

El caso es que no consigo empatizar ni sentir interés por el típico personaje de película o serie americana: cuando veo al chico atractivo, superinteligente, número uno en su profesión y gran padre de familia entrar en su oficina con su traje y su maletín haciendo un comentario agudo y un chistecillo que nos muestra el tío tan guai que es, ya he desconectado de la historia antes de que empiece. La comedia y el cine ligero no me van, todo buen cristiano sabe que al cine debe irse a sufrir. Pero las producciones “serias” de Hollywood son todavía más estomagantes: la típica voz en off que pronuncia reflexiones almibaradas al principio y al final de la historia debería de estar prohibida por ley, para escuchar eso ya está el niño sabiondo de Cuéntame. Como ejemplo perfecto de mal drama está Forrest Gump, una de las más execrables abominaciones jamás perpetradas, que comienza con la ñoñez de la pluma volando por el aire y lo de mamá decía que la vida es como una caja de bombones. Podría ser un buen comienzo para una parodia …. pero no es el caso, por desgracia va en serio. Sí podríamos decir que es, involutariamente, un film de terror psicológico en el que el espectador se pregunta cuánto edulcorante artificial y drama reaccionario podrá soportar antes de empezar a vomitar.
Comparen esta bazofia con la obra de un autor de verdad como David Cronenberg, que en Spider da una lección de como comenzar un drama: un freak enajenado con cara de haber salido de un cuadro de Munch se pasea por un Londres cuyas calles su mente esquizofrénica ve vacías; cuando llega a un descampado se echa al suelo y comienza a escarbar en la tierra con intención desconocida; al poco rato se lo llevan al psiquiátrico donde empieza a atar cuerdas al estilo de telas de araña en toda su habitación mientras el público horrorizado se debate en la duda de seguir sufriendo con aquello o ser tomados por catetos si abandonan la sala tan pronto; así SÍ, esto es un drama correcto. Tonto es el que dice tonterías, mi nombre es Forrest Gump, NO.
Algunos de los pocos sabios que en el mundo han sido han expresado de forma perfecta este mismo concepto así que no tengo más que citar sus sabias palabras: John Waters, que SIEMPRE tiene razón, comentó, respecto a Interiores de Woody Allen que tenía todos los elementos de un buen drama: odio, sentimiento de culpa, suicidio y relaciones familiares disfuncionales; por su parte, Martin Gore, compositor de todos los hits de Depeche Mode y por lo tanto rey del Casio situado por encima del bien y del mal manifestó con acierto que sus canciones hablan de los grandes temas: el bien, el mal, el sexo, la familia, Dios, la culpa … Como ellos, yo quiero películas espesas, trascendentes y depravadas con personajes traumatizados, tarados, esquizofrénicos, a ser posible fetichistas sexuales, llenas de sufrimiento, violencia y tensión psicológica. Es decir, PSICODRAMAS.
Podrá parecerles que esta actitud ante la vida es fruto de una pose adoptada a posteriori pero puedo asegurarles que es puro instinto; ya en mi niñez fui el único de toda mi clase que no fue al cine a ver E.T. ni ningún capítulo de la saga de Star Wars ni sentía ningún interés por hacerlo; cuando las vi, ya veinteañero, comprobé que la decisión tomada en mi infancia había sido la correcta. Tampoco sentí nunca atracción por los bodrios Disney, afortunadamente para mis neuronas. Podrían pensar nuestros lectores que una vocación por el psicodrama se cimenta viendo morir a la madre de Bambi o sufriendo con las vicisitudes de Heidi o Marco, pero siempre, incluso de pequeño, la pornografía sentimental me ha producido un enorme rechazo y yo me alejaba como de la peste de los lloros y pucheros. Además los dibujos animados japoneses siempre me han parecido cutres; yo ponía la tele para ver productos de corte erótico-festivo y lo que me gustaba eran los Picapiedra y la Pantera rosa. Mi recuerdo más antiguo de renuncia a la jovialidad y caída en las redes del psicodrama es ver Que el cielo la juzgue en Sábado cine; olvídense del memo de Douglas Sirk, eso es para cinéfilos rancios tipo Garci o locazas sin criterio como Todd Haynes, el directorcillo culturetoide este que homenajeaba a Sirk en la poco interesante Lejos del cielo: si quieren ver melodrama hardcore, el amo es John M. Stahl. En Que el cielo la juzgue, una de sus mejores obras, Gene Tierney, bien guapa ella, es una mujer un poquillo desequilibrada que se excede en su amor por su marido: primero se encarga de alejar de él a toda posible rival, y luego a zafarse de molestas compañías que le puedan quitar la atención exclusiva de su amado, como su cuñado paralítico, al que deja ahogarse en un río mientras ella permanece impasible, o su futuro bebé, que decide abortar tirándose por las escaleras a propósito. Cuando su marido descubre todas estas felonías, ella, desesperada por no tener ya su amor, se prepara unos polvillos blancos cuya función yo era demasiado enano (y tal vez poco espabilado) para tener clara, pero que mi señora madre me aclaró que eran para suicidarse. Este cocktail de obsesión, paranoia, crimen, aborto y suicidio me dejó plenamente satisfecho, descubriéndome todo un mundo de sensaciones.
No mucho después intenté ver Repulsión, y entonces fui consciente de que el cine europeo siempre gana por goleada en lo depravado: la escena en la que Catherine Deneuve trabaja en la manicura de una clienta y, en su enajenación, le hace pupa con unas amenazadoras pinzas de depilar elevó mi nivel de angustia hasta unas cimas que no tardaron en verse rebasadas cuando la chica, sola en su apartamento y totalmente entregada en brazos de la esquizofrenia, empieza a ver manos que salen de la pared; así pues, cuando a un hombre imprudente no se le ocurre otra cosa que meterse en su piso e intentar ligar con nuestra amiga, con la lógica consecuencia de que ella le abre el cráneo con un candelabro o algo asín, tuve que rendirme y me fui a la cama un tanto alterado: con nueve tiernos años de edad todavía tenía límites en el grado de depravación que podía asimilar. Ni que decir tiene que tiempo más tarde pude ver, no sin vicisitud pero tampoco sin disfrute, la peli entera; mi pobre señora madre, que pasaba por el salón y se quedó, a su pesar, enganchada hasta el final, opinó con acierto al acabar: ¿que angustiosa, no?
No puedo justificar esta prematura atracción por las psicologías torturadas, la esquizofrenia, el crimen pasional o la sexualidad fetichista: no tengo la excusa de ningún trauma ni vicisitud infantil relevante. Ni siquiera, a diferencia de muchos otros, mis compañeros de clase me sometieron nunca al yuyu, un sórdido ritual de humillación en el que te cogían por los brazos y por las piernas y te acercaban al poste de la portería de fútbol hasta que éste provocaba una presión castradora en la entrepierna, imagino que no muy agradable salvo para los amantes del cbt (cock and ball torture). No señor, no puedo decir que sea un depravado víctima de la sociedad, sino un depravado hecho a sí mismo.
Mi entrega sin pudor ni reparo al psicodrama desfasado se produjo ya en la adolescencia, siendo la puerta a los infiernos que mejor recuerdo La guerra de los Rose; los nunca bien ponderados Kathleen Turner y Michael Douglas interpretaban a un matrimonio pijillo. Él tiene un accidente y lucha por su vida en el hospital; finalmente se salva y vuelve a casa. Esa noche, en el lecho conyugal, Kathleen dice algo del tipo durante estos días pensaba que ibas a morir; me imaginaba tu funeral; luego la vida sola en esta casa .. Michael la miraba compungido y empezaba a decir tiernas palabras de consuelo cuando ella le soltaba: al imaginarte muerto me sentía tremendamente feliz. Quiero el divorcio. El resto de la peli no estaba mal pero no podía situarse a la altura de este highlight psicodramático; a partir de esta epifanía, mi vida cinéfila empezó a consistir en una cuesta abajo en la depravación cuyos subgéneros paso a describirles acompañados de sus máximos exponentes.
PSICODRAMAS IMPRESCINDIBLES
1. Psicodramas esquizoides




