
Empecemos otra vez: Lo malo de participar en un blog de humor es que a veces te levantas, descubres que la taza del retrete está húmeda, te das cuenta de que sólo te quedan calzoncillos que te aprietan los cojoncillos y, encima, te da por escribir acerca de un tema que no ves que de para muchos chistes. Obviamente, siempre se le puede buscar la chanza a todo. Porque el humor es como las cascarrias: si se escarba bien, al final acabará saliendo algo. Una porquería, pero algo al fin y al cabo. Claro que, a veces, bien por falta de inspiración, bien porque tienes las uñas largas…
¿Lo veis? Ya se me ha vuelto a ir el chiste malo de las manos. Volvamos a empezar:
Hoy voy a escribir sobre una cosa sin pensar en hacer gracietas. Así que a joderse todos. Y no sólo eso: voy a reprender a algunos lectores cual viejuno sentado en el banco del parque quejándose de los males de la sociedad mientras observa con mirada lasciva pasar a las chicas jóvenes. Esto es: se trata de un post autodestructivo. ¿Quién dijo que los emo son los únicos con derecho a suicidarse? ¡Que yo también me he leído Death Note y, mire usted por dónde, hoy voy de negro! Opción estética gilipollas con el solazo y los 37 grados que hay en la calle. Pero es que estoy taaaaan mono…
Pero a lo que iba: el otro día vi una de las mejores películas del año. Se trata del documental ‘Anvil: The Story of Anvil’. Una masterpiece sobre un grupo de metal ochentero que sólo me sonaba de las portadas de los casetes cutrongos del catálogo del Discoplay, posiblemente justo al lado del perenne ‘Breaker’ (“qué demonios le están haciendo a esa señora y por qué le han metido un alambre por las orejas”) de Accept. Los pobres Anvil, cuya música me da tal que igual, parece ser que fueron muy influyentes, en parte por tener la gran idea de tocar la guitarra con un dildo durante sus conciertos, algo mucho más divertido que el puñado de bailarines que sacan Madonna, Kylie Minogue o incluso algunos artistas no orientados exclusivamente al público homosexual. En el documental, gente como Lars Ulrich o Slash y seres de otra dimensión como Lemmy hablan maravillas de ellos.

Como puede verse, lo que ofrece esta película es la clásica historia alcoyánica del underdog. Pero funciona especialmente porque está pensada y narrada como si fuera una película: es ‘Rocky’ con pelos largos, dos colegas y un cuadro de un retrete con un ñordo de terciopelo pegado (totalmente cierto: forma parte de la pinacoteca del batería Robb Reiner). Lo que todo el mundo ha sacado en claro de de esta emotiva epopeya vicisitúdica es lo de siempre: no dejes de perseguir tu sueño, la pasión no debe desaparecer y ese tipo de chorradas. Pero lo que yo he entendido es lo siguiente:
La vida de los músicos poco famosos es muy chunga. Así que ¡apoyad a vuestras bandas pequeñas, leñe, y dejad de ser unos piratas!
Efectivamente: en tiempos en los que comentas que te has comprado un CD y tus conocidos te tratan de gilipollas pa’rriba, decir esto es un suicidio blogger. Pero es que tenía que soltarlo. Todos conocemos la cantinela:
– Los CDs no son nada. Hoy el dinero se gana en conciertos. Así que yo me bajo el cd para así conocer grupos e ir a sus conciertos. Ah, y ya de paso: ¡La SGAE es una mierda!
Todo ello es en parte verdad. Pero también en parte una gilipollez. Porque depende de quién estemos hablando.
Dejemos a un lado el discurso sobre la SGAE, que ya me tiene cansado y tampoco guarda mucha relación con todo esto. Sólo diré que es una vergüenza que el gobierno deje que una sociedad privada controle un tema tan importante. ¿Qué es lo siguiente? ¿La privatización de la policía a manos del POC y sin un Robocop que nos saque las castañas del fuego y limpiando las calles de gente como, por ejemplo y ya que nos ponemos, Teddy Bautista?
