Satán es mi señor (parte 3): Las 14 mejores películas sobre arquitectura satánica.

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¿Le apetece ver Satanes pero le causa una tremenda vagancia ir hasta el Corte Inglés de AZCA con la esperanza de ser violado en sus absurdos túneles? ¿O una pereza todavía mayor esquivar jeringuillas tiradas por el suelo en el Ruedo de Moratalaz? ¡No hay problema! Desde prácticamente sus orígenes el cine ha tenido claro que, puestos a convertir la vida de los personajes en un infierno, la arquitectura de Le Corbusier and Friends era un elemento inapreciable. Por eso, en este post, les vamos a permitir disfrutar el satanismo desde el confort de su sofá y con la posibilidad de hacer un bello fast forward cuando el exceso de hormigón haga daño a sus intestinos.

El criterio para elaborar esta lista no se basa, estrictamente, en tener la mala idea de colocar tu cámara delante de un Satán. Eso está al alcance de cualquiera. Lo que aquí nos interesa son las cámaras que ruedan crímenes arquitectónicos contra la humanidad… Y LO SABEN. Por ese motivo, no se incluye aquí el Free Cinema inglés. Más que nada porque, en ese país, y en plena década de los 60, lo difícil sería colocar la cámara sin una cagarruta brutalista en algún lugar del encuadre. Tampoco valdrían cosas como, por ejemplo, ‘The International’ de Tom Twyker: pese a que la colección de Satanes que presenta es espectacular, el director lo hace sólo para darle un aire cool a la peli (¡Mira, una hormigonada de Zaha Hadid! ¡Mola! ¿Habrá invertido la Junta de Aragón la mitad de su presupuesto en eso?). Eso sí, el regusto que deja esa película es que, cada vez que sale uno de esos edificios, uno sólo puede decir: «Ahí dentro no va a pasar nada bueno». Y acierta.

Ladies and gentlemen, flagélense y sufran con los catorce mejores Satanes de la historia del cine:

Accesit: El coloso en llamas (The Towering Inferno, John Guillermin, 1974)

El hortera rascacielos de lujo en el que se reúnen una buena cantidad de decrépitas viejas glorias de Hollywood no puntuaría excesivamente alto, a primera vista, en una escala de satanismo estético. Sin embargo, la grandeza moral del final merece, aunque sea un accesit/mención en esta lista. ¿Es que acaso no les parece impagable que las últimas palabras de la peli, intercambiadas entre el jefe de bomberos y el creador del edificio sean las siguientes?

STEVE MCQUEEN: Algún día, morirán 10.000 en una de esas ratoneras. Y yo tragaré humo y sacaré cadáveres…hasta que nos consulten cómo construirlos.

PAUL NEWMAN: De acuerdo. Se lo consultaré.

STEVE MCQUEEN: Ya sabe dónde estoy. Adiós, arquitecto.

Ay, si les hubiesen consultado los arquitectos a tantos residentes de los polígonos…

14. Exaequo: Ricky (François Ozon, 2009) / ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (Pedro Almodóvar, 1984)

Dos películas europeas, cada una a su peculiar y fistra manera, se plantean qué tipo de cosas les pueden suceder a las personas que viven en Satanes de protección social. Tanto en el barrio de Victorine-Autier (Amiens) como en el barrio de la Concepción (Madrid), la respuesta de los dos cineastas es la misma: ante un satanismo tan desbocado, los niños pequeños deciden protegerse de éste… ¡Desarrollando superpoderes! En el caso de Almodóvar, tenemos la telequinesis. Ozon, en cambio, hace un particular remake del ‘Toby’ de Lolo García optando porque al bebé que vive en el Satán gabacho… ¡le salgan alas y se convierta en ángel! Cualquier medio es correcto para huir de un Satán, claro que sí.

Gracias a Google Maps – toda una bendición para fans del satanismo como yo – pueden disfrutar, con toda libertad -graicas a la movilidad que da el Steet View – de estos lugares:

Victorine-Autier (recientemente demolido, ante la vergüenza propia que le dio a los gabachos el contemplar la peli de Ozon)


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…y el barrio de la Concepción:


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¡A pasear!

13. El día de la Bestia (Álex de la Iglesia, 1995)

Sólo es un edificio (o dos, según se mire). Sólo es un plano fugaz en medio de una película más larga. Pero pocas cosas más perfectas sobre arquitectura se han dicho jamás: ahí nace el Anticristo.

