
Vecinos sórdidos: Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación,y esta explicación os la debo. Las actualizaciones se pararon a eso del último Videofobia porque he pasado una semana en un sitio que muchos llaman ‘El extranjero’, otros ‘El lugar este donde vivimos’ y un número mucho más amplio, ‘El quinto coño’. Sólo un grupo de elegidos lo conoce como ‘Argentina’, pero nunca lo reconocerían en público so pena de que todos sus conocidos le encarguen cien cajas de alfajores de dulce de leche y un par de paquetes de psicoanalistas. Lo cual siempre deviene en cagaleras. Y, obviamente, no me refiero a los psicoanalistas. No. Hablo de la comida de Air Europa. Que hay que explicarlo todo.

Por motivos laborales fui invitado a un mercado cinematográfico llamado Ventana Sur en el que la gente va a hacer tiempo durante unos días a la espera de que llegue la noche del fiestazo de despedida en el que ponerse pedo y hacer el ridículo frente a todas las personas que acaban de conocer. Yo me planté allí casi completamente solo, si bien había también un conocido de otros temas laborales que tuvo el detalle de dejarme sus tickets de bus turístico de esos destapados que hacen que tu credo chungo sume un +20 de tirada a sordidez guiri. Pero es que yo soy una persona que sufre de la condición médica de ‘mamá, esa gente rara me da miedo’, y entre ser un sórdido turista o ir andando por el barrio de Boca, la única opción posible era subirme en el bus y lograr una tirada de +5 a moreno agromán que contrarreste el -5 de suerte de salir vivo.

La Casa Rosada, o el sueño febril de un diseñador gay de Disney World en busca de la residencia gubernamental perfecta.
Realmente, poco reseñable me ha pasado en este periplo, pero esto es un blog y quiero hacer tiempo hasta que Vicisitud publique los resultados de la Liga Fantástica, Clayderman me entregue su artículo de Stockhhausen y comience la ronda de los habituales posts navideños. Claro que muchos no considerarían algo menor el encuentro en la cumbre que se produjo:
Yo y dos lectores gallegos del blog.

Ah, y además me crucé con
Rick Wakeman en el vestíbulo del hotel. Dos veces
Hablé con él, pero no me eché foto alguna. Porque a mí me da vicisitud molestar a los famosos con esas cosas. Obviamente, yo siempre estoy esperando que algún fan perturbado se quiera echar una conmigo.
Y que alguna fan perturbada quiera echar uno conmigo.
Pero mi nivel de celebridad es más o menos el mismo que el de alcohol en la sangre de Ned Flanders, así que en realidad soy una simple media whore con afán de protagonismo a la espera de que alimenten mi idiotizado ego.
Pero lo realmente bueno de los encuentros aleatorios fue con Juanjo, fan gallego de Videofobia con el que me di un paseillo por esa ruidosa ciudad que huele rara:

Haría el típico comentario sobre polla, pero yo estoy por encima de eso. Yo digo que es un zurullo de Megagodzilla. Que soy más refinado.
Y que tuvo a bien remitirme este documento espectacular que no conocía: ¡Tojeiro hoy en día!

Si no sabes quién es Tojeiro, es que tu vida es mucho más plena y feliz que la mía. Pero en breve volverá con fuerza a ente bloj.
El resto del viaje se compuso de vanos intentos de ser una persona seria y capaz de vivir en democracia. No como hace unos días, que fui a un karaoke con 32 personas, 30 de ellos totalmente desconocidos, y sólo se me ocurrió, después de que todo el mundo pidiera Bisbi, Miguel Ríos y esas cosas en español, marcarme el ‘I would do anything for love , but no te la vi’a shupar». Los 10 minutos. Los gritos de ‘El del Plus, vetado de por vida’ siguen escuchándose hoy.

Así que tuve mis reuniones. Asistí a mis películas iberoamericanas en las que no entendía un carajo (menos mal que ese rollete llamado ‘El páramo’ estaba subtitulado en inglés). Viví encuentros con el frikismo argentino, representado en la figura de Hernán Panessi, que tuvo el detalle de pasarme las superproducciones ‘Sadomaster: Locura general’ y ‘Filmatrón’, amén de insistirme en que viera el clásico porno argentino ‘Las Tortugas Pinchas’, en un claro ataque que muchos interpretarían como una agresión internacional. Si yo fuera el Reino Unido, ya habría empezado la guerra.
Y, por supuesto, mi usual intento de hacerme el simpático con toda señorita presente. Claro que aplicar
la teoría del macho extraño en un mercado internacional es más tonto que arrancarle un pelo del orto a El Último Guerrero. Porque allí, TODO el mundo era macho extraño. Con mi desparpajo de exhibir con orgullo mi frikismo sólo conseguí pavor, y con el de intentar apelar al acentillo andaluz, la incomprensión por parte de una pobre vendedora francesa, muy amable, pero que sólo repetía ‘es que hablas muy rápido’, mientras yo intentaba hacerme el interesante diciendo: ‘Acabo de escribir un artículo sobre el meado’.
Para que acto seguido se me cagara una paloma encima.
Dos veces.
En la (espectacular) fiesta posterior, la chica, obviamente, huía despavorida ante mi presencia. O quizá avergonzada al verme bailar haciendo gala de toda mi gaycidad. Si bien mis intenciones eran puras, allí todo el personal andaba calentorro por ver las esperables demostraciones de tango con chicas vestidas con corpiños apretados con tornados fresadores industriales. Con todo, logré hacerme mi grupillo de baile, con señor catalán mayor, señora mejicana de 60 con síntomas de intoxicación etílica que sólo hacía gritarme ‘¡Eres mi hijo!’ y otra mujer bastante mona de una televisión brasileña. Allí entró el Doctor Amor, dándole unos pases de baile espectaculares y poniendo todo su salero en juego.
Claro que la dama resultó tener también 60.
Ay.
Yo seguí tonteando con ella porque, qué cojones: soy patético. Pero tuvo que irse a llevar a la mejicana a urgencias. Así que me acabé largándome al hotel a pata acompañado de un argentino distribuidor de metro ochenta por aquello de ser un acojonado y querer sobrevivir al paseo.

Y básicamente esa ha sido mi vida la última semana: películas, socializar mal y beber pomelo. Mucho. Que en Argentina hay Aquarius de esa repugnante cosa. En dos modelos. Porque está claro que el número dos ha sido la constante de este viaje. Y de este post absolutamente intrascendente que atraerá menos comentarios que ‘
Hans Magnus por bulerías’, pero que he escrito para rellenar espacio.
Con DOS cojones. Y sin decir ‘Ché’, ‘Boludo’ ni… ah no. ‘Orto’ sí lo he soltado. No pude resistirme. Ché, es que soy un boludo del orto.