Guía del psicodrama: del evangelio a Nip Tuck

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FAN FATAL DEL PSICODRAMA

No se crean que ser un sórdido las 24 horas del día no resulta cansado muchas veces; aunque nadie lo diría leyendo este blog, en ocasiones sus autores intentamos hacer lo mismo que hacen los seres humanos y ver pelis y leer libros normales. Uno de mis innumerables intentos fracasados de no ser freak fue cuando hace unos años intenté ver la popular serie Friends: había oído que era una telecomedia divertida y me puse a ver un capítulo con mi mejor buena fe, pero cuando apareció en escena el cuarto pijomierda diciendo un amago de chiste que convertiría en humor intelectual al for sale empecé a preguntarme por qué tardaba tanto en salir el asesino con máscara chunga que en cualquier buena película hubiera acuchillado ya a todos aquellos idiotas convirtiendo aquella infamia en algo que mereciera la pena ver: ¿en serio hay gente en el mundo que encuentra a Jennifer Aniston graciosa o, peor aún, guapa? ¿¿Y se supone que el freak soy yo?? No me negarán que lo único divertido que se puede hacer con esa mujer es ver cómo la asesinan. Pero recordé que aquello no era una peli de terror adolescente (aunque los personajes me parecieran idénticos) y que nadie iba a morir en aquella historia, lo cual me pareció mal. Cuando apareció en escena un pijomierda más que al parecer hacía el papel de “tonto” del grupo, como si los otros fueran más listos en algo, decidí apagar la tele antes de que me dieran ganas de meterme en una secta y exterminar a toda la humanidad; en su lugar opté por seguir contento y feliz viendo mis depravaciones de Polanski, David Lynch y compañía.

El caso es que no consigo empatizar ni sentir interés por el típico personaje de película o serie americana: cuando veo al chico atractivo, superinteligente, número uno en su profesión y gran padre de familia entrar en su oficina con su traje y su maletín haciendo un comentario agudo y un chistecillo que nos muestra el tío tan guai que es, ya he desconectado de la historia antes de que empiece. La comedia y el cine ligero no me van, todo buen cristiano sabe que al cine debe irse a sufrir. Pero las producciones “serias” de Hollywood son todavía más estomagantes: la típica voz en off que pronuncia reflexiones almibaradas al principio y al final de la historia debería de estar prohibida por ley, para escuchar eso ya está el niño sabiondo de Cuéntame. Como ejemplo perfecto de mal drama está Forrest Gump, una de las más execrables abominaciones jamás perpetradas, que comienza con la ñoñez de la pluma volando por el aire y lo de mamá decía que la vida es como una caja de bombones. Podría ser un buen comienzo para una parodia …. pero no es el caso, por desgracia va en serio. Sí podríamos decir que es, involutariamente, un film de terror psicológico en el que el espectador se pregunta cuánto edulcorante artificial y drama reaccionario podrá soportar antes de empezar a vomitar.

Comparen esta bazofia con la obra de un autor de verdad como David Cronenberg, que en Spider da una lección de como comenzar un drama: un freak enajenado con cara de haber salido de un cuadro de Munch se pasea por un Londres cuyas calles su mente esquizofrénica ve vacías; cuando llega a un descampado se echa al suelo y comienza a escarbar en la tierra con intención desconocida; al poco rato se lo llevan al psiquiátrico donde empieza a atar cuerdas al estilo de telas de araña en toda su habitación mientras el público horrorizado se debate en la duda de seguir sufriendo con aquello o ser tomados por catetos si abandonan la sala tan pronto; así SÍ, esto es un drama correcto. Tonto es el que dice tonterías, mi nombre es Forrest Gump, NO.

Algunos de los pocos sabios que en el mundo han sido han expresado de forma perfecta este mismo concepto así que no tengo más que citar sus sabias palabras: John Waters, que SIEMPRE tiene razón, comentó, respecto a Interiores de Woody Allen que tenía todos los elementos de un buen drama: odio, sentimiento de culpa, suicidio y relaciones familiares disfuncionales; por su parte, Martin Gore, compositor de todos los hits de Depeche Mode y por lo tanto rey del Casio situado por encima del bien y del mal manifestó con acierto que sus canciones hablan de los grandes temas: el bien, el mal, el sexo, la familia, Dios, la culpa … Como ellos, yo quiero películas espesas, trascendentes y depravadas con personajes traumatizados, tarados, esquizofrénicos, a ser posible fetichistas sexuales, llenas de sufrimiento, violencia y tensión psicológica. Es decir, PSICODRAMAS.

