Pero hay otro medio muy dado a la adicción masoquista: los tebeos. Yo, que no soy tan pan-freak como parece, nunca he sido mucho de comics. Básicamente porque los baratillos (aparte del ocasional Copito) siempre fueron los de superhéroes, y eso de meterme in media res en una cosa con cientos de tebeos detrás y miles por venir me daba pereza. Por no hablar de esos titanes del aguante anal que son los fans de toda la Patrulla X y sus millones de spin-offs, retrocons y patadas en los huevos a lo largo de las décadas.
Así que no ha sido hasta que he tenido un sueldo decente que he empezado a comprar más cosas europeas. Algo que ha ocurrido hace bien poco.
Concretamente, un buen día en el que estaba dispuesto a ir a ver Ice Age 3, pero una vez llegado al cine me dijeron que tenía que comprar la mierda de las gafas 3D sí o sí a pesar de llevar unas propias. Así que saludé al encargado del cine con el dedo corazón y decidí gastarme el dinero en cualquier otra cosa. Fue entonces cuando recordé las inmortales palabras de Vicisitud:
– «Toma. Este es tu regalo. Es Siniestro de Uwe Boll. Por joder».
Bueno, en realidad no fueron esas. Básicamente porque no fue entonces cuando recordé esa frase. Más bien es algo que tengo en mente absolutamente siempre, acompañado usualmente por un ‘¡Será cabrón!’. Lo que recordé fue:
– «La marca amarilla es uno de los tebeos básicos de la historia del comic franco-belga».
Yo tenía una ligera idea de que la serie de Blake y Mortimer era algo que había ojeado, pero que nunca me había convencido. Así que mi sentido arácnido pitó como loco.
Con todo, me lo compré. Así, en un pis pas y sin la ayuda de drogas.
Tras leerlo, mi impresión fue ago así como: ¡Ay la leche, esto me ha encantado pero me ha dado una vicisitud tremenda! ¡Es como leer un tebeo de Tintín pero con textos de vicisitud! ¡Es sublime y ridículo al mismo tiempo! ¡Es como el rock progresivo! Y, por supuesto, la usual: ¡Mi dinero! ¡Uno y no más! ¿Pero en qué estaría pensando?
Así que me compré otro.
Y como hay poca información en español de esta serie, decidí hacer un post. Pero me es muy difícil expresar en palabras o en eructos los motivos por los que esta serie me hace enrojecer de vicistud.
Los aspectos positivos están claros: su estilo (llamado por los que saben ‘línea clara’) recuerda a Tintín. Feck, el creador, Edgar P. Jacobs, fue colaborador de Hergé, y uno de los encargados de hacer fondos de sus álbumes (desde El Tesoro de Rackham el Rojo hasta El templo del sol) y de redibujar algunos

antiguos (destacando sobre todo su cojonero nivel de detallismo en El cetro de Ottokar). Tras separarse de Hergé, comenzó a publicar en la revista de Tintín su propia serie: Las aventuras de Blake y Mortimer. Esta primera historia se llamó El secreto del Espadón. Básicamente, el señor cogió a un par de personajes de su primer tebeo en solitario, un clon de combate de Flash Gordon llamado El Rayo U, y les cambió el nombre. Por el camino, se le olvidó darles un poco de personalidad o, al menos, humanidad.
Claro que esto se trata de un problema menor. Nada más empezar el tebeo, el lector empieza a enfrentarse a la principal característica de estilo de Jacobs y motivo por el que muchos críticos de tebeos se meten con él: el exceso de texto superfluo.
Empezamos con algunas viñetas:

‘Mnnn’, pensamos, ‘No sé si este texto explicativo aporta mucho’. Pero no puedo dejar de añadir: ¿Quién soy yo para meterme a alguien por verborreico? Además, cuanto más texto, más tardas en leerlo y más se amortizan los 14 euracos. Sí. Soy así de agarrao.
Pero luego pasamos las páginas. Seguimos leyendo y entOOHJODERMECAGOENLAPUTAQUÉESESTO!!!

