El meado: ese gran olvidado (Post épico, claro)

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La caca, también conocida como ‘defecaciones’, ‘deposiciones’ o, en términos empleados en reuniones científicas de todo el mundo, ‘la materia oscura que poco tiene que ver con el espacio y mucho con la combinación de café y cigarro’, es algo esencial en nuestras vidas. ¿Os podéis imaginar un mundo sin mojones?

Efectivamente: desaparecería Vicisitud y Sordidez.
Sin embargo, hay un compañero de la caca que siempre hemos olvidado injustamente en ente bloj. El meado, tan importante como su hermana mayor. Que puede que sea más famosa, más morena y más pestosa (a no ser que entren en juego los espárragos), pero nunca tan poética. Porque, ¿os imagináis un mundo sin pis?

Efectivamente: que desaparecería el porno alemán.

Porque el meado es tan importante en nuestra cultura como Star Wars y, sin embargo, nadie se disfraza nunca del Manneken Piss para ir a convenciones, a pesar de que sólo el explicar el atuendo aumenta tremendamente las posibilidades de follar. De un 1% a, aproximadamente, un 1’5 %. Y ese 0’5 es todo lo que tenemos muchos para no hundirnos en la depresión.
Y es que el acto de hacer pipí tiene una historia oculta que muchos desconocéis, pero que va más allá de su uso principal: el utilizar el chorro para jugar. Si yo fuera un biólogo evolutivo en plan Richard Dawkins, podría inferir una gran verdad a partir de la afición de los hombres a hacer el gilipollas con el chorrito en deportes tan bonitos como crear dibujos en la arena, arrastrar todos los vellos púbicos de los urinarios, deletrear la letra entera de ‘The Rime of the Ancient Mariner’ meando en morse o vengarse de un restau

rante en el que te han tratado como el culo decorando a discreción el baño. Y esa realidad es que la mayor afición de los tíos a darle a la pleisteichon viene de pasarse toda la historia de la humanidad jugando unas cuatro o cinco veces al día (dependiendo de variables como el funcionamiento de riñones, la actividad física o pasarse por un Oktoberfest) con su manguera. El día en el que se extienda definitivamente los aparatos para que las mujeres meen de pie será, al mismo tiempo, el momento que esperaban los fabricantes de videojuegos y la señal de que nuestra civilización se va a tomar por culo.
Pero lo cierto es que esta teoría acientífica de mierda no debe distraernos del objetivo principal del post: ensalzar las virtudes de nuestra agüita amarilla. Y de escribir un festival de sinónimos de la palabra ‘pipí’, el cual es mi vocablo de referencia a la hora de hablar de esta excreción por dos motivos: porque me encantan las palabras onomatopéyicas. Y porque nunca maduraré.

¡TRABAJO!

Como bien sabemos, los científicos han calculado que por cada vaso de agua que bebemos, al menos una molécula ha pasado por la vejiga de Oliver Cromwell. Lo cual quiere decir que, si creemos en la homeopatía, estaríamos todos ahora arrasando las Islas Británicas. Cosa que, ciertamente, podría ser buena idea. Pero, teniendo en cuenta la cantidad de sustancias que el cuerpo expulsa en la orina, lo importante es pensar en otras figuras por cuyos tractos urinarios ha pasado el agua que bebemos. Como Antonio Flores. Ben Johnson. Un creativo publicitario. O, como demostraron en el Caiga Quien Caiga italiano, cualquier político.
Efectivamente: el cuerpo excreta por el meado un alto porcentaje de las drogas que se consumen. De ahí la necesidad de la existencia de una de las más impresionantes ocupaciones que existe en la actualidad: Los chaperones del deporte. Porque alguien tiene que encargarse de acompañar a los atletas y dedicar su día a mirar cómo otros señores mean. Sé que hay gente, sobre todo en los retretes de El Corte Inglés o en ciertas estaciones de autobuses, que lo hacen gratis. Feck, sospecho que cada vez que hay un evento deportivo, ELLOS son los aguerridos voluntarios para el puesto.

