Ente onvre: Cassius Marcellus Coolidge y sus perros

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Todos sabemos que no hay nada más esp-p-p-pañol que tener una gitana de plástico en la mesilla del salón. Y si además se pone al lado un muñeco legionario y un cenicero de porcelana recuerdo de Mallorca, se puede conseguir lo que todo el mundo una vez ha soñado: que un grupo kamikaze de decoradores de interior entre en tu casa y se inmole sobre el sofá de escai por la causa fashion. Una actitud despreciable, elitista y que no puedo suscribir a no ser que además hubiera un cartel de toros con tu nombre enmarcado. Eso no tiene perdón de dios. Hasta yo tengo un límite para la sordidez.

El caso es que en este blog opinamos que la defensa del buen gusto es de gilipollas. Para nosotros, lo importante es amar las cosas con sinceridad. Si te gusta la gitanilla, sé feliz con ella sobre un mantel de croché encima de tu televisión. Lo que me lleva a preguntarme: ¿qué hará ahora el mercado de gitanillas con las teles planas? Una cuestión preocupante que sin duda se debatirá este verano en El Escorial.

Este pensamiento también nos lleva a despreciar el kitsch como movimiento artístico: si haces algo porque piensas que es hortera, eres un mierda. No queremos modernillos que se marquen instalaciones con lo que ellos consideran chungo sólo por epatar. Queremos a gente como Juan inodoros (AKA John Waters) que realmente sea fan de los flamencos rosa y Pia Zadora. Lo kitsch sólo es real cuando la persona que lo hace lo ve como tal, y, así, lo convierte en un simple acto de amor.

Así que la clave es que te guste lo que tenga que gustarte independientemente de que otros lo consideren un arte menor o una copia inferior (que tal es el origen del palabro) Yo soy fan de Rhapsody (¡of Fire!) porque sinceramente me da gustirrinín su ¡¡¡¡épica!!!!, de la misma manera que Viruete, cuando proclama con orgullo que Modern Talking es su grupo favorito, no muestra ni un atisbo de ironía. Ni de decoro. Ni de ganas de follar.

Todo esto viene a colación de mis problemas para hacer un post de menos de cinco párrafos. Y a lo de las figuritas del plásticos de flamencas. Podría decirse que ese es el referente básico de lo que se considera el horterismo nacional. A tal conclusión llegué un día en el que sin duda estaba bebido. Pero, ¿cuáles son los equivalentes estadounidenses a la hora de decorar el salón? ¿Con qué manifestación estético-sórdida puedes conseguir que el coeficiente de inteligencia de las visitas baje en un 23% nada más entrar en tu casa? ¿A quién le importa?

Tras pensarlo mucho durante dos minutos, hemos llegado a la conclusión que la horteridad más jrande propia de la cultura estadounidense son los cuadros de perros jugando a cartas. Justo por detrás de poner en el pasillo unos neones con la cara de Chuck Norris, algo que más bien sería el equivalente de un cuadro troquelado de la Virgen de la Macarena toreando a una vaquilla. O lo que vienen siendo aproximadamente treinta golpes en el cráneo.

Lo más curioso de todo es que nuestros lectores podrían pensar que se trata de toda una escuela pictórica. Pues no. Toda esta corriente vicisitúdica procede básicamente de un sólo pintor y un sólo clon de combate. Cassius Marcellus Coolidge era un señor que que seguro que se molaba enormemente al creer tener nombre de gladiador. Por supuesto, la realidad es que suena más bien a emperador gay. Además, pintó cuadros con perros jugando al póker.

Ente onvre era un ilustrador que se ganaba la vida primero haciendo caricaturas, y, más tarde, habiendo inventado otro hito de la sordidez: Las tablas de madera tamaño real con agujeros para que la gente meta la cabeza, se haga una foto y luego todos sus amigos quieran morir de la vicisitud cuando se la enseña. Para que nos entendamos: lo que sale al final de Grease (película dirigida por el realizador favorito de John Waters, pero esa es otra historia que se tratará cuando, por fin, Vicisitud haga un post sobre este gigante de la sordidez. Que ya nos vale).

