Películas realmente buenas

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El compañero en la sordidez Paco Fox ya había planteado de forma brillante en su día la peliaguda cuestión de qué es una mala película; como en época de crisis hay que ser positivos, le daré la vuelta a la tortilla y hoy hablaré de buenas películas. Pero, como decía un profesor mio, ¿y esu qui es?

El típico usuario de Internet con camiseta de Star Wars ya sabemos en lo que está pensando al leer lo de buenas películas, pero para hablar de cualquier detalle acerca de George Lucas, El señor de los anillos, Batman y demás lugares comunes existen ya como ochocientos millones de webs, así que omitiré cualquier comentario (vaya, ya han cerrado la ventana el 90 % de los lectores). Si es usted en cambio un cinéfilo joseluisgarciano sin sangre en las venas, la expresión buen cine le traerá enseguida a la mente gentes sosainas y sin sex appeal como James Stewart, comedias asépticas de “buen gusto”, en blanco y negro naturalmente, o géneros tan aburridos como el western o el cine negro antiguo (con la excepción de Fritz Lang, que era un sórdido). Sí, vale, no voy a decir que sean malas La diligencia o La reina de Africa, pero ¿alguien necesita verlas otra vez? El cine americano, de antes y de ahora, está pensado para gustar a toda la familia y, como decían en Cecil B. Demente, película de las realmente buenas, decir familia es decir censura; o, aún peor, es decir niños gritones, padres gruñones y madres colgadas todo el día del teléfono como los que tengo que soportar en el piso de abajo. Cine familiar no, gracias, y, por lo tanto, cine de Hollywood tampoco. Billy Wilder está muy bien, vale, pero no me emociona, salvo El crepúsculo de los dioses, por lo exageradamente decadente y gay, y momentos esporádicos de gran sordidez de sus otras películas, como cuando Barbara Stanwyck intenta resultar sexy en Perdición.

En serio que cuando alguien incluye entre sus películas favoritas a Casablanca, Ciudadano Kane o El padrino creo que lo hace por inercia, como el que dice que su música favorita es Rolling Stones, Led Zeppelin y Jimi Hendrix; no me puedo creer que nadie pueda ser tan promedio estadístico con patas o Semanal de El País viviente; ¿esa gente tendrá también 1,4 hijos para no quedarse ni por encima ni por debajo de la media? ¿cómo se las arreglarán, compartirán al segundo con otra pareja?

¿Qué es lo bueno, pues? Como soy un moralista cuyo respeto por los criterios artísticos y los méritos formales y supuestamente “objetivos” de una película es más bien poco, yo diría que lo que cuenta no es tanto defender las películas adecuadas, sino exponer los argumentos correctos para defenderlas. En mi caso siento devoción por el psicodrama, las metáforas visuales, el zoom, la fotografía pastelosa, los desnudos frontales, las reivindicaciones políticas izquierdosas, la esquizofrenia, el sadomasoquismo, fetichismos y guarreridas variadas, lo sobrenatural, el freudianismo desbocado, o a ser posible todos estos elementos a la vez. Y que los actores sean guapos, naturalmente, para ver gente fea ya está el Congreso. No se trata de que otros tengan que tener mis mismos criterios, sino sus propias depravaciones igualmente válidas y personales y defenderlas con convicción.

Por ejemplo, una amiga hace años me exponía lo mucho que le había gustado In the mood for love; como tenía muy reciente la terrorífica experiencia de haber desconectado de los colorines y la música de ascensor de Kar Wai antes de los cinco minutos de proyección y haber soportado estoicamente en la butaca la tortura de los cuarenta mil restantes (o eso me parecieron) me solivianté. Tras dejarme despotricar a gusto, ella sabiamente replicó sin inmutarse que seguramente yo tenía razón, pero que los vestidos de la chica eran taan boniiiitos. Esta súbita derrota por KO en un enfrentamiento dialéctico que creía ganado provocó mi estupefacción y admiración; mientras un gafapasta que se pusiera a hablar de que la plástica de Kar Wai transforma este sutil relato de amores reprimidos en una reflexión sobre la incomunicación humana y no sé qué otras gilipolleces por el estilo, salvo que llegue al delirio de G. Sanz, habría merecido ser enviado ipso facto a la cámara de gas sin posibilidad de recurso ni clemencia, mi amiga había ofrecido un argumento de irreprochable sensatez y superioridad moral. In the mood for love me sigue pareciendo una mierda, pero sé que estoy equivocado y que ella tiene razón.