Claro que no todo el trabajo está en vigilar si un individuo lleva o no una polla de plástico para echar el pis de una amiga (como le pasó a cierto jugador que fue descubierto, no porque se le cayera el falso rabo, sino porque los resultados arrojaron un 0% de drogas y un 100% de embarazo). Durante toda la edad media y hasta casi nuestros días han existido personas encargadas de recoger pis para ganarse la vida. El objetivo era su uso en telares de todo el mundo. Según parece el amoniaco forma una parte esencial del proceso de fijar colores y tratar los tejidos. Digo según parece porque mi heterosexualidad me impide profundizar en todo lo relacionado con ropa y moda.

La tradición de remojar la ropita en orines se ha mantenido especialmente hasta hace apenas unas décadas en el procesado artesanal del tweed de Lewis, en las Hébridas. Un famoso tejido que asociamos tanto a los ingleses como el té, John Cleese y la falta de visitas al dentista. Pues este tipo de ropa tan querida por la aristocracia inglesa era famosa por lo bien que estaba tratada con pis y lo maravilloso de la olor que salía de la mezcla entre meado y borrego, que por separado hieden, pero juntos, según las crónicas, despedían un agradable aroma. Pero, como visitante asiduo al Reino Unido, puedo decir que cualquier cosa que digan sobre aromas esta gente capaz de comer magro de buey o roast beef con coles, es algo que hay que poner en cuarentena.

¡BÉLICA!

El meado puede cargarse, además de droja y productos sobrantes de los espárragos, de significado simbólico. Porque, ¿qué puede haber más gratificante que arrasar a tus enemigos y, aluego, mearte sobre cráneos previamente vaciados?
Pues marcharte a casa, leerte un buen libro y echar un polvo.
Si eres tan depravado o fan de Conan como para insistir con un “Pues mearte Y cagarte en sus cráneos previamente vaciados” sólo quiero que consideres que en plena batalla, nadie lleva papel higiénico. Ni siquiera un ortodoxo del antiguo testamento, que sólo porta, tal y como ya vimos en este post, una pala.

Pero está claro que darle un baño a una persona es uno de los actos de mayor desprecio que puede hacerse justo después de arrancarle los órganos reproductores con un rastrillo y un paso por encima de hacerle jugar al ‘Profanation’ de Spectrum hasta que se lo acabe. Una acción llena de simbología que, una vez más, muchos acogerían con agrado, pero que al resto nos da un poco de asquito. Muchas figuras históricas han tenido en cuenta este simbolismo en sus días bélicos. Uno de los más conocidos fue el hombre al que se parecen todos los bebés del mundo (y con la misma mala leche): Winston Churchill. Justo al final de la II Escaramuza Mundial, estaba atravesando la famosa ‘Línea Sigfrido’ (demarcación defensiva alemana por su frontera) cuando le dijo al chófer que parara. A continuación, dijo: “Esta es una de las operaciones relacionadas con esta Gran Guerra que no debe ser reproducida gráficamente”. Se sacó la chorra y sintió una satisfacción mayor que con la descarga que todos hicimos tras ver del tirón los cincuenta finales de El Retorno del Rey y correr al excusado.

Claro que el agua llama al agua. Y no es lo mismo poner tu marca (o hacer tu firma: desconozco la habilidad píchica de Churchill) en la línea defensiva germana que mearse literalmente en el Rin con toda la simbología del río alemán por excelencia. Además, Patton ya lo había hecho. A la hora de mearse en algo, el primer ministro inglés no se iba a quedar atrás de un yankee con mala leche y, unos días después, volvió a hacer los honores.
Pero el mayor acto bélico-simbólico-sibilino posiblemente sea otro. Es ir a nadar con un enemigo y mear estando al lado. Claro que es verdad que en la mayor parte de las piscinas públicas la gente se dedica a orinar sin que el de al lado le haya hecho nada. Porque hay algo primordial en el acto de hacerlo en el agua. O probablemente, porque el mundo está lleno de vándalos. Sea como fuere, yo mismo he meado nadando, pero siempre en el mar, apuntando a la corriente y con cuidado de que no hubiera nadie cerca. No como mi hermano, El Ciudadano Soberano. Verlo mecido por las salvajes olas de Tarifa, totalmente quieto y con mirada perdida no es la imagen melancólica de alguien que discurre sobre la naturaleza y la vida. Es una clara señal de apocalipsis y una invitación a batir el récord de los 100 metros a nado más o menos como si vieras una aleta de tiburón. Porque si los peces mean en el agua (y hacen el amor, como decía Marcus Brody), también puede hacerlo El Ciudadano, que es Soberano.
Porque era meado.
Por dios, que fuera meado.

