Vicisitudes personales: Memorias de mi gaycidad

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Un fenómeno muy ligado a la vicisitud es la evolución de los gustos musicales. Cuando somos niños, nos contentamos con repetir y memorizar cualquier cosa que nos ponen por delante. Yo recuerdo escuchar un recopilatorio de cuatro discos que tenían mis padres cuyo punto culminante, al menos para mí, era el tema de ‘Don Quijote de la Mancha’. A veces incluso ponía un LP de Objetivo Birmania que le habían regalado al Ciudadano Soberano. Todavía me pregunto si su poco espíritu musical es una secuela de que su primer disco fuera éste.
Más tarde, como muchos otros, empecé con lo de hacer cintas VHS grabando de la tele todo lo que me apetecía. Y la cosa iba de José Luis Perales a Samantha Fox, pasando por George Harrison, Francesco Napoli y Franco Battiato. Esto es, una especie de casoulette musical con resultados igualmente indigestos para cualquier persona con un poco de sentido común.Con los primeros ataques virulentos de granos comenzó la degustación más consciente de discos. Si esto de la música te tira, empiezas a pasar el poco tiempo libre que te dejan las pajas (y, en mi caso, las pajas y el Spectrum) en investigar el universo musical. Y en aquella época pre-mula, las fuentes de información principales eran Los 40 Subnormales y los compañeros de clase.

 

Por aquel entonces, un buen puñado de mis amigos escuchaban principalmente un grupo: Depeche Mode. Uno de ellos me prestó varias cintas de música techno para que viera qué músicos me gustaban más. Yo, en lugar de quedarme con esa gente seria cuyo directo estaba siempre entre los discos más vendidos en la lista de Rockopop, me decidí tanto por The Human League como por ir completando toda la discografía de… Erasure.Con esa edad, para mí la música era la música y punto. No me interesaba como fenómeno social de rebeldía. Y, por supuesto, la orientación sexual era un mundo totalmente aparte. Ni me planteaba que tal o cual cantante fuera una reivindicación viviente de los derechos de los homosexuales. Para mí, Boy George no era más que ese tipo hortera y simpático que salía en el mejor capítulo de la historia de El Equipo A. Claro que todo mi mundo se derrumbó una tarde de paseo por Gibraltar.

Erasure era un grupo prácticamente invisible en España. Unos años antes de mi etapa musical habían tenido el éxito el chingle ‘Sometimes’. Pero a eso del ’89 no había manera de ver un video suyo por la tele. En nuestro país, claro. Cosa que no es Gibraltar. Iba yo aquel día acompañado de un amigo mirando las tiendas de CDs cuando, oh sorpresa, una de ellas tenía puesto un video del grupo. En el que salía el cantante. Vestido de cowboy. Azul. Se dio la vuelta. Terror: el culo al aire.

¡Vaya por Dios! – Dije – Ahora sólo falta que me digan que los Pet Shop Boys también son mariquitas.

La vicisitud no sólo se mostró en el rostro de mi amigo. Más bien lo tomó al asalto y reclamó su derecho de por vida a ese territorio.

Estooo…

Y, con esto, comenzaron mis aventuras en la gaycidad. ¿Tenía que preocuparme? ¿Dejar de escuchar a ambos grupos? ¿Sería Phillip Oakley también homosexuarl? ¿Tendría todo esto que ver con que en el colegio casi sólo me relacionaba con mujeres, pero seguía siendo más virgen que el culo de Escrivá de Balaguer? Decidí que nada de esto debería perturbarme. Yo era un onvre de tetas y seguiría siéndolo. Erasure tenían una capacidad melódica envidiable. Y ¿qué pasa si me gustaban más los temas de Freddy que los de Brian May? Por no decir que el Red de Communards era un disco bastante interesante. Oh dios….

Así pasé el instituto, demasiado ocupado en intentar pillar cacho y ver todas las películas que pudiera (incluída la porno del Plus) como para pensar en estas cosas. Luego llegó la Universidad. Volví a rodearme sólo de féminas y esta vez, sí pillé cacho. Al principio a ella le obnubilaba el amor. Poco a poco, fue comunicándome sus preocupaciones. Sobre todo en las fiestas. Porque entonces me reveló el que sin duda era el motivo por el que no ligaba en las discotecas:

Paquito, bailas como un maricón.