Pero aquí lo importante es la aseveración de ‘el dinero se saca con la música en directo’. Claro, claro. Eso lo hace U2, Springsteen o AC/DC, el grupo que hasta hace cinco años sólo escuchaba un puñado de hard rockers y cuyos conciertos, misteriosamente, están hoy en día llenos de gente que apenas se conocen dos o tres canciones, pero que van porque es lo más que decir en la oficina que tienes entradas, que mira como molo.
Claro que ahora díganme cómo se sacan las perras para pagar la hipoteca los señores que no llenan estadios y graban con independientes. Veamos lo que les pasa a Anvil: los tipos llevan trece discos y no han parado de dar conciertos. Pero trabajan en construcción y en una empresa de catering por aquello de poder comer. Así que eso les deja sólo el tiempo de vacaciones para hacer una gira. A tomar por culo eso de pasarlo con tu mujer, tus hijos y/o tu amante homosexual. Hagan cuentas y busquen la forma de ganar dinero con una gira de dos a cuatro semanas, organizada por un manager semiprofesional por amor al arte y un par de cosas en festivo a tiro de casa. Por no hablar de que las posibilidades de que ese breve tour llegue a tu localidad española son las mismas que las de Badoer de puntuar en un gran premio.
De los últimos cinco CDs que me he comprado, ninguno de los músicos ha venido a Madrid. Nunca. Never. Jamais. Así que, díganme ustedes cómo apoyo a la banda para que sigan sacando discos y no tengan que abandonar la música. Algunos dirán: ¡dona por Paypal! Y yo responderé: ¡cojonudo! Pero, primero, ¿cuántos lo hemos hecho y cuántas veces? Y, segundo: para eso, les compro el CD, que viene con afotos bonicas y, a veces, hasta mi propio nombre.
Pero también puede tomarse otra postura: En el documental queda claro que los de Anvil querían ser estrellas. ¡Pues que se conformen con sacar discos grabados con Garageband y curren como el resto de nosotros! Y eso vale para algunos. Pero es muy revelador cuando Lips, el cantante de la banda, se muestra desesperado por la calidad de producción de sus últimos discos, más cercanos a las delicias sónicas del ‘Duck Tales is Awesome’. Sí señor: él es un tipo dedicado a su obra y obsesionado con dar lo mejor de sí mismo. Cuando entran en contacto con un productor de verdad, éste les da el presupuesto para hacer un disco decente… ¡y tienen que hipotecar su casa para grabarlo! Finalmente (spoilers) acaban vendiéndolo por internet. Pensemos en eso después de bajarnos un disco, que nos guste y no nos compremos el original. A lo mejor los pobres señores se han entrampado hasta la melena para grabarlo.
Que sí: que las grandes compañías nos han tomado el pelo durante años. Pero también a los artistas. Cuando subieron los discos de mil a tres mil pelas con la llegada del CD, ¿a que no sabéis cuánto aumentaron los royalties de los grupos? Obviamente, un 8%. Su ansia de dinero ha sido tan culpable de su caída como el nacimiento de los P2P. Pero eso no quiere decir que se deje de pagar por las obras musicales. Ahora, muchas de las bandas venden directamente sus discos desde sus páginas. Y, siguiendo la estela iniciada por Marillion (a los que Vicisitud les compra religiosa y temerariamente todos sus discos), incluso pre-venden los CDs antes de grabarlos. Así que ya estáis todos soltando pasta por vuestros grupos favoritos y, más importante, por aquellos CDs que os habéis bajado y que os han gustado. Por ética y porque no vean ustedes la pechá de llorar que te metes viendo esa obra maestra de redundante título llamada ‘Anvil: The Story of Anvil’. Que, ya puestos, sería mucho mejor si la titularan ‘Anvil, The Story of Anvil: a look at the life of Anvil‘. Anvil. Anvvvvil. Vvvvvvino.