Por lo tanto las claves para tener un buen criterio cinéfilo son valores morales férreos y sinceridad. No vale caer en la tontería wannafreak de subirse al carro de cualquier cosa que sea cutre, depravada o quiera ir de transgresora si no nos emociona, hay que ser sórdido de corazón; si sientes ese gustirrinín depravado al ver los magistrales zooms de Mariano Ozores en Yo hice a Roque tercero, perfecto, eso te honra; pero si no lo sientes no pasa nada, no lo finjas porque quieras quedar de iconoplasta; por dar un ejemplo de los muchos posibles, no he visto El ataque de los tomates asesinos ni me interesa por muy sórdida que pueda ser. En cambio The refrigerator, sobre una nevera homicida, ya tiene un poco más de punto.

Nuevo ejemplo didáctico para que quede claro que no todo el monte es orégano: El piano podría ser a priori una buena película; hay abundante empelote y la protagonista se niega a hablar mostrando una actitud un tanto dillinger: se supone que sólo se expresa a través de su piano pero luego la musiquilla (que es una gilipollez de Michael Nyman) suena de fondo sin parar a lo largo de la película. Su comportamiento además es altamente depravado: va de feminista y se niega a que su marido, un gañán con cierto atractivo como Sam Neill, la toque, aunque a ella bien que le gusta sobarle el culete a él, pero prostituirse dejando que alguien tan chungo como Harvey Keitel le haga guarreridas a cambio de recuperar su piano sí le pone a cien. Así contado parece divertido, sobre todo cuando ella le manda un mensaje de amor en una tecla del piano a pesar de que él es analfabeto, pero no es una obra sórdida ni realmente buena sino simplemente una memez. ¿Por qué? La clave es darte cuenta de que tu prota es un enajenado y celebrar su depravación sabiendo que lo es, en lugar de ser tan descerebrado de pensar que esa imbécil es una heroína adelantada a su tiempo o ese cúmulo de insensateces un drama épico.

Se puede pecar de lo contrario, falta de autenticidad, como en la tontería esta de La pianista, también a priori una peli de las que podrían gustarme, con Isabelle Huppert haciendo de pirada, para variar, y dedicándose a todo tipo de actos guarrindongos, pero cuyo potencial sórdido se malogra a causa de un desagradable y vulgar tonillo frío, moralista y de superioridad de ja ja, mira a la freak que la convierte en pornografía facilona para gafapastas reprimidos que, por no atreverse a gozar con el muy superior cine X, tienen que sublimar su morbosidad con bodrios como esto o como el sadomasoquismo vergonzante y de misticismo pueril de Lars Von Trier.

Pero basta de hablar de abominaciones y contraejemplos; dediquémonos por fin a obras que sí son bellas y logradas muestras de sordidez y auténtica calidad. Por esta vez me limitaré a diez de mis películas favoritas que expongo sin orden, concierto ni vergüenza, dejando otras muchas en el tintero para una posible y temible secuela de este artículo. Por no reiterarnos, omitiré cantidad de pelis realmente buenas de Bergman, Godard o Robert Altman de las que ya hemos hablado en anteriores ocasiones, así como de cumbres del psicodrama, del género Dillinger o del era yo ya analizadas anteriormente.

TEOREMA (Pier Paolo Pasolini, 1968)

Un ser llegado de una dimensión desconocida revoluciona la vida de una familia burguesa, es decir, como E.T. pero hecho por alguien que no es un memo como Spielberg sino que conoce los valores correctos y, en lugar de poner a un bicho feo y asexuado para fomentar el ternurismo cutre, saca a un buen mozo como Terence Stamp que, en una lección de lo que debe ser el perfecto huesped, se cepilla a la familia completa: padre, madre, hijo, hija y criada. Cuando él irrumpe en la pantalla la peli, que hasta el momento era en blanco y negro, pasa a unos colores sesenteros en una metáfora visual de bellísima obviedad.

