Satán es mi señor (parte 4): ¡Elija su PAU madrileño más satánico!

Foto del autor

4.7
(23)
“Está ocurriendo. Te lo estamos contando”.


En las anteriores entregas de la saga de terror ‘Satán es mi señor’ (a quienes lleguen de nuevas, les ruego que se las lean para entender mejor lo que viene a continuación) nos dedicamos a experimentar asombro y maravilla con los errores del pasado. A uno le viene a la cabeza aquello del “para no volver a repetirlo en el futuro”. El problema es que, en términos urbanísticos, hemos vuelto a adoptar al pasado, le hemos comprado cara ropa de bebé diseñada por Ágata Ruiz de la Prada, un caro carrito marca “Maclaren” y le hemos cambiado la leche del biberón por un cóctel de Clembuterol y Red Bull.

¿El ÉPICO resultado? De entre los muchos ejemplos que Esp-p-p-paña nos ofrece, sin duda alguna los desmesurados PAUs madrileños son el hit indiscutible. Si tienen el valor de seguirnos en esta peculiar guía turística, al final se les entregará un cuestionario en el que poder elegir, de entre ellos, cuál es el que mejor encarna los valores del satanismo urbanístico. La votación se hará en la encuesta que está en el menú lateral derecho, en la parte de arriba.

Sin embargo, antes de ir PAU por PAU me veo en el deber – por aquello de que siempre habrá un sector que me tache de “panfletario” y de “anormal” – y probablemente con razón – de explicar una serie de conceptos previos sobre por qué la propia esencia de los PAU es lo que viene siendo, concretamente, una puta mierda.

La culpa fue de Le Corbusier (cha-cha-chá)… y de otros

La historia del trazado de las ciudades es una historia de prueba y error. En muchos casos, hemos visto grandes proyectos urbanísticos, modernos y racionales para su momento, que han triunfado plenamente: el París de Haussman (plan de 1852), barrios como el Eixample en Barcelona (Trías, 1860) o Chamberí y Salamanca (1860, Castro) en Madrid. Sin embargo, es un inglés – no podía ser de otra forma – el que arranca la historia de la GRAN (no, que nadie espere encontrar mucha “jrandeza” en este post) oligofrenia urbanística del siglo XX.

El señor es Ebenezer Howard – una de las personas que menos ha hecho, junto a José María Aznar, por el buen nombre del bigotón – y, en 1898, va a parir la excepcional idea llamada “Garden city”. Su simpleza mental sedujo a mucha gente (no es algo nuevo: ideas más simples como el pánico a la sodomía son las que lograrán que el PP gane las próximas elecciones, aunque vaya a perpetuar las demencialidades que ahora el gobierno nos vende como “reforma laboral”). ¿Y en qué consistía la simpleza mental de Ebenezer Howard? Pues en algo que se puede enunciar así: “El que Londres, a día de hoy, dé asco, esté lleno de caca de caballo, sea inseguro, insalubre e incómodo es culpa de que… ¡Londres es una ciudad! Ergo, lo que hay que hacer es… ¡Desmantelar la ciudad e irnos a vivir todos a bonitas casas unifamiliares al campo!”

¡Sublime! Me recuerda a los que querían arreglar los problemas de aparcamiento en Vigo echando cemento y empezando todo de nuevo. Lo que ocurre es que lo que el señor Howard plantea NO es una ciudad, sino una puta urbanización. Y, en un blog freak como éste es algo que no podemos tolerar. No porque sea un tipo de urbanismo carísimo y antiecológico (más asfalto, más dificultades para el suministro de agua y electricidad…) sino porque habíamos quedado en que una gran ciudad es un sitio que multiplica las interacciones y en el que, por ello, un freak que se vista de Ryker o que luzca con orgullo una camiseta con los pensamientos de Sheldon Cooper podría tener una posibilidad de follar, por lo menos, igual a cero. En una urbanización, teniendo que necesitar un coche – ¡anatema freak! – para llegar a un centro comercial – ¡Allí no venden Trading cards! – allá por donde Peich perdió el bolígrafo, sus posibilidades de follar son, directamente, negativas. Lo cual, traducido, significa que, el día que tenga planificado machacársela, se hará un esguince de muñeca.