12. Koyaanisqatsi (Godfrey Reggio, 1982)

Cuando se televisó la demolición de Pruitt-Igoe mucha gente pensó, ilusionada, que aquello era el principio del fin de la arquitectura satánica. Claro que Bob Dylan también pensaba que los tiempos estaban cambiando, Felipe Massa que podría ser campeón del mundo y una muchacha, en una piscina del polígono, que si se corrían dentro de ella, el cloro del agua evitaría que quedase preñada.

De todas formas, aquello fue como el gol de Iniesta: no volveremos a ganar un mundial en la vida, pero la felicidad de aquel día no nos la quita nadie. Y esta película conservó esa euforia para el recuerdo:

Ojalá algún día se ruede algo así de bello con Las Tablas, o Bellvitge, o cualquier PAU madrileño.

11. Brazil (Terry Gilliam, 1985)

Terry Gilliam se tomó en serio eso de que los edificios satánicos eran una agresión para el ser humano: no le llegaba con calles opresivas y streets in the sky aquí y allá, no… En su mejor secuencia, los edificios surgían sorpresivamente de la tierra para hichar a hostias al pobre protagonista (en esta ocasión, ser un ángel, al revés que al niño de ‘Ricky’, no le sirvió para nada).

Sorprendentemente, pasan los años y, en vez de aprender la lección, llega Christopher Nolan y nos plantea que el mundo que una pareja sueña en amor y compañía es… ¡Un sembrao de satanes! ¡Y plantaos delante de la playa, ganando por goleada a Benidorm! Y así nos va… Encima, además de reírle la gracia, una parte de la población dedica un porcentaje sustancial de su tiempo a partir la cara a quien se meta con el director del Caballero Oscuro… ¡Sin cobrar por ello! Luego nos extrañan las cifras del paro…

10. Michael Caine se vuelve facha: de Get Carter (Mike Hodges, 1971) a Harry Brown (Gary Young, 2009)

Michael Caine ya había rodado ‘Alfie’ y ‘The Italian Job’, pero tuvo que esperar a ‘Get Carter’ para ser el nuevo héroe sórdido que la degradada Inglaterra de los años 70 necesitaba. Y vaya que si lo logró. El argumento de ‘Get Carter’ es una nadería que sirve de excusa para que Michael Caine se limite a acumular una sordidez tras otra: follar con su novia por teléfono poniendo así cachonda a su porcina casera (a la cual se tira a continuación), salir a la calle a tirotear a la gente en pelotas (recordémoslo: estamos hablando de Michael Caine, no de Xabi Alonso) y, para redondear la película ¿Por qué no rodar el clímax en uno de los top five del brutalismo británico?

El Tricorn de Portsmouth se convertía – en un acto de sabiduría guionística – en «el palacio» del malo chungo que prostituye a menores de edad. Que, en el momento en el que Caine irrumpe en el Tricorn, el maloso esté hablando con los arquitectos que le van a diseñar su Satán deja a esta película en una gran posición ética: los satanes son la creación de unos gilipollas para gentuza.

¿Y qué puede pasar en ellos? Pues, lo mismo que le dijo la Jessi a Catalina cuando le preguntó que a qué se dedicaba el Duque: «Nada bueno».

Por supuesto, el sentido común se impuso, y el Tricorn fue destruido, para gran regocijo de los habitantes de Portsmouth, dolor de algún perturbado y lagrimita varios cinéfilos. Feck, era «el parking de ‘Get Carter'».

Décadas después Michael volvió a los satanes que le vieron crecer en Elephant and Castle (un polígono de Londres). Esta es la pintilla que tenía:


Generaciones de calorros ingleses – chavs, hoodies… – habían aprovechado todas las posibilidades que las streets in the sky, los pasos subterráneos y demás ponzoñas que el urbanismo inglés creó «en nombre de la higiene» para convertir la vida de los residentes en un infierno. El shock que experimentó Michael, unido al inevitable grado de demencia senil que aporta la vejez, hizo pasase de ser un histórico votante laborista a dar su total apoyo a David Cameron para que terminase con esa ignominia por las malas.

Y, para demostrarle cómo hacerlo, rodó – a su edad… – una peli de vigilantismo «de las que van en serio». O sea, tremendo coñazo sin los valores erótico-oligofrénicos que la Cannon supo dar a las secuelas de ‘Death Wish’. Pero, joer… ¡¿Puede alguien resistirse a los valores estéticos de esos satanazos?! En un momento un personaje de la peli los llama «Shithole».