Podrá parecerles que esta actitud ante la vida es fruto de una pose adoptada a posteriori pero puedo asegurarles que es puro instinto; ya en mi niñez fui el único de toda mi clase que no fue al cine a ver E.T. ni ningún capítulo de la saga de Star Wars ni sentía ningún interés por hacerlo; cuando las vi, ya veinteañero, comprobé que la decisión tomada en mi infancia había sido la correcta. Tampoco sentí nunca atracción por los bodrios Disney, afortunadamente para mis neuronas. Podrían pensar nuestros lectores que una vocación por el psicodrama se cimenta viendo morir a la madre de Bambi o sufriendo con las vicisitudes de Heidi o Marco, pero siempre, incluso de pequeño, la pornografía sentimental me ha producido un enorme rechazo y yo me alejaba como de la peste de los lloros y pucheros. Además los dibujos animados japoneses siempre me han parecido cutres; yo ponía la tele para ver productos de corte erótico-festivo y lo que me gustaba eran los Picapiedra y la Pantera rosa. Mi recuerdo más antiguo de renuncia a la jovialidad y caída en las redes del psicodrama es ver Que el cielo la juzgue en Sábado cine; olvídense del memo de Douglas Sirk, eso es para cinéfilos rancios tipo Garci o locazas sin criterio como Todd Haynes, el directorcillo culturetoide este que homenajeaba a Sirk en la poco interesante Lejos del cielo: si quieren ver melodrama hardcore, el amo es John M. Stahl. En Que el cielo la juzgue, una de sus mejores obras, Gene Tierney, bien guapa ella, es una mujer un poquillo desequilibrada que se excede en su amor por su marido: primero se encarga de alejar de él a toda posible rival, y luego a zafarse de molestas compañías que le puedan quitar la atención exclusiva de su amado, como su cuñado paralítico, al que deja ahogarse en un río mientras ella permanece impasible, o su futuro bebé, que decide abortar tirándose por las escaleras a propósito. Cuando su marido descubre todas estas felonías, ella, desesperada por no tener ya su amor, se prepara unos polvillos blancos cuya función yo era demasiado enano (y tal vez poco espabilado) para tener clara, pero que mi señora madre me aclaró que eran para suicidarse. Este cocktail de obsesión, paranoia, crimen, aborto y suicidio me dejó plenamente satisfecho, descubriéndome todo un mundo de sensaciones.

No mucho después intenté ver Repulsión, y entonces fui consciente de que el cine europeo siempre gana por goleada en lo depravado: la escena en la que Catherine Deneuve trabaja en la manicura de una clienta y, en su enajenación, le hace pupa con unas amenazadoras pinzas de depilar elevó mi nivel de angustia hasta unas cimas que no tardaron en verse rebasadas cuando la chica, sola en su apartamento y totalmente entregada en brazos de la esquizofrenia, empieza a ver manos que salen de la pared; así pues, cuando a un hombre imprudente no se le ocurre otra cosa que meterse en su piso e intentar ligar con nuestra amiga, con la lógica consecuencia de que ella le abre el cráneo con un candelabro o algo asín, tuve que rendirme y me fui a la cama un tanto alterado: con nueve tiernos años de edad todavía tenía límites en el grado de depravación que podía asimilar. Ni que decir tiene que tiempo más tarde pude ver, no sin vicisitud pero tampoco sin disfrute, la peli entera; mi pobre señora madre, que pasaba por el salón y se quedó, a su pesar, enganchada hasta el final, opinó con acierto al acabar: ¿que angustiosa, no?

No puedo justificar esta prematura atracción por las psicologías torturadas, la esquizofrenia, el crimen pasional o la sexualidad fetichista: no tengo la excusa de ningún trauma ni vicisitud infantil relevante. Ni siquiera, a diferencia de muchos otros, mis compañeros de clase me sometieron nunca al yuyu, un sórdido ritual de humillación en el que te cogían por los brazos y por las piernas y te acercaban al poste de la portería de fútbol hasta que éste provocaba una presión castradora en la entrepierna, imagino que no muy agradable salvo para los amantes del cbt (cock and ball torture). No señor, no puedo decir que sea un depravado víctima de la sociedad, sino un depravado hecho a sí mismo.

Mi entrega sin pudor ni reparo al psicodrama desfasado se produjo ya en la adolescencia, siendo la puerta a los infiernos que mejor recuerdo La guerra de los Rose; los nunca bien ponderados Kathleen Turner y Michael Douglas interpretaban a un matrimonio pijillo. Él tiene un accidente y lucha por su vida en el hospital; finalmente se salva y vuelve a casa. Esa noche, en el lecho conyugal, Kathleen dice algo del tipo durante estos días pensaba que ibas a morir; me imaginaba tu funeral; luego la vida sola en esta casa .. Michael la miraba compungido y empezaba a decir tiernas palabras de consuelo cuando ella le soltaba: al imaginarte muerto me sentía tremendamente feliz. Quiero el divorcio. El resto de la peli no estaba mal pero no podía situarse a la altura de este highlight psicodramático; a partir de esta epifanía, mi vida cinéfila empezó a consistir en una cuesta abajo en la depravación cuyos subgéneros paso a describirles acompañados de sus máximos exponentes.

