
Pero lo más increíble sería que confesara que todos mis amigos son ases del folleteo indiscriminado. Una afirmación de ciencia ficción, pues cualquiera que haya estado un tiempo leyendo este blog (concretamente, el que lleva mirar la cabecera y el fondo) sabe que, en general, me relaciono con ese tipo de gente que tiene bastantes problemas para ligar. Almas cándidas con tanto amor atascado que podrían poner una granja de hormonas, suplir de producto a toda la población transexual del planeta, usar las sobras para poner un circo de MAOs saltarinas y, aun así, comportarse como adolescentes revolucionados cuando ven una foto de Kristen Bell vestida de la princesa Leia.
La dificultad para conseguir mujer cuando se llega a cierta edad y no se es especialmente hábil socialmente es algo de sobra conocido para todo aquel que, ante una señora, tiende a soltar siempre la frase equivocada. La más normal es que sea algo así como:
Una condición que científicamente se conoce como ‘mutismo selectivo’ y que en círculos nérdicos se llama ‘El complejo Koothrappali’. Un problema que no me afecta personalmente. Yo sí soy capaz de hablar con mujeres. Básicamente porque, en primer lugar nunca intento ligar. Y, en segundo, porque nunca me doy cuenta de si alguien intenta ligar conmigo (según me comentan, es algo que ha llegado a ocurrir. Poco. Muy poco.) Un estado de despiste general con el que, al menos, nunca he llegado a la refinada cumbre que sí alcanzó mi amigo, digamos, ‘Ignacio’. A él le pasó lo que todos los freaks esperan: ante su extremo despiste, una señora erótica acabó poniéndole el coño en la mano para que se enterara de una vez de sus intenciones. Literalmente. Se lo puso.
A mí, lo máximo que me ha pasado es que me digan: ‘pero es que no te enteras de nada’. Y es verdad. Todo lo que rodea al tema de ligar me da una vicisitud extrema. Incluso hablar de ello, aunque no se trate de experiencias propias, deja mi cerebro más o menos como si acabara de instalar un service pack de Windows en un PC que, además de colgarse, sacara unas manos de la torreta, se tapara con ellas la pantalla y se golpease con el ratón durante una hora.
Por supuesto, existe otro estilo de afrontar la dualidad oximorónica frikismo/ligoteo. Es una opción altamente osada, pero igualmente hilarante. Se trata del ‘Protocolo Wolowitz’, aplicable a todo aquel nerd que, tal y como debe ser, no tiene problema para entrarle a las mujeres exhibiendo con orgullo todo su frikismo. Algún conocido mío suele optar por esta mucho más eficaz técnica. Ahí tenemos por ejemplo a mi amigo (una vez lea esto, ex-amigo) Howard (nombre ficticio, por aquello de preservar sus posibilidades de futuras de folgar). Estando en un pub en el que paralelamente un grupo de gente celebraba una fiesta de disfraces, se acercó a una señora de muy buen ver vestida de Supergirl y tuvo los inmensos, gigantescos, planetarios, cthulunianos cojones de decir, sin mediar otra palabra:
– Tenemos cosas en común. Yo también me disfrazo.
Y, con gran parsimonia y desconexión neuronal, sacó el móvil y le enseñó una foto suya.
Vestido de Spock.
Este desparpajo se enmarca dentro de esa opción vital alternativa conocida como “Héroe Del No Follarás En La Vida”. Alguien que se mantiene fiel a sus convicciones independientemente de las ganas que tenga de mojar la churra. O que, simplemente, vive en un mundo paralelo. Alguien como, por ejemplo, un joven que decide aprender a tocar el acordeón.
En casa de la madre de un amigo.
Siendo la chica lesbiana.
Y según entraba por la puerta la dueña de la casa.