4. Psicodramas positivos
El psicodrama siempre implica sufrimiento, pero no tiene por qué ser desesperanzado; aunque su elevada carga emocional le impide ser jovial ni festivo, sí puede haber buen rollo




Durante esta semana santa, ¿no se han planteado el por qué del éxito mundial de una religión como el cristianismo, más bien absurda, de poco fuste espiritual, y tan intelectualmente bobalicona como cualquier otra religión occidental u oriental? De hecho, el Nuevo Testamento en su conjunto es mediocre. Como muy bien analizaba don Vicisitud en su día, te repiten el acto principal cuatro veces, luego siguen con los Hechos de los Apóstoles, una secuela de lo más vulgar, y como no saben como acabarlo optan por una paja mental de arte y ensayo, el Apocalipsis. Pero si cogemos uno sólo de los evangelios encontraremos a un señor que ¡es su propio padre! Y su propio padre, es decir, él mismo, le manda morir en la cruz; la escena del huerto de los Olivos, donde se dan la mano sin pudor alguno la esquizofrenia y el desdoblamiento de personalidad, es la cumbre histórica del psicodrama. Por no hablar de toda esa iconografía basada en un hombre joven en paños menores torturado, algo que, fuera de las catedrales, sólo encontramos en los más selectos clubes gays de s/m; sí amigos, como decía una entrada anterior, Jesucristo rocks. Amen.