¡UTILIDAD!

Cuando yo era joven, me gustaba mucho hacer botellón. Pero, como defensor del orden cívico, no era de mear en los soportales satánicos de la plaza de Algeciras en la que quedábamos. Así que era más de regar las plantas. De hecho, el orín tiene hidrógeno y otros nutrientes buenos para que las plantas te den las gracias. Lo malo es que, en exceso, también las destruyen: El pis como nutriente y destructor de plantas. El alfa y el omega. Eros y Tánatos. La Super Nintendo y la Philips CD-I.

Pero, en general, el pis, un producto básicamente estéril en ausencia de enfermedades, es una cosa la mar de útil. Con una olor rara, por supuesto. Pero también huele extraña la leche y a mí me sienta peor que un buen vaso de meado. No que yo lo haya probado. Creo. Lo espero.
Porque hay mucha gente que sí que se dedica a beberse su propia orina. En los tiempos esos antes de que existiera la medicina de verdad, el pis se utilizaba para tratar de todo. Que funcionara era ya otro tema. Pero hasta Mahoma vendía un poco de meado de camello como medicina. Y los musulmanes suníes todavía lo creen. Y lo beben. Así como mucho new-ager gilipollas que piensa que porque algo sea antiguo, automáticamente es mejor que cualquier descubrimiento moderno. Si yo aplicara esa lógica a mi día a día, me tomaría esa salsa caducada desde hace años que tengo en la nevera en lugar optar, como todo el mundo, por esperar que algún día desarrolle piernas y salga andando.

Pero no nos desviemos del apasionante tema del meado medicinal. Una práctica verdaderamente antigua. En tiempos de los romanos había un buen puñado de tratados que vendían el pis como la panacea. Estaban acostumbrados a utilizar la orina para todo tipo de remedios médicos, si bien metérsela en la boca era ya ir demasiado lejos. Claro que en un cierto lugar del Imperium había un pueblo de brutakers a los que se la traía floja estos remilgos de la metrópolis. Los celtíberos, esos señores que vivían por toda la península (incluso, en un ataque de falta de decoro, en Algeciras), sí que se enjuagaban los dientes con meados, con los consiguientes problemas en reuniones sociales y posteriores citas del meetic de la época si se invitaban además a cenar morcilla de cebolla con chorizos al ajillo. Los romanos, por su parte, se cachondeaban de los íberos. El muy apreciado en ente bloj (por su capacidad de hablar de caca) Catulo decía de un tal Ignacio, capaz de reírse hasta en un funeral, que:

Si fueses (…)
quienquiera que sea
que se lava los dientes aseadamente,
ni aun así querría yo que tú sonrieras
continuamente en todas partes:
pues no hay cosa más estúpida
que una risa estúpida.
Pero, eres celtíbero:
en tierra celtíbera,
con lo que cada cual meó,
con eso suele frotarse por la mañana
los dientes y las rojas encías,
de modo que,
cuanto más limpios están
esos vuestros dientes,
más cantidad de meado
proclamarán que tú has bebido.

Lo cachondo del tema es que la urea se utiliza hoy en día en los compuestos blanqueadores de dientes. Así que, por mucha olor que emitiera, Ignacio rio el último mientras que Catulo acabaría comiendo sopa y con tres dientes del color de…. Bueno, de una meada matutina.

