
Novia – Por supuesto, amor.
Novio – ¿Tú miras tu ñordo después de cagar?
Esta es obviamente la conversación que debería tener toda pareja si quiere que la reconozcan como tal. Concretamente, que la reconozcamos Vicisitud y yo, porque el resto de la sociedad huiría despavorida. Y probablemente la novia. Que los sórdidos tienden a la soltería por un motivo claro.
Pero no se trata de una cuestión baladí. La contemplación de la propia caca es algo muy importante. Que dice mucho de una persona. Yo no suelo mirar atrás después de defecar. Y eso está mal. Mirar atrás es un acto reflexivo esencial para la psique humana. Y una guarrerida, en este caso. Pero una guarrerida necesaria. La forma en la que nos relacionamos con nuestro ñordo dice mucho de las personas.
De hecho, el eminente filósofo a tiempo parcial y onvre a tiempo completo Slavoj Zizek (de ahora en adelante, y para simplificar las cosas, lo llamaremos ‘Mxyzptlk’) es uno de los principales expertos en reclamar la importancia de contemplar la mierda.

Para él, la mierda representa la manera de pensar. ¡La caca es el pensamiento! Leyendo muchos de mis posts, no tengo ninguna duda de ello. Pero, acojonado, me pregunto: ¿es, por consiguiente, Hamilton la personificación del pensamiento humano? Aterrado, decido no seguir pensando. Que se me da mal.
1.- En el retrete tradicional alemán, el agujero por el que desaparece la mierda está delante, por lo que el zurullo cae en una superficie en la parte de atrás. De esta manera, el buen germano se encuentra a su zurullo directamente. Como si fuera el mismísimo señor mojón, le habla. Puede inspeccionarlo, husmearlo y, si le cae bien, irse de copas juntos. Es, por lo tanto, el retrete obsceno (alemán, claro) y el más METAFÍSICO: el alemán estudia y contempla.
2.- El retrete francés tiene el agujero más grande y está justo detrás. Así, el excremento cae directamente y desaparece misteriosamente como si Juan Tamarit estuviera contigo en el baño (situación que, obviamente, haría que el tiempo en el retrete fuera mucho más divertido). Nada de quedarse a mirarlo. Por diosss. Qué vulgaridad. Los franceses son, por lo tanto, políticamente radicales: hacen desaparecer lo que no les gusta.
3.- El váter anglosajón es una combinación mucho más guarra. El zurullo (o los zurullos, dependiendo de tu relación diaria con los All Bran y si te has tomado un kivi para desayunar) se queda flotando, pues tiene mucha más agua en la taza. De esta manera, se diluye poco a poco y no se puede ver con claridad. Los anglosajones son transparentes y pragmáticos, pues no analizan el zurullo y dejan que se disuelva poco a poco.
¿Y cómo sería la relación hispana con la mierda? En mi caso, no tengo ni idea. Básicamente porque me da mucho asquito mirar a los mojones. ¿Y si algún día me devuelven la mirada y me gritan un ‘¡Tú qué coño quieres!’? Además del susto, imaginaos el aliento. Por no hablar de que, cuando miro atrás, ya están cubiertos de miles de capas de papel higiénico. Porque no hay sensación menos gratificante que levantarse para ver tus heces y sentir cómo las nalgas restriegan todo lo blando. No. Yo soy mucho más limpito que eso y hasta uso toallitas de bebé. ¿Significará eso que no me gusta enfrentarme a mis propios pensamientos?
Pues no. Porque Mxyzptlk también nos enseña, en su inmensa sabiduría, que hay una relación entre el zurullo, su comportamiento en el retrete… y EL CINE.
Porque el cine es una mierda. No en el sentido de ‘Canino es una mierda más mala que Manos The Hands of Fate porque ni siquiera tiene la modestia y honestidad de esta última’. No. Veamos lo que quiere decir nuestro filósofo checo favorito:
“Cuando tiramos de la cadena, los excrementos desaparecen de nuestra existencia (..) hacia un mundo de tinieblas, una realidad primordial y caótica. Y, el horror definitivo, por supuesto, es si los objetos regresan de esa dimensión”.
Esto es: los zurullos se emparentan con el terror zombi. No en vano son las criaturas cinematográficas que causan más pesadillas: son grotescas apariciones que regresan del más allá. ¿Qué da mas miedo y desazón, The Walking Dead o que tires de la cadena, veas desaparecer el zurullo y luego reaparezca de la nada? Yo lo tengo claro: ninguna de las dos cosas. El horror es el mojón flotante que no quiere marcharse por mucho que pulses el botón de la cisterna. Pero eso es otro tema.
Porque lo importante es que nuestro héroe de curioso nombre, en su documental Guía de cine para pervertidos, se descuelga a continuación con el siguiente pensamiento:
“Cuando los espectadores estamos sentados en un cine, mirando a la pantalla (recuerden que, al principio es una pantalla en blanco en sombras antes de la peli y, a continuación, se le lanza la luz), ¿acaso no estamos básicamente mirando un retrete esperando a que las cosas reaparezcan? ¿Y acaso no es el espectáculo una clase de engaño que intenta ocultar el hecho de que estamos viendo básicamente mierda?”
Sí señores: el cine es una realidad (nuestros propios pensamientos) reaparecida de forma mutada cual Godzilla de la vida. Temible y fascinante al mismo tiempo. Y, por supuesto, no es una realidad intrusiva: es necesaria. Como ese calcetín desparejado que vuelve del mundo lovecraftiano del Monstruo Devorador De Sólo Un Calcetín, la aparición es sorprendente y bienvenida.
Entonces, ¿por qué veo tanto cine y no miro mi propia caca? Por falta de coherencia. Así que ya estoy imbuyéndome del espíritu germánico y analizando toda hez que se me ponga por delante. Incluso si es un zurullo de coña. Pero con cuidado. Que ya nos advirtió Top Secret:
“¿Zurullo de coña? Yo no trabajo ese artículo”