas más inquietantes de la historia del cine español. ¿Qué había pasado para que terminara así?
Amantes del gore, frikis del anime, rebeldes de videoclub, cineastas coñíferos… asumidlo y dejad de sufrir.
Garci es nuestro padre.
¿Constantino Romero o James Earl Jones? Difícil decisión.
Si el friki actual con su disco duro petao de Juegos de Tronos, Lost y porno japonés impronunciable es la nave espacial que aparece al comienzo de «2001», Garci es el primate que toca el monolito y nos hace pasar de monos peludos a seres pensantes.
Hoy día no tiene mérito haberse visto cincuenta veces el episodio musical de Buffy. Es más, el mérito es haberlo visto menos de diez veces. Está en DVD, bluray, torrent, rapidshare, online y dentro de poco abrirás una bolsa de Cheetos y saldrá Spike haciendo gorgoritos.
Pero cuando José Luis Garci se vio cincuenta veces «Casablanca», eso era algo de nivel. Quiere decir que cogió cincuenta autobuses, compró cincuenta entradas, hizo cincuenta colas (supongo que muchas en completa soledad), se fumó cincuenta cigarrillos y se metió en su cama cicuenta veces pensando que tal vez ese visionado pudiera ser el último y que ya podía memorizar la película bien porque no dependía de él, sino de los programadores, exhibidores y distribuidores que tuviera de nuevo esa oportunidad.
Vivir con esa angustia es algo que hoy en día ya no sucede.
El problema de Garci, porque mucha gente lo mira con suficiencia, no es por su poco nivel de frikerío, sino porque su objeto de friquerío parece ser algo que no mola. George Lucas nos cae bien porque él choriza de los seriales de Flash Gordon, de las pelis de samurais, no como Garci que bebe del cine clásico de los estudios, del cine español cincuentero y otras referencias mucho menos pop y agradecidas.
Si todos tenemos amigos Otakus que se saben de memoria los episodios de Sailor Moon, José Luis se sabía de memoria todo el cine clásico, el cine de la UFA, el cine mudo. Y eso lo hace sin saber que es imdb, ni wikipedia, ni wikiquote, ni frikipedia, ni twitter, ni nada. Y no lo sabe, porque no lo necesita. Su pasión le hace memorizar cosas que otros que vamos de más fanáticos ya no podemos meter en nuestra sesera.
Pero claro, Garci siempre va más allá y lo que no sabe la horda moderniki es que casi la mitad de la filmografía de Garci es cine de terror. Igual que Godard tiene que demostrar que es el más listo de la tierra con su «Histories du Cinema» o Lars Von Trier que es el más gracioso-raro con «Kingdom», Garci demuestra su nivel de frikerío cuando llega a hacer una serie para televisión.
Todos los prejuiciosos pensaron que haría una adaptación literaria, una serie costumbrista, una historia nostálgica en plan «Cinema Paradiso» pues no padre, Garci decide hacer una serie de terror de episodios autoconclusivos llamada «Historias del otro lado».
Y como buen friki quiere venerar a sus maestros, a sus ídolos y decide hacer cada capítulo como el piensa que lo harían los cineastas que más admira. Y aquí empieza el drama. Porque si Garci hubiera hecho un capítulo en plan Darío Argento, otro en onda Roger Corman y alguno emulando al expoliado por Spielberg, Richard Matheson, pues la caterva del terror le tendríamos en los altares junto a Paul Naschy y a Jesús Franco.
Pero Garci es el friki fundacional y él no se casa con nadie, el va al monolito, al origen de todo y decide hacer un capítulo como Murnau, otro como Bergman y así sucesivamente. Y Garci es un hombre coherente. Se hace seis capítulos en el 91 y otros siete en el 96. Con el mismo concepto. Sin flaquear, sin temblar, sin miedo.
A excepción de un capítulo, no disimula, como en otras producciones españolas, para que esto parezca Wisconsin, Nueva York o una ciudad europea inexistente. El usa actores de toda la vida en localizaciones de toda la vida doblados como manda el cine clásico.