PSICODRAMAS IMPRESCINDIBLES

1. Psicodramas esquizoides

Narran la caída de un onvre o una mujé en el aislamiento y la enajenación, siendo los posibles finales el asesinato, el suicidio, el internamiento en el psiquiátrico o una combinación de todo lo anterior. Este climax viene después de innumerables pesadillas que nos muestran el proceso degenerativo de la mente del desdichado protagonista. Este planteamiento es una puerta abierta al era yo, personajes que sólo existen en la mente del prota, o, si el director es más osado, al género Dillinger, un rosario de actos enajenados cometidos en soledad. Como bellos ejemplos del psicodrama esquizoide tenemos varios flimes de David Lynch (Carretera perdida, Cabeza borradora, Mulholland drive), Polanski (El quimérico inquilino, la mencionada Repulsión), David Cronenberg (Spider, M butterfly), Bergman (De la vida de las marionetas) o Marco Ferreri (Dillinger ha muerto, que como podrán suponer es mi película de cabecera).
2. Psicodramas familiares
Las familias disfuncionales son toda una fuente de traumas y conflictos; parejas que no se comunican, padres e hijos que se odian, rivalidades fraternas, relaciones enfermizas al borde del incesto …. Las combinaciones son infinitas: una madre y una hija dirigiéndose la una a la otra amargas recriminaciones fruto de la tensión acumulada durante años (Sonata de otoño), dos hermanos gemelos mutuamente dependientes (Inseparables), dos hermanas brujas solteronas que se entretienen con juegos de humillación como servirse una rata muerta para la cena (Que fue de Baby Jane), matrimonios infernales que avisan a parejas jovencitas e incautas de lo que les puede deparar el futuro (sepan que antes de José Luis Moreno ya existían Quién teme a Virginia Woolf o Lunas de hiel) y largo etcétera. El problema del psicodrama familiar es que hay que tener mucho cuidado a la hora de buscar la compañía para verlo, no sea que alguien se lo tome como una indirecta o que su visionado plantee incómodas preguntas.
3. Psicodramas sexuales
Que el sexo es fuente de tensiones nadie lo duda; que lo es también de depravaciones y enajenación, todavía menos. El psicodrama se nutre por igual de reprimidos y de todo tipo de guarros y viciosillos, entre los que habría que englobar a los adictos a todo tipo de parafilias. Los problemas que ocasiona la represión los hemos visto en Eyes wide shut o, en su vertiente más chunga, en Psicosis; tenemos pasiones sadomasoquistas en Secretary, donde una joven aficionada a autoagredirse clavándose agujas descubre un placer muy superior en las palizas que le pega su jefe, pasiones voyeuristas en El fotógrafo del pánico, donde a un viciosillo un tanto pallá le da gustirrinín grabar a las mujeres en el momento antes de morir, pasiones zoofílicas en Max mi amor, con la imprescindible Charlotte Rampling protagonizando un menage à trois con su marido y un chimpancé, o pasiones fetichistas en Crash, con una secta cuyos miembros se ponen a cien viendo accidentes de automóvil y sobando y lamiendo cicatrices y contusiones. Pero ojo, no es oro todo lo que reluce, no se puede aplaudir toda película en la que el protagonista se ponga ropa interior femenina, se enganche al porno sado o se deje ver por puticlubs; ahí está el pestiño de La pianista para demostrarlo. Lo fundamental es que los autores del film se identifiquen con el freak y que lo traten con el debido respeto sin mirarlo por encima del hombro. En Tamaño natural, tierna historia de amor entre el gran Michel Piccoli y su muñeca hinchable, el personaje que no es de plástico está retratado con tanto cariño como sordidez. Probablemente el amo del psicodrama sexual es don Luis Buñuel: entre sus personajes encontramos a un celoso obsesivo que intenta coser el himen de su mujer (Él), una burguesa reprimida que fantasea con humillarse y dedicarse a la prostitución (Belle de jour) o un viejo verde que babea detrás de una jovencita a la que le gusta insinuarse y dejarle con la miel en los labios (Ese oscuro objeto del deseo).