Leed, leed, malditos.
Ahí tenemos el principal motivo de horror insondable que se tiene al echarle un vistazo a esta serie de tebeos. Inmensas parrafadas extremadamente detalladas que tampoco importan demasiado. Y que acojonan.
La historia de El secreto del Espadón se sitúa en una hipotética Tercera Guerra Mundial iniciada por La Amenaza Amarilla. Tenemos que comprender que, por muy vergonzoso que parezca, estamos hablando de un año después del fin de la II Guerra Mundial. Otros tiempos en los que todo lo oriental levantaba sospechas y daba un poco de miedo. No como hoy, que todo lo oriental recuerda a tentáculos violando a colegialas y, con suerte, a una geisha robot-tanque disparando con sus tetas ametralladoras y peleándose contra una ciudad móvil poblada por un ejército de prostitutas.

Y esa película EXISTE.
Lo gracioso de las primeras páginas del tebeo son dos aspectos de gran
atchonburikismo:

El primero es que los orientales conquistan el mundo en 24 horas. Y todo ello lo vivimos, emocionados… ¡porque te lo cuentan por la radio! ¡Es como si el comic fuera una película de bajo presupuesto! La
Asylum al menos habría usado un par de planos de CGI cutres de otras de sus películas para hacer un par de escenas de devastación. Pero no Jacobs. Él, como si fuera un Roger Corman de la tinta, se limita a poner unos paneles pequeñitos de monumentos ardiendo (entre ellos, la torre Eiffel, porque no olvidemos la máxima de que en cualquier imagen de París se puede ver a la torre en cuestión).
El segundo gran aspecto es más chocante para el lector. Verán ustedes: si empiezan a coleccionar esta serie (¿y por qué no iban a hacerlo?), observarán que este primer capítulo es… el número nueve. ¿Por qué harían esto? ¡Si hasta el vergonzoso Tintín en el Congo es el primer tomo de su colección! La respuesta es muy clara: porque los editores lo leyeron. Y vieron la cutrez. Y supieron que la cutrez no era buena.

¿Y cuál es esa cutrez? Pues que, al igual que Hergé, Jacobs volvió a dibujar el tebeo para su edición independiente en 1950. El motivo: por una parte que el dibujo inicial se parecía más a su seudo-Alex Raymond de El rayo U que al estilo que desarrolló en las últimas páginas de la historia, más a lo Hergé. Pero lo más vergonzoso es que… se limitó a hacer las primeras 17 páginas. Así, simpáticamente, llega un punto en que no sólo el dibujo es distinto, sino que Blake y Mortimer también lo son. El pobre profesor Mortimer en particular es enteramente otro señor. Pero no importa, pensaría Jacobs… ¡porque durante gran parte del primer tomo, justo cuando cambia el estilo de dibujo, llevan cascos! ¡Así no se les ve bien!

¿Qué llevaría a un tipo tan cuidadoso a perpetrar tamaña chunguez? No lo sé: no sólo hay poca información en internet sobre Jacobs, sino que además ni soy médico ni entiendo de problemas neuronales.

La segunda aventura de los personajes, y primera en orden de venta, es El misterio de la gran pirámide, un intento de Jacobs de recordar a Los Cigarros del Faraón. El mundo, que había quedado hecho un cristo después de El secreto del Espadón, ya está completamente reconstruido, quizá gracias a la eficacia inglesa, quizá porque a Jacobs le salió de los cojones. Aquí ya están establecidas las personalidades de los protagonistas:
Blake es un gentleman inglés extremada y relamidamente correcto en el habla, así como falto de defectos, sin otra vida que su dedicación al Servicio Secreto.
Mortimer es un gentleman escocés extremada y relamidamente correcto en el habla, así como falto de defectos, sin otra vida que su dedicación a la ¡CIENCIA!. Y dice ‘By Jove!’ de vez en cuando. Porque la serie está plagada de momentos en los que los protagonistas se ponen a hablar en inglés, un recurso que recuerda en su chunguez a eso que pasa en las películas cuando la gente de otros países se pone a hablar entre ellos con acento.
Con el tiempo, Mortimer acabaría convirtiéndose en el protagonista de la serie, pues, al menos presenta una ligera tendencia a la curiosidad que, quiera que no, favorece la acción. Aunque son más las veces que acabamos pensando que tantos conocimientos de física quizá no le hayan dejado espacio para el sentido común.

El tercer personaje principal de la saga también vuelve a aparecer tras ser el antagonista de El secreto del espadón. Se trata del coronel Olrik, un gentleman extremada y relamidamente correcto en el habla, sin otra vida que su dedicación a ser malo. Al menos sí que tiene un defecto: en la gloriosa tradición del Moriarty de los dibujos animados de Sherlock Holmes, sale en casi todas las historias y siempre la caga por no matar a los protagonistas cuando tiene la oportunidad.
Mientras que Blake tiene un imponente bigotón, Olrik es el orgulloso poseedor de un fino bigotillo, lo que automáticamente quiere decir que es el villano.