Se queda corto. Paseen por aquí en Google Maps, si hay huevos:


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Curiosamente, Heygate Estate no es, ni de lejos, el Satán favorito de los londinenses. La Trellick Tower, del arquitecto Ermo Goldfinger – autor de otras ovras en Elephant and Castle – es, de calle, la auténtica torre de los horrores de la city: ante las violaciones sistemáticas que se producían en la torre de hormigñon que albergaba los asecensores, o ante los asaltos a niños por parte de los heroinómanos que habitaban los satánicos bajos de esta cosa, su diseñador sólo respondió «Hago edificios magníficos y luego va la gente y los jode». Claro que sí: la culpa no es tuya, Ermo, tío.


Si quieren ver ese adifisio en una peli, ‘Shoping’, del Paul Anderson bueno – esto es, de Paul W.S. Anderson – es una digna opción, pero no articula tan bien su discurso satánico como estas dos pelis de Caine.

9. Exaequo: Gomorra (Matteo Garrone, 2008) / Banlieue 13 (Pierre Morrel, 2004)

A continuación, dos películas didácticas que deberían poner en la carrera de arquitectura: la demostración práctica de cómo la arquitectura satánica favorece la delincuencia, la drogadicción, las violaciones, el tuning y, mal que me pese, la acción.

En el caso de Gomorra, nos encontramos toda una oda a una cumbre de la arquitectura poligonera napolitana. El adifisio, en cuestión, se llama ‘La Vele’.

Los arquitectos, en vez de buscar «la vida en comunidad» que podría crear un barrio con sus manzanas, su diversidad, sus bajos comerciales – y demás cosas que a Le Corbusier le producían una incomprensible urticaria – apostaron por que sólo en «su» edificio se autocontendría todo lo necesario para crear una buena comunidad. Ergo: separemos el edificio del resto – y también de la calle – por jardines que se terminarán convirtiendo en eriales y construyamos zonas comunes por las que no te queden más cojones que «convivir». ¿El resultado? Pasarelas estrechas en las que no puedes zafarte de ningún camorrista, bajos asoportalados en los que organizar emboscadas y, por encima de todo, unos huecos por el que pasar las papelinas a los ansiosos yonkis cual si gallinas fuesen.

Esta escena, a la que sólo le falta un audio que dija «pitaspitaspitas» a los heroinónamos napolitanos de pro, es lo que convierte Gomorra en una película sublimemente didáctica (para redondearlo, en la siguiente escena sale un señor con bigotón):

Disfrútenlo a su libre albedrío de La Vele en Google Maps (chutarse mientras lo hacen es ya decisión de cada uno):


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‘Gomorra’, sin embargo, tiene un problema: es un rollo. Ese error no lo cometió Luc Besson cuando decidió adornar su panfleto social ‘Banlieue 13’ con múltiples y variadas escenas de acción.

El mensaje es claro: la izquierda hizo esta vivienda «social» haciendo caso a quién no debía. Luego, la derecha decidió que para qué invertir dinero público en arreglar la situación de esa gente, cuando lo más cómodo es plantar una bomba y cargárselos a todos. En cualquier caso, una cosa ponía de acuerdo a los dos bandos: vamos a aislar esto de la ciudad (lo que no haces a golpe de circunvalación y polígonos, en ‘Banileue 13’ se hace a golpe de un muro de hormigón).

Años después, Luc produjo una secuela en la que claudicó de todo patrioterismo francés. Si la primera parte se rodó en una afuera incierta de París, ‘Banlieue 13: Ultimatim’ se rodó en…

…Belgrado.

Sí, admitámoslo, a la hora de construir satanes sólo Inglaterra puede hacer frente – un poquito… – a la Europa del este. They rock.

8. My Architecht. A son’s Journey (Nathaniel Kahn, 2003)

Un tributo de un hijo a «un padre que pasaba de mi culo» tiene todos los boletos para convertirse en un pestiño del quince. ¡Chaval, que eso de que los padres quieran a los hijos es un invento de ‘La casa de la pradera’! ¡Antes los padres pasaban de todo y que cada cual se criase como buenamente pudiese! Still, si tu padre es un siervo de Satán de esta categoría…


…Las cosas como que ya cambian. Cierto, el film es lento y pelota, pero el chaval tiene la decencia de dejar que la gente entre en cuadro y se cague en todo el hormigón plantado por su padre. Lo cual ya merece un poco nuestro aprecio.

