Era de esperar: lo de los cocos en Abisinia me dejó más seco que 24 horas en manos de Debi Diamond. Así que, después de atender a vuestra imposible y perturbada petición, voy a escribir de concretamente todo lo que es lo que me da la gana.
Y por algún motivo, me apetece Dario Argento. Un tío con esta cara:
¡Bú!
Yo tampoco me entiendo a veces.
Dario Argento es un director italiano que se diferencia del resto por dos motivos:
El primero y esencial es por considerar que el rock progresivo mejora cualquier banda sonora. El segundo, por haber tenido de hija a Asia Argento. O sea, esta chica:
Recordemos que con esta cara:
La genética es a veces una cachonda.
Para el que no lo sepa, Argento es, además, el principal maestro de la cinematografía mundial en otras dos cosas: en el cine de género italiano y en haberse puesto en ridículo en los últimos años a un nivel que ni un hijo mezcla de material genético del Inspector Clouseau, Mr Bean y Juancarlitros podría alcanzar. Porque la carrera de ente señor es fascinante en el sentido que a mí me gusta: capaz de alcanzar las más altas cotas desbocadas de maravilla fílmica al mismo tiempo que subir a la cumbre de la vicisitud cinematográfica. Rara vez mediocre, frecuentemente fascinante, consistentemente vicisitúdico. Efectivamente: Argento es el Rick Wakeman del cine terror.
Parte 1: Las películas tituladas con un latinajo. Y Profondo Rosso.
Qué pasa. Puestos a hacer capítulos, los hago absurdos. En homenaje al cine de este director y al fantástico italiano, dirían unos. Por inventármelos una vez escrito medio artículo, diría yo mismo.
Yo entré tarde en el mundo de Dario y en el giallo en general. Para quien no lo sepa, ‘giallo’ es el término que aplican los italianos a su narrativa policiaca, y se deriva, como todo listillo fan del género no dudará en contarte ante tu obvia indiferencia, del color amarillento de las páginas de las novelas chungas policiacas populares antaño por allí. En Espppaña éramos más de Marcial Lafuente Estefanía y Corín Tellado, lo cual, como también todos saben, es algo para enorgullecerse. Sólo que no delante de desconocidos. O de conocidos. O del gato.
El caso es que de joven tenía la impresión de que películas como ‘Rojo profundo’ o ‘Suspiria’ me iban a aterrar. De adolescente era de esos que ciertas pelis me daban tanto miedo que me cagaba en los pantalones de otras personas. Sin embargo, me grabé una vez en mis tiempos de instituto, granos y vicisitudes amorosas (¿me atreveré a hacer alguna vez ese post? Claro que no) la película ‘Inferno’. Que es la segunda parte de una trilogía conocida por muchos como ‘Las tres madres’ (y por los que han visto la propia ‘Inferno’ y ‘La tercera madre’ como ‘Sus putas madres’).
Por aquellos entonces yo todavía no había tenido la revelación espectacular que es el descubrimiento consciente de que hay una cosa llamada ‘rock progresivo’ que aporta belleza, sordidez y no follar a tu vida, así que el hecho de que Keith Emerson pusiera su horterismo al servicio de la banda sonora sólo se tradujo en mi mente como “¡Pardiez!¿Por qué se pone la música a gritar como loca ‘¡¡¡¡Maaaater Suspirooorum, Tenebraaarum, Lacrimaaarum!!!!’ a todo volumen mientras que sólo vemos a un tipo andando a gatas ligeramente interesado por lo que le rodea?”.
¡Qué inocente, indocumentado e imbécil era! Así que con lo que me quedé (y lo único que recuerdo, porque nunca la he vuelto a ver) fue con un par de muertes muy coloridas y con la vaga impresión de que las cosas pasaban porque sí. Como la escena en la que la protagonista hace un agujero en el suelo de su piso y descubre que la planta de abajo está inundada y con cadáveres.
Y, obviamente, se lanza a nadar.
Porque sí. Porque esa es la lógica de Argento. La tomas o la dejas.
Yo la dejé.