Pero, en esa época, sin Internez, los freaks no pudimos hacernos oír, así que la repugnante idea de ‘Garden City’ cuajó en el inconsciente colectivo. Sobre todo en el inconsciente anglosajón, tan individualista, triunfador y Lewishamiltoniano él. Pronto, gente como Frank Lloyd Wright se sumarían a la moda planteando “utopías” como “Una persona, un acre de tierra”, lo cual, en el mejor de los casos, nos llevaría a la maravillosa, alienada y psicodramática vida de ‘Mujeres desesperadas’. Pero no os hagáis ilusiones, putos freaks: nunca podrías tiraros a Gabrielle Solis o a Mike Delfino (aunque a mí, el que me pone, es Carlos Solís, pero esa es otra historia). Por cierto ¿He dicho ya que Frank Lloyd Wright, para forrarse a saco, construía sus casas con materiales de mierda? Sí, el señor era también dueño de la constructora, lo cual ha llevado a que los presupuestos de restauración de “obras maestras” como la Ennis House sean disparatados. Un genio. Genio del mal, claro.

‘Garden City’ plantó la semilla de la destrucción. Por semilla entiendo algo de lo que puede surgir un inmenso dildo anal con pinchos capaz de realizar 2.000 sodomías por segundo estando alimentado por una mera pila alcalina comprada en el Lidl. Y ese dildo, esa máquina perfecta de tatuar “Satán es mi señor” en el ojete, lo inventó nuestro suizo capillitas favorito: Le Corbusier. ¿El nombre de su terrorífica idea?

Ville radieuse.

(Mi ordenador ha hecho un amago de colgarse al teclear esas dos palabras. ¡Con lo feliz que era el pobre escribiendo cosas bellas como “Apichatpong”!).

¿Y qué carallo es eso de Ville Radieuse, se preguntarán usarcedes? Algo tan malignamente perfecto que se merece mi aplauso. En esencia, consiste en aplicar los principios de Garden City a altas densidades de población. Con esta imagen lo tendrán más claro.


“Nuestro veloz automóvil toma esta autovía elevada entre la majestad de los rascacielos: mientras nos acercamos, se ve la repetición contra el cielo de los veinticuatro rascacielos; a derecha e izquierda, en los alrededores, están los edificios municipales y, cerrando el espacio, los museos y los edificios de la universidad. Toda la ciudad es un parque”.

Un parque para chutarse, añadiría yo. ¿No les parece esa la definición de ciudad de un perturbado? ¿De veras alguien quiere vivir en una ciudad para ver “la repetición de los edificios desde su rápido coche”? ¿Queremos las calles reducidas al mínimo porque “las intersecciones son los enemigos del tráfico”? ¿Queremos salir a la calle para encontrar sólo césped, césped y más césped? ¿Dónde están las tiendas de cómics o una ludoteca en la que jugar al Carcasonne? ¿O un bareto español donde ver la F1 y jalear el momento en el que el Mierda intentó adelantar a Webber en Singapur? ¿Eh?

Sin embargo, la Ville Radieuse sedujo a muchos arquitectos, a los políticos y a las demás mentes simples que pueblan este mundo: era algo TAN simple, esquemático, fácil de entender, hacía que la vida pareciese TAN poco compleja (sólo tienes que pasear por el parque, ir en coche por circunvalaciones y, luego, meterte en esa casa que el Corbu llamaba “máquina de vivir”) que muchos abrazaron el concepto de Ville Radieuse como los descerebrados jalearon las pelis de Mel Gibson por retratar tiempos más simples y mejores en los que sólo necesitabas tu casa y tu arma para defender a tu familia ultracristiana. Y punto.

