

Podría ahora, viviendo en un barrio nada poligonero de Madrid, cagarme en todos aquellos arquitectos que convirtieron mi infancia en un infierno. Pero, si quieren que sea sincero con ustedes, ese infierno sigue siendo esa experiencia mítica de la infancia. Algo que me fascina y que, periódicamente, cada vez que me encuentro con ciertos edificios, hace que sólo pueda gritar:
¡SATÁN ES MI SEÑOR!
¿Van pillando el feeling?
¡SATÁN ES MI SEÑOR!
Venga, no me digan que no se quieren unir al coro…
Incluso se le podría dar a las fotos un punto de megalomanía facciosa sideral y gritar…
¡SATÁN Y DARTH VADER SON MIS SEÑORES!
¡SATÁN Y DARTH VADER SON MIS SEÑORES!
Pero, ahora, toca el momento de la revelación (más impactante aún que saber que el arquitecto autor de esas dos últimas obras – parecidas a un destructor imperial – tiene un nombre tan maravilloso como Clorindo Testa). Fozando en Internet, me di cuenta de que esta apoteosis del satanismo no era una cosa casual, sino que obedecía a un plan maléfico cuya terrible historia, a continuación, paso a relatarles. Elijan su mejor sillón, cojan puro y coñac – o peppermint, si les da un puntillo más putón – como onvres y munheres de pro que usarcedes son, porque hoy comienza la primera parte de un post épico-cultural: la historia de aquellos adoradores de Satán que querían – y lograron – que nuestra vida fuese un infierno.
En el principio fue Le Corbusier…
“La vida es un camino. Elige bien al que te vaya a guiar”. En el occidente arrasado por la Segunda Guerra Mundial, el mundo eligió, para reconstruir las ciudades (lo que es lo mismo que decir “cómo vas a vivir en comunidad”) ¡a un suizo capillitas!
De la misma forma que un decorador minimal erraría si no pone una papelera para compresas en los váteres de señoras o el diseñador de un frikódromo erraría si no pone una colgador para que los roleiros dejen sus mochilas, alguien que diseña una ciudad para seres hu