Es cierto: cuando me muevo tengo la manía de centrarme en menear el culo y me vuelvo una loca. Estoy convencido de que, si me viera bailando, pediría una orden de alejamiento de mí mismo. Doy mucha vicisitud. Aunque se ve que no lo suficiente para que la chica me dejara. Sospecho que la clave de nuestra unión puede ser… su propia gaycidad. Porque hace un tiempo se produjo este diálogo:

Ella: El caso es que yo lo de acostarme con otro tío me da cosa. Para eso, preferiría una mujer.
Yo: ¡¡¡BOLLERA!!!

Esto, unido al hecho de que es la única persona que entendió la convulsa narrativa de ‘Bloodrayne’ (con guión de una lesbiana y protagonizada por dos que (se dice) que también lo son) y que aprecie de una manera extraña a Cristina Scabbia, me hace pensar que son nuestras gaycidades las que nos unen.

Pero, volvamos al pasado. En aquel tiempo tenía un par de amigos muy cercanos. Uno de ellos, cuando nos vinimos a Madrid, salió del armario. Tenía novia, pero seguía Eurovisión y mostraba orgulloso su colección de discos de Barbra Streisand. Lo tendríamos que haber visto venir. Y, sí, sé que es ‘Barbra’ y no ‘Barbara’. Y también sé que es debido a un error de impresión en su primer single. ¿Es gay tener ese conocimiento? Efectivamente.
(*Nota absurda: ¿sabían que Barbra salió con Pierre Trudeau? ¿Qué opinaría Mecano de eso?)

Pero bueno. Un buen amigo mío era gay. Normal.

Nada más llegar a Madrid trabé amistad con un tipo excepcional en la escuela de cine. Un chaval que no sólo tenía dos dedos de frente, sino que no era pijo y poseía todos los discos de Erasure y una gran colección de pornografía. Y, un par de años más tarde, resultó gay.

Al poco tiempo, estuve viviendo con uno de mis cuñados. De toda la familia de mi novia, es con quien mejor me llevo. Compartimos gustos y cosmovisión. Y había venido a la capital, sin que yo lo supiera al principio, a salir del armario.

Bueno, ya valía. ¿Era tan mariquita que con quienes me llevo bien son en su mayoría homosexuales y mujeres? Parecía ser que sí, ya que, encima, comencé a leer y a descojonarme con Ralph König. Pero a mí seguían poniéndome exclusivamente lAs pelirrojAs. La prueba es que nunca me atrajo mi amigo El Gamba, a pesar de su pelo colorao y esos pantalones marcatraseros que se empeñaba en ponerse cuando iba a la facultad. Y, sí: el anterior comentario también es muy gay. ¿Qué diría King Missile de todo esto?

Pues no sé qué diría el cantante. Pero me consta que, durante mi primer año trabajando en Josecable, algún compañero estaba convencido de mi homosexualidad. Quizá incluso habiendo conocido a mi novia. Y es que no creo que ayudara machacar con mi curioso credo cinematográfico, que incluye la creencia de que ‘Ghost’ no es mala película y de que ‘Notting Hill’ es magnífica. Sobre lo de declarar continuamente ‘ojalá emitamos alguna vez Pretty Woman’ lo dejamos para otro momento. Porque ahora estoy muy ocupado. Un amigo del departamento de compras me ha llamado consternado:

Paco, ¿otra vez has seleccionado ‘Tal como éramos?. That’s gay.

Pero no. Tras muchos años de vivir en la gaycidad me doy cuenta de que lo de los gustos homosexuales innatos tiene que ser una falacia. A mi cuñado le gustaba Mike Oldfield, y tras un mes de paseo por Chueca había cambiado ‘Tubular Bells’ por Kyle Minogue. La influencia del ambiente en el que te mueves es algo que, como el poder de la fuerza, no debe subestimarse. Pero nunca me he creído mucho eso de que el que te vaya el tra-la-la o el ding-ding-dong condicione tus gustos artísticos. Mas que nada porque, en ese caso, seríamos muchos los que, como mínimo, tendríamos que ser luteranos. Esto es, que le diéramos tanto al útero como al ano.

 

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