Entre el aplauso generalizado nadie pensó algo muy simple: Ville Radieuse lo que conseguía, en realidad, era armonizar lo peor de los dos mundos. Por una parte, no lograba la vida de ciudad que SÓLO se logra interactuando en la calle como espacio publico fundamental (diversidad en la oferta de servicios, viviendas y edificios de oficinas mezclados…) y, por otra, tampoco lograba la vida de suburbio pijo de “Garden City”.

Sí, señores, Le Corbusier acababa de inventar… ¡El poligonazo!

Y también había inventado otra cosa igual de importante: su pretensión de hacer un diseño unitario y autosuficiente implicaba el efectuar una gran construcción… ¡de golpe! Olvídense de un crecimiento natural que cree diversidad. Aquí, de lo que se trata, es de efectuar una gigantesca obra pública.

Sí, señores, Le Corbusier acababa de inventar… ¡El megapelotazo urbanístico!

Esa es la grandeza maléfica absoluta de Ville Radieuse: no sólo era la peor forma posible de planificar el crecimiento urbanístico sino que, además, gracias a lo seductora que era para los especuladores, se había garantizado su triunfo. Hasta el fin de los tiempos.

O, por lo menos, hasta el Madrid de hoy en día.

De Madrid al infierno

Con la ley de liberalización del suelo del PP se pretendió resolver el problema del precio de la vivienda, por aquello de que la oferta podría atender mejor la demanda. La experiencia ya nos ha demostrado lo que pasó: el aumento de construcción generó un movimiento especulativo y una burbuja cuya mierda, al estallar, nos estamos aún limpiando ahora. Principalmente desde el paro. Algún oligofrénico argumenta que el problema es que no “se liberalizó lo necesario”. No pasa nada: en dos años Mariano nos demostrará que, liberalizando aún más, nos lloverá otro poquito más de roña con hormigón. Pero no supone aún un mayor problema. Nos cogerá inmersos aún en nuestro proceso de limpieza. Desde el paro.

Lo importante de esa ley, en el caso de Madrid, es que doña Esperanza Aguirre, en una alianza ultraterrena con Le Corbusier, nos regaló un apoteósico revival cutrón cañí de Ville Radieuse (por supuesto, esperamos con impaciencia a que el jeque de Abu Dhabi edifique los planos originales de Le Corbusier, cuyos derechos ha adquirido: para que luego digan que el Islam no es LO peor).


De la cantidad disparatada de PAUs que se construyeron se ha hablado mucho de lo desangelados que han quedado bastantes de ellos, con baja ocupación e inmensos descampados alrededor. Pero aquí no los vamos a evaluar en términos de especulación inmobiliaria.

Porque, sí, esto es un concurso: cual revista Micromanía vamos a valorar cinco PAUs madrileños en varias categorías. En la encuesta del menú derecho, podrán votar. Éstas son las siguientes:

Satanismo de la ubicación

¿Son sus accesos correctos? ¿Permite su grado de integración con la gran ciudad (calles, metro, autobús, accesos desde circunvalaciones) una vida que no sea un infierno? A mayor satanismo, mayor puntuación.

Satanismo del trazado

Dentro del PAU… ¿Cómo reaccionar una vez se sale a la calle? ¿Permite hacer algo que no sea sacar al perrins a hacer caca o endrogharse? ¿Se pueden comprar buenos tebeos?

Añadir insulto al dolor

¿Busca el PAU justificarse albergando “grandes obras maestras de la nueva arquitectura”? ¿Tiene que soportar el pobre residente a un grupo de estudiantes de arquitectura haciendo fotos a “maravillosos edificios” para, que acto seguido, regresen a sus casas en el barrio de La Latina?