4. Psicodramas positivos


El psicodrama siempre implica sufrimiento, pero no tiene por qué ser desesperanzado; aunque su elevada carga emocional le impide ser jovial ni festivo, sí puede haber buen rollo y finales felices. Como freak nada me emociona más que ver una peli de algún onvre o mujé que después de muchas vicisitudes, dudas, incomunicación, falta de habilidades sociales, fracasos laborales, personales y vitales y traumas de todo tipo y variedad consigue convertirse en algo parecido a un ser humano y a veces hasta encontrar el amor.
El psicodrama positivo es lo más viejo del mundo, se llama cuento de hadas. Los que, por culpa de los bodrios Disney, piensen que un cuento de hadas es una ñoñez chorra, que piensen en una peli sobre unos padres que abandonan a sus hijos para que mueran en el bosque; los pequeños van a parar a la casa de un asesino de niños y su única forma de sobrevivir es hacer que el monstruo mate por error a sus propias hijas dejándolas degolladas en un charco de sangre; esta historia tan enferma, que ni el gore ni el giallo más depravado llegan a igualar, se llama Pulgarcito y los niños llevaban muchos siglos leyéndola con regocijo hasta que llegó esta estúpida generación de escritores infantiles à la Spielberg sin sentido del psicodrama que escriben chorradas sobre el niño inmigrante al que el niño malvado le roba la manzana en el colegio porque sus padres se acaban de divorciar y no recibe amor; por favor señores escritores, pedagogos y psicólogos, no crean que los críos son tan simples y soplapollas como ustedes. Ni los adultos tampoco: un cuento de hadas para mayores no es una tontería como Pretty woman, sino obras bellas como Terciopelo azul, La boda de Muriel o la ya mencionada Secretary.
Cumbres del psicodrama: el Evangelio y Nip Tuck
Hay muchos reyes del psicodrama: mi compañero Vicisitud ya expuso todas las virtudes del cine de Ingmar Bergman, uno de los grandes; los géneros era yo y Dillinger han sido sobradamente explicados también en sendos artículos; he mencionado ya casi todas las películas de Polanski, Cronenberg, Lynch y Buñuel. Pero si me preguntaran por el mejor psicodrama ever audiovisual (el novelesco, sin duda, es la mejor y más depravada historia de amor de todos los tiempos, Cumbres borrascosas) la respuesta sería la serie televisiva Nip Tuck, de culto obligado para cualquier sórdido que se precie: es sencillamente perfecta y lleva a su culmen a todas y cada una de las variantes del psicodrama. Los clientes de los doctores Troy y MacNamara desgranan episodio tras episodio un rosario de traumas que dejarían hecho polvo al psiquiatra más curtido. El psicodrama sexual, por su parte, está sobradamente servido con el doctor Troy, un soltero putero referente básico y mito erótico de este blog que se trajina a absolutamente todas las mujeres de la serie y casi también a los hombres; y en cuanto al psicodrama familiar, ahí tenemos a la parentela harto disfuncional del doctor McNamara: para que se hagan una idea, su esposa Julia en un ataque de desequilibrio emocional tira al hamster de la familia por el water, mientras su hijo adolescente se obsesiona con que su miembro no es lo suficientemente bello para satisfacer a su novia, por lo que decide hacerse una circuncisión él mismo a lo vivo; en realidad la chica es lesbiana y le propone solucionar el problema haciendo un trío: ¿tienen ya las cejas arqueadas hasta su límite elástico? Pues les estoy hablando sólo de los dos primeros y más sobrios capítulos de la serie, luego va todo a peor. Además, todos los personajes son muy guapos, otra norma importante del psicodrama. Para ver a gente fea ya está el metro y, por otra parte, ¿quién quiere ver sufrir a un feo? ¿Encima de perro, apaleado? Pues claro que no. Eso sí, aunque Nip Tuck alcance la perfección como obra maestra de la sordidez y la depravación, hay que reconocer que también dispone de muchos capítulos para lograrlo. Como obra suelta e independiente, me inclino pues por las sagradas escrituras como el mejor relato psicodramático.

Durante esta semana santa, ¿no se han planteado el por qué del éxito mundial de una religión como el cristianismo, más bien absurda, de poco fuste espiritual, y tan intelectualmente bobalicona como cualquier otra religión occidental u oriental? De hecho, el Nuevo Testamento en su conjunto es mediocre. Como muy bien analizaba don Vicisitud en su día, te repiten el acto principal cuatro veces, luego siguen con los Hechos de los Apóstoles, una secuela de lo más vulgar, y como no saben como acabarlo optan por una paja mental de arte y ensayo, el Apocalipsis. Pero si cogemos uno sólo de los evangelios encontraremos a un señor que ¡es su propio padre! Y su propio padre, es decir, él mismo, le manda morir en la cruz; la escena del huerto de los Olivos, donde se dan la mano sin pudor alguno la esquizofrenia y el desdoblamiento de personalidad, es la cumbre histórica del psicodrama. Por no hablar de toda esa iconografía basada en un hombre joven en paños menores torturado, algo que, fuera de las catedrales, sólo encontramos en los más selectos clubes gays de s/m; sí amigos, como decía una entrada anterior, Jesucristo rocks. Amen.

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