Pero la verdadera razón por la que un tributo llorica a un arquitecto satánico ha logrado entrar en este top es porque el nombre de ese arquitecto es Louis Kahn. Lo cual hace que nuestro sector de lectores Trekkies haya encontrado el título REALMENTE adecuado para este documental:


Claro que sí. De hecho, ya tenemos la última frase del guión… ¿Verdad?


7. Metropolis (Fritz Lang, 1927) /Blade Runner (Ridley Scott, 1982)

Fritz Lang, siendo novio de una nazi de pro como Thea Von Harbou, sabía muy bien lo que se estaba cocinando en su país. Y, en su obra maestra ‘Metropolis’, fue el PRIMERO en plasmar una arquitectura alienante que alertaba del peligro tanto de Speer – el arquitecto de Hitler – como de los señores de la Bauhaus como de todo lo que vendría después: sus streets in the sky, la segregación entre el tráfico y los peatones con los espacios apestosos que esto genera (¿Acaso no se siente cualquiera más seguro volviendo a casa por la noche yendo por una calle en la que pasen coches ocasionalmente en vez de pasear por un parque desierto? ¿Acaso toda calle elevada del suelo no crea, bajo sí, un foco de inmundicia y drogadicción?). El urbanismo de ‘Metropolis’ era tan opresivo que, cuando Giorgio Moroder remontó, coloreó y musicó puteramente la película – vamos, que la mejoró – no fue capaz de quitar chunguez así pusiese a Freddie Mercury cantando sobre ella.

Décadas después, Ridley Scott hizo lo mismo a lo grande, con puterío y con neones buenos, buenos. El edificio Tyrrel es el diseño soñado de lo que siempre quisieron hacer los arquitectos modernistas y nunca tuvieron el valor de admitir: una macrosede para la policía secreta en la que torturar bien a gusto. Por supuesto, las calles con sus rampas llevaron los postulados de ‘Metropolis’ hasta sus últimas consecuencias. Añadan homenajes a gente como Wright (Ennis House) y el cóctel ya es perfecto. No me extraña que Rutger prefiriese palmarla convirtiéndose en hortera paloma antes que seguir un minuto más ahí.


6. Riff Raff (Ken Loach, 1991)

Dijimos que toda película inglesa es satánica por el mero hecho de serlo. Por ello, considero que las producciones de Working Title con Hugh Grant tienen mucho mérito a la hora de vendernos una Inglaterra que NO existe. Por el mismo motivo, considero que directores magníficos como, por ejemplo, Mike Leigh, lo tienen fácil para enseñarnos Satanes sólo con enfocar su cámara a la Inglaterra de verdad.

¿Por qué, entonces, elijo a Ken Loach? Porque es el único que ha tenido el valor de decir que el urbanismo social británico es una basura que añade insulto al dolor del proletariado. Y anda que no tiene razón.

De entre sus películas, elijo ‘Riff Raff’ porque es de obreros de la construcción que autodestruyen su barrio y sus centros sociales. ¿Quién da más? Pero, lo cierto es que casi cualquier peli del tío Ken nos regala un urbanismo inglés ante el que sólo podemos exclamar:

5. Cheryomushki (Gerbert Rappaport, 1963)/ Ironiya Sudby (‘Goce de su baño’, Eldar Ryazanov, 1975)

Sólo desde un patrioterismo europeo-occidental podríamos creernos que somos capaces de competir con los delirantes niveles de satanismo de los países del telón de acero. Ellos, no es que nos goleen, es que ya se han ido de coñacs y farlopa con Satán antes de que podamos llegar al terreno de juego. Por ese motivo, su relación con el hormigón es mucho más relajada que la nuestra: después de todo, no conocen otra cosa.

Así, no es de extrañar que, en ‘Cheryomushki’ – su particular y depravada visión del musical americano – las jóvenes parejas rusas, en vez de aspirar a su casita unifamiliar de ‘plastic people from suburbia’ que simbolice cómo el capitalismo les ha lavado el cerebro, aspiran a… Sí, a un buen Satán colectivista à la Le Corbusier que simbolice cómo el comunismo más hardcore les ha lavado el cerebro.


Eso sí, que haya colorines, que para eso es una peli musical (ver min. 2:43):

‘Ironiya Sudby’, por su parte es LA comedia romántica rusa por excelencia. Ahora mismo, por favor, les suplico que se vean íntegro su impresionante – y satánico – prólogo.