Esta es la crónica de un viaje por los alrededores de la capital del Imperio, y de cómo lanavajaenelojo tuvo que sufrir en sus retinas algo parecido a su apodo cuando me hizo este reportaje fotográfico (saddest thing is, ya ha desarrollado una tremenda capacidad estética a la hora de encuadrar Satanes). Así pues, ladies and gentlemen, pasamos a la gran competición: ¿Cuál es el PAU madrileño más satánico? And the nominees are…

Las Tablas

La característica más notoria de este PAU es que, en vez de ser un desarrollo estrictamente residencial casi desde cero, se aprovecha de toda una serie de empresas que ya estaban allí, limitando con la M-40. Entre ellas, Telecinco, Globomedia y el descomunal mamotreto de Telefónica, en el que caben unos 14.000 trabajadores.

En un primer momento pensé “Hey, si se mezcla vivienda y empresa en el mismo sitio, igual tenemos un barrio más animado. Habrá gente en la calle con distintos horarios, podría florecer el sector servicios, parecer una ciudad…”. Error. Unos inmensos descampados con charcas cenagosas – y unos “parques” sin un árbol que dé una sombra decente – separan adecuadamente la zona de negocios de la residencial. Y lo que es más importante: ¿Creen que esos modernos edificios tienen suficientes plazas de parking para sus trabajadores? ¡Ni de coña! Hay unas poquitas para los jefazos y los demás trabajadores han decidido convertir el PAU de las Tablas en el gigantesco sitio en el que buscar aparcamiento a quince minutos del curro (si hay suerte). A día de hoy, toda persona que trabaje, en por ejemplo, Telefónica, necesita sus botas Wellington para atravesar los barrizales.

Existe metro, y la hora que consume yendo desde el centro siempre es preferible a los delirantes atascos de la M-30, M-40 y A-1 a las ocho de la mañana (¿se nota que he ido a currar ahí?). De todas formas, no está tan lejos y hay varias opciones para llegar, por lo que su puntuación en el satanismo de la ubicación no es muy elevada.

Respecto al trazado, se lleva más puntos, principalmente por su carácter de párking para las empresas y por sus descampados internos. Y por algo más: sus creativas soluciones a la hora de exterminar la vida en la calle. Véanlas y gocen.


En efecto, una de las características del urbanismo moderno que nace con Garden City y Ville Radieuse es que todo se va haciendo autista y autosuficiente. En vez de tener un gran Madrid interrelacionado, vamos teniendo pequeñas zonas separadas – como hablábamos de la mongólica y fallida experiencia de Canberra en el primer ‘Satán es mi señor’ – y grandes edificios que se vuelcan hacia el interior de la manzana. Y es que en la calle sólo hay gentuza, peligro y gente que te roba el carro anoche cuando dormías. Y, por supuesto, inmigrantes que quieren desvalijar tu casa. El resultado es que los edificios se diseñan con sus pilares y sus bajos despejados, siguiendo los preceptos de Le Corbusier, pero luego, a la que la realidad demuestra que eso es yonquismo… ¡Los tapiamos con hormigón! Y digo yo… ¿Tanto cuesta COPIAR las manzanas de toda la vida? Más de cien años después, Haussman, Trías o Cerdá aún están descojonándose, desde las alturas, de los edificios de Las Tablas.

No quiero despedirme de Las Tablas sin reconocerle que, aunque no haya grandes momentos de “añadir insulto al dolor”, sí que hay algún que otro adifisio que se lleva la calificación de “Satán de libro”. Y la nota final de ente PAU es…

San Chinarro

El otro de los tres PAU “pijos” – el de Montecarmelo, más anodino, y desocupado en un 70% no lo voy a comentar – nos regala con más puntuación en el “Añadir insulto al dolor” respecto al PAU de Las Tablas. En efecto, esta oda al “desde pequeñito quería hacer un edificio con el Lego” llena de dolor y regocijo el alma.


Como también lo llena esa gigantesca rotonda que le han calzado enfrente. ¡Si apenas hay tráfico que canalizar! Un dato: urbanísiticamente, se considera que el peor espacio público del París Central es la desmesurada e inhóspita plaza de La Concordia. Un desperdicio exagerado de asfalto que hipoteca toda la vida de la ciudad en uno de los puntos clave de París. Bien, pues… ¡La glorieta de San Chinarro es más grande! ¡Porque no tendremos ciudad, pero tenemos más cojones y más ganas de adorar a Satán! ¡Y porque esa sordidez de adifisio merece toda esa explanada des desde la que ser aplaudido y jaleado!

