Un día en la vida de Paco Fox

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Por una vez, voy a utilizar este blog para el cometido con el que originariamente se inventaron estas cosas: como diario vital. La otra noche me acosté y, por un motivo que todavía no tengo claro, se me vino a la cabeza el título de este post. No, como cualquier persona de bien podría pensar, por la canción de los Beatles. Más bien por el videojuego de Spectrum ‘A day in the life (of Sir Clive Sinclair)’. Sí, lo sé: mi cerebro funciona de con la misma lógica que una película de David Lynch coescrita por Battiato, Bruce Campbell y Timothy Leary. Así que ahí vamos:

Me levanto temprano. Voy rápidamente al baño. Tramenda ventosidad de aproximadamente 12 segundos de duración. Me pregunto si fueron los escalopines de anoche o que un misterioso ser extraterrestre entra todas las noches en mi habitación y me introduce una bomba de bicicleta por el orto. Porque esto no es normal.

Me dirijo al salón y veo el regalo que me acaba de hacer mi hermano, El Ciudadano Soberano:

Obviamente, se me quitan las ganas de vivir.

Pero me regodeo en el consolador pensamiento de que podré vengarme al día siguiente con el regalo de cumpleaños que le he comprado: un burro sórdido que canta ‘Singing in the Rain’ cuando le aprietas la mano. Esta espiral de regalos chungos va a hacer que lo de Palestina parezca más bien una mera partida de Warhammer en comparación.

Me visto y me voy a que me saquen sangre para una prueba de intolerancia a los alimentos. Probablemente para que me confirmen que, efectivamente, un extraterrestre me introduce un tubo todas las noches, e, incluso, cuando me monto en la RENFE por las mañanas. Es la segunda vez que voy, pues las primeras pruebas se echaron a perder. Mi sangre no vale ni para analizarla.

Vuelvo a casa e intento buscar excusas para no quedar con mi padre, que ha venido de visita. Yo lo que quiero es jugar a la pleisteichon. Cosa que hago, después de ver el comienzo de ‘My Name is Bruce’ mientras desayuno.

Vuelvo a mirar el regalo de mi hermano, y siento cómo mis ojos retroceden de mis cuencas e intentan huir por la nariz.

Finalmente, salgo a mojarme a la calle a gastar el dinero que me han regalado mis compañeros de trabajo en algo totalmente absurdo e inútil. Que para eso están los regalos. Recuerdo con cariño el hecho de que me dieron la tarjeta para gastar en El Corte Inglés acompañada de una publicidad de una marca de chope. ¡Qué bien me conocen!

Hace un frío de cojones. Yo voy a congelarme cuando me disfrace con traje por la tarde. Pero Snowymary, con su vestidito de verano, va a convertirse en una X-Men capaz de cortar diamante con sus pezones.

Almuerzo, vuelvo a casa y empiezo a ponerme el traje. Pero el cinturón me queda grande. Pillo una barrena y comienzo a hacer un nuevo boquete. Luego, con el destornillador, a agrandarlo. Me hago sangre en el dedo. Mancho la camisa. Ahora sí que tengo que ponerme la corbata antes de llegar al evento para tapar el estropicio. Ni puta idea de cómo se hace el nudo de mi corbata verde fosforito (¡¡¡¡Elegancia ante todo!!!!). Odio las corbatas, por inútiles. Bien pensado, la culpa no es de ellas. Porque sí que sirven para algo: para que cuando te abotones la camisa hasta el cuello no parezcas ¡EL GAÑÁÁÁÁN! La prenda idiota es, por lo tanto, la camisa. Esa que gusta a muchos que claramente no tienen que plancharla.

Visita a San Google y, tras siete intentos, nudo decente. Disfrazado, con tirita y arrecío de frío, salgo a la calle y voy andando a la junta municipal de Arganzuela.


Me caso.
Damos vueltas por Madrid hasta que vamos a cenar. Se me hincha el estómago. Pero rodeado de mi familia política, mejor contenerse.

Vuelvo a casa, pierdo el tiempo en el blog y me acuesto. Tremenda ventosidad de 14’2 segundos. ¿En qué momento del día me pilló el extraterrestre con la bomba de bicicleta? Preguntas…

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