Pero no toda historia de amor freak es tan de vodevil del Pasapoga. El nerd canónico tiende a ocultar su falta de hábito a la hora de ligar con el autoconvencimiento de ser un romántico en busca de la mujer ideal. El sueño de todos estos onvres es, por supuesto, encontrar una tía buena que sepa quiénes componían el primer equipo de la Patrulla X. Y con las tetas grandes. Pero la realidad es que este tipo de munheres forman un grupo de población que no sólo no entra en las estadísticas, sino que además tengo el presentimiento de que, de hacer una encuesta sobre creencias fantásticas, estarían situadas justo por debajo de los fantasmas y los unicornios y un punto por encima de Raticulín.
Por supuesto que me consta que haberlas haylas. Algunas exhiben su frikismo sin complejos, pero la mayoría prefiere ocultarlo para evitar los constantes ataques de shavales que las asaltan al grito de ‘¡One of us!¡One of us!’. De hecho, conozco a una povre munhé que ha decidido no leer tebeos en el metro para evitar situaciones de vicisitud extrema.

¡La teoría del macho extraño!
Desconozco si es algo que escuché o leí algún día por los internetes o se trata de una hipótesis expuesta por cierto amigo mío afincado en el extranjero. Pero se enuncia tal que así:
“La posibilidad de mojar la churra es directamente proporcional a la distancia del lugar de origen”.
Ejemplo: yo, en Algeciras, era el freak enano y canoso de Paco Fox que todo el mundo conoce y que no para de hablar de cine. En Sevilla, el gaditano bajito desconocido con cierto gracejo. En Madrid, el simpático chavalín andaluz de verbo grácil. En Londres, el diminuto macho hispano de amplias cejas. En Boston, el amistoso, fogoso y, sí, bajito latin lover. ¿Qué pasará si me voy a Japón y me pongo a bailar sevillanas? The sky is the limit! O, al menos, mi pobre forma física. Que follar cansa mucho.
Pero no hay que tener las miras tan cortas. Think big! La teoría del macho extraño no se creó para aplicarla al concepto de ‘el pueblo de veraneo’, sino para que se vea mundo. Lo que te convierte en un tipo normalucho en tu ciudad, se traduce en exotismo salvaje cuanto más te alejas de tu origen. Quizá tenga que ver con el impulso natural de expandir la especie. O quizá con el menos darwiniano y más socio-chungo pensamiento femenino de ‘si me follo a alguien de por aquí luego tendré que aguantarle, por no hablar del resto de amigos llamándome puta’. No tengo ni idea. Por mucha gaycidad que tenga, no puedo hacer hipótesis sobre el comportamiento femenino.
Bien es cierto que podría decirse que al revés también funciona: la chica guiri atrae más la atención de los tíos. Pero, no nos engañemos: dentro de los atractivos para que una mujer interese a un hombre, ‘ser de lejos’ está muuuuy por debajo de ‘volumen de tetas’, ‘me ha mirado’ o, simplemente, ‘ser mujer’.
Sin embargo, recientes estudios llevados a cabo en conversación telefónica entre Vicisitud y yo mientras veíamos las fotos satánicas que han enviado los lectores, han demostrado la verdadera realidad detrás de la Teoría del macho extraño. No se trata de exotismo. Ni de de expandir material genético. No. La verdad es que la clave es otra:
Hablas menos, follas más.
O, al menos, en el caso de países hispanoparlantes, tus tristes anécdotas resultan nuevas. Pero el no manejar del todo bien un idioma hace que las posibilidades de demostrar tu extremo frikismo sean menores. Tus imitaciones de Chiquito pasarán, en el mejor de los casos, como una adorable excentricidad (obviamente, en el peor de ellos, como una clara muestra de enfermedad mental). No podrás soltar tu elaborado discurso sobre por qué las terceras partes de películas de superhéroes fallan más que Mazinger Z la primera vez que se enfrenta a un bruto mecánico. Más bien pasarás gran parte del tiempo callado. Te conviertes en un escuchador, como todos los que sufren el efecto Koothrappali. Pero con una ventaja: podrás, al menos, decir un par de frases necesarias. Pero, por dios, que no incluyan nunca los términos ‘Star Trek’, ‘Lucas’ (George o Hasta luego…), ‘croquetas de mi madre’, ‘picor de huevos’ o ‘ladillas’.
Que hay que decíroslo todo.