Feck, que es más grande que la puta Place de l’Etoile, donde el Arco de Triunfo… (fotos a la misma escala, se lo juro).


Otras joyas arquitectónicas de San Chinarro incluyen en ‘Edificio Celosía’: una especie de reformulación mongólica a la cubo de Rubik de las ‘Streets in the sky’. Por supuesto, con los bajos amurallados.

Sin embargo, San Chinarro tiene, curiosamente, un poco más de vidilla de calle que Las Tablas, a pesar de depender de su megacentro comercial. Feck, de hecho, intentando llegar a San Chinarro por el infierno de la A-1 (esa cosa en la que tienes que barrer la calzada más de lado a lado que Chumáquer en sus tiempos más cerdo) hablan de “Centro Comercial” en los paneles de salida. Señalizar que eso pueda ser un sitio para vivir no debió de pasar por las cabezas de esos señores. Por ello, consigue más puntos por accesos de mierda y desconexión de Madrid que Las Tablas.

PAU de Carabanchel

De entre todos los PAU, éste es el único que es una prolongación más o menos natural de la ciudad: no está separado por grandes circunvalaciones, así que, satanísticamente, tiene una mala puntuación. Sin embargo, hay que aplaudir el intento decidido para lograr que… ¡Esto no tenga vida de ciudad! La estrategia de carecer de bajos comerciales siempre es eficaz, pero está demasiado vista. Ergo, aquí es donde tiene que entrar en juego toda la creatividad arquitectónica posible a la hora de rendir culto a Satán. Y, en este aspecto, la nota del PAU de Carabanchel es altísima.

En primer lugar, tenemos amplias avenidas que podrían funcionar como zona comercial y de encuentro. ¡Anatema! Para arreglarlo, nada mejor que hacer que los edificios les tuerzan la vista. ¡Nada de mirar a la calle! La última moda es usar este tipo de enrejado que tiene todos los valores: difícil de limpiar, quita mucha luz y, a la vez, deja pasar toda la lluvia y la porquería. Satán sonríe.


Por supuesto, tampoco viene mal la opción “dura de cojones” de usar un buen hormigonazo soviético para “animar” la calle. Como decía Hans Magnus Enzensberger, toda conversación que se sostenga paseando por ahí debería terminar con un buen “¡A tomar por culo!”.




Ni que decir tiene que, cuanto más volcados estén los edificios hacia un patio interior y más se aíslen de la calle, menos vigilancia anónima habrá en esta última. ¿Receta para? Ya saben la respuesta: el clásico “Róbeme, vióleme y máteme, pero no necesariamente en ese orden”. Esto no me lo invento yo: TODOS los estudios sobre qué tipo de urbanismo evita la delincuencia coinciden en que la ciudad planteada a finales del XIX cumple perfectamente esa misión, mientras que la ciudad autista del Garden City (¿Alguien recuerda el asalto al chalet de José Luis Moreno?) o Ville Radieuse (un polígono sin yonquis en los soportales ni es polígono ni es ná) son la panacea para la delincuencia. En este sentido… ¿Pasearían por aquí de noche? Si lo hacen, Satán quedará contento.


Y los arquitectos, que tanto se han aplicado en este PAU, también. Aquí tienen una de las soluciones más celebradas para no mirar a la calle: forrar un edificio normalito con… ¡bambú! Por supuesto, el bambú sólo dura cinco años, pasados los cuales, los vecinos tienen que rascarse el bolsillo para reemplazarlo, faltaría más.

Ni que decir tiene que, el apostar por grandes patios interiores desangelados y con estritsindeskai (o por ser este barrio, digamos indejkai) es un clásico que jamás falla.