Curiosamente, el dibujo del personaje se basa en el propio Jacobs. Así es: mientras que Hergé se veía a sí mismo como el amariconado y extremadamente soso Tintín, Jacobs se identificaba con el malo. Lo cual le honra.
El misterio de la Gran Pirámide es una de las mejores aventuras de la serie, a pesar de que al final se pone en plan místico y echa mano de un Akenatón ex machina mágico para resolver la cuestión. Pero lo curioso es que, en lugar de hacerlo de manera eficazmente misteriosa y vaga, Jacobs trata el tema sobrenatural del mismo modo que todo: ¡poniéndose a dar sermones! Aparece un señor que no sólo nos cuenta media historia de Egipto en dos páginas, sino que se dedica a explicar cada detalle de sus invocaciones. Sería una de las pocas veces que Jacobs recurriera a la fantasía en lugar de la ciencia ficción, quizá en vista de lo cutre del resultado.

La siguiente historia fue La marca amarilla. La aventura seminal. Uno de los tebeos más importantes de la historia del comic. LA imágen de portada más popular de Francia y Bélgica.
Que está muy bien a pesar de fallos de eje y nimiedades por el estilo hasta que llega el tercer acto y Jacobs recurre a la mítica figura de… ¡el científico loco! Quizá descontento con la intervención divina del final de El misterio de la gran pirámide, al autor le da por la ciencia ficción para resolver las incógnitas de la trama. Sólo tiene que sustituir a un sacerdote que te cuenta media historia de Egipto por un profesor hipnotizador loco que te rellena dos páginas con seudociencia de la buena.
Un tic palabrero que volvería dos libros más tarde, tras un breve paseo por la Atlántida inspirado en las peripecias de su primer tebeo El rayo U. La verborrea cientificoide retomaría el protagonismo de S.O.S. Metoros, álbum en el que no hay ni un meteoro. Pero sí otra cosa. Porque los protagonistas son… ¡los meteorólogos!

Efectivamente, Jacobs, desafiando todas las convenciones y el sentido común, se marca una historia en la que los héroes son los hombres del tiempo. Lo malo es que NO se trata del tío de la Sexta y sus chistes jloriosos. El humor y los tebeos de Blake y Mortimer se llevan más o menos igual de bien que el chorizo y la nocilla en un bocata de calamares. Lo que tenemos son señores científicos que, sí: lanzan sus buenas peroratas. ¿Qué será después? ¿Un tebeo con bibliotecónomos como protagonistas? No duden de que yo lo compraría. Si lo encontrara barato. O mejor si me lo prestan.
El caso es que S.O.S Meteoros es casi una excusa para que el autor se ponga a dibujar zonas de Francia que le gustan. Hasta hay una web de un perturbado dedicada exclusivamente a comparar lugares reales con los dibujos de Jacobs. La trama: pues que Mortimer se pone curioso, descubre un complot para controlar el clima y lo aborta. Blake anda por ahí buscándole, más o menos reafirmando la estructura de toda la serie.

De hecho, en el siguiente La trampa diabólica, al pobre inglés le dan concretamente por culo y prácticamente no aparece. Es como si Jacobs tirara la toalla y, en lugar de desarrollar y darle un poquito de personalidad al bigotudo militar, pasara olímpicamente de él. En la adaptación animada, al menos, hacen que los dos amigos (o, digámoslo ya: amantes) viajen juntos.
Este tebeo, generalmente considerado como uno de los más flojos por el superfluo detalle de que el plan del malo no tiene mucho sentido, va sobre viajes en el tiempo. Eso demuestra que ‘generalmente considerado’ suele traducirse como ‘no le hagas ni caso a lo que dicen’, porque, como todos sabemos, un viaje en el tiempo mejora automáticamente una historia en un 27%. Lo mismo que la aparición de Nathan Fillion en cualquier producto audiovisual. La trampa diabólica tiene la preciosa distinción de, además, ser el único episodio en el que no sale el malo de siempre, lo cual es de agradecer.