Pasó el tiempo. Y seguía sin ver las dos películas que tanto respeto y miedo me causaban. Pero una tarde me levanté del sofá, me di cuenta de que ya estaba demasiado mayor para gilipolleces, salí a la calle, volví a la casa, me puse el cinturón, volví a salir, me abroché la bragueta y me encaminé hacia el videclub que había cerca del Conde Duque, conocido entre mis amigos como ‘El Freak Solidario’. Allí, en lugar de mi ración habitual de bazofia ignota, alquilé Rojo Profundo, cuya portada con un muñeco con pinta malrollista me atraía como la contemplación del propio ñordo.
Dos horas más tarde, llegué a varias conclusiones. La primera, que el tipo de la banda sonora tenía muy poca vergüenza a la hora de plagiar el Tubular Bells de Mike Oldfield. Lógicamente, ahora soy fan y estoy escribiendo esto con música de Claudio Simonetti, el señor en cuestión, de fondo. La segunda, que Darío estaba perturbado y que sus películas iban a ser, cuanto menos, curiosas de ver.
Lo que más me gustó de aquel flim fue, por supuesto, los cojones con los que Argento mostraba al asesino. Porque, en un alarde de valentía que haría que Chuck Norris, acomplejado, se dejara sodomizar por Woody Allen, el director no sólo daba pistas para saber quién era el malo: es que ponía directamente su cara poco después del crimen. Otra cosa es que tú te coscaras. El resto del metraje era un festín de progresivo, movimientos de cámara y giros de guión porque sí de los que convierten a una película en una juerga. Todo basado en una idea recurrente en la filmografía de Argento: que siempre hay algo oculto en lo que recuerdas del momento importante de la trama. Como ‘Blow Up’ de Antonioni (David Hemmings incluído), pero, cómo lo diría yo… ¡ah, sí!: en PELÍCULA. Que lo de este supuesto clásico es mejor dejarlo para fans del 60’s Swinging London. Yo, para eso, me quedo con Austin Powers, thankyouverymuch.
Ya inmerso en el culto sórdido a Dario, inmediatamente pasé a la que muchos consideramos su obra maestra: ‘Suspiria’, la primera parte de la nombrada trilogía de Sus Putas Madres. Con una banda sonora en la que un perturbado se dedica a tararear ‘La la la’ como un gremlin y a gritar ‘Witch, Witch’ con la intención de que acabar con tus nervios, la película trata de una escuela de bailarinas en la que todas las chicas están apollardadas (herencia, según se dice, del guión original escrito para niñas pre-adolescentes) y unas brujas manejan el cotarro. Concretamente, una especie de momia muy vieja y sórdida que, según dice Argento, era una prostituta anciana que se encontró por la calle en Roma. ¡Casting de calidad!
Curiosamente, el hecho de que uno de los pocos bailarines que pululan por los fermosos encuadres sea Miguel Bosé no es el principal atractivo de la película. Aquí lo que importan son los colorines que mete Argento, inspirándose en Mario Bava, un señor mucho mejor considerado por un motivo: sus películas son más viejas. Y, curiosamente, hizo dos flims sin las cuales hoy no existirían ni ‘Alien’ (¡Tragedia!) ni ‘Viernes 13’ (¡Tra… eeer… bueno… gedia?.)
Pero no es el momento de hablar de Bava. Y mucho menos de su hijo Lamberto. Que ese sí que es un sórdido peligroso que acabó trabajando junto a Argento. De lo que se trata aquí es de poner de relevancia una verdad innegable: que ‘Suspiria’ es una de las mejores películas de terror ever. De hecho, contiene el asesinato más absurdamente complicado de la historia del cine, en el cual no es que maten a una muchacha: es que la matan MUCHO. Va tal que así: la chica se acerca a una ventana. Aparecen unos simpáticos ojillos flotando. Una mano pelúa como Robin Williams rompe el cristal, agarra la cabeza y empieza a estrujarla con
tra el vidrio hasta que lo rompe. Se ve que esto lo hace por joder, porque a continuación le mete un navajazo en el vientre, otro en el pecho (como a Mario Postigo) y uno de bonus a medio camino. Al mismo tiempo, una amiga corre como loca buscando el origen de los gritos. Luego, el señor agarra una cable suelto (porque en las escuelas de ballet siempre hay cables por ahí, no vaya a ser que se necesite matar a alguien), la ata por la cintura, la coloca sobre una vidriera y se entretiene dale que te pego con el cuchillito otras seis o siete veces. Debajo de la vidriera aparece la amiga. Naturalmente, los cristales ceden, por lo que la chica cae un par de pisos. La buena noticia es que por suerte no llega al suelo. La mala es que el cable se sube de la cintura hasta el cuello y la ahorca. Y la peor es que, ya para hacer carambola, puntuación doble, vida extra y publicar el archivement en el muro del Facebook, los cristales se caen encima de la amiga partiéndole la cara por la mitad y haciéndole una operación de hernia de hiato gratuita.