Los desangelados parques a los que llevar a cagar al perro (y punto) tienen, por cierto, una adecuada vegetación: estos peligrosos árboles de desmesuradas espinas te recuerdan, cual bella metáfora, el calvario urbanístico al que se somete a la gente.


Evidentemente, me guardo lo mejor para el final. Y lo mejor no son homenajes a la estructura de hormigón (con sus chorretones buenos, buenos) de nuestro idola-tarado Park Hill…


¡Lo mejor es el momento en el que creen que el Satanismo se arregla tirando de colorines!


Lo siento, pero la caca, pintada de colores, sólo logra ser más visible. Por muy gay que quieras pintar a Satán, seguirá siendo gay, pero de los de ‘La ostra azul’: al final, toca lo que toca.

Para redondearlo, dar un dato sobre la profesión arquitectónica: como todo buen colectivo artístico, son seres humanos. Y los seres humanos nos dedicamos a copiar como cabrones todo aquello que es la moda del momento, muchas veces con muy poco sentido crítico. En publicidad, donde yo curro, a veces veo películas y pienso “¿De verdad hace falta ver otro plano de un niño haciendo un ángel en la nieve como en ‘Olvídate de mí’?”. Pues en arquitectura ocurre igual: si viene alguien de fuera – y no te cuento si tiene un premio Pritzker – se le deja hacer lo que sea. Aunque contravenga muchas disposiciones urbanísticas (a las que los arquitectos españoles sí tienen que obedecer) y aunque, aluego, se marque esta cosa:


Cosa que a la que, por cierto, le falla la calefacción, tiene las ventanas mal instaladas, y el techo metálico tiene la fea costumbre de caerse. By the way, el adifisio (o adefesio) en cuestión está en la “Calle del Patrimonio de la Humanidad”. Lo acabarán consiguiendo, si no acaban con la humanidad antes.

Pero, la coña principal está en el momento en el que se descubren los plagios:



¿De dónde venía la idea para el adifisio de bambú?


En este caso, por ejemplo, si vas a perpetrar un adifisio que parezca un grupo de contenedores portuarios, mucho mejor calzarlo en pleno mar, como si de un carguero se tratase.


Así pues, un aplauso para Carabanchel: podrían haber logrado algo muy poco satánico, pero han logrado estropearlo con grandes dosis de colorista y enajenada creatividad. Lo que, en otros tiempos, se hacía con patadas en los huevos como los bloques de Orcasitas, ahora se hace de una manera que asombra y maravilla.


PAU de Vallecas

Now we’re talking! El PAU más descomunal en extensión de todos (736 hectáreas, frente las 400 de San Chinarro) es un prodigio en todas sus puntuaciones satánicas. Por una parte, está allá por donde Peich perdió el bolígrafo y, a diferencia del PAU de Carabanchel, sí que es una orgía de circunvalaciones (M-40, M-45, M-50, A-3, M-31). Sin embargo, en pleno arranque de pundonor satánico, el PAU de Vallecas no busca excusas: en vez de intentar prolongar los núcleos urbanos de la zona, decide realizar trazados disparatados entre los que brilla, con luz propia, el del Bulevar de la Naturaleza: un gran avenida desierta que arranca en una gran rotonda ubicada en ningún sitio para acabar en otra rotonda ubicada en… ¡Sí, en ningún sitio! Por supuesto, el metro más cercano está en Congosto, a unos 20 minutos andando. Por descampados recomendables, por supuesto. Recomendamos hacer lo que una amiga nuestra, que fingía conversaciones telefónicas con el balcón más próximo para evitar ser atracada.

Pero no sólo de trazado disparatado vive este PAU: las maravillas arquitectónicas que nos ofrece su joya de la corona – el Bulevar de la naturaleza – hacen que celebremos la muerte del brutalismo duro de cojones y festejemos el advenimiento del nuevo perroflautismo pop ecosostenible. Porque cada generación tiene derecho a que Satán sea su señor y su vida sea un infierno de una forma diferente.

