
Obviamente, eso cambió hace poco. En una reunión de cine-colonoscopia que celebro un par de veces al mes junto a tres perturbados amigos, descubrimos una maravilla inesperada: el final de ‘Staying Alive: la fiebre continúa’. O, con su título extraoficial, ‘Staying Alive: Aceite, bombillas de colores, canciones malas de los Bee Gees y temas ochenteros chungos de Frank Stallone’.
Dicha película es la bastante ridícula y tardía (¡1983!) secuela de ‘Fiebre del Sábado Noche’, con Travolta repitiendo su papel de Tony Manero, pero cambiando las campanas y las solapas de chaqueta de dimensión épica por la cinta para el pelo y un gaycismo hilarante. Dirigida y escrita por Sylvester Stallone, la trama…
Un momento.
No, en serio. Stallone la dirige. ¿O acaso creíais que la presencia de su hermano en la banda sonora era por méritos propios? Curiosamente, el famoso actor de cara paralizada ni siquiera sale. Bueno, hay un cameo para dejar claro que él puede molar más que Manero:
Pero antes de que penséis que los lumbreras ejecutivos de Paramount que tomaron esta decisión estaban hasta arriba de coca, tened en cuenta una cosa: que probablemente estuvieran hasta arriba de coca. Pero tampoco se trataba de una opción alocada. Pensad que, por entonces, el amigo Sylvester todavía aspiraba a ser un artit-ta serio. En primer lugar, había dirigido, además de Rocky 2 (hagamos lo mismo que la primera, pero que ahora gane, joer) y Rocky 3 (soy la hostia y le puedo a Mr T.), un drama titulado ‘La cocina del infierno’. El cual, aunque parezca lo contrario, no va de Stallone en plan cocinero vengador matando a malos a sartenazos. Ese concepto idiota tendría que esperar años a que Steven Seagal hiciera su plagio de Jungla de Cristal.
En segundo lugar, nunca olvidemos que Stallone obtuvo una nominación al Oscar por su guión de ‘Rocky’. Así que los cocainómanos trajeados vieron lógico que el creador de la película más exitosa sobre un underdog llevara a cabo la gran historia de Tony Manero saliendo de Brooklyn y reclamando Manhattan para él solito.
Stallone planteó la película como la historia de un Tony Manero que tiene que aceptar que es sólo un chulo de barrio. Un desgraciado que, fuera del mundo de las discotecas de barrio, no es más que un don nadie buscando triunfar. A medida que avanza la trama (es un decir), vemos como el objetivo del guión es mostrarnos como el protagonista se humaniza y aprende de sus errores.
Y, al final, pasa absolutamente de todo y sigue siendo el de siempre.
En serio. No hay moraleja. Tras discursos sobre la importancia del trabajo, el valor de la humildad y el saber trabajar en equipo con el director y la protagonista de la obra de Broadway en la que está trabajando, Tony Manero hace exactamente lo que mejor se le da: el chulo. En el increíble número final, un espectáculo de sadomaso y rayos láser que está sólo a un paso de elegancia y contención estética de todos los de ‘The Apple’ de Menahem Golan (y quien no conozca esa maravilla, por favor, que vea este trailer), Travolta se adueña del escenario y se marca un solo desobedeciendo las órdenes del director.
Tony: Quiero que sepas que si no te hubiera conocido, no hubiera podido hacer lo que he hecho esta noche. ¿Sabes lo que quiero hacer?
Novia corista: ¿Qué?
Tony: ¿No sabes lo que quiero hacer? FARDAR.
Deja tirada a la chica. Abre la puerta y entra, tras toda una película de canciones de desecho, esa inmensa melodía de bajo de ‘Staying Alive’:
Garbeo por Times Square menando el trasero, fotograma congelado y fin. ¡Glorioso!