El chaval en cuestión es tan tremendo en la cama que tras su visita la criada empieza a tener visiones místicas y levitar, el hijo sale del armario estrepitosamente, la madre se echa a la calle desesperada en busca de giggolos y el padre huye por el desierto después de poner la empresa que dirige en manos de los obreros. Desintegración familiar, lujuria y marxismo, ¿qué más se puede pedir? Pocas veces una misma película ha juntado tantos valores correctos.

GOTAS DE AGUA SOBRE PIEDRAS CALIENTES (François Ozon, 2000)

Ozon es uno de los más grandes directores de nuestro tiempo; su opera prima, Sitcom, es un remake inconfesado de Teorema cambiando al Terence Stamp follador por un ratoncillo; su seguda película, Los amantes criminales, es una relectura gay de Hansel y Gretel, y, para hacer su curriculum insuperable, ésta, la tercera, adaptó ni más ni menos que una obra teatral de juventud de Fassbinder tan sórdida que ni el propio director alemán se había atrevido a llevar al cine, y estamos hablando del autor de Querelle. Si se compran la película, algo que desde luego deberían hacer, elijan la versión con la portada correcta, que es la que muestra los culos en lugar de las caras al lado de los nombres de los actores.

¿La trama? Un madurito seduce a un jovencillo y lo convierte en un ama de cama sumisa; cuando aparece en escena la ex-novia del joven, la parejita se da una alegría al cuerpo por los buenos tiempos y a continuación el señor mayor tampoco tiene inconveniente en beneficiarse a la chica, una estupenda ocasión para ver a Ludivine Sagnier en pelota picada cuando era una maciza y no una delgaducha a la moda. El alegre trío se complica cuando aparece en escena la antigua novia del marido déspota, a la que éste abandonó tras obligarla a cambiar de sexo …. Un bello psicodrama sexual aderezado con encuadres imposibles y un entreacto en el que la película se interrumpe sin venir a cuento y los cuatro personajes bailan un playback de explota-explótame-expló de Raffaella Carrà pero en alemán. Si alguien prefiere un musical de Donen o Minnelli, está claro que no tiene ni idea.

SMOKING / NO SMOKING (Alain Resnais, 1993)
Hacer dos películas gemelas planteando que una cuenta lo que ocurre cuando al principio el prota se fuma un cigarrillo (smoking) y la otra cuando no se lo fuma (no smoking) es una idea depravada, sobre todo porque la relación causa / efecto entre esa escena y el resto del film es algo más que discutible, y porque a su vez cada una de las pelis gemelas se divide a la vez en cuatro capítulos. Cuando acaba la historia, en la que dos actores interpretan a todos los personajes cambiando de pelucones y rodeados de escenarios exageradamente teatrales, un cartelón de ou bien nos introduce en un giro o un final alternativo; ¡ocho películas por el precio de una!. Al tercer o cuarto ou bien las deserciones en el cine eran masivas; Resnais conoce los valores. Por desgracia no llegó a llevar a cabo su proyecto de hacer una adaptación al cine de Tintín en imagen real en la que los actores llevarían caretas de los personajes que ellos mismos sostendrían con la mano, de lo contrario no duden que esa peli no faltaría en esta lista.

CRÍA CUERVOS (Carlos Saura, 1974)

Ciertas gentes malvadas sin patriotismo dicen que el cine español es malo; la ignorancia es muy atrevida y seguro que no conocen las grandes obras producidas por el tandem Saura-Querejeta. Si no fueran correctas, don Vicisitud no las habría homenajeado en Carlosaurio. Ver a Florinda Chico en bolas o escuchar no una ni dos, sino tres veces, el magistral tema Porque te vas, compuesto por José Luis Perales, de ahí su calidad, y canción del verano en Francia aquel año, justifican de sobra el certificado de peli realmente buena para Cría cuervos. Pero además se trata de una obra metafórica llena de rojerío camuflado (la muerte del padre facha anuncia la de Franco) y con escenas sórdidamente chocantes en las que la cría, que cree tener poderes sobrenaturales, escenifica junto con su hermana los diálogos que les escuchan a sus padres.