Poner a Jesús Puente con peluquín y bigotón como protagonista de una historia de terror eso es asumir un riesgo cinematográfico y no la Polivisión de Jaime Rosales.
Y luego dicen que Regan hablaba raro
Sin piedad. Sin concesiones. Sin ese pudor, esa vergüenza que nos corre por las venas a los que intentamos hacer cine en España, ese sentirnos inferiores a los Poltergeist o los Exorcistas. Esto es lo que hay, estos son los actores que me gustan, esto es lo que quiero contar. Pues ya está.
Está serie es de TVE española y desde aquí invoco a sus gestores para que cuelguen, junto a «Verano Azul» o «Curro Jiménez», esta serie fundamental.
Y para poner los dientes largos a los lectores una último toque para estimular su imaginación. El título del último episodio de la serie se llama…
poncha-poncha-poncha (o sea, la música del monolito de 2001)
Tu-tu
Chan-Chan
«El despacho del doctor Armengot»
Procurad no avasallar el correo de TVE con las peticiones para que la suban a internet.
NINETTE
En el cine hay tres profesiones con riesgos terribles para la salud.
Si eres eléctrico puedes morir electrocutado, aplastado por un foco o envenenado por un bocadillo de catering en mal estado.
Si eres guionista el infarto o el ictus cerebral tras reescribir la quincuagésimo tercera versión de guión está prácticamente asegurado.
Pero hay amigo, mejor dicho amiga, si eres actriz…
En Roma seremos sádicos y violentos, pero sobre todo somos limpios
Si eres actriz toma mucha vitamina C, porque vas a estar desnuda y mojada o ambas cosas a la vez mucha parte de tu carrera.
Cuando hace años conocí a un estudioso inglés del cine español me habló de una de las características fundamentales de nuestro cine. Yo pregunté que si era el realismo, el esperpento, incluso la pobreza de medios, el dijo que nada de eso, la primera característica del cine español es el despelote.
Yo fui a argumentar, pero pensé en películas en las que no hubiera un desnudo y solo me salieron «Molokai» y «Alba de Ámerica», y no estoy muy seguro de ninguna de las dos.
Pero no nos extrañemos.
El proceso de hacerse director es el de alguien que en general ha sido ignorado y mirado raro al que das el poder, así que cuando un director tiene a una actriz delante en general suele suceder lo siguiente:
El director dice a la actriz «camina hacia allí » y la actriz camina.
El director dice a la actriz «siéntate en la silla» y la actriz se sienta.
¿De verdad hace falta decir que le va a decir ahora a la pobre actriz?
Así que no es de extrañar que Garci desnude a Elsa Pataky y a Mar Regueras. Él asunto es cómo, cuándo y por qué las desnuda. Eso convierte a Garci en un genio y no en otro cineasta rijoso que se aprovecha de su cámara para despelotar actrices con coartadas intelectuales o artistícas.
Lo primero, Garci no da importancia al desnudo, no juega a que eso sea algo que el espectador espere, desee que ocurra. No busca coartadas. Es casi como el personaje mítico de Valerie Astro en «La Gran Superproducción» que decía eso de «yo no salgo vestida si no es por necesidades del guión». En el minuto veinticuatro Andrés (Carlos Hipólito) mira a través de un espejo como se desnuda Ninette (Elsa Pataky) y a otra cosa. Ya está, ya lo has visto. Si era esto lo que querías ya te puedes ir de la película, porque no va de eso.
Pero es más interesante el otro momento en el que hay un desnudo. Cuando Carlos Hipólito ve a Maruja(Mar Regueras) en la escalera y la imagina desnuda con una música hawaiiana. Si amigos, ¡música hawaiiana! Y luego dicen que Lynch es el que mejor mete las canciones en las películas.