Aunque lo de echarse pis a la cavidad bucal no es algo que se realizara sólo para escupirlo a continuación. Sí, amigos: se ha bebido mucho. Y no sólo como el equivalente al aceite de ricino que tomaban Zipi y Zape. Sino por gusto. Porque, ¿quién no ha dicho aquello de ‘esta cerveza sabe a meados’? Pues hace unos siglos habría tenido razón.
A partir del siglo XV, las tabernas tenían la preciosa afición de añadir orina a la birra, bien para aumentar su potencia, bien por aburrimiento, sobre todo por joder. Una de las tres. Varias obras del siglo diecisiete nombran las cervezas simples o doblemente meadas. Esas sólo eran para onvres de verdad. Esos que aprecian el queso con moho o los discos de Stormtroopers of Death.
La práctica cayó en desuso a partir del siglo diecinueve, si bien la acusación ha planeado sobre muchas birras a lo largo de los años, a menudo promovida en un intento de acabar con la competencia.

Una relación alcohol-pis que hoy en día es producto de vergüenza a no ser que hablemos de cierto vino de Nueva Zelanda: El sauvignon blanc. Un grupo de esos sub-humanos que se llaman a sí mismos enólogos, pero que yo llamaré cariñosamente capullos diletantes, pasó seis años y gastó 12 millones de dólares tratando de definir el sabor de este vino. En 2009, en lugar de decir ‘sabe a vino blanco’, vieron que mejor se hacían lo de siempre y se inventaban alguna gilipollez. Y emitieron su veredicto: sabía a fruta de la pasión, espárragos y meado de gato. Lo cual lleva a plantearse varias preguntas:
– ¿Cómo sabían a qué cojones sabe el meado de gato? A lo mejor es como el queso o la comida para perros y sabe mejor que huele. ¿Que cómo sé eso de la comida para perros? Eso lo dejo para otro post.
– ¿Es que están gilipollas? Teniendo en cuenta que un enólogo dijo una vez que tomar sauvignon blanc de Nueva Zelanda era como practicar sexo por primera vez, no tengo dudas: El tío nunca había practicado sexo.
Una bodega, sin embargo, se lo tomó tan bien que le puso a su vino ‘Meado de Gato sobre un arbusto de Grosella’. Yo voy a pillar un Don Simón y le voy a poner ‘Cagarro de Bulldog en Callejón de Argüelles junto a Parterre de Margaritas’, lo meteré en una botella bonita con todo en francés y se lo daré a algún imbécil para que descubra una sensación similar a NO practicar sexo en su vida.
Otros imbéciles que no se dedican al vino son los que aplican la religión a todos los aspectos de la vida. Y si hablamos de meado, no podemos dejar de ir a la India. Como bien sabéis, hinduismo+vaca=cerebro hecho caca. Y con la afición hacia ese animal que hay en la religión de la India, era de esperar que también se le tuviera especial cariño a todo lo que sale de ella. Ahí es donde entra en juego la apuesta de la tierra de Chiru para hacer la competencia a la Coca Cola: el Gau jal.

Bebida carbonatada con meado de vaca.
Desarrollada por nacionalistas hindúes como demostración pública de demencia, se trata de un producto que se basa en esa creencia de que el meado es la panacea de la salud que ya he nombrado en el post. Verdaderamente, no he encontrado en internet confirmación de que la bebida pasara de las primeras pruebas a la comercialización. Pero sí descubrí que otro grupo, que lleva tiempo vendiendo meado filtrado embotellado, insiste que sólo su pis es el bueno. Porque no vale cualquier vaca, sino sólo su tipo de pura raza india. ¡La idiotez del espíritu nacionalista no conoce límites!

¡CUR-TURA!

