Mis vicisitudes estomacales

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Es bien sabido y mundialmente aceptado que pocas cosas hay que te abstraigan más de la realidad y las vicisitudes cotidianas que el que te introduzcan por sorpresa un dedo por el culo. Pues imaginaos, que en vez de un dedo, es un tubo. Y por la nariz.


Un nerd no está completo sin su correspondiente tara física. Como bien sabe todo aquel que haya visto una película americana de adolescentes (que es donde reside toda la sabiduría de nuestra sociedad), la principal es el asma. No creo que sea casualidad que el Dr Elektro, el mayor onvre pan-freak que conozco, tenga su inhalador siempre a mano, cual Mikey de los Goonies. Y no olvidemos el día en el que le prescribieron uno a mi novia. En ese momento, me emocioné enormemente, pues mi Snowymary había dado un paso definitivo a su nerdización total. De chica tímida de invernaderos almeriense a perturbada asmática que pide que baje el último de ‘Battlestar Galactica’. Qué bonito.

Por mi parte, no tengo problemas respiratorios más allá de la usual alergia. Pero lo del estómago ya es otro tema.

A la pregunta en la encuesta de este mes de ‘¿Qué le han metido a Paco Fox?’:

– Un 4% contestó que ‘Un puño’, demostrando que habían leído el artículo sobre mi gaycidad y supongo que sospechando que soy un depravado masoquista. Lo cual es mentira: no soy masoquista.

– Un 28% eligió la opción de ‘Un bocadillo de choped’, demostrando que son muchos los que conocen mis más íntimos deseos.

– Un 6% se decantó por el clásico ‘No era un tubo’, demostrando que YA hay nostálgicos del pasado de este blog.

-Un 40% acertó con ‘Esta vez, sí era un tubo’. Vale, era una pregunta muy sencilla. De estas de «Pues si lo preguntan, es porque ha ocurrido», estilo ¿Han redefinido los conocimientos que se tenían de la inmovilidad de la sociedad egipcia los recientes descubrimientos acerca de la pirámide de Keops? o ¿Puedes coger una enfermedad venérea si practicas sexo sin protección, doctor?
Porque hace unos días me hicieron por segunda vez una maravillosa prueba para la hernia de hiato consistente en un tubito tamaño pajilla que te meten por la nariz hasta el mismísimo duodenarl. Y no: no va al duodeno. Es que cualquier momento es bueno para citar a Chiquito. Que hay que explicarlo todo, coña.

Muchas personas comentan que, de las dos pruebas clásicas para medir los problemas de estómago, la más molesta es la endoscopia, que consiste en que te introducen (efectivamente) un tubo por la boca. Yo también he hecho esa. Dos veces. Es la mar de curioso que Tom Cruise utilizara un cablecillo de unos milímetros de grosor en ‘Misión Imposible’ con el que le veía hasta los pelillos de la nariz a los malos y yo tuviera que sufrir una especie de butifarra mortal. La cual, por otra parte, me hizo comprender la valía de felactrices de la talla de Linda Lovelace o Tori Welles.

Lo curioso del tema es que, la primera vez que me sometieron a esta prueba, la cosa fue incluso divertida. Nada más llegar, observé cómo la enfermera echaba el (por entonces) nuevo ambientador ‘Oust’. La buena mujer se quejaba de que, como era de esperar, no funcionaba. Yo le contesté que tampoco olía tan mal, a lo que me respondió: ‘Ya, pero en colonocopia están desesperados’. Y me dio mucho asquito y risa al mismo tiempo, porque ya sabemos que no hay nada más gracioso que un chiste de caca.

A continuación, comenzaron a introducirme la morcilla por la garganta, mientras mentalmente tarareaba la música de Misión Imposible por aquello de abstraerme. Y entonces sucedió:

El más glorioso, impresionante, sonoro, musical, armonioso y brutal eructo de la historia.

Y eso sólo fue el momento. Aquello se convirtió en una sinfonía de gases que, sin duda, resultaba más melodiosa que una composición de Ligeti. Y yo empecé a descojonarme. ¿Cómo si no esperabais que reaccionase? Desde luego, la enfermera, que no lee ‘Vicisitud y sordidez’ (entre otras cosas porque todavía no se había escrito y esto no es ‘La casa del lago’), no daba crédito. Sobre todo porque seguía riéndome mientras tenía arcadas. Así que al usual ‘intenta aguantar las ganas de vomitar’ que le dicen a todo el mundo en esta prueba (¿cómo coño quieren que detengas un espasmo involuntario?) se unía el absurdo de ‘intenta no reírte’.
La segunda vez, perdida la novedad, la cosa fue menos agradable. Pero preferible a tener un tubo por la nariz veinticuatro horas. Al principio pude disfrutar de la novelería de sentirme como un guerrero fremen viajando por las arenas de Dune. Sólo que, en vez de arena, era el metro de Moncloa. Y en vez de uniforme negro con compartimentos para el agua llevaba un abrigo de cuello vuelto que me tiraba del cable. Pero, al menos, pude recrearme en aquel momento de fama callejera. Porque, claro, si en otro contexto una amplia multitud de universitarias eróticas me mirara fijamente por la calle, la situación habría sido perturbadora. Pero aquel día, al menos tenía la seguridad de que no llevaba la bragueta abierta, sino que era mi tubo el centro de atención. Y esa certeza era, por una vez, agradable.

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