VIAJE AL PRINCIPIO DEL MUNDO (Manoel de Oliveira, 1997)

Oliveira debería ser un gafapasta abominable a priori, pero sus planos de doce minutos con la cámara fija y diálogos filosóficos e impenetrables en varios idiomas son tan delirantes que ponen en un compromiso a los culturetas: tienen miedo de reconocer que no entienden nada de sus películas, pero también de decir que les gustan y que alguien les pida que expliquen por qué o de qué van; de ahí su acogida más bien tibia entre la prensa; tampoco los que le insultan, la mayoría sin haber visto ninguna de sus pelis, son capaces de aportar muchos argumentos serios en su contra, sólo saben decir que son un coñazo, pero es que eso lo dicen de todo lo que no sea Star wars ni superhéroes. Reconozco que buena parte de sus pelis son divertidas sólo durante diez minutos e insoportables el resto del tiempo (más o menos igual que las pelis de Hollywood, sólo que las de Oliveira duran la mitad), pero ésta consiste en un recorrido por el norte de Portugal a medio camino entre el folleto turístico, las batallitas del abuelete y el retrato etnográfico.

Una magistral secuencia basta para justificar el visionado de la peli: por fin el protagonista ha encontrado en una ignota aldea norteña (y la diferencia entre Galicia y el norte de Portugal es muy escasa, como queda patente aquí) a sus familiares; su tía-abuela se muestra gallegamente desconfiada porque su sobrino habla francés: mas ele porque nao fala a nossa língua? Su hija le explica voluntariosamente muuuy despacio, muuuuchas veces, con buena letra y por supuestísimo en un plano fijo que dura más de diez minutos que él es el hijo de Fulanita, que es su sobrina, que nació en esa aldea, que emigró a Francia con su marido, que el niño, hoy mayorcito, se crió en Francia y que por eso no habla portugués; tras la larga retahila de explicaciones la mujer responde impertérrita: mas ele porque nao fala a nossa língua? Olvídense de postalitas chorras sobre la Santa Compaña para turistas madrileños como El bosque animado; nunca el cine hizo un retrato tan certero de la Galicia rural.

EL CUARTO HOMBRE (Paul Verhoeven, 1983)

Verhoeven sabe que en una peli tiene que haber tensión y que los protagonistas deben ser gentes atormentadas con atractivo e interés y no niños buenos gilipollas como Tom Hanks o Matt Damon; El cuarto hombre arranca en quinta, con Jeroen Krabbé que se levanta resacoso de la cama, no puede afeitarse por el tremendo parkinson que le produce su alcoholismo y, al toparse con su ligue de la noche anterior en el salón, lo estrangula sin contemplaciones, aunque luego vemos que la escena sólo ocurre en su imaginación un tanto turbulenta. El resto de su jornada sigue por el mismo tono alegre y jovial: el hombre se encuentra con su propio ataud y una serie de visiones muy freudianas de mutilación le avisan de que corre grave peligro.

Cuando conoce a una ochentera y enigmática mujer que se lo liga y a la mañana siguiente le corta el pelo en la peluquería Dalila, se pueden imaginar que tipo de imágenes le vienen a la cabeza al enajenado héroe. Pero la mejor escena onírica no es la pesadilla sobre castración sino su libidinosa fantasía en la que un crucifijo cobra vida y el jesucristo resulta ser el novio fuenorro de la peluquera. Nuestro amigo se dedica a magrear lascivamente el apetitoso cuerpo del crucificado para escándalo de las viejas de la iglesia; todavía mejor que un videoclip de Madonna.

LOS ASESINATOS DE MAMÁ (John Waters, 1994)

John Waters podría exigir derechos de autor por este blog, y de hecho la idea de este artículo la saco del capítulo Placeres culpables de su obra maestra literaria Majareta, que para mi es como la Biblia para un testigo de Jehova o como Tolkien para un freak estándar. Esta tal vez sea su mejor película; una fantástica Kathleen Turner interpreta a Mamá asesina, un ama de casa que pone orden en su vecindario asesinando a base de golpes con un pollo asado o estocadas de pincho moruno a quien no sabe convivir en democracia. ¿A que una mamá asesina en cada barrio vendría de maravilla? Deberían ser funcionarias a sueldo del estado y convocar un montón de plazas cada año. Por eso, cuando es detenida y juzgada, América entera se pone de su parte exigiendo su liberación. Tal vez sea este el film más didáctico en valores de la historia del cine, entre cuyas sabias enseñanzas podemos destacar que el testimonio de alguien que no recicla la basura no debe tener valor en un juicio o que hay que matar a telefonazos a quien se ponga zapatos blancos después de la fiesta del trabajo.

