Vicisitud amorosa

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Ahora que Vicisitud y yo nos hemos acostumbrado a los posts gigantescos, no paramos de rememorar, cada vez que quedamos para tocarnos el tralalá ante el disgusto y resignación de nuestras respectivas, aquellos tiempos en los que había entradas de dos o tres párrafos en las que sólo contábamos una simple chorrada de rápida lectura.

No como ahora, que son simples chorradas pero que se tardan media mañana en leer.

Así que voy a relataros una breve vicisitud que me aconteció recientemente. Muchos dicen que la frase con más verdad de la historia del pensamiento humano es ‘el romanticismo muere al primer pedo’. No seré yo el que lo niegue. Tanta sabiduría concentrada en tan poco espacio me sobrecoge como a Belén Esteban la existencia de las ecuaciones de segundo grado. Pero yo voy un paso más allá. Recientemente, experimenté una epifanía en la que descubrí, no el momento en el que muere el romanticismo, sino aquel en el que el romanticismo decide beberse un tarro de lejía, cortarse las venas con sierra mecánica y entrar en el Mercado de Fuencarral diciendo que los Smiths son una mierda y que Kenny G es Dios. Porque, para algunos, el romanticismo no se acaba totalmente cuando te das cuenta de que el cuerpo no es un conjunto que se reduce a unas espléndidas tetas (o pectorales) y una mirada arrebatadora, sino que principalmente se trata de una máquina de facer cochinadas. No podemos olvidar esa épica oda al guarrindonguismo romántico-monárquico de ‘quiero ser tu támpax’ o ‘A mí de mi novia me gusta hasta cómo huele su regla’. Esto último juro que lo dijo un conocido mío cuyo nombre no revelaré por el bien de la salud pública. Esto es, para evitar que, a partir de ahora, no pueda andar por la calle sin que todo el que lo reconozca explote en un ataque de vicisitud.

Así que esto es lo que pasó: Andábamos Snowymary y yo celebrando nuestro aniversario con un viaje por las fermosas sierras de Las Hurdes. Yo, como siempre, había pasado un mal viaje debido a mis vicisitudes estomacales. Nos despertamos en la suite de un acogedor hotel y fuimos a tomar un agradable desayuno con vistas a las montañas cubiertas de niebla. Sólo faltaba un personaje de Emily Brontë bajando la ladera, Friedrich pintando un cuadro en el recibidor y dos fans de Crepúsculo NO follando en el bosque para que aquello fuera más idealmente romántico.

Así que, sin hablar, y embriagados por la belleza del momento, nos sentamos en la mesa con vistas al bosque. Y las primeras palabras que surgieron de Snowymary fueron:

– ¿Has hecho caca?

En ese momento, escuché cómo el romanticismo se bajaba los pantalones, gritaba ‘¡A tomar por culo!’ y se ponía un chándal fucsia antes de lanzarse por la ventana. ¡Qué se le va a hacer!. Pues, ahora que lo pienso, lo normal después de contar estas intimidades en público: prepararme para dormir esta noche en el sofá.

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