Ha muerto un jran onvre

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La semana pasada falleció uno de las personas que más presentes ha estado en mi vida. Su legado me ha marcado profundamente y…

Bueno, ya vale. Que ya sabéis que NO voy a decir Steve Jobs.

Esto va de otro señor.

Que tampoco es Charles Napier. Y eso que salía en un buen puñado de pelis de Russ Meyer y en un capítulo sórdido de Star Trek.

Estoy hablando de David Bedford. Ente onvre era un compositor de música avant-garde. Esa que suele provocar siempre el mismo comentario por parte de las personas normales: algo así como ‘Matadme, por favor’. La actitud contraria suele ser de desdén hacia los que no aprecian los ricos matices armónicos de los utensilios del hogar siendo absorbidos metafórica y sónicamente por una aspiradora. Yo abogo por un tercer camino: disfrutarla de la mejor manera posible. Esto es, tomándosela a cachondeo y recrearse en ella como depravación. Porque el rechazo visceral hacia todas las vanguardias viene a menudo del simple asco que dan sus serios defensores. Olvidaros de ellos. O bien tenedlos en cuenta y reíros de esa gente. Es una win win situation.

Debido al inconveniente de no ser un gilipollas diletante, yo no llegué a David Bedford investigando sobre música de vanguardia, sino a través de un compositor mainstream. Bedford fue compañero de un joven Mike Oldfield en el grupo The Whole World y, más tarde, colaborador a lo largo de varios años. Fue él quien tuvo los huevos de hacer las chungas versiones orquestales de Tubular Bells y Hergest Ridge. Porque todos sabemos que no hay nada más hermoso y, al mismo tiempo, vergonzoso, que este tipo de adaptaciones de éxitos pop-rock. Precisamente por su falta de kennyGismo y/o luiscobismo, nunca me gustaron mucho estas dos obras (una nunca editada en CD, dicho sea de paso). Ni daban risa ni eran tan buenas como los originales.

Sin embargo, guiado por mi curiosidad, una portada con un dibujo de Doré y la simple imbecilidad juvenil, una vez me compré uno de sus discos en solitario. Y fue una revelación. Una revelación de que internet ya estaba tardando en llegar para no llevarme esos disgustos. Mis cabezazos contra la pared mientras escuchaba tanta disonancia mezclados con mis gritos de ‘¡Mi dinero!’ y el ruido de la panadería de debajo de mi piso de alquiler habrían engendrado una gran obra de John Cage. Claro que algo extraño pasó a eso de la mitad de la segunda cara. La composición cambiaba y aparecía un coro infantil haciendo una versión de una canción marinera que me afectó tanto que hasta soñé un par de veces con esa música como banda sonora. Por desgracia, no era un sueño erótico. Ni porno. Que realmente son lo mismo. Pero eso es otro tema. Que no suele tener que ver con la música de David Bedford y sí, como ya vimos en su momento, con la música de los Teleñecos.

Así que seguí comprando CD’s de este señor, aun a sabiendas de que no me iban a gustar. Pero sí intrigar. De hecho, se generó en mí una manía, una especie de ritual internetero. Cuando instalé mi primer programa de P2P, lo primero que busqué fue algo de este señor. A partir de entonces, cada vez que me sentaba delante del Napster, el Audiogalaxy, el Kazaa o la oficina de renovación del DNI, siempre comenzaba, sin pensarlo y de manera inconsciente, introduciendo ‘David Bedford’ en el buscador.

Todo un deporte de riesgo, claro. Porque no olvidemos que era un onvre capaz de hacer los arreglos orquestales de la banda sonora de ‘The Killing Fields’ y, al mismo tiempo, un concierto para kazoos o un arreglo de coros que iba subiendo tanto el tono que los cantantes tenían que aspirar helio.

Y un concierto con globos como único instrumento.

En su defensa, hay que decir que enta ovra en particular pertenece a su serie de composiciones didácticas. Supongo que con el objetivo de enseñarle a los niños la amplia gama de ruidos que descubrirán si destripan a su gato.

Pero qué queréis que os diga. Con sus atonalidades, kazoos y ruidos varios, amaba a este señor. Estoy deseando tener un momento libre para sentarme tranquilo y ponerme su disco sobre un relato de Ursula K. Leguin (componente freak que sube ahora mismo su apreciación internetera un 38,4%) o su épica consistente en gente recitando lugares topográficos de Devon alternados con nombres de estrellas. Irritante para el oído, pero la mar de cuco.

Y pronto, más música experimental, con moen-nidades de verdad a cargo de un nuevo colaborador para la ocasión: mi amigo Clayderman, descubridor de G.Sanz y pianista en un bar sórdido que mezcla David Lynch con Berlanga. Sólo apuntad este concepto: HELICÓPTEROS.

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