A principios de siglo, una agencia de publicidad le encargó que pintara una serie de cuadros de perros actuando como personas. Y así, con esas simples palabras, se hizo historia de la sordidez. Coolidge escogió el póker como uno de los temas principales. De hecho, de las dieciséis pinturas encargadas, nueve mostraba a perros jugando a las cartas. Cada uno con sus obsesiones. A Coolidge le iba el póker y, gracias a ello, todos los sórdidos del mundo salieron ganando. Algo especialmente estúpido había en esta temática que hizo que se convirtieran en los cuadros más populares de la colección. ¿Qué habría pasado si se hubiera centrado en otras actividades como montar en bici, jugar al tenis o la siempre popular ir con gabardina para enseñar tus genitales mientras cantas ‘Hago zas y aparezco a tu lado’? Sólo el Monstruo Flotante de Espagueti lo sabe. Y no le importa.

La colección fue un éxito, y hoy en día incluso hay una web dedicada al tema. Cada dos por tres, sale una parodia en Los Simpson o en Plagio de Familia. Feck, un par de los originales alcanzaron en 2005 un precio que hace que te replantees tu escala de valores:

Casi 600.000 dólares.

Por dos cuadros de perros jugando al póker.

La prueba definitiva de que cualquier cosa, con el tiempo, se convierte en valiosa. Sí, también las postales con efecto 3D holográfico del Cristo de la Buena Muerte. Seguro. (Y muchas películas hoy llamadas “clásicas” que en la época eran llamadas a su vez “puta mierda”. Pero eso es otro tema que quizá sea abordado en otra ocasión)

Veamos las obras en cuestión:


G.Sanz diría:
A BOLD BLUFF (Cassius Coolidge) ****
Neoyorquino de nacimiento y cuáquero por azar, Cassius C. revela sus cartas en una jugada apta para paladares cinófilos. Maximizando el concepto ya adivinado en su A Friend in Need, el pintor nos ofrece un pre-flop cargado de intensidad y clara voluntad de chicharro. Y, prendado del espíritu utilitario de C. Blurd, entrega una obra de impacto costumbrista pero no sobre lo acostumbrado. Tonos ocres, pinceladas avezadas y un envite de candor para una jugada que sabe a puro y a bourbon.


G.Sanz diría:
WATERLOO (Cassius Coolidge) **
Redivivo tras su éxito en A Bold Bluff, el excuáquero Cassius C. abandona los caminos serenos de N. Rockwell (ex The Washington Post) para apostar por las autopistas de lo dinámico. Sin embargo, el embebecimiento le puede, y acaba confeccionando una secuela sorpresiva pero no sorprendente, en el que la acción estática revela una doble dualidad de farol lúdico y artístico. Actitud, arrojo, pero, ay, exceso, para un cuadro que nos hace soñar con pasadas Stations and Four Aces.

Así que la influencia del jran Casio no debe subestimarse. Mientras que otros pintores apenas logran formar parte de un movimiento creado años antes (y, en el caso de la mayor parte de los pintores vanguardistas actuales, de movimientos creados casi un siglo antes), Coolidge logró la inmortalidad con una propuesta de la que él sólo era el único exponente. Quizá porque el resto de la comunidad pictórica estaba mientras tanto ocupada en descojonarse.

¿Toda? ¡No! Porque años después un tal Arthur Sarnoff, ilustrador cincuentero de prensa, comenzó lo que sin duda era un plan para dominar el mundo a base de lobotomías masivas con una serie de pinturas que mostraban a perros jugando al billar que estaba claramente influida por la obra de Coolidge. Los americanos de los felices 50, sin duda de un ataque común de zombificación cerebral, convirtieron a uno de los cuadros, The Hustler, en el póster más vendido de toda la década. Repito: de TODA. Más que cualquiera de Norman Rockwell.


G.Sanz diría:
THE HUSTLER (Arthur Sarnoff) *
Bebiendo de las fuente del inagotable manantial que es C. Coolidge, el que fuera aprendiz de John Clymer y Andrew Wyeth arriesga sus galardones forjados en la publicidad y la prensa semanal para presentar una colección de desatinos primo-postmodernos. Y, con una tirada que varía el color de las bolas pero no los billares, produce una obra que ni rebasa ni aporta. Ambientes artificialmente limpios (aunque Sarnofsos) y aire infantil para un cuadro que no merece que el comprador vacíe su tronera.

Pero G.Sanz no tendría razón. Porque nos gusten o no los cuadros con perros (los animales me dan alergia; estoy convencido de que estos cuadros también), estamos hablando de la copia más popular durante toda una década. Y si a la gente les gustaba, dejad que sean felices en su sordidez. A ti qué puñeta te importa.

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