Una irónica voz en off parece que critica al urbanismo satánico: «¿Por qué nuestros antepasados se complicaron tanto la vida haciendo las cosas distintas, con lo cómodo que es producir todas las ciudades en serie?». Sin embargo – y ahí radica la genialidad de la película – el desarrollo del argumento le va a dar la vuelta al prólogo.

En ‘Ironiya Sudby’, un señor le va a pedir matrimonio a su novia en la noche de fin de año. Para celebrarlo, junto con su hermano y unos cuantos amigos, va a una sauna en la que pillan el cebollón de vodka de su vida. Pasan las horas y los amigos se acuerdan de que uno de los dos hermanos tenía que coger un vuelo a Leningrado esa misma noche, pero no se acuerdan cuál de ellos. Razonando todavía bajo los efectos del vodka, meten en el avión al hermano que no es. Éste aterriza en Leningrado y, tajado perdido, se monta en un taxi al cual le da la dirección de su casa. Y ahora viene la genialidad: merced al urbanismo satánico soviético… ¡En todas las ciudades de Rusia hay calles que se llaman igual – Calle del Trabajo – con exactamente los mismos Satanes y hasta los mismo muebles fabricados en serie en Polonia! Ergo, cuando el señor llega al sitio al que le lleva el taxi, se encuentra un adifisio y un apartamento EXACTAMENTE igual al suyo, aunque con los muebles colocados de distinta manera.

Claro, el señor cree que es su piso en Moscú y se tira en calzoncillos. Si, a los pocos minutos, entra la chica propietaria del apartamento… ¡Ya tenemos preparado el equívoco de la mejor comedia romántica! ¡Satán ayuda al florecimiento del amor! Sólo desde una cultura profundamente perturbada por los grandes bloques de hormigón podría surgir este argumento. Y aquí se lo premiamos con este merecidísimo quinto puesto.

4. El Eclipse (L’eclisse, 1962, Michelangelo Antonioni)

En su origen, el post «Satán es mi señor» iba a ser un recorrido por Madrid en el cual me limitaría a posar ante varios edificios con cara de alienado y llevando un pelucón rubio como Monica Vitti. De ello cabe deducir dos cosas: una, que nadie cómo la actriz italiana expresó mejor la enfermedad que suponía vivir en un Satán.

La otra… Estoooo… «¡Maricón!».

Con su licenciatura en arquitectura, Michelangelo Antonioni demostró, en películas como ‘La Notte’, ‘L’Avventura’ o ‘Il Deserto Rosso’, que vivir en las casas ultramodernas, con sus paredes blancas «minimal» sin un puto adorno, sólo llevaba a la alienación. Pero fue en ‘L’Eclisse’ cuando Antonioni fue a por todas, aunque ello significase que los espectadores tendrían que recurrir, una vez más, a la técnica ancestral de cortarse las venas con un boniato.

Una característica básica del urbanismo de Le Corbusier y allegados es que mata la vida en la calle: la ciudad se divide en zonas residenciales, zonas de oficina y zonas de ocio. Ya sabéis: esa basura que sigue vigente en todos los PAU madrileños. Ergo, en las zonas residenciales hay tan poco que hacer – recordemos que Le Corbusier era suizo: esa gente que te denuncia por tirar de la cadena después de las diez de la noche – que era lógico que la pobre Monica Vitti, ante lo que era la «vida racional moderna» se chinase y nos regalase un arrebato de africanismo que perdura en mis retinas como uno de los momentos de mayor desesperación y vergüenza ajena que haya visto nunca en el cine.

Pero donde Antonioni lo da todo es al final. Aprovechando el barrio de Roma creado para la Esposizione Universale, mostró el gran logro del urbanismo satánico: que no haya ni dios por la calle. ¿Para qué, después de todo? Los periódicos anunciaban la inminencia del Apocalipsis atómico. Y a la gente le daba igual: ya lo estaban padeciendo.

No voy a engañar a nadie: durante la proyección de ‘L’Eclisse’ un amigo mío tuvo que ausentarse durante media hora por una llamada telefónica. Cuando volvió, preguntó «¿Qué ha pasado?». El descojono masivo que se produjo en la sala no lo han logrado ni los mejores momentos de ‘International Guerrillas’. Así que, sí, la peli es un rollo cósmico: ¿Pero quién dijo que Satán fuese algo divertido, eh, hijos de puta? ¡A alienarse y sufrir, que en eso consiste la vida moderna, hostias!