Y luego Dario se queja de que le digan sádico misógino. Bueno, no. Que yo sepa le da absolutamente igual.
El resto de la película sigue la línea de desmelene, llegando a su cumbre al final con una chica zombi, la vieja prostituta, rayos y centellas en general que hacen que a muchos les parezca todo demasiado exagerado. Incluido algún lector de ente bloj cuya opinión respeto. Pero no les hagáis caso. Un buen sórdido sabe que ‘Suspiria’ es una ovra maentra.
Lo malo es que, partiendo de aquí, mi completista viaje por la filmografía de Argento sólo podía llevarme en la misma dirección que la de una chica guapa en una película del director: a meterme cabezazos contra los cristales. Durante años pensé que esta última afirmación era exagerada. Hasta que hace unos días me tragué su más reciente producción. La primera vez que veo una bazofia y me siento físicamente mal por todos los involucrados en ella. Pero no adelantemos acontecimientos.
La supuesta trilogía que comenzó con ‘Suspiria’ e ‘Inferno’ sobre tres deidades de maldad y puteo general a la humanidad tardo lustros en terminarse. Eso sí, el señor se dedicó mientras tanto a sacar películas cuyo título se parecía lo suficiente a los anteriores como para c
onfundir al respetable que se espera otro festín absurdo de terror. Lo cual es tonto: a ver quién es el guapo que, después de ver ‘Inferno’, no se espera que cada película del director no sea un festín absurdo de terror.
La más divertida de ellas es Phenomena, rodada en 1985. Una de esas historias que es imposible de contar, pues contiene comunicación telepática con insectos, más mujeres rompiendo cristales con la cabeza, Mötorhead, un niño deforme asesino, Iron Maiden y monos con navajas. Por no hablar del malestar que genera no la usual violencia, sino el sentirse un punto pederasta por mirar con alegría a Jennifer Connelly adolescente. No es de extrañar que sea, de su filmografía, la película que más le gusta al propio Argento. Viejo verde.
Otra cinta con título que parece secuela de ‘Suspiria’, pero que no lo es, fue ‘Tenebre’, de 1982. ¡Por el amor feck, Argento! Si ‘Suspiria’ iba sobre la tal Mater Lacrimarum, y se supone que hay una Mater Tenebrarum, ¡hay que tener ganas de confundir al personal! ¡Deja esas cosas para The Asylum!
Ésta supuso un cierto regreso del director a sus tres primeras películas (de las que hablaré luego debido a la caótica estructura de este post, que empieza a parecerse más a un guión de Lucio Fulci que de Argento). Y, si bien no era visualmente tan divertida como sus películas fantásticas por una absoluta falta de filtros que nunca aprobaría Michael Bay, poseía algunas cualidades positivas. Como un guión que, extrañamente, tenía sentido e incluía (ahora jodo el final) un bonito ‘Era él’ que extrañamente no me vi venir (ahora dejo de joder el final, pero seguro que la mayoría lo habéis leído: sus fastidiáis). Por otra parte, tampoco es una película que diera especial miedo. De hecho, quizá Argento era consciente de ello, y en la banda sonora se dedicó a poner una voz sórdida de sintetizador que no paraba de gritar en italiano ‘¡Miedo!¡Miedo!¡Miedo!’. Imaginaos, por ejemplo, cualquier comedia de esas de Globomedia con Javier Cámara en la que la música incidental tuviera a Joselito gritando ‘¡Descojonarsus, descojonarsus!’. Efectivamente: mejoraría enormemente.