En ese instante la película pasa de ser una comedia cincuentera al destape más extremo. Y en ese instante el personaje de la película tiene un chispazo que cambia su dirección y le dirige hacia Maruja. Y es un momento fundamental porque es de lo que habla la película. Andrés tiene a Elsa Pataky desnuda todo el tiempo que quiere, pero de repente le pega el aberre con una mujer tapada hasta arriba porque la imaginación es la que le empuja. Que los críticos se metan aquí en el jardín del deseo, la represión, el españolito y demás, pero aquí el desnudo cómo y por qué está tiene todo el sentido del mundo.
La película respeta bastante el espíritu de la obra de Mihura, es simpática, amable y muy conservadora y eso puede echar para atrás a mucha gente guay.
Pero claro es que ahora se reverencia el cine de John Hughes y se rehace. Un cinesta no conservador, sino reaccionario. Un montón de películas llenas de tópicos, estereotipos, finales felices y sobre todo mentiras, mentiras podridas sobre «sé tú mismo», «las animadoras se enamoran del friki con granos», «casarse con la chica es el final adecuado». Tópicos y memeces que ahora se resucitan en supuestas películas trangresoras que termina de forma estúpida y sobre todo aberrante con lo que proponían en un principo como el éxito de este verano «TED».
Pues Garci coge las dos obras de teatro y si en la primera parte habla de una historia imposible, que es Ninette enamorándose de Andrés (no más imposible que las historias de amor de las miles de comedias ochenteras) la segunda habla del desencanto, del desgaste de la relación, de lo cotidiano como destructor del deseo.
Si John Hughes hubiera terminado «La chica de rosa» con lo que pasa dos meses después sería tan grande como Garci. Pero no lo hace.
Las comedias románticas de las ochenta están llenando ahora las arcas de los consejeros matrimoniales.
Y volvemos otra vez al problema que tiene Garci, que son sus referentes y sus ídolos. Si eres Aki Kurismaki o Todd Haynes molas mucho porque tiras del cine de los cincuenta americano. Pero claro si tu referente son las películas dirigidas por Fernán Gómez en los cincuenta y sesenta, pues ya no molas tanto.
Garci ha vivido siempre en esa tensión, en esa lucha. Ser de aquí con el imaginario de allí. Canciones melódicas en inglés con calles castizas. Planos de a lo Ford en Soria. Diálogos afilados para pronunciar en comedias de la Metro dichos junto a un vermú. De esa lucha que ha destruido a muchos Garci ha conseguido un equilibrio entre sus raíces y sus referentes que va cada vez más lejos. A zonas que nadie se atreve a transitar. Que pueden producir fascinación, estupor, incluso sonrojo, pero que nunca dejan indiferente.
Y eso hoy en día no es cosa fácil.
SOLOS EN LA MADRUGADA
Y ahora una escena que demuestra la clásica fantasía friki y demuestra que Garci es «one of us», o mejor dicho, al revés, que nosotros somos descendiente de «The One».
Pues sí, un cine un poco verborreico, teatral, sencillo de planificación, pero para qué más. Que sí. Que en ese momento Woody Allen podía ser más gracioso, pero claro Woody Allen ahora pasea por el mundo de hotelazo en hotelazo, de ciudad en ciudad, rodando la misma película infame una y otra vez hasta que tenga la dignidad de morir chafado por la teta gigante de «El Dormilón»«Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo».
Pero no he escogido este fragmento porque la película sea inencontrable y solo haya cuatro trocillos en el youtube, no, ni tampoco para analizar los diálogos de Garci y de Jose María González-Sinde (que sí, que sí, que es el padre de la ex-ministra. Poned vosotros mismos el chiste que se os ocurra) sino para hablar de la fantasía que contiene.
José Miguel (José Sacristán) descubre en esta escena que Lola (María Casanova) lleva enamorada de él en silencio miles de años. Que se ha vestido para él, que lo ha intentado todo y lo más importante, que se enamoró oyéndole hablar de cine.
Ese es el sueño de todo friki. Que una chica de buen ver se enamora perdidamente de ti y sufra por tu amor, pero no se enamore porque sí, no señor, se enamore porque te oye hablar de la versión extendida de «El señor de los Anillos» o de la genialidad de Phil K. Dick o de la grandeza de «La muerte de Fénix» y su repercusión en la narrativa cinematográfica moderna. Tú a ella ni la miras, ni sabes que existe, pero tú verbo florido a una audiencia hipnotizada por tu sabiduría hace que caiga fulminada con el corazón churruscao.
