¡Un respeto a la selección! (La metamorfosis libia)

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Allá por el 84, mi único verdadero vínculo con el futmbol era el tener una camiseta de Arconada (disfruten esta información, porque es lo más cerca que me van a ver del filoetarrismo ever). Como, con 10 años, no era todavía lo suficientemente cínico para reírme de lo del España – Malta (ahora, con 34, no soy un cínico, sino un sórdido, y sigo aplaudiendo el 12-1) la forma en la que España llegó entonces a la final me sedujo.

The morning after, sin embargo, aún me preguntaba cómo mi admirado Arconada podía haber hecho «aquello», mientras que mi mejor amigo por aquel entonces – gabacho él, fíjense – se volvía futbolero sólo por un día para festejarme en mis Arconádicas narices el triunfo de la selección francesa de Platini.

Así que ya pueden hacerse a la idea de la emoción que supuso para un servidor el ver a un maravillosamente sórdido Platini (gordazo y con unas onditas lolailosas que producirían vicisitud en un congreso valenciano del PP) el felicitar a un fistro – que hoy me entero de que se llama Palop, así de indocumentado estoy – que portaba la camiseta de Arconada. Es un exorcismo mucho mayor que el jugar, finalmente y gracias a los emuladores, a aquel juego del Commodore 64 que nunca lograste tener en la infancia y que tan buena pinta tenía. O el encontrar, por fin, las míticas fotos de Estefanía de Mónaco refrotándose todo lo que es concretamente el jander de las que tanto te hablaron los compañeros de clase justo una de las pocas semanas en las que la gloria de mi padrer no compró el Interviú.

Quien me conoce, sabe que cada vez que abro la boca una de cada cuatro de las palabras que pronuncio es «¡¡ESPAÑA!!». Marcando bien la «P» con un escupitajo. Ayer, se desbarató ese porcentaje. En una noche sumamente etílica era un munhé de Bilbao la que más española se sentía de todos, a la vez que, desde una azotea, revolucionábamos todo un patio de vecinos. Siempre dije que la mayor tragedia del nacionalismo era no poder decir las tres palabras más grandes que existen después de «Vamos a follar» y éstas son «¡¡¡¡Gooooooooool de Espaaaaaaaañaaaaa!!!!» . Así lo demostraron los tristes tiulares del Gara (donde sólo abordaban la marcha de Aragonés disimulando el link entre otras apasionantes noticias como la recogida de almejas en Bilbao) o el Avui (donde, atormentados por las banderas españolas de las ramblas, se dedicaban a recordar la cantidad de catalanes que hay en la selección; claro que sí: todo es agresión colonialista). Pero, qué quieren, eso es lo mismo que preguntarse si Julian McMahon siente amor verdadero por ti mientras te hace un fistfucking: purita estupidez de envidiosos resentidos. Relájate y disfruta ¡que corra el cuentakilómetros!. Grita «¡Gol de España!» y «¡No, Julian, no pares!» a continuación. Esos son los placeres de la vida.

Eso, y el saber que hemos visto algo que poder contar a las generaciones venideras (por no hablar del único momento en el que la reina estuvo a punto de SINCERAMENTE tocarle el tralalá y el ding ding dong al Juanca justo cuando éste iba a recibir la felicitación de Angela Merkel).

Pero, aquí en vicisitud y sordidez, aunque todos sepáis de antiguo de nuestro respeto a la selección, también sabemos de esperáis algo de pensamiento alternativo que nos desmarque del As (o del Mundo Deportivo, que se sentían igual de españoles, que cony). Así que, a continuación, os ofrecemos el análisis de la magistral:

LA METAMORFOSIS LIBIA(el documento que La 2 tuvo los santos cojones de emitir a la misma hora que el partido)

Hace unos años Libia iniciaba reformas económicas, después de reincorporarse a la comunidad internacional tras años de embargo y sanciones internacionales. Su líder, Muammar El Gaddafi, había renunciado a patrocinar el terrorismo internacional y a las armas de destrucción masiva. Fue de los primeros en condenar los atentados del 11S.

En efecto, quien quiera, en el futuro, desmarcarse boutadeiramente de la masa, podrá reivindicar el haber visto, en vez de la esperable victoria de la selección, este sobrecogedor, certero y lúcido reportaje emitido por La 2 sobre un país que siempre nos ha causado gran desvelo. Ya sabéis que, imbuido por Battiato, yo he escrito una carta al gobernador de Libia (y, quien visite este link, podrá seguir haciendo lo propio).

Como conclusiones del reportaje, cabe decir que muchas cosas han cambiado en Libia, sobre todo en la capital, Trípoli. El país, con una economía dominada por el petróleo, apuesta ahora también por el turismo. Pero, vista la reticencia de los ciudadanos a hablar sobre el régimen, cabe concluir que dichos cambios se limitan al terreno económico. No hay avances significativos en reformas políticas o derechos humanos, ni elecciones y los partidos políticos siguen prohibidos.

Que conste.

Ah, ¡y luego la turba de las calles no me dejó reflexionar debidamente! Cuando Libia nos tire un pepino, al menos yo sabré por qué ha sido, y vosotros sólo sabréis cómo corría el niño Torres.

Gentuza.

(Ha sido una cortesía cultural de vicisitud y sordidez para nuestra juventud de hoy y erudita senectud del mañana. Enjoy).

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