SOY CURIOSA (Vilgot Sjöman, 1967)

Supongo que a muchos lectores, como a mi, les dará espasmos de horror escuchar cuando alguien dice que en una película la frontera entre ficción y documental se diluye. Pero Soy curiosa se rodó cuarenta años antes de que los gafapastas descubrieran la pólvora; y no se trata de un coñazo sobre niños iraníes de mirada profunda sino de una mujer sueca jamona que nos muestra su aprendizaje sexual: le pone los cuernos al director de la peli con un casado delante de la mismísima cámara de su novio; luego experimentará también los placeres lésbicos y los del sado llevándose unas cuantas tortas. Paralelamente a las guarreridas, la mujer milita en causas de gran rojerío; realiza una performance en la que ataca a un obispo dejándolo en calzoncillos y plantea a los viandantes que se cruza cuestiones como si la sociedad sueca es todo lo igualitaria que debiera o si es correcto ir de vacaciones a España o por el contrario supone colaborar con el régimen de Franco. Cincuenta por ciento realidad, cincuenta por ciento ficción, cien por cien depravación. Existen dos partes, azul y amarillo, por los dos colores de la bandera sueca. Sí, como la trilogía de Kieslowski, pero esto tiene gracia y cuenta algo.

CABEZA BORRADORA (David Lynch, 1977)

Que perra tienen algunas gentes con quejarse de que el cine de David Lynch no se entiende. ¿Acaso un cineasta es un maestro de escuela? Quien quiera entender, que se vaya a Chueca. Además del gran divertimento y regocijo que supone leer las delirantes interpretaciones que gafapastillas ociosos hacen de sus películas en el Intenné cuando ilusamente creen haberlas “comprendido”, Lynch nos proporciona depravados psicodramas esquizoides; aunque me guste más Carretera perdida, esta es mejor película porque el protagonista tiene el mejor cardado de la historia del cine, ex-aequo con la novia de Frankenstein, que además le va al pelo a la cara de circunstancias que mantiene a lo largo de todo el metraje. El propio Lynch cuenta tiernamente en un libro de entrevistas cómo se pasaban una hora al día elaborando este maravilloso peinado à la Marge Simpson que yo haría obligatorio por decreto-ley para todos los españoles.

La peli, un poco chunguilla de ver, consiste en un onvre que decide encerrarse dillingermente en su habitación, ya que fuera no se pierde mucho a juzgar por la familia de su novia; una vez allí su felicidad autista se ve malograda por unas visitas un tanto espeluznantes y por la llegada de su hijo, esta monada de bebé-bicho predecesor del niño lagarto de V que con sus no muy armoniosos graznidos no deja lugar a dudas acerca de lo terrible que es la paternidad: cuando los valores antifamiliares se dan la mano con la esquizofrenia y el dillingerismo el resultado no puede ser menos que una obra maestra.

UN HOMBRE Y UNA MUJER (Claude Lelouch, 1966)

Como no todo en la vida puede ni debe ser vicisitud, voy a concluir esta relación de grandes pelis con una obra romántica, jovial y colorista. Claude Lelouch tiene muy claro que el cine debe ser una celebración de la vida y del amor; por ello cuantos más zooms, filtros de todos los colores, cancioncillas pop sesenteras, atardeceres en la playa y primeros planos de Anouk Aimée con el pelo ondeando fotogénicamente al viento consiga sumar a lo largo del metraje, tanto mejor. Sólo en el desgraciadamente desaparecido género de la fotonovela podemos encontrar tal orgía visual de imágenes maravillosamente edulcoradas y tramas reducidas a la mínima expresión y basadas en sentimientos no menos deliciosamente pastelosos. Como los protagonistas de la película, no sean amargados y dejen que la samba, los zooms y la música de Francis Lai entren en sus vidas.

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