Eso, hermanos frikis, es una fantasía y no la de Walt Disney.
Pero está película no es todo bla y rebla. Tiene momentos como éste que si toda la película fuera así hablaríamos de cineasta del vacío, creador antinarrativo, deconstructor del tiempo fílmico y habría ya varias tesis doctorales sobre esta película.
El letrero «Manolita, no hay de nada», ¿metáfora de la situación política del momento que se refleja en el conflicto interno del protagonista o es que simplemente se ha terminao la leche?
La música de Ray Paterson contra un Madrid desierto y nocturno. La botella de leche vacía. El whisky. Todos iconos del cine americano reconvertidos, ralentizados y funcionando a la perfección con José Sacristán aguantando el plano secuencia.
En los ambientes de «somos muy modernos» siempre caen mejor los cineastas de ideología progresista que los reaccionarios. Supongo que uno no puede evitarlo y que hay simpatías y antipatías ideológicas que es difícil quitarse. Yo con el tiempo he conseguido rebajar esto bastante y puedo disfrutar de delirios de John Millius tipo Conan sin mucho remordimiento y admitir que algunas películas de Ken Loach pueden tener muy buena intención, pero hacen sufrir más a las masas proletarias que la subida del IVA.
Yo no estoy en contra de los panfletos. Estoy en contra de los panfletos aburridos entre los que incluyo, por supuesto, «El caballero oscuro: la leyenda renace».
Cuando se habla en la prensa de «los hombres de negro del rescate», espero que no se refieran a uno como éste.
A Garci, que está claro de que pie cojea ahora, a veces se le acusa de mantener una nostalgia acrítica en su cine. No me voy a meter en ese embolao ahora, pero creo que hay películas mucho más reaccionarias y dogmáticas que cualquiera de las que pueda hacer Garci y lo más importante, no recuerdo ningún cineasta español que haya terminado una película con un monólogo con este riesgo. Siete minutos de discurso ideológico, de discurso histórico, de llamada a la acción.
Y sí, amigos, va a hacer un travelling sobre José Sacristán. Y sí, amigos, va a poner «Melodía Desencadenada». Y sí amigos va a terminar con planos de la ciudad de noche. Qué tópico, diréis. Qué evidente, pensaréis. Si, pero eso no es lo fundamental porque al terminar pensaréis: «Qué emocionante».
El discurso final de «Solos en la madrugada». Un discurso progresista, ingenuo y muy necesario en estos tiempos que corren. Vamos, como una asamblea del 15M, pero sin durar tres horas.
¿PAPÁ CAN YOU HEAR ME?
La carrera de José Luis Garci, al contrario que otros de muchos de sus contemporáneos no se ha quedado estancada siempre ha ido más lejos, más peligroso, más extremo.
I rock
Y digo esto sin ironía. Asomarse al cine de Garci, como al de otros autores extremos, es como mirar al abismo ese de Nieztsche (es de lo único que me acuerdo de la filosofía de COU), ese que te devuelve la mirada si te asomas mucho. Acercarse estas películas con suficiencia irónica es como poner una barandilla al abismo. Para eso quédate en tu casa. No mereces asomarte. Tienes que aguantar el tirón y resistir lo que puedes encontrar.
Garci ha sido un protofriki sin concesiones. Ha llevado su gusto al límite, su pasión a lo más alto, ha hecho las películas que él quería hacer y que nadie más quiere, ni puede hacer. Y aquí está lo inmenso de este autor.
Los cineastas o aspirantes a cineastas deseando hacer una peli de hachazos, o de ciencia-ficción, o homenajeando a Spielberg o a Hughes somos legión. Miles, millones. Creyentes en nuestra religión, pensando en nuestro extrema friquez y originalidad cuando somos casi clones de laboratorio (mierda, otra cita inesperada. Lucas nos ha parasitado el cerebro) . Y lo mismo se puede decir de los émulos de Bela Tarr o Kiarostami. Otra horda de autores en busca de objetivos similares por caminos parecidos.