Para los que estáis apuntados en el grupo de Satán en Facebook (los que no, ya os estáis apuntando), estas imágenes puede que no os sorprendan. Pero, para mí, cada vez que las veo es como si fuese la primera. Son los famosos “árboles de aire”.

La idea es que “mientras los árboles que hay plantados crecen hasta conformar un bosque” (permítanme que ría y que la experiencia nos enseñe que eso jamás ocurrirá: si acaso, lo que hay ahora será el no va más de la frondosidad) estos “árboles de aire” desarrollarán todo el efecto termodinámico y de generación de oxígeno que haría un parque de verdad. Eso, señores, se llama cháchara de teletienda. Pero no hay que convencer a científicos – que se han descojonado, y mucho, de los susodichos árboles – sino a políticos, que son los que ponen la lana y los que, luego, enseñan sus “obras maestras de la arquitectura” llenos de orgullo provinciano.


Por supuesto, de los tres “árboles”, el depósito de cerveza/latas de spray para grafiteiros es el que gana de calle.

Los edificios circundantes nos ofrecen sus placeres sutiles: por una parte, por aquello de que no es un PAU pijo, vallan las casas con menos energía hormigonil. Colarse en ellas para chutarse no es complejo.


Como tampoco lo es el buscar un rincón absurdo para mear o hacer botellón. ¡Claro que sí! ¡Lo de las fachadas en perfecto ángulo recto con la calle, sin recovecos, en plan Chamberí, es una cosa burguesa de “higienismo facha”!

Sin embargo, hay algo bello en otros edificios: se han diseñado para que puedan tener bajos comerciales. Thing is: en esta zona del PAU hay un tremendo Mercadona y, hacia el este, un descomunal IKEA. Pequeños detalles sin importancia – como que la zona esté deshabitada – que para nada afectan al pequeño comercio…

Y es que, a los grandes planificadores les maravilla que la gente no se comporte como ellos esperaban. Claro que, si para Le Corbusier, teníamos que llegar a una revolución mecánica en la que cada ser humano fuese un ente estandarizado y fácilmente reproducible – como sus edificios en serie – para así llegar a la “armonía”, ¿Qué podemos esperar de sus discípulos? Hacer algo de golpe, decidiendo dónde tienen que estar los servicios suele ser la receta del desastre.

Así y todo, este espectacular PAU puede tener una dura competencia si, abandonados a los brazos del liberalismo económico decidimos que el único problema de la burbuja inmobiliaria era que no fuimos lo suficientemente liberales y especuladores y que, pese a que estos PAU están deshabitados y a medio hacer, tenemos que lanzarnos a realizar la urbanización de… ¡Valdecarros!

Una de las cosas que venden para que parezca buena idea es que, para edificarlo, habría que cargarse el poblado yonqui de Las Barranquillas. Pero se olvidan de un pequeño matiz. ¿Ven en el mapa ese camino que corre paralelo a la M-50? Es la antigua Cañada Real. Y las «casas» que allí hay son de este tipo:


Una vez más, recupero mi diálogo favorito de ‘Sin tetas no hay paraíso’: “- Jessi… ¿Y a qué se dedican? – Pues imagínate, Catalina, a nada bueno”.

Eso sí, la antigua Cañada Real sería del agrado de un fans del zoning como Le Corbusier: el 90% de la drogha de la Comunidad de Madrid se vende ahí. ¡A eso se le llama especialización! Y también “buena vecindad para el futuro PAU de Valdecarros”…


PAU El Quiñón (Seseña)

De acuerdo, nominalmente este PAU está en Castilla-La Mancha, pero está tan claramente pensado como ciudad dormitorio de Madrid, que ruego me permitan un poco de expansionismo imperialista.

Sin arquitectos de renombre que se lo embelleciesen, Paco el Pocero (al que, en ente vlog, habíamos hecho protagonizar la peli porno “Llave en mano, polla en el ano”) se lanzó a realizar una macrourbanización en medio de la nada y rodeado de todo tipo de sospechas contractuales. Sobre todo, sus trapis para el suministro del agua, lo cual explica la gran calidad de sus fuentes y jardines.