Y, como se ve en este video, otro cabezazo a un cristal. Si Argento otra cosa no, pero temas recurrentes…
Siguiendo su línea de monosílabos, llegó en el 87 ‘Opera’. Una especie de versión de ‘El Fantasma de la Ópera’ en la que el director lo dio absolutamente todo. Pero entre que por aquellos entonces estaba separándose de Daria Nicolodi, su novia de cara rara coguionista de ‘Suspiria’, que una actriz lo dejó plantado, que un actor murió durante el rodaje, que técnicamente fue una pesadilla y que Christina Marsillach (Sí: la de ‘Adolescencia‘) fue un coñazo en el día a día, el tipo acabó cogiéndole un poco de manía. De hecho, años más tarde hizo una adaptación directa de la obra de Leroux para desquitarse. Una película esta última que pone de acuerdo a todos los fans del director:
Es una puñetera mierda. Yo no la he visto, pero estoy seguro de que todos los que dicen que es la peor película de Argento se equivocan. Seguro que no han experimentado ‘Giallo’. Pero, una vez más, no adelantemos acontecimientos.
Tampoco recuerdo mucho de ‘Opera’. Sólo que la vi un verano en el que estuve completamente sólo en el trabajo durante una semana. Además de jugar al Doom, resulta que había varias películas por ahí rondando, y entre ‘Emmanuel 2: La antivirgen’ y ésta, pues me decidí por más muertes a ritmo de Heavy Metal. Todavía no me explico el porqué.
Lo importante de la película, y por lo que es más recordada, es por la broma que le gasta al asesino a la protagonista: le pone agujas debajo de los ojos para que no los pueda cerrar y vea cómo mata a la gente. Un método Ludovico harcore que refleja lo poco que le gusta a Argento que la gente no se regodee en las escenas violentas de sus películas, que en el fondo es lo que más le importa de toda la fiesta.
Como ese peaso de supergrupo llamado Asia, Argento se empeña en que la mayoría de los títulos de sus películas (y los nombres de las películas) tengan que terminar en ‘A’. Así que en el 93 se marcó ‘Trauma’. Total: la mayor parte de sus personajes están traumatizados. Y la mayor parte de los espectadores, by the way.
Se trató del segundo intento de Argento de hacer una película en Estados Unidos después de su divertido episodio con Harvey Keitel del binomio ‘Los ojos del diablo’. Pero lo que salió fue más bien una cosa con pinta algo menos alocada (quizá porque ya había abandonado el amor por los colorines que tanto gusto me dieron en Suspiria e Inferno, quizá porque alteró su estilo para alcanzar el éxito en América, quizá porque el guión no parecía estar hecho por un puñado de sicópatas con problemas de retentiva). Digo que un poco menos. Porque que rara vez se puede decir que una película de este señor sea normal. De entrada, pocas cintas sobrias recuerdo con tanta cabeza cortada. Ni que una de ellas hable una vez en el suelo. ¡Las cosas que tiene mi Argento, siempre empeñado en sabotear su propia obra! Y es que lo principal de ‘Trauma’ no es su trama (¡for sale!), sino el haberse inventado un aparatito. Al igual que en ‘Opera’ todo era una excusa para poner a una chavala con alfileres debajo de los ojos, aquí todo parecía estar construido para utilizar una especie de utensilio de bricomanía infernal diseñado para cercenar cabezas poco a poco.
Lo malo es que, debido quizá a que no era ni un Argento puro ni un thriller normal de Hollywood, ‘Trauma’ fue un fracaso. Argento no dio el paso al cine americano, y no volvería a trabajar allí hasta sus divertidas contribuciones a la serie ‘Masters of Horror’. A partir de ese momento, comenzó una nueva etapa marcada por títulos de más de una palabra. Hasta que llegó ‘Giallo’. La ovra vicisitúdica definitiva.
De la que hablaré en la segunda parte de este post ¡ÉPICO! Que hacía tiempo que no tocaba uno de éstos.
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