No los crítico, porque yo soy uno de ellos. No puedes evitar ser quién eres, que te guste lo que te gusta y querer hacer lo que quieres hacer, pero es cierto que cuando encontramos a alguien que ha excavado hasta el fondo en su identidad como cineasta, que se ha expuesto de forma total a la crítica, al público y a lo que tocara, pues hay que reconocerlo, aunque no te guste. Hay que admirarlo, aunque no lo comprendas. Y sobre todo, hay que preservarlo porque es único.
Porque el Señor Oscuro es oscuro, pero es nuestro padre, pelea las batallas en solitario y hace lo que realmente quiere sin importarle las consecuencias. Eso es algo que pocos cineastas pueden decir.
Ser un lord del Sith es una profesión con pocas vocaciones en los últimos años. No es de extrañar.
Para terminar citaré a otro genio y simplemente sustituid «alcalde» por José Luis Garci.
Los de gafas son los autores. Los de boina los frikis. Y Tito Valverde… ni boina, ni gafas… ¿quién podrá ser?
Con todo lo dicho no pretendo hacer que nadie se pase al lado oscuro, pero que sí reconozcamos nuestros orígenes y disfrutemos del cine de Garci sin dejarnos manipular por Yoda (criticos que hablan raro), Obi Wan (directores que van de guais y de comprometidos) o Luke Skywalker (postadolescentes youtuberos para los que la historia del cine no empieza en la entrada del tren en la estación, sino en La Guerra de las Galaxias, con suerte, o en El señor de los anillos, sin ella).
Yo por mi parte me veo ya fuera de los avatares de la Fuerza. El ser un alumno no muy espabilao de la academia jedi me libró del genocidio de Anakin y ahora ya no sé si estoy de mecánico anónimo en un crucero rebelde o soy más, como diría Kevin Smith, un fontanero en la Estrella de la muerte.
Pero eso ya es otra historia.
ACTUALIZADO: José Recuenco, montador, nos cuenta sus garcismos y nos habla de ‘Las verdes praderas’.
Mi primer contacto con Don José Luis y su mundo comienza en la oscuridad y no en la de una sala de cine, sino en la de un dormitorio y arropado por las sabanas (no se asusten). Lo escuchaba en su programa de radio nocturno «Volver a empezar» que emitía Antena 3 radio. Allí descubrí su fascinación por los VIPS y la posibilidad de llevarse el periódico del día siguiente antes de venderse en los kioscos, sus paseos por el retiro madrileño, su amor por el boxeo clásico, el fútbol, la novela negra, la tortilla de patatas, Gloria Laso y su defensa por la música clásica más conocida, popular y no por ello exenta de sutileza y calidad compositiva, como el Canon de Pachebel («Paquebel», como lo llama Don Jose Luis ).
Don José Luis y una de sus pasiones: el fútbol
Disfruto tanto escuchando a Garci como viendo sus películas. En la escuela de cine de la comunidad de Madrid (ECAM) se respiraba cierta sorna cuando eventualmente se paseaba nuestro autor por lo pasillos portando gabardina modelo Humphrey y deportivas blancas a lo Jeremy Irons. Los coloquios sobre las pelis que proyectaba en su programa «Qué grande es el cine» eran motivo de mofa y befa, a pesar de que nadie los veía. Ante semejante afrenta yo me jactaba no sólo verlos sino de grabarlos.
Garci tiene una cultura cinematográfica inagotable, su biblioteca sobre el séptimo arte supera los tres mil libros. Libros de verdad, de los que pesan, se amarillean, se gastan por los bordes, libros leídos, no digitalizados dentro de un metálico ebook reader, exponente de la cultura que confunde acumular con asimilar. Sólo el tiempo empleado por Garci en contar personalmente sus más de tres mil volúmenes, ha sobrepasado con creces el tiempo empleado por alguno de mis compañeros de escuela en leer algo relacionado con el cine.