En ese sentido, por satanismo de la ubicación, es imposible superar la nota de este PAU. Además, el carril de incorporación a la A-4 es cortísimo sin justificación. ¿Es eso visión de futuro para un sito que aspira a alojar a más de 14.000 familias?


La nota para el satanismo del trazado también es alta. Cierto, toda una serie de litigios – nada que ver con la arquitectura – han logrado un efecto impresionante: bloques y bloques de viviendas desocupados, con las persianas echadas… ¡y con las calles valladas! Es como ver una ciudad en celofán, pendiente de estrenar. Aunque, qué quieren, me haría más ilusión quitarle el plástico a un dvd de ‘Troll 2’. Aunque esoo supusiese que luego tuviese que verme la peli en cuestión.


Sin embargo, la idea que tenía el Pocero sobre lo que debía ser un parque me parece más humana y vivible que casi cualquier otra cosa que he visto en los otros PAU, pero donde no hay gente…



Seseña falla a la hora de añadir insulto arquitectónico al dolor, pero Paco el Pocero logra suplir sus carencias arquitectónicas con buenas dosis de sordidez old school. Así, si bien nos maravilla entrar viendo el letrero de “Residencial Francisco Hernando”, la cosa mejora notoriamente cuando vemos que el parque lleva el nombre de su mujer – María Almudena – y que, decorando el PAU, hay una estatua de sus padres. Denme antes esta egolatría canónica que la de cualquier arquitecto plagiando a un estudio holandés.


Mientras lanavaja me hacía las fotos, lo cierto es que no sabíamos si sentir alucine, miedo o pena ante el desierto en el que estábamos. Tengo que confesar que sí que me hace cierta ilusión que proyectos de este tipo se vayan al carallo, sobre todo por aquello de demostrar que el modelo de crecimiento basado en el zoning y especular zonas residenciales es una puta mierda que convierte nuestra vida en un infierno. Al lado de Seseña, una población como Illescas demuestra que se pueden hacer las cosas de otra forma. Still, Illescas no puede presumir de inversiones tan creativas como las de Paco el Pocero: para promocionar su flota de jets privados decidió invertir en la producción cinematográfica; y el éxito que tuvo la fortuna de elegir fue…

…’Manolete’.

…Y ahora les toca votar a ustedes en la encuesta que aparece en el menú derecho, arriba del todo (no en comentarios): ¿Qué PAU madrileño les ha causado más asombro y maravilla? ¿Existirá otra competición así dentro de 100 años a la que llamen ‘Ville Radieuse 3: ni Bogaloo ni Paul Rodgers, te jodes’? ¿No habremos aprendido NADA? ¿Satán seguirá siendo nuestro señor?

Posiblemente…

Como bonus track, un momento infame para desanimar el posible trollismo: aquí estamos Paco y yo con un grupo de arquitectos. Estamos en su facultad dibujando con tiza, en el asfalto del parking, el Modulor más grande del mundo. Sí, aquella cosa que se inventó Le Corbusier para las proporciones (una de sus consecuencias más inmediatas fue una drástica bajada en la altura de los techos de los pisos).



Así que ahí estamos rindiendo pleitesía al Corbu. Porque lo de la coherencia está claro que no es lo nuestro. Y la sordidez sí: dibujábamos el Modulor como parte de una despedida de soltero. Sa-táááááááááááááááán.

PD: Mil gracias y un satánico abrazo a Carmen, Miguel Ángel y Antonio por toda la ayuda y documentación para hacer este post. Su santa paciencia arquitectónica para conmigo no es mesurable.

ACTUALIZADO: ¡Ganó Vallecas! Ahora que el Rayo anda en dire straits, necesitaba vencer en algo:

Vota esta publicación

¡Haz click en una estrella para puntuarla!

Puntuación media 4.7 / 5. Recuento de votos: 23

No hay votos hasta ahora! Sé el primero en calificar esta publicación.