3. La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971, Stanley Kubrick)

«Hay que crear una nueva tradición» dijo Le Corbusier. Rompiendo con el pasado, los urbanistas arrasaron barrios tradicionales y «sucios» para crear «el futuro». A los dos minutos de vivir en deprimentes extensiones de hormigón con parques reconvertidos en yonkídromos, la gente dijo «Así que el mañana era esto».

No es de extrañar, entonces, que la ciencia ficción de los 60 y 70 tuviese bien claro no sólo que «el mañana» era una mierda, sino que, también, iban a ahorrarse mucho dinero a la hora de diseñar las ciudades futuras: gente como el matrimonio Smithson y seguidores ya lo había hecho por ellos.

De esta manera, películas como ‘Fahrenheit Cutrecientos cincuenta y uno’ de François Truffaut rodaron varias escenas en un campo de batalla modernista como Alton West en Roehampton.


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Para entendernos: en Alton East algunos arquitectos intentaron suavizar el brutalismo con colorcitos y alguna cosa humana, cosa que enfureció al matrimonio Smithson. Así, Alton West fue su réplica cual patada en la cara. Truffaut, evidentemente, quedó seducido por la alienación resultante, decidiendo que aquel tenía que ser el lugar en el que retratar un género humano uniformizado y lobotomizado. Y es que el brutalismo, en su rigidez geométrica y rechazo al adorno era la perfecta metáfora de un estado totalitario que aplasta cualquier individualidad o pensamiento crítico. Les regalo esta escena que es, a su vez, redondeada, por los efectos especiales más cochambrosos de la historia de la ciencia ficción. Y, sí, logra derrotar a ‘Supersonic Man’:


Otras muestras notorias de arquitectura del presente para ilustrar el desastre del mañana las tenemos en películas como ‘Rollerball’ (1975)…


…O en ‘THX 1138’, cuando Geroge Lucas todavía conocía los verdaderos valores (o sea, antes de que ‘Star Wars’ nos hiciese dejar de pensar en Satán y nos convenciese de que estaba bien que una secta de fanáticos religiosos destruyese costosa propiedad gubernamental en el Episodio IV). Una de las cosas que George tenía clara entonces era que Frank Lloyd Wright también era un servidor de Satán. Y que su centro cívico en Marin County, California, era un lugar tan bueno como cualquier Satán europeo a la hora de quitarle la alegría hasta al follar.

¿Y por qué no hablar de distopías que fueron realmente cutrongas? Un atentado contra el cine como ‘La rebellion de los simios’ decidió redondear su salvaje colonoscopia al espectador ambientando su ¿historia? en un campus diseñado por William L. Pereira. O sea, que te meten el tubo pero luego no tienen el detalle de las caricias y los abracitos. Para que se hagan una idea de lo chungo que era el arquitecto solo les diré que fue portada de la revista Time.



En todo este contexto que he descrito, la obra maestra de Stanley Kubrick – ‘A Clockwork Orange’ – no destaca por su originalidad. Pero sí lo hace por otro motivo: es la major antología de “Me cago en estos Satanes” jamás filmada. Ni más ni menos.

Para empezar, tenemos el barrio londinense de Thamesmead: una experimento de hormigón que estaba invitando TAN claramente a la delincuencia que el señor Robert Rigg, arquitecto responsable de ese urbanismo suicida, tuvo la brillante idea de pensar lo siguiente: “Si construimos un lago artificial, ello tendrá un efecto relajante sobre los vecinos. La presencia del agua los tranquilizará y ello evitará que se den a las droghas. Porque más triste es de robar”.

Antes de que ustedes puedan replicar a ese enajenado – probablemente con palabras no muy bonitas – Stanley, en una escena memorable, ya había emitido su opinión sobre “el efecto sedante” de ese lago artificial.

Y así toda la película, ya sea dejando claro qué pensaba sobre el sistema de pasos subterráneos que segregaban el tránsito peatonal del rodado…

…O lo que le parecían los edificios estatales en los que se parían cosas tan bellas como la “Técnica Ludovico”. ¿Por qué el brutalismo encarna TAN bien la violencia oficial? No, no hace falta que respondan.