Hablemos de «Las verdes praderas«
Es ver esto, y pensar en ‘Sabadabadá’
Conchi (María Casanova), esposa de Jose Rebolledo (Alfredo Landa), recorre las dos plantas de su chalet con una garrafa de gasolina en ristre, deambula impasible cual fantasma japonés rociando a diestro y siniestro todo lo que se le pone por delante con el líquido inflamable y purificador. Al llegar al dormitorio de la progenie (niña y niño) ve un par de posters que cuelgan de la pared presidiendo las camas y lanza sendos chorrazos de gasofa sobre los mismos. La cándida e intrépida Abeja Maya y el nietzscheano robot Mazinger Z quedan empapados y posteriormente calcinados con el resto de la vivienda. Mientras, la familia arropada en la oscuridad de la noche se aleja alegremente de las llamas montada en un confortable Seat Supermirafiori verde coreando al unísono una palabra:
«¡Estupendo!».
Así termina «Las verdes praderas» 1979, dirigida por Don Jose Luis Garci. ¿Para qué queremos a Michael Haneke?
«Las verdes praderas» va más allá de un final imprevisto y catártico. Tiene la especial habilidad de captar el sprit du temps, el zeitgeist, en castellano: el espíritu de la época.
Un ejemplo claro de todo esto:
Jose le pide a Conchi desde la oficina que le haga un bocadillo de tortilla con chorizo. Ella le responde que se lo hace pero sin chorizo. Más tarde Jose llega a casa y suelta la siguientes líneas de diálogo:
«Where is the bocata? Where is the beautiful bocata without chorizo?»
Aquí tenemos un doble ejemplo de lo que se estaba cociendo en esa época:
1)Un español con un nivel alto de cualificación profesional (Rebolledo tiene despacho propio), hablando inglés sin saber inglés.
2)Un español pronunciando la palabra «bocata» con total alegría e impunidad. Nuestras madres lo siguen haciendo de la forma más natural, pero a los que nacimos del 70 para arriba la sola idea de utilizar esa palabra nos enrojece de vergüenza propia y ajena.
Pero «Las verdes praderas» va aún más allá´.
Es la respuesta perfecta a una obra maestra de año 1951, «Surcos» de Jose Antonio Nieves Conde, que recoge el espíritu de su época de una forma excepcional.
Si «Surcos» habla del éxodo rural y la llegada al Madrid de la posguerra de una familia que trata de escapar de su miseria, «Las verdes praderas» nos cuenta la vida de una familia de clase media alta que cada fin de semana realiza su particular éxodo urbano, su viaje a la sierra, su intento de convertir ese campo inhóspito en arcadia burguesa y urbanizada dejando en la ciudad todos sus pesares.
De la misma forma que ese Madrid duro y falsamente acogedor desectructura la familia en «Surcos» y obliga el regreso forzoso al pueblo tras la muerte de uno de ellos, en «Las verdes praderas» es esa urbanización la que emponzoña los verdaderos deseos vitales de los protagonistas y la que deben abandonar finalmente.
Podríamos hablar también de la aguda e irónica reflexión de las relaciones de los empleados con su empresa o como Garci expresa la verdadera naturaleza de las relaciones familiares, pero este post de admiración pretende simplemente llamar la atención sobre esta película de imprescindible visionado para todo amante del cine y no diseccionarla al completo.
Terminaré con un recuerdo.
Un buen día Garci vino a la ECAM a dar una charla. Yo estaba absorbido por unas prácticas que me impidieron disfrutar de sus reflexiones, pero aproveché un pequeño impasse para asomar la cabeza por una puerta lateral del salón de actos. En ese preciso instante Garci decía lo siguiente:
«A lo mejor está entre vosotros un futuro Spielberg»
Cerré la puerta de nuevo, me fui a la sala de montaje y encendí mi moviola.
Han pasado más de diez años y ese nuevo Spielberg no ha aparecido entre nosotros.
¿Había alguna duda?
¿Y un nuevo Garci?
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