El meado, como elemento esencial de la humanidad, ha estado presente en el arte desde siempre. Ya en los mitos griegos se pueden encontrar casos en los que el pis se convierte en protagonista: Por ejemplo, en la concepción de Orión. Según algunas fuentes, el gigante nació gracias a un chorro de orina divina. Esto que andaban Zeus Poseidón y Hermes, un inglés y uno de lepe de visita a un tal Hirieo de Boeotia. Éste les asó un toro porque, qué cojones, si te vienen unos dioses mejor no darles un bollycao de cena. En agradecimiento, las tres deidades le concedieron su deseo de tener un hijo. El método: meando en el pellejo del toro, y enterrándolo. Diez meses más tarde, voilá, un Orión. Nombre de amarillenta sonoridad que, según Ovidio, le puso su padre con ganas de que en el colegio todos los demás gigantes le mataran a collejas y lluvias doradas. Porque todos sabemos que lo de ‘orina’ viene del griego ‘ouron’. De ahí también que los griegos se cagaran en los muertos de la Unión Europea cuando decidieron llamar a su moneda, básicamente, MEADO. ¿Será ese el origen de la crisis económica griega que amenaza al euro? ¿O será que cada vez digo más gilipolleces?
De todas maneras, la historia griega del pis que más me ha gustado siempre no es ninguna que se relacione con el meado en ninguna parte excepto en mi perturbado cerebro. Antes de leer el siguiente párrafo, tened en cuenta que la mayor parte de los mitos se originan con una mijilla de realidad. De ahí que el Diluvio Universal probablemente se correspondiera con un temporal del copón o que alguna vez regalaran iphones a quien mandara un mail a todos sus contactos. Aunque esto último lo dudo enormemente.

Como todos sabemos, Zeus estaba caliente. Así que decidió follarse a una tal Dánae, hija del rey de Argos. Y como era un dios y hacía lo que quería, para esto del fornicio se presentaba con más transformaciones que una drag queen en las fiestas de Chueca. Y a Dánae se la tiró transformado en lluvia de oro. O sea, en lluvia dorada.
Dánae, Dánae, que te lo crees todo. Que ese no era Zeus.
Siempre me fascinó, desde que vi el famoso cuadro de Tiziano en el colegio, la certeza de que a alguna mujer le habían hecho algo feo, había soltado (o le habían soltado) un cuento y todo acabó convirtiéndose en leyenda. Y sí: he dicho ‘colegio’. Ya sabía entonces lo que era una lluvia dorada y ni siquiera había internet.

Por supuesto, la presencia del pis en la literatura no se limita a los clásicos griegos. Como yo sé mucho de cine chungo, pero poco de lecturas clásicas, no ahondaré en la gran tradición escatológica de la literatura patria porque, joer: en algún momento tendré que terminar este artículo. Pero sobre todo porque nada puede superar en guarrería a Sancho Panza ‘desaguando por ambos canales’ tras probar el Bálsamo de Fierabrás. La existencia de un momento de vomitar y escagarruciarse al mismo tiempo en el mayor clásico literario de todos los tiempos hace que cualquier comentario sobre el meado, hermano menor al fin y al cabo en temas guarros, sea irrelevante.

Así que me fui a tierras gabachas a por Rabelais, escritor de referencia de este blog. Sabía que iba a ser fácil encontrar alguna referencia clara en ‘Gargantúa y Pantagruel’. Y qué referencia. En el libro, nuestro héroe, Gargantua, con el modo King Kong ‘on’, se sube a Notre Dame y…. “Con una sonrisa, (…) se bajó su magnífica cojonera (juro que estas dos últimas palabras están en el texto y no son una adición de ente bloj) y, sacando su pene, orinó sobre ellos de forma tan fiera que ahogó a ciento sesenta mil cuatrocientas dieciocho personas, sin contar a mujeres y a niños”.
No sé qué es más fascinante de este pasaje: si la hiperbólica y, por lo tanto, casi andaluza naturaleza de la riada (¿pero qué coño había bebido el gigante?), la exactitud de la cuenta o el hecho de que los niños y las mujeres no se consideren personas. Rabelais no sólo no sabía lo que era la corrección política: es que se meaba en ella. No es de extrañar que sea un onvre de referencia mundial al que rendimos pleitesía, aunque sólo sea por su capacidad de haber puesto de acuerdo a la iglesia católica y al propio Calvino a la hora de ser condenado públicamente. ¡Ya me gustaría a mí!