Por supuesto, once more, les ofrezco un bello paseo por Thamesmead (lugar que ya han usado otras ficciones chungas, como la reciente – y recomendable – serie sórdida ‘The Misfits’)


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2. Playtime (Jacques Tati, 1967)

En ‘Mon Oncle’, Jacques Tati había dicho unas cuantas cosas sabias sobre el mundo de los gilipollas que habitaban casas que quedaban muy chulas para una foto en una revista de tendencias pero que, una vez los propietarios tenían que ir a la cocina a prepararse un café con leche, padecían una epopeya que ríase usted de ‘Avatar’. Bueno, de hecho no hace falta hacer gran cosa para reírse de ‘Avatar’. Lo vengo haciendo desde que salí del cine (acompañando la risa, eso sí, por el llanto de haber pagado un buen dinero por la soplapollez esa del 3D).

En ‘Playtime’, sin embargo, Tati lo hace todo a lo JRANDE. Ya no es una casa, sino una macrociudad de hormigón, asfato, metal y cristal quien protagoniza esta obra maestra. No intenten visitarla, porque no existe: Tati se arruinó a la hora de construir unos decorados que sirviesen para expresar la esencia de Satán. Y vaya que si lo logró.


No hay historia, no hay casi ni personajes (Monsieur Hulot se pasa largos fragmentos de la película sin aparecer). Sencillamente, hay un grupo de pobre gente que intenta vivir con normalidad en los Satanes. Y que fracasan maravillosamente en el intento.

Cada detalle es un ejemplo de cómo tirar con bala, pero sin perder la compostura y elegancia (algo de lo que yo debería aprender, cosa que el Word me recuerda, línea a línea, subrayándome en rojo todos los tacos y exabruptos cometidos). ‘Playtime’ muestra a gente que vive en edificios que son un escaparate de cristal de cara a la calle; carteles en una agencia de viajes en los que TODOS los destinos tienen el mismo póster (un edificio moderno en el “estilo internacional” de Le Corbusier y la Bauhaus, lo cual implica construir techos planos para la lluvia gallega); una fiesta en un rígido restaurante de diseño que se anima cuando una zona del establecimiento se derrumba y el sector más festeiro de los comensales se monta su sarao entre los escombros, el París de verdad siendo reflejado en los cristales de los Satanes…


En serio, no se me ocurren diez películas mejores que ésta ni ninguna que, con toda la tranquilidad y buen humor haya entendido mejor la esencia de Satán.


La pregunta, entonces, sería… ¿Por qué ‘Playtime’ se queda sólo con la medalla de plata? ¿Cómo superar a la que es la película definitiva sobre Satán?

La respuesta es tan sencilla como aterradora: la peli definitiva sobre Satán sólo se puede superar con… Satán himself. Donas e cabaleiros, con vostedes…

1. El manantial (‘The Fountainhead’, King Vidor/Ayn Rand, 1949)

Donde ‘Playtime’ nos mostraba a la masa cachondeándose de Satán, ‘El manantial’ nos muestra a Satán penetrando con un dildo Jeff Stryker a las masas; si la película de Tati era comedida y elegante, la oda al arquitecto satánico de Ayn Rand presenta la misma sutileza que cagar y mear al mismo tiempo; donde ‘Playtime’, en suma, es una obra maestra, ‘El Manantial’ es… ¡una puta mierda!

Para quien no sepa la sinopsis, ‘El manantial’ nos cuenta la historia de Howard Roark (Gary Cooper), un arquitecto superguay que no cede ante los gustos trasnochados del populacho (ya saben, los adornitos, las terrazas, el no vivir en Satanes…) aunque por ello tenga que sufrir el desprecio de la sociedad – ¡bolcheviques! -, que le prohíbe construir.

Así pues, Howard Roark, antes que someterse cual esclavo al gusto de la colectividad se dedica a trabajar en una cantera. Allí, la hombruna Patricia Neal (una actriz más sobreactuada que Aurora Bautista, pero sin gracia) lo descubre. Más bien, descubre sus bíceps en un plano que sube de los músculos de Gary Cooper hasta su frente en la que se limpia el sudor, tras haber taladrado bloques de mármol. El plano es digno de estar en las mejores portadas de Danielle Steele, pero el hortera de King Vidor logra mejorarlo cuando, por la noche, en un arrebato de furor uterino, Patricia Neal, recuerda, a golpe de superposición… ¡el mismo plano del bíceps!. La señora, con sus picores, intenta convertir a Gary Cooper en su puto, pero como él es un ser superior, prefiere la opción de calzarle un par de hostias y, una vez la ve tirada en el suelo, petarle el cacas con alegría. Satán es su señor.

