Entos onvres: Cuando los científicos tienen más cojones que Chuck Norris

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Los científicos locos son una figura social tan importante como Perry el Ornitorrinco. Pero mentiría si dijera que de pequeño mi mayor ambición era dedicarme a la ¡ciencia! Yo quería, obviamente, ser un superhéroe capaz de ligar con todas las chicas del colegio. Sin embargo, todos sabemos que una película es tan buena como el malo y, por supuesto, la presencia o ausencia de Nathan Fillion.

A pesar de ello, y como muestra de que los primeros párrafos de todo lo que escribo siempre son inútiles, hoy NO voy a hablar de científicos malvados con la intención de dominar el mundo. Aunque sean figuras divertidas que entroncan con las aspiraciones secretas de todos los lectores y redactores de ente bloj, esta panda de pequeños déspotas ilustrados en potencia. Hoy toca escribir sobre un par de científicos brillantes y, al mismo tiempo, perturbados. Del tipo que practica XTREME-SCIENCE, deporte consistente en poner tu propia vida en riesgo en beneficio de la cegar a todos con la ¡ciencia!, que diría Thomas Dolby. Y uno de ellos se lleva bonus points no sólo por jugarse su propia vida. Pero vayamos primero a lo que realmente importa. Éste era John Scott Haldane:

Efectivamente: ente onvre ya se habría ganado el derecho de aparecer aquí aunque sólo fuera por ese bigotón, una megaconstrucción en la que se podría rodar la versión cinematográfica del ‘Sabre Wulf’. Y como la mayoría no sabéis qué puñetas es el ‘Sabre Wulf’, me ahorraré el chiste del ‘Mine Mare’ que iba después.
John Scott era conocido por sus amigos como “El señor don míster sir John” y por su hijo como “El cabrón de mi papá”, por motivos que pronto desvelaré. Demostrando más desprecio por su propia vida que una mujer que se convierte al islamismo, se hizo famoso por inventar una máscara de gas que salvó numerosas vidas en la Primera Guerra Mundial, importante escaramuza de la que nadie se acuerda ya porque básicamente no había ningún malo con bigotín de Chaplin y nadie sabía exactamente por qué puñetas estaban masacrando a miles de personas. Para desarrollar su invento tomó la ruta directa: ir directamente a las trincheras cada vez que había un ataque o si Biff Tannen le decía “Eres un gallina, McScott”. Porque este escocés (claro) ya tenía experiencia en meterse en cámaras selladas y ponerse a respirar la primera guarrerida gaseosa que le metieran dentro, incluyendo cosas tan terribles como cócteles de varios gases letales, monóxido de carbono a tutiplén y botellas abiertas de Irn-Bru. Así, el onvre y sus testículos establecieron la base del conocimiento científico de los efectos de los gases durante todo el siglo pasado.

Pero la parte divertida de ente señor era que no sólo le importaba un carajo lo que le pudiera pasar a sus pulmones. También pasaba enormemente de los pulmones de otros animales: De hecho, fue quien ideó lo de meter canarios en las minas para avisar a los trabajadores del exceso de monóxido de carbono mediante el método de comprobar que el bicho había estirado la pata porque, bueno: que le den por culo a los canarios, que no sirven para hacer videos adorables por internet como los gatitos.

Y si se hubiera parado ahí, todos tan contentos menos los de la protectora de animales. Pero eso no daría para un post en ente bloj. Scott también decidió que ponerse él mismo en constante riesgo de intoxicación no era suficiente, y que todo es mucho más divertido en compañía.

Así que regularmente utilizaba a su hijo.

El sutil método consistía en meterlo en una mina llena de metano y otros gases inflamables y obligarle a recitar Shakespeare hasta que se desmayaba y sin dejarle hacer ningún chiste de pedos, el muy cabrón.

Lo simpático es que el niño, J.B.S Haldane, llegó no sólo a ser un científico con un número anormal de iniciales en su nombre, sino que además continuó la tradición de su padre de varias maneras.

La primera, dejándose su buen bigotón:

La segunda, continuando los experimentos sobre la presión atmosférica en el cuerpo humano.

La tercera, dedicándose a la tradición familiar de experimentar consigo mismo porque, qué coño: las aficiones paternas marcan. Si, por ejemplo, a tu progenitor le gustan las sevillanas de Romero San Juan, tú sólo tienes dos opciones. O te conviertes en independentista andaluz o te tragas un litro de lejía como opción vital menos dolorosa.

Así JBS (AKA Jack Big Scrotum), convencido Marxista guiado por la máxima vulcaniana del bien común, se dedicaba a meterse junto con varios colaboradores con idéntico respeto por su propio bienestar en cámaras de descompresión para comprobar los efectos en el cuerpo en condiciones extremas de presión. Porque ¿para qué pasar tu tiempo libre jugando al Skyrim cuando puedes divertirte mucho más sufriendo convulsiones resultantes en un vértebra con más rajas que la cara de Ramón de Pitis?
Claro que todas esas lecciones le daban igual a Jack. Parálisis parcial por daños en la columna, colapsos pulmonares… llegó a un punto en la vida en el que seguro que, más que andar, utilizaba sus cojones como pelotas saltarinas. Porque pocos científicos han molado más que JBS. Sobre todo después de que, tras perforarse varias veces los tímpanos en aras del bien común, soltara una de sus frases inmortales (no tan famosa como su “Sospecho que el universo no sólo es más extraño de lo que suponemos, sino más extraño de lo que PODEMOS suponer”, pero mucho más acojonante):

El tímpano generalmente se cura; y si de todas maneras queda un agujero en él, aunque uno se queda un tanto sordo, puede sin embargo expulsar humo del tabaco por la oreja en cuestión, lo cual es todo un logro social”.

Amor por la ¡ciencia! y por entretener a las amistades. Está claro que con solo esta frase, Jack Haldone se habría ganado un papel protagonista en “The Expendables 3”, demostrando al mismo tiempo que sin duda era tan la hostia que podía inseminarse a sí mismo mientras le metía un dedo por el culo a Chuck Norris.

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