Claro que la religión también tiene su historia orinal. No sólo por la afición de Mahoma antes referida al meado de camello. Sino por el imprescindible papel que durante años ha jugado el meado de los murciélagos en los milagros. Efectivamente: el que las famosas lágrimas en imágenes de un buen número de iglesias a lo largo de los siglos no procedieran de ninguna gotera visible quería decir que había otros causantes animales. Lo cual lleva a preguntarse quién fue el primero en comprobar qué líquido era realmente. Y más importante: cómo. Desde luego, se sabe de un caso en el que el supuesto milagro fue rechazado por un tal reverendo William Buckland. Científico y cura al mismo tiempo (algo que podía existir sin problemas en época Victoriana, no como la dualidad ‘sana vida sexual-persona’), y pionero en el estudio de las heces fosilizadas, tenía la afición de comer absolutamente cualquier animal que existiese. Así que en el caso de cierta iglesia, hizo lo que cualquier persona perturbada haría: acercarse a las gotas, mojarse el dedo, chuparlo y, con la seguridad de un informático que ve un navegador con más de seis barras de búsqueda, declarar: ‘Efectivamente: meado de murciélago’.
Pero no nos apartemos del mundo artít-tico, que es de lo que se trata esta parte del post épico. Cuando alguien piensa en ¡ARTE! y ¡MEADO!, es que probablemente esté viendo ‘El árbol de la vida’ a eso ya del final. Secundariamente, se le viene a la cabeza esto:

El urinario de Duchamp, una imbecilidad artística de la que ya hemos hablado. No porque Duchamp fuera imbécil. Los idiotas fueron los que se lo tomaron en serio. No como un tal Pierre Pinocelli, que en plan performance se lio a martillazos con dos de las ocho copias que hizo Duchamp para expresarse/cachondearse del personal/matar el aburrimiento/sacar más pelas (elija una, varias o todas las opciones).

Claro que hay otras expresiones plásticas del pis que sí contienen un valor estético y no sólo simbólico. Ahí tenemos, por ejemplo, al famoso ‘Piss Christ’ de un tal Andrés Serrano. Una bonica fotografía con el valor añadido de haber conseguido cabrear al personal beato. Lo cual siempre es digno de alabanza.
Aunque, al hablar del uso del meado en las mismas obras plásticas, no hay que dejar de hablar de Andrew Warhol (‘Andy’ para sus amigos e ‘Hijoputa’ para todo aquel que ha tenido que ver su película ‘Empire’). El famoso poster gay del arte pop tuvo una época en la que le dio por hacer una serie llamada ‘pinturas oxidadas’. La gente, que en general se toma todo con bastante más cachondeo, las conoce como ‘Cuadros de pis’. Eran lienzos preparados con pintura con cobre que luego se oxidaban con, por supuesto, orina. ¿Cómo? Pues invitando a la gente a que, en lugar de ir al servicio, que probablemente estuviera hecho un desastre de todas maneras, se mearan en los cuadros que había por el suelo. Uno de los principales colaboradores era todo un ONVRE. Los habituales del blog ya lo habréis adivinado:

Cutrone, según decía Warhol, tenía una orina rica en vitamina B (¿!) que le venía a los cuadros de puta madre, pues pillaban un color verdoso la mar de bonico. Y asqueroso. El propio pintor, que era un moen-no, pero no un cabroncete, decía que le daba mucho reparo cuando las buenas señoras de bien le preguntaban en las exposiciones cómo había hecho los cuadros. No tenía corazón de soltarles la verdad a las pobres mujeres, con las narices a escasos centímetros del lienzo. Yo lo habría hecho, por supuesto. Porque me encanta hablar de guarreridas. Pero todo tiene un límite. Y creo que he alcanzado el mío. Llevo tres horas escribiendo sin parar y necesito usar el baño. Para mear, claro. Que hay que decíroslo todo.
Así que lo dejaré aquí. Se me han quedado en el tintero una buena cantidad de tonterías. Desde la costumbre de guardar pis y uñas en tarrito para protegerse de las brujas (algo que solía hacer David Bowie para defenderse de los ataques mágicos de Jimmy Page; en serio) hasta los comentarios de la madre de Arthur Miller sobre lo generoso del chorro de Marilyn Monroe y terminando por muchas, muchas más referencias a lluvias doradas en la literatura, el cine y la música. Pero eso os lo dejo a vosotros. Panda de depravados. A ver si hablando de escatología esto de los comentarios se anima un poco, que últimamente se hacen más de rogar que una lluvia dorada en una porno americana. No que yo vea ese tipo de pelis. Nooooo.

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