Es una pena que la peli no nos ponga la escena de “the morning after” que sí hay en la novela. En ella, la señora se embelesa ante los moratones que Howard Roark le ha dejado en el cuerpo: en efecto, para la guionista/productora/novelista Ayn Rand, en la vida nada es compromiso, sino que los seres superiores tienen la razón y no queda otra que someterse ante ellos (así que el día que un discípulo de Le Corbuiser decida construir un polígono tras demoler el centro histórico de tu ciudad, pues te jodes). Ante este panorama, déjenme decir una frase muy mía: “¡Y luego la gente me dice que ‘Sin tetas no hay paraíso’ era una mierda!”. (El Word me acaba de subrayar “tetas” en rojo: hablar de ‘El manantial’ y mantener la compostura es una misión imposible).

Entre más chorradas en las cuales se demuestra, escena tras escena, discurso tras discurso, que, si no aceptas la arquitectura satánica, además de comunista, eres anormal y un hortera, la película llega a su clímax con OTRO discurso más. Merece la pena que les deje oir a Gary Cooper , durante el jucio al que los mediocres de la sociedad le someten – total, por haber dinamitado unos edificios que a él no le gustaban – exponer sin tapujos ni ganas de caer bien a nadie, el plan maestro de SATÁN:

Cierto: se nota que el pobre Gary Cooper no entendía NADA del pseudotexto que estaba leyendo: tartamudeos, frases que se caen, Gary avergonzado ofreciéndose a Ayn Rand a volver a rodar esa escena de gratis… Es el problema inherente a hacer una oda al hormigón utilizando para ello a un actor de madera. Aunque también es cierto que la lucha de Ayn Rand contra la sintaxis convertiría a Lucía Etxebarría en Miguel de Cervantes (por lo menos, Lucía podría argumentar que las tetas no le dejan ver lo que teclea. Ayn Rand, no).

Lo curioso es que, como la fotografía de la peli está bien y el director es famoso – por haber rodado, curiosamente, sendos ataques al capitalismo como las maravillosas ‘…Y el mundo marcha’ y ‘El pan nuestro de cada día’ – hay más de uno que dice… ¡Que esta peli es buena y que es un gran ejemplo del individuo contra la sociedad! Todo esto sin darse cuenta de que, 60 años después de ‘El manantial’ tanto la arquitectura satánica como las ideas de Rand/Roark son las que dominan el mundo. Y son lo que hace que nuestra vida sea un infierno. Ya lo ven, los oligofrénicos y los votantes de Esperanza Aguirre son legión. ¿Lo mejor de todo este finstro de pinícula? Sin duda, el final. Después del juicio, Roark es absuelto – ¡hasta el populacho se da cuenta de las verdades evidentes! – y construye, en pleno Manhattan, el macroedificio que recuerde a todos los gusanos humanos la magnitud de su victoria y la grandeza de los seres superiores. Una Patricia Neal víctima de un terrible furor uterino se echa media hora en un ascensor, subiendo hacia un chulesco Gary Cooper que muestra orgulloso sus testículos a la señora, y también al resto de la humanidad a la que está dispuesto a sodomizar. Al ascensor sigue subiendo y subiendo y, finalmente, se llega a este terrorífico, perfecto, ominoso plano, ante el que exclamar, con más fundamento y admiración que nunca que…


…¡¡¡SATÁN ES MI SEÑOR!!!

Menos mal que la pandilla de rojos maricones hijos de puta que formamos parte de esa cosa asquerosa llamada audiovisual español, subvencionada con dinero público – ¡Howard Roark, acaba con el estado, aunque el cine español reciba menos subvenciones que la CEOE! – tenemos un plano similar, pero más ético, que demuestra lo que opinamos de esa gente a la que hay que “respetar” porque con su dinero, éxito y superioridad, nos han plantado un gigantesco Satán de hormigón con el que demostrar el tamaño de su nabo.


Excelsior. Que Satán sea con ustedes.

(PD: Por supuesto, muchos son los Satanes que hay que denunciar en este mundo. Por ello, rogamos encarecidamente que se fagan del grupo de Facebook ‘Satán es mi señor’ para subir fotografías de arquitectura satánica, o simplemente, disfrutar con las agresiones de hormigón que envíen otros miembros. ¡Colaboren!)

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