
(La escena médica está en torno al minuto 4)
¡Y es que los congresos médicos son así! Que se sepa ya: si ejerces la medicina, hay un 90% de probabilidades de que seas un sórdido de pro. Sí, tú: el que está aún a vueltas con el MIR. ¡Eres un sórdido! (¿Qué harías aquí, si no, by the way?) ¡No me importa tu camiseta moderniqui! ¡Estás abocado a las más gloriosas cotas de la caspa sin H&S que lo remedie! (Esto no se aplica a las señoras: su batalla contra la caspa es épica. Curiosamente, todos mis amigos que ejercen la medicina son mujeres. ‘Nuff said).
Toda esta introducción viene a cuento de que, a la que remontaba esa escena – y otra que hay más adelante en el capítulo, (min. 4) – me dio un súbito arrebato Proustiano.
Ni que decir tiene que si te da un arrebato Proustiano que te haga recordar tu vida a la que te tomas un té con una magdalena, lo más probable es que tu vida sea un soberano peñazo (y que tengas la osadía de rellenar los volúmenes más aburridos de la historia de la literatura con ella). Por el contrario, si te da un arrebato Proustiano con una escena de las tetas, es que tu vida es de una sordidez más allá de lo lamentable. Pero sólo rellenarás un pequeño post de un sórdido blog con ella, lo cual aporta más a la humanidad, o la hace sufrir menos: elijan ustedes. ¡Soy mejor que el prota de «Por el camino de Swan»! ¿Cómo debo sentirme?
El caso es que ese arrebato me retrotrajo a una época en la que Paco Fox y un servidor estábamos juntos en la Escuela de Cine haciendo unas prácticas para un lamentable canal temático ya extinto llamado Medicina televisión.
En dicho canal, yo intentaba animar mortecinas piezas sobre congresos médicos con eternas entrevistas a señores de nula fotogenia realizadas por presentadores de no muy superior presencia física (¡aunque uno de ellos lucía un magnífico bigotón!). Cada vez que había una entrevista en torno al siempre fascinante tema del pene – y eso ocurría con inusitada frecuencia, no crean – yo siempre hacía un corte a primer plano con raccord en el eje cada vez que el entrevistado decía «pene» con claridad. Acto seguido, pasaba a un plano de reacción del entrevistador que mostraba notorio interés ante el órgano masculino. Nadie dijo nunca nada.
Por su parte, Paco demostraba todavía peor oficio que yo. Él trabajaba en producción, y el 90% de sus decisiones se basaban en el puro y simple amiguismo. La peor de ellas vino el día que me dijo «Oye, como necesitas dinero urgentemente, he decidido que hagas una labor para la que NO está capacitado: ir de auxiliar de cámara a un congreso médico». Reflexioné durante una décima de segundo: como montador, los rodajes me dan urticaria, soy incapaz de cargar peso y, probablemente, acabaría apuntando mal todos los códigos de tiempo, a la par que me olvidaría del material y de las cintas por ahí (cosas que, evidentemente, ocurrieron). Mi respuesta fue clara: «Allá voy».
A la que entré en el hall del hotel de congresos, mis ojos se nublaron por la emoción: una pancarta rezaba «IV congreso nacional de ecografía del escroto». Piensen durante un año en un título para cualquier cosa con más gancho que ese. No lo hay. No, ni siquiera «Natalie Portman facialized gets two dicks in the ass muffdiving outdoors free download»: todos sabemos que eso es spyware del chungo, mientras que la nobleza de la ecografía del escroto sería un proyecto por el que George Lucas pagaría un buen dinero. Luego, claro, se preguntaría por qué yo soy el único en la sala del cine.
Pero a lo que íbamos: el ambiente en las salas del congreso era EXACTAMENTE el mismo que habéis visto en las tetas, salvo por la evidente desventaja de que ni Amaia Salamanca ni María Castro pululaban por ahí. Ni siquiera hubo una crisis farlopera de Vane o un horterismo más allá de tus peores pesadillas valencianas por parte de Cris Baby. Y ojalá hubiese sido así: lo que había en aquellas salas era una colección de casposos – y pocas señoras – con un refinado sentido del humor. Por refinado me refiero que, a la que ponían una diapositiva de un escroto tremendamente inflamado, el comentario que se producía a la décima de segundo era «Éste tiene un problema de cojones…». Y yo que me asombraba con el «For sale»…
Pero la parte épica aún estaba por llegar: a los técnicos allí presentes – todos ahora con currículum cinematográfico – nos llevaron a una sala donde proceder a las entrevistas con los molt honorables expertos en ecografía del escroto.
Y entonces, una falta de profesionalidad nunca vista (ni en UPA dance, oigan), hizo acto de presencia.
Entrevistado tras entrevistado, iban dejando caer perlas que nos iban adentrando de forma turbadora en el apasionante e ignoto mundo del escroto. Cuando un onvre comenzó a hablar del «divertículo testicular» y «la túnica vaginal» que separaba al escroto del testículo, todo el esfuerzo por contener la risa fue pasado, literalmente, por el forro de los cojones (¡anda! ¡también yo sé hacer humor médico! No soy mejor que ellos, pero sigo siendo mejor que Hamilton…). La risa claro, intentaba ser ahogada como buenamente se podía. Yo, personalmente, tomaba notas de códigos de tiempo tapándome la cara con el hombro, en una pose tan artificial que hubiese merecido el aplauso de Jesús Hermida himself.
El entrevistador, mesándose el bigote, nos echó una bronca tremenda, pero no sirvió de nada. El siguiente entrevistado, con una media sonrisilla de «Soy un depravado y lo sé» hizo un apasionante disertación que podría resumirse en «El escroto: ése desconocido». Feck, creo que hasta llegó a usar esas palabras. El entrevistador, a la que veía a los de fotografía colocar su jeta tras los focos – sin lograr ahogar del todo la risa – casi interrumpe la entrevista. Cosa que casi – siempre casi – volvió a hacer cuando otro médico hablaba del epopéyico descenso del testículo al escroto, en el que uno de los dos testículos lleva siempre la clara delantera. Por no hablar del drama que supone el no lograr bajar del todo (me ha tocado montar alguna porno en la que el actor sufría ese impedimento y la vicisitud me resultara MUY grande). La tos nerviosa que le entró al de sonido obligó a repetir la pregunta.
Pero en la vida, la risa y las lágrimas van de la mano. Un sobrio y afable doctor catalán, en su intervención, nos demostró que no todo es cachondeo. Y eso lo hizo recordándonos la absoluta certidumbre de que «Llega un momento en que es inevitable que el hombre sea sometido a un tracto rectal». Nuestros anos se contrajeron sobremanera, para qué negallo.
Y eso fue lo único que se obvió en esas escenas de las tetas. ¡Para que luego digan que es una serie sin valores! ¡Ahí nadie se dedica a recordarte que te van a practicar un tracto rectal!
Eso sólo lo hago yo. Qué cabrón.