Llegó el verano, y qué queréis que os diga: es necesario salir a la calle porque las señoritas llevan camisetas blancas con tirantes. Prenda que será obligatoria cuando sea dictador del mundo. Esa y las camisas de flores de Chiquito o Steve Howe.
Así que, como tampoco hay nadie leyendo, en lugar de terminar el post épico de escepticismo que estaba haciendo, voy a relatar muy brevemente, como el año pasado (y
como está haciendo nuestro colaborador Marlow), lo que he hecho en mis vacaciones.
Básicamente ir por el campo.
Con momentos especiales y profundamente sentimentales como caminar por la cima de una montaña, con una densa niebla que te hace sentir como Heathcliff pensando en su Catherine, respirando humedad y atisbando la silueta de un inmenso animal en la lejanía. Momento que aprovechas para pararte, sacarte el cilindrín, sentir cómo la brisa le otorga vida, echar una larga meada y, en definitiva, ser uno con la naturaleza. Sólo hay una cosa mejor en la vida, pero no llevaba papel higiénico y en las cumbres borrascosas sólo hay piedras demasiado agresivas para mi cerete.
Porque excretar en el campo es un acto primario necesario que los hombres hemos aprendimos a reprimir, pero que añoramos. ¿Acaso no mean los perros por toda la naturaleza? ¿Quiere decir eso que debemos ser más como nuestras amadas mascotas? Sí en el caso de restregarse en la pierna de una señora de buen ver.
Todo esto parecen divagaciones de una mente perturbada. Y lo son. Pero no me negaréis el poder primario de echar una buena cagada a la sombra de un abedul. O en la playa. Justo como hizo el otro día el Ciudadano Soberano, el cual ya no sólo se dedica a escribir
libros que defienden laizquierda mucho mejor que todos los muros de Facebook de mis amigos, sino que acaba de terminar su tercera carrera inútil. Es por ello que durante mi estancia en el hogar familiar me he referido a él como Ash Ketchum: he’s gotta catch’em all!. Según pude adivinar, después de Antropología, ahora va a por una cuarta igualmente inservible. Aunque él defiende que la que acaba de terminar es útil: al menos puede estudiarse a sí mismo como ejemplo de ONVRE definitivo.
Pero no desvariemos. Y no sé por qué lo digo en plural: aquí el único que divaga soy yo. Este periodo vacacional he decidido no salir a las islas británicas como siempre. Ya me dejé lo de comprar el Irn Bru para mi visita a Gibraltar (y esas dos botellas las dejo para quien tenga el valor de concertar cita conmigo y aceptar el desafío). Así que, por aquello de apoyar el turismo nacional, me fui a Asturias y Cantabria.
A trotar por el campo. Será que te sientes mucho más primario en esos entornos, pero, joder: entre mear en un urinario público en Covadonga y meterse en el bosque a regar las plantas, yo tengo clara mi opción: la que te hace sentir vivo y no tener que soportar a un padre de familia mirándote la pisha en el urinario de al lado.
Porque, si bien he tenido pocos contactos con británicos (y, gracias a feck, británicas) estas vacaciones, sí que he estado rodeado de familias con niños jóvenes porculeros. Todas me parecían exactamente iguales, con la excepción de las vascas, a las que se les reconoce no sólo por el ‘aitá’, sino porque el padre, invariablemente, lleva un zarcillo. Y es que, si bien Asturias me pareció una Galicia menos ciclada en la que todo el mundo habla como Alonso, Cantabria estaba bastante invadida por un sospechoso vasquismo que se iba acentuando a medida que viajaba al este y la concentración de mullets aumentaba en progresión aritmética. De hecho, me sorprendió que en esta Comunidad Autónoma la gente hablara con un acento vasco light. O más bien creo que los vascos son los que hablan un cántabro exagerado porque, coño: son vascos.
Pero dejemos de enfadar con tópicos a todos nuestros lectores del norte (for the record, yo soy de origen asturiano en un porcentaje que sólo se traduce en mi capacidad de NO parecer asturiano). Yo estaba con las familias de vacaciones.
Que me cargan un poquito.
Lo siento. Queda feo. Pero es que no quiero estar todo el rato moderando mi muy palabrotera verborrea para que no me miren mal a la hora del desayuno en el hotel rural. Algo a lo que en absoluto no ayuda plantarse en el comedor, con un 60% de niños de entre 5 y 10 años, con esta maravillosa camiseta:
Pero estoy acostumbrado a las miradas de reprobación, sobre todo cada vez que intento hacerme el interesante con una mujer fermosa.
Menos mal que sí disfruté de uno de esos momentos de conjunción astral ante el cual sólo se puede gritar ¡Cristo Cósmico!: A finales de la visita a Cantabria, hacía un calor acojonante. Yo, eso de ir a playas petadas de, again, grandes familias, me pone nervioso. Así que fui a dar vueltas en coche por el valle del Asón. En esto que nos paramos en un mini-villorrio de cuatro casas llamado Santayana. Allí no había ni bar, pero sí una especie de sitio atestado de cacharros con un letrero: Museo Etnográfico de Joaquín. En realidad, un recinto petado de antigüedades de todo tipo.
El tal Joaquín era un señor bastante mayor, fumador de puros, muy agradable en el trato. Nada más entrar, nos recibió con amabilidad y empezó a hablar un poco sobre el sitio. Yo me apoyé en una barra, pues el recinto es un viejo bar, mirando casualmente a las paredes. Billetes antiguos enmarcados. Aperos de labranza. Afiche de ‘Los Cántabr…’
– ¡Perdone un momento que le interrumpa! ¿Eso son fotos de Joaquín Gómez Sáinz, esto es, Dan Barry?
– Sí, eso es la peli ‘Los Cántabros’.
– La que hizo con Paul Naschy.
– Él es de aquí.
– Un momento… ¡Eso es un afiche de
TUNKA!
Efectivamente: en un lugar privilegiado del museo había un buen puñado de fotos y recortes sobre Dan Barry, el mítico (
para ente bloj) protagonista de Tunka el guerrero. Mientras me recuperaba del
shock, contemplaba cómo el señor Joaquín se recuperaba del suyo. Y es que pocos turistas llegan por allí y preguntan por esa parte de su museo.
Tras charlar sobre la vida y obra del actor, especialista y mito sórdido, el señor mayor, demostrando gran tempo dramático, paró y dijo con cara de pillín:
– Es que es mi sobrino. Ahí hay una foto de su abuela.
Viajo a Cantabria y, por casualidad, me encuentro un santuario dedicado a Tunka llevado por un familiar. Que se mostró muy agradecido cuando le hablé de la proyección de la peli en la Monstrua y en Canal+ Xtra. La vida es maravillosamente sórdida.
Por lo demás, pues eso: campo, algo de playa, mucho mear, raciones salvajes para comer, encuentro fortuito con George RR Martin en Avilés por pura chiripa y ganas de rellenar el blog con un post que pocos leerán. Pero es verano y ahora mismo estoy por irme a la calle a ver chicas en tirantes. La tercera cosa mejor del mundo.
PD: Sí. Ya sé que algunas de estas tonteridas ya las puse en mi Facebook. Pero podéis tomároslo de dos maneras: como que mi página en la red social es una especie de primicia de futuros posts para los que estén apuntados o como la verdad: pura vagueza estival.