Para la siguiente historia, El caso del collar, queda claro que el autor no sólo está harto de Blake. Es que Mortimer tampoco es el protagonista real, metiendo porque sí a un inspector de policía francés como verdadero personaje principal durante un buen puñado de páginas. Premio al que adivine si se trata de un señor con personalidad o un monigote bienhablado. Y que nadie espere al ver el título el equivalente a Las joyas de la Castafiore en versión Jacobs. Nada de cachondeo metalingüístico. Aquí, por no haber, no hay ni fantasía ni ciencia ficción. Ni policiaco de verdad si me apuran. Lo único que me encontré al leer esta historia fue con catorce euros menos y el planteamiento de que este impulso completista estaría mejor encauzado si lo dedicara a las obras completas de Sasha Grey. Menos la peli de Sordiberg. Menudo coñazo.

Para cuando publicó el desangelado Las tres fórmulas del profesor Sato (Primera Parte), Jacobs no sólo curiosamente dibujaba cada vez más realista y feo, sino que perdió el interés en sus tebeos. De hecho, tras ver La Guerra de las Galaxias comentó que sus aventuras eran la de la ciencia ficción de un abuelo comparadas con la excelencia lucasiana. Así que alargó la publicación de la segunda parte más que George R.R. Martin y, sí: la palmó. Quiera peich que no le pase lo mismo al gordo de Canción de hielo y fuego. Si eso ocurre, estoy seguro que el universo freak viviría el día como el del Crack del 29, con gente con camisetas de los Stark (o, en el caso de personas de nerdismo profundo, los Greyjoy) saltando por las ventanas.
Pero unos lustros más tarde, la editorial perdió los derechos sobre los tebeos de Asterix. Así que necesitaba otra franquicia. ¿Acaso pensabais que esas cosas sólo se daban en Hollywood? Y, al contrario que los pesados herederos de Hergé, se permitió que se rescatara la serie. Primero con la esperada por algunos perturbados secuela inconclusa de Las tres fórmulas del profesor Sato, la cual terminó de dibujar Bob de Moor, que además de ser otro de los colaboradores más célebres de Hergé, tiene el nombre más chiquitistaní de la historia del tebeo y nada más que por eso es icono de ente bloj justo al lado de Apichatpong Weerasethakul.
Y después, vino lo bueno.

Como resulta que se trataba de una serie mítica, uno de los mejores guionistas del panorama franco-belga, Jan Van Hamme, y uno de los mejores ilustradores, Ted Benoit, hicieron la primera secuela 100% nueva. Una aventura inspirada en Los 39 escalones centrada para variar en Blake y que escondía una sorpresa.
Y es que El caso Francis Blake es… ¡mejor que cualquier cosa del autor original! Y no sólo eso: todos los tebeos posteriores (algunos de Van Hamme, otros de Yves Sente) me gustan muchísimo más. Los nuevos ilustradores mantuvieron el estilo de dibujo de la época dorada de Jacobs, lo cual mejoró las cosas. Pero es que los guionistas decidieron ser fieles al estilo sobrexplicativo y farragoso del original, amén de a sus diálogos en los que hasta los secuaces de los malos hablan como ponentes en un curso de doctorado. Y, sin embargo, consiguieron que la cosa funcionara de maravilla.
O es que yo ya les he cogido cariño a los personajes y me lo trago absolutamente todo.
Probablemente sea eso.

Poco después de la publicación de El caso Francis Blake, los creadores de la serie de animación de Tintín decidieron adaptar las aventuras de nuestros correctos héroes. Los guiones son bastante fieles, con dos cambios: el intentar darle un poco más que hacer a Blake y cambiar al usual expresión de ‘By Jove!’ de Mortimer por la más sonora ‘By the tartan of Clan McGregor!’, en un fútil intento de crear una frase pegadiza para que la repitiera la chavalería. De ilusión también se vive.
Pero como el número de volúmenes de Jacobs no daba como para una temporada completa, hicieron cuatro guiones originales. A continuación, y por el bien de la humanidad, paso a describiros con minucioso detalle cada uno de ellos:
Son una mierda.
Y con esto termino el post. Actualmente, Van Hamme está inmerso en una trilogía, La maldición de los 30 denarios, cuyo primer volumen está bastante bien. Obviamente, me compraré los demás, pero me da cierta pena el haber completado ya una etapa de mi vida obsesivo-compulsiva. Claro que, ahora que lo pienso, Can De Moor también tiene sus tebeos en